Escribiendo una novela on-line

Bienvenidos a la cocina de una novela. Dia a dia, encontraran publicado el refinamiento del material original de mi novela "Santana". Que lo disfruten.

Name:
Location: Las Palmas de Gran Canaria, Las Palmas, Spain

Supongo que me parezco a lo que imaginan de mi mis lectores.

Tuesday, August 23, 2005

Capitulo LXVI



A las ocho y treinta de la mañana del día quince de diciembre de mil novecientos ochenta y siete, Oscarcito y su padre batían palmas frente a la puerta de Ana.

- Hola... ¡que pinta tiene el novio! -exclamó Ana al abrir la puerta.

Oscarcito sonrío. Tenía puesto un traje gris que le apretaba los hombros, una camisa amarillita y una corbata marrón. El pelado no le iba a la zaga en mal gusto; pantalón marrón, saco verde musgo, camisa celeste y corbata floreada.

- ¿Y doña Ofelia? -preguntó Ana, inocente.

El calvo carraspeó, dibujó en su mente la imagen de su esposa (que dormía presa del soporífero que le había suministrado la víspera) y explicó:

- ¡Usted no sabe! Mi pobre Ofelia sufre de taquicardia, ¿vió?, y se puso tan contenta con la noticia que el corazoncito parecía que se le iba a saltar del pecho... así es que el médico tuvo que sedarla y recomendarle que se quede en cama... ¿puede creer que mala pata? - sonrío.

- ¿Pero que, no viene? -se extrañó Ana.

-Y no, si está sedada. Pero me recordó hasta el cansancio que le mande mil besos, gracias y felicitaciones.

- Y tanto como para cambiar de tema, el pelado sonrío galante y mintió- ¡pero usted si que está elegante, Doña Ana!

Ana le retribuyó la sonrisa e hizo un gesto de no darle importancia. Sabía que era imposible. Si hasta podría pasar por la madre del pelado.

- Bueno, vamos yendo... -exclamó saliendo y cerrando la puerta- yo había pensado en usted y su esposa como testigos, pero ahora tendremos que pedirle a alguno de los empleados del civil...

- Si, no va a haber problema -descontó el pelado.

- Auauauaua -opinó Oscarcito.

Y los tres caminaron hacia la Avenida para tomar un taxi. Ana y Oscarcito iban de la mano.

Tomaron un taxi negro y amarillo y se bajaron en la puerta del civil, que quedaba apenas a tres cuadras de la casa de “la dejada” y el mirador de partidos.

Apenás bajó del auto, Ana miró de pasada la vereda de enfrente y descubrió a Esteban, que rengueaba atrozmente hacia la Avenida. Levantó las cejas sorprendida, sonrío y lo llamó:

- ¡Esteban! ¡Esteban!

Esteban tardó en reconocerla. Pero finalmente lo hizo y se apuró a cruzar para saludarla.

- ¿Que hacés, Anita? -dijo Esteban, vivamente impresionado por el patético estado de su prima.

(El por su parte, como había envejecido de joven, lucía exactamente igual que antes)

- ¿Y vos? -exclamó Ana besándolo en la mejilla.

- Acá estoy... -sonrió resignado- con los trámites...

- ¿Trámites de qué?

- La transferencia de la pensión de la mami...

- ¿Todavía no la terminó? -exclamó Ana sorprendida.

- ¿Qué?... ¿no lo sabías?

- No, ¿que cosa? -preguntó Ana, que por el tono lúgubre de Esteban intuyó algo malo.

- Mamita murió -dijo Esteban con un nudo en la garganta.

- ¿Qué? ¡No me digás! -exclamó Ana- ¿Cómo fué?

- Murió parada... -dijo con los ojos brillantes- Esperando en la cola del Ministerio... Se dio cuenta un empleado cuando ya estaban cerrando y la vió ahí durita. Parada en el medio del hall...

- Ohhh... pobre...¿y nadie pudo hacer nada? -clamó Ana.

- Que va, me dijo el empleado que todos se apuraban a quitarle el lugar...

