Escribiendo una novela on-line

Bienvenidos a la cocina de una novela. Dia a dia, encontraran publicado el refinamiento del material original de mi novela "Santana". Que lo disfruten.

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Location: Las Palmas de Gran Canaria, Las Palmas, Spain

Supongo que me parezco a lo que imaginan de mi mis lectores.

Sunday, September 04, 2005

Capitulo LXVII

Hacía un calor asfixiante y los rayos del sol retorcían el aire sobre el asfalto aquel mediodía de Diciembre.

Ana y Oscarcito intentaron entrar a almorzar en dos restaurantes. Pero en los dos tuvieron la misma respuesta: que lo lamentaban mucho, que los disculparan, que lo lamentaban de nuevo, pero que por las reglas de la casa no se permitía ingresar ni animales, ni deficientes mentales. Afeaban el local.

Con el primero Ana quedo tan estupefacta, que pegó media vuelta sin decir ni a. Y recién caminando en la vereda masticó la bronca.

Pero con el segundo explotó. Ante la mirada sorprendida y avergonzada del mozo gritó:

- ¿Pero que mierda se creen que son? ¡hijos de puta! ¡es preferible no tener cabeza a no tener corazón! ¡mierdas!

Y tomando de la mano a Oscarcito, salió dando un estremecedor portazo. Ya en la calle, descartó probar con otro restaurante y puso rumbo a los carritos del bajo.

Caminando bajo las sombra fresca de los arboles, llegaron a uno de los carritos de la Avenida Belgrano. Compraron dos jugosos lomitos y se sentaron a comerlos en un banco de cemento, frente al monumento. Trataron de pasar el sandwich tomando agua de un bebedero cercano pero esta salía tan caliente que daba náusea. Así es que Ana le compró a Oscarcito una gaseosa que lo llenó de graciosos eructos.

Realmente el día no daba para caminar, pero terminado el lomo, Oscarcito, sacó repetidamente la lengua (señal de que quería un helado). Y como en el carrito se habían terminado, Ana comprensiva lo tomó de la mano y volvieron al centro.

Entraron a la peatonal por Laprida y en la primer heladería que encontraron compraron dos helados. Luego, siguiendo el sendero de la sombra, los comieron mirando vidrieras.

Ya llegando a Sarmiento, Oscarcito le tironeó de la mano para ir hasta la vidriera de una jueguetería. El negocio estaba cerrado, fuera de horario. Frente a los juguetes el pavote se puso eufórico. Con la cara brillante de helado señalaba todo. Y todo a los gritos. Un traje de Batman, los autitos, una ametralladora, las muñecas y hasta la registradora de cuatro totales que descansaba sobre el mostrador. Oscarcito era un consumista en potencia.

Ana lo esperaba, pegando las últimas legueteadas a su helado, cuando sintió sorprendida que la agarraban de las tetas. Se dió vuelta instintivamente, pero no había nadie detrás. Buscó luego su reflejo en la vidriera y difusa tras el cristal, apareció ella sola (Oscarcito estaba con la cara apretada contra el vidrio). Cuando la sensación se repitió, bajó pasmada la mirada hasta sus pechos y vio que estos se deformaban como si dos manos invisibles los apretaran. Y entonces sin poder contenerse esbozó un grito espantado. Pero de repente, como un rayo de luz en la penumbra, se le aparecieron los versos finales de aquel poema del Dos:



Y me iré los sábados a la peatonal

y amparado en la nada que lleve de ropa

y en la muerte absurda y en su impunidad

tocare los culos, las tetas, las conchas

y seré feliz toda la eternidad.


Con ojos increíbles Ana gritó en voz alta:

- ¿Dos?, ¿sos vos? -Y puso las manos sobre el pecho para tocar a esas otras manos invisibles.

- ¡Dos! ¡Mi amor!, ¿estás acá? -insistió radiante ante la mirada boba de Oscarcito. Pero ninguna voz le respondió. Y entonces, como una señal, las manos invisibles apretaron alternativamente las dos gomas.

- ¡Si sos vos apretame la teta izquierda! -rogó ella, súbitamente inspirada. Y la respuesta llego entonces con unos dedos invisibles hundiéndose en su pecho izquierdo.

Ana sintió que se le erizaba la piel y el cabello. Permaneció anonadada unos instantes. Acariciando embelesada aquellas manos invisibles y repitiendo:

- ¡Mi amor! ¡mi amor! ¡mi amor!

Y luego, casi con urgencia, preguntó

- Mi amor, ¿nos vamos a volver a ver?

Las manos entonces apretaron alternativamente los pechos y enseguida ella codificó:

- ¡Si nos vamos a volver a ver apretame la teta derecha!

Y al instante y felizmente, la teta derecha se deformó.

- ¿Y falta mucho?... -inquirió ansiosa- Apretame la derecha si falta mucho y la izquierda si falta poco.

Y fue, maravillosamente, su teta izquierda esta vez la que se hundió.

Ana estaba pletórica.

- Mi amor, mi amor, mi amor... -repitió sin saber donde mirar y un tipo que pasaba, sofocado de calor, exclamó con una sonrisa socarrona:

- Oia, la novia del hombre invisible.

Pero ella no lo oyó. Preocupada por una súbita liviandad, se recorría el cuerpo con las manos. Buscando, anhelante y angustiada, el fantasma del Dos. Pero este ya no estaba allí.

En ese preciso instante, pasaba desfilando por enfrente una de las clásicas yeguas rosarinas: Rubia, tostada, con un desquiciante pavo (tapado apenas por una breve minifalda blanca) y dos maravillosas tetas equilibrando por delante.

La niña venia, felina y ondulante, cuando súbitamente, (y poniéndose una mano sobre el globo izquierdo y la otra entre las nalgas) saltó desorbitada por el aire.

- ¡Hijo de puta! -exclamó Ana con una sonrisa emocionada. Y Oscarcito excitado por la visión manifestó con insistencia:

- Edo ulia, edo uliaaaa... ¡edo uliaaaa!

Ana se volvió hacia el y asintió con una sonrisa bondadosa.

- Si vamos. Vamos a ir a un lugar adonde yo iba hace ya mucho tiempo.

Precisó feliz e inútilmente, (si Oscarcito no entendia nada). Y entraron a caminar hacia el viejo e indestructible telo de la calle San Lorenzo.

Pero esta vez fué ella la que lo tironeó a Oscarcito. Y aunque estaban a cuatro agobiantes cuadras, llegaron enseguida.

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