Final
LXVIII
Lo primero que Ana buscó con la mirada fue al pelado. Pero este ya no estaba. En su lugar había un pibe con cara de sobrador que leía una Play Boy y que, a juzgar por la baranda, acababa de fumarse un porro.
- Dame la habitación del último piso... esa. -dijo Ana, impaciente, señalando el viejo chapón de medio kilo.
El flaco la miró a ella, lo miró a Oscarcito y se rió. “Que buen fumo”, pensó mientras le alcanzaba la llave.
- ¿Paga ahora, abuela?
- Si -contestó ella abriendo distraída la cartera.
-¡Tomá! -le dijo sacando todos los billetes que tenía y poniéndolos en parva sobre el mostrador.
- ¿Eh, qué hace? -preguntó el pibe sorprendido.
- Está bien, quedate con el vuelto.
El flaco se encogió de hombros y sorprendido y solicito dijo:
- Gracias...abuela. ¿Quiere que la acompañe, abuela?
Ana sonrío.
- No me hace falta “nieto” -recalcó-. Sé de sobra como ir.
Y tomada de la mano de Oscarcito comenzó a trepar los infinitos escalones.
Todo le traía recuerdos; las escaleras ensortijadas, el olor de la madera, la humedad, el polvillo, el rechinar de los escalones. Ana miraba, aspiraba, tocaba, y era como si repasara viejas fotos. Multitud de recuerdos felices se le vinieron encima alegrando su alma cansada.
Y cuando finalmente llegaron al rellano del último piso, los ángeles interrumpieron a los gritos su eterna orgía.
- ¡Es ella!, ¡es ella! -clamaban felices y soprendidos. Y Ana escuchó, gozoza, las corridas y las voces, en el fondo brumoso y oscuro del pasillo.
Abrió la rechinante puerta y entraron los dos a su vieja y querida habitación. Apenas cerró, los ángeles se abalanzaron sobre la cerradura. “Esta no me la pierdo” decía uno y todos reían y el que se agachó primero a espiar gritó “Eh ché, ¿quién me esta culeando?” y el pasillo era un jolgorio celestial.
Ana dejó la cartera sobre la cómoda desvencijada y se desnudó recorriendo con la mirada cada detalle. Aspirando ávida el aire plagado de olores que resucitaban en su mente viejas escenas de “aquellos” tiempos color sepia: La cómoda donde Jorge encontró la carta, el baño donde iba a mear de refilón, la cama de resortes oxidados, las paredes escritas (donde figuraban todos sus amores enmarcados en desprolijos corazones de virome azul). Y encontró todo igual. Porque el tiempo solo había pasado sobre ella.
“Huy, está echa un escracho, pobre Ana”, observó un ángel. “A ver dejame a mi... ¡Si!. ¡Ni sombra de aquellas tetas!”, confirmó otro. “Si, pero al bobo mucho no le frega” dijo otro viendo como Oscarcito con los ojos inyectados en leche se le tiraba encima.
Los ángeles entonces, rieron admirados de dos cosas: del tamaño del pene de Oscarcito (muy bien dotado como todos los mogólicos) y de la virilidad que tenía y que le permitió echarse dos al hilo. Ana estaba tan contenta que acabó las dos veces. Después del segundo, Oscarcito descansó un poco pero en seguida se le paró la matraca de nuevo y se echó un tercero. Finalmente, Ana lo detuvo.
- Bueno, descansemos un poquito ahora. Me arde un poco, mi amor -propuso dolorida y felíz. Y Oscarcito asintió con una sonrisa boba y satisfecha.
Entonces Ana se sentó en la cama y se prendió un faso. Oscarcito se apretó junto a ella. Mientras fumaba, ella comenzó a rascarle la cabeza, canturreando bajito “La Catalina”.
- Estaba la Catalina... sentada bajo un laurel... -cantaba dulcemente acariciándole el pelo.
Y antes de terminar el faso, observó que Oscarcito ya estaba en un mundo feliz. Con una mirada maternal, Ana, continuo acariciándolo ya dormido. Hasta que sintió golpecitos suaves en las persianas.
Saltó de la cama ansiosa y emocionada y con una mano temblorosa tomó la falleba. Abrió la persiana con un chillido oxidado y sintió que las piernas le flaqueaban y que el alma le inflaba el cuerpo, cuando con la piel de gallina vio aparecer detrás de la celosía a todos sus muertos queridos. El Dos, su abuela, Ema, Herberto con Rubencito en brazos, Alfredito y muchos más estaban allí mirándola con infinita ternura.
Ana sintió que no cabia en si de la alegría.
- Queridos míos, queridos míos -repitió conmovida hasta la congoja.
- Mi nenita -dijo la abuela.
- Mi verdadero amor -dijo el Dos.
- Ana, querida -dijo Ema.
- Ana, midá, estamos con Dubencito espedándote -exclamó Herberto levantando la canastita.
- Vas a ver las poesías que te hice, Ana querida -le sonrió Rubencito.
Y ella llorando de felicidad exclamo:
- ¡Están todos!... ¡Están todos!
Y ellos se miraron con complicidad y dijeron:
- Si, estamos todos y te tenemos una hermosa sorpresa...
Y abriéndose en abanico dieron paso a una intensa luminosidad que se fue disipando lentamente, para finalmente, dejar distinguir a la criatura más bella que nadie nunca pudo imaginar. Y Ana extasiada reconoció en seguida (por el agujero cuadrado que lo traspasaba de lado a lado) a aquel hermoso ángel de sus sueños.
- Ana... -le dijo éste con una dulce sonrisa- has cumplido tu hermosa tarea. Ya es hora de que ocupes tu lugar...
Y extendiendo las manos, a través de la ventana, tomó las de ella para ayudarla a cruzar. Ana tocó aquellas manos y una sensación de liviandad y felicidad suprema la embargó. Pero antes de pasar volvió una mirada conmovida hacia Oscarcito y suplicó:
- Señor, por favor... es tan débil, pobrecito...
Y ya no necesitó decir más. El hermoso ser asintió y volviéndose hacia donde estaba Oscarcito sopló muy suavemente en su dirección. Su soplido movió apenas los cabellos del bobo. Luego la miró a Ana y le dijo:
- Y ahora ven con nosotros, SANTA ANA SANTANA.
Y Ana gozoza y santa se aferró a aquellas manos luminosas y saltó a la eternidad.
FIN
LXIX (Epílogo)
Al despertar Oscarcito se sintió extraño. Como si un caño de dentro de su cabeza se hubiera destapado de golpe. Vió su reflejo en el cristal de la ventana y aunque tenía la misma cara de siempre, sintió lo que no había sentido jamás: la tristeza del conocimiento. Y comenzo a llorar, como un recien nacido.
Y allí mismo, sobre la mesa desvencijada de la habitación donde ahora estaba más solo que nunca, escribio de un tirón los versos que ahora se han convertido en la oración que todos rezamos cuando le rogamos a Santa Ana Santana la bendicion formidable del amor:
SANTA ANA SANTANA
Santa Ana de los tristes
y de los desolados
de los de manos inquietas
por el amor denegado
Yo te lo ruego Santa Ana
líbrame del miedo eterno
que andando solo el camino
es más infierno este infierno
Prende una luz de pasión
para iluminar mi vida
y déjame escapar del mundo
entre dos piernas queridas
Santa Ana de los tristes
y de los desolados
que llegue pronto mi fin
si el fin es ir a tu lado.
Mario La Menza
3 Comments:
Enjoyed a lot! »
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