Ana puso una mano consoladora sobre el hombro de Esteban.

- Pobre tía...-suspiró y reflexionó- ya estaba viejita...

- Si, pobrecita... ya no tenía edad para hacer esas colas...

- Me dejás helada... lo siento... -dijo Ana con sinceridad.

Esteban hizo un gesto de resignación y ella le apretó el hombro para darle fuerzas. Como para cambiar el clima el rengo preguntó:

- ¿Y vos, Anita? ¿cómo andás?

Ana sonrío.

- Bueno, nos encontramos justo, porque vengo a casarme.

- ¡Te casás! -exclamó entre incrédulo y sorprendido. Y volviéndose, rápidamente hacia el pelado, dijo efusivo:

- ¡Lo felicito, señor! -al tiempo que le estrechaba la mano.

El pelado sonrío por las cosquillas que le hicieron los pelos de las manos de Esteban.

- Le agradezco la felicitación, señor. Pero es mi hijo el novio... -sonrió el pelado, señalando a Oscarcito con la mano libre.

Esteban se quedó perplejo mirando al pavote que sonreía detrás de sus lentes gruesos y verdes. Estupefacto, soltó al pelado y mecánicamente le extendió la mano a Oscarcito. Oscarcito se la tomó y empezó a samarrearlo alegremente.

- El es mi primo -explicó Ana volviéndose hacia el pelado, que intranquilo lo miraba a Esteban (a punto de perder el equilibrio gracias a la efusividad del bobo).

- ¡Oscarcito! -gritó.

Y el bobo lo soltó.

- ¿Porque no te quedás para la boda? ¿No te gustaría ser testigo? -Lo invitó Ana.

- Sí, dale. ¿Que me hace, perder un día de trámite?.. a esta altura... -razonó Esteban contento. Y entraron los cuatro a la repartición.

Desde el momento en que ellos entraron y hasta que se fueron, los empleados de la repartición no dejaron de reírse. El vendaval de carcajadas se desató no bien entraron al hall central:

- ¡Uia, la familia monster! -gritó una voz socarrona.

El padre de Oscarcito se volvió inmediatamente, con el ceño fruncido, pero solo encontró un conjunto de cabezas temblorosas, ocultándose reclinadas sobre los escritorios.

En ese mismo instante desde la oficina del juez de paz se asomó un tipo delgado y sonriente que resultó ser, justamente, el juez de paz. Reprimiendo una carcajada que le movía las facciones, les preguntó:

- Ustedes... ¿por que trámite están?

- Enlace -respondió sonriente el pelado.

El tipo, ya más sosegado, los miró a el y a Ana y les dijo:

- Bueno, pasen... necesitan dos testigos. El señor esta bien -dijo señalándolo a Esteban- pero necesitarían uno más -aclaró en obvia alusión a la nulidad de Oscarcito.

El pelado sonrío.

- No, señor juez. Yo no soy el que se casa con la señora... es mi hijo.

El juez lo miró, entonces, a Esteban.

- Perdone señor, pasen... aunque el problema sigue siendo el mismo.

- No, señor -negó el rengo y señalando a Oscarcito dijo- el novio es él.

El juez lo miró durante un instante con los ojos desorbitados. Y finalmente gritó:

- ¡¿El mongólico?!

Y estalló en una furibunda carcajada, arrastrando a sus empleados que entraron a revolcarse sobre los escritorios. Arrugando papeles, tumbando abrochadoras, frascos de goma y lapiceros se contorsionaban los cagatintas, tapándose las caras con las manos o agarrándose barrigas y tetas temblorosas.

Ana sonreía comprensiva. Pero el pelado los llamó enérgicamente al orden:

- ¡Por favor señor! ¡Esto es una falta de respeto inadmisible! !Pero que se han creído! -gritó por sobre el estruendo de las carcajadas.

El juez, avergonzado, pero sin poder dejar de reírse trató de disculparse:

- ¡Perdóneme, señor!... jajajaja... !Por favor... jijijiji ...le ruego que me disculpe, no se que me... jaja ja.. pasa!...jajajojijo... ¡no me puedo controlar!... jajajijijo...

Entonces sacudió enérgicamente la cabeza, recordó un par de parientes fallecidos y luego se animó a preguntarles:

- Pero... ¿saben que...jajaja... saben que él no puede casarse sin autorización? -logró terminar sobreponiéndose a la risa.

- Así es señor, ¡y yo soy el padre de mi hijo! -dijo memorablemente el calvo con la voz aflautada por los nervios. Y todos, tentados como estaban, comenzaron nuevamente a revolcarse de la risa.

Después de unos instantes el juez interrumpió sus imparables risotadas y dijo:

- Ah, muy bien... ¡López!

Uno de sus más risueños empleados fue hacia él.

- ¿Señor? -preguntó este con los ojos llorosos.

- Redacte la autorización de enlace y coloque en el documento una impresión digito-pulgar del mon... del novio -se corrigió a tiempo.

Lopez asintió apretando las mandíbulas, se volvió hacia Oscarcito y entre tentado y despectivo le dijo:

- ¡Veni, che!

Oscarcito paveando se fue detrás de él y López, ya frente a sus compañeros, lo señaló al bobo y dijo en medio de una carcajada:

- ¡Díganme si este no es el marido perfecto!

Y todos comenzaron a reírse ruidosamente y a intercambiar comentarios grotescos y maliciosos:

- Y... ¡seguro que tiene mas tripa que vos! -Gritó una de las empleadas.

- ¡Vos turra calláte que ni a uno de estos pudiste enganchar! -Se defendió Lopez y las carcajadas aturdían.

Mientras esperaban la redacción del documento, el pelado se mordía los codos de la bronca y Ana charlaba con Esteban sobre sus padres:

- Tu papá esta fenómeno. Cuando salí para el ministerio lo dejé mirando un partido que pasaban en diferido.

- ¿Y mi vieja? ¿Como esta?

- Bien también... siempre igual.

A Ana le tembló un poco la voz cuando preguntó:

- ¿Me odiará todavía?

- Noooo... no creo... -mintió Esteban.

- ¿En serio? -preguntó ella súbitamente animada.

- Si...

- La voy a ir a ver entonces. Apenas salgamos de acá me voy a ir a verlos. ¡tengo unas ganas!

Esteban se puso colorado. Carraspeó y se rectificó:

- No Anita, te mentí. Mejor no vayás. Tu mamá no te perdona y encima desde aquella vez parece que quedó delicada del corazón... nada grave, pero mejor no vayás... le puede caer mal.

Ana asintió en silencio. Los ojos le brillaban tristes. En ese momento pasó López, raudamente, y se metió en la oficina del juez de paz. Retumbaron algunas carcajadas y finalmente se oyó la voz del juez que los llamaba:

- ¡A ver los novios!

Entraron, entonces, ellos cuatro, seguidos por todos los empleados de la repartición. El pelado, Oscarcito, Ana y Esteban se pusieron, en ese orden frente al escritorio del juez. Y apretujados detrás de ellos, se ubicaron los risueños cagatintas. Solo faltaba una piba nueva, que habían mandado a comprar arroz de urgencia. El juez leyó la formula del matrimonio ante las miradas emocionadas del pelado y de Ana. Mientras tanto, Oscarcito papaba moscas y los empleados ahogaban risitas y cuchicheos maliciosos.

Cuando terminó de leer la fórmula el juez les preguntó “¿están de acuerdo?”.

- Si, señor -contestó Ana. Y todas las miradas confluyeron malvadamente en Oscarcito que seguía papando moscas.

- Contestále al señor. Decí que si... -lo instruyó el pelado.

- Contestá, mi amor -dijo Ana.

El bobo entonces con la boca abierta la miró a Ana, lo miró al juez (que ya tenía las facciones temblorosas), volvió a mirar a Ana y catastróficamente, dijo señalándola:

- ¡Teeetaaaa!

Cuando dijo esto la ceremonia estuvo a punto de naufragar: El juez y los empleados, se revolcaban sobre los muebles de la risa. La oficina entera era una marea de miembros palpitantes y carcajadas estruendosas, agudas, graves, afónicas y de todo tipo. Algunos corrieron al baño a mear de urgencia y más de uno no llegó a tiempo. Otros se rajaron hediondos pedos, que la risa les liberó con violencia. Y todo era un contínuo jolgorio donde resaltaba, estático y furioso el pelado. Que se hallaba al borde mismo del ataque de locura. Después de unos instantes de tragar hiel y apretando las mandíbulas, golpeó con furia sobre el escritorio. Sus golpes retumbaron en un súbito silencio.

- ¡Basta! ¡basta! ¡basta! -gritó rojo de ira y despidiendo llamaradas por los ojos.

Ante la ira del calvo, algunos empleados huyeron y el juez logró recomponerse un poco.

- Perdón señor... tiene toda la razón... pero es que esto... tiene toda la razón, pero comprenda por favor.

- Lo único que tengo que comprender es que usted y sus empleados son unos irrespetuosos -bramó el pelado.

Estuvieron unos instantes en silencio y finalmente el juez insistió con las disculpas.

- Perdón de nuevo señor. Tiene razón, perdón. Vamos a abreviar la ceremonia... Firme aquí, por favor -dijo señalando el acta.

El pelado entonces rodeó enérgicamente el escritorio y firmó el permiso, hundiendo con violencia la virome en el papel.

- Ahora responda usted en lugar de su hijo.

Les preguntó suscintamente si aceptaban el matrimonio y tanto Ana como el pelado, en representación de Oscarcito, aceptaron. Fueron a poner las firmas y luego fue el turno de los testigos. Esteban fue el primero. Rengueando dio la vuelta y puso una cruz en el acta. Luego fue el turno del pelado nuevamente. Firmó todavía con el ceño fruncido y recién después de la firma se permitió mirar a Ana y sonreír.

El juez con una sonrisa fruncida firmó el acta y le extendió una copia a Ana, diciendo pomposamente:

- Los declaro marido y mujer.

Todos aplaudieron con exageración y el pelado abrazó y besó a su hijo. Estaba emocionado. Tenía los ojos enrojecidos y le temblaba la barbilla. Un nudo le estrangulaba la garganta cuando le dijo, señalando afectuosamente a Ana:

- Querido... ella es tu señora, ahora... ¡ya sos todo un hombrecito!... -Terminó y cuando dijo esto algunas lagrimitas le mojaron las mejillas.

- Un hombrecito bastante pelotudo -murmuró una vocecita susurrante y los empleados, riendo alegremente, corrieron hacia la salida para repartirse el arroz con ansiedad.

Se ubicaron a los lados de la puerta formando un pasillo y apenas salieron los novios les arrojaron una lluvia de granos en la cabeza. Algunos tiraban con moderación, pero López y otros dos más se ensañaban con Oscarcito, tirándole violentos puñados en la cabeza. El bobo, siempre con la boca abierta, tragó decenas de granos.

Recién entonces, bajo el arroz, Ana tomó conciencia de su boda. Recordó el casamiento de María y recordó también cuando tiró ilusionada de la cinta que tenía la sortija y lo recordó al Dos y lo miró a Oscarcito y entonces no pudo más y se abrazó a él con fuerza, llorando. Y Oscarcito, contagiado, también empezó a llorar. Y entonces lloraron también el pelado, Esteban e increíblemente, hasta algunos de los empleados. Y así lo que antes había sido risa y jolgorio por el bobo de Oscarcito, por el mismo motivo se tornó en melancólica tristeza.

Luego de conmovedores abrazos, Ana se despidió de Esteban y de su flamante suegro. Este insistió en pagar un almuerzo para los cuatro, pero Ana les rogó que no se ofendieran pero que deseaba estar sola (con Oscarcito se entiende). Y así diciendo se fue por la vereda, con su flamante esposo de la mano. Rumbo al centro.

1 Comments:

Anonymous Anonymous said...

That's a great story. Waiting for more. » » »

12:25 AM  

Post a Comment

<< Home

Licencia de Creative Commons
Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons.