Escribiendo una novela on-line

Bienvenidos a la cocina de una novela. Dia a dia, encontraran publicado el refinamiento del material original de mi novela "Santana". Que lo disfruten.

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Location: Las Palmas de Gran Canaria, Las Palmas, Spain

Supongo que me parezco a lo que imaginan de mi mis lectores.

Sunday, April 03, 2005

Capitulo V

Cuando finalmente llegaron, Jorge miró el reloj y dijo "las diez menos cuarto", alegrándose porque a esa misma hora quedaría libre para visitar a su nuevo cacho de carne (sucede que entre las cuatro paredes de las piezas de aquel telo, el tiempo, milagrosamente, no transcurría)

La miró a Ana mientras colocaba la llave en la cerradura y bajó la vista unos 30 grados para contemplar con incontenible lujuria el agitado palpitar de las gigantescas tetazas que, cual moles de gelatina, se sacudían como teniendo vida propia. En el preciso momento en que escuchaban el inequívoco “crac” de la cerradura, sintieron ruidos en la oscuridad. Miraron y alcanzaron a ver a los ángeles corriendo en el fondo brumoso del pasillo. Abrieron la rechinante puerta y ya del lado de adentro repitieron la ceremonia de la cerradura cuyo crujido se multiplicó en infinitos ecos en la acústica reiterativa de la misma habitación polvorienta de siempre. Como siempre, Jorge fue hasta la ventana, mientras Ana entraba en el baño a mear de refilón para que no la traicionaran los ecos infinitos.

Despues de abrirla de par en par, Jorge se asomó a mirar las nubes para pensar, como siempre, que así debía (sin duda alguna) contemplar Dios al mundo.

Lo sacó de su pensamiento el ruido de la puerta del baño y la figura de Ana emergiendo con sus tetas imponentes, todavía en corpiño y pollera. Sin perder tiempo, con los ojos inyectados en semen, se desvistió hasta el slip (prenda que le reservaba a Ana) y se sentó en la cama para presenciar el repetido strip-tease de ella, que comenzó con una dificultosa caída de pollera entre sus piernas y terminó con las manos detrás de la robusta espalda luchando denodadamente para soltar los tensos breteles del corpiño, que una vez liberado se estampó con violencia contra la pared de enfrente. Sus tetas, entonces, quedaron balanceándose libremente ante la mirada abyecta de Jorge que, como un misil, se abalanzó sobre ella y la arrastró cama adentro. Ambos se revolcaban, indiferentes a los gritos destemplados con que crujía el mueble. Chorreando calentura, Jorge trataba inútilmente de meterse una teta en la boca, mientras Ana con desesperación ninfómana le recorría el pene con los dedos. Bañados en un sudor ácido, se quitaron mutuamente calzones y calzoncillos, en medio del polvillo que llovía interminablemente sobre la habitación.

Ya en pelotas, se acoplaron con desesperación; ella en cuatro patas y el por detrás (posición óptima para el tamaño de Ana). Con una mano entre sus propias piernas ella le acariciaba las pelotas, mientras él le metía dos dedos en el culo. Luego de escasas serruchadas, acabaron juntos, gritando como poseídos y en medio de contorsiones de agonizantes. Finalmente se derrumbaron sobre la cama como dos muertos.

Jorge quedó mirando hacia la puerta y Ana, como siempre, le frotó la mojada chota, acariándosela con suavidad. Jorge flotaba entre nubes de algodón, más allá del mundo cuando Ana escuchó, apenas perceptible, su nombre.

- Ana...

Se volvió y vió recortada en la ventana la inequívoca figura etérea de su abuela.

- Abuela... -Dijo suavemente.

- Anita, creí que te pasaba algo cuando escuché los gritos y me vine a asomar. Así me gusta mi amor, como habíamos quedado, mucho uso sesual . Muy bien. Ahora me voy, no quiero interrumpir.

- Pero Abuelita...

La incorpórea provecta lo señaló a Jorge.

- Se está espabilando. Ya vamos a hablar de nuevo. Ahora me tengo que ir amor. Chau, chau, -se despidió la anciana, dulcemente. Diluyéndose en la neblina de las nubes que entraban por la ventana y saludándola con una de sus manos retorcidas de artritis.

Ana, emocionada, repitió el gesto de despedida con una mano barnizada de semen.

- Chau, abuelita.

El rumor, de las voces a lo lejos, trajo de nuevo a Jorge a la habitación. Como de un desmayo, Jorge volvió lentamente en sí y ya espabilado y aliviado por el formidable coito, se decidió a decir lo suyo.

Poniéndose de pie en silencio caminó hasta la cómoda desvencijada y polvorienta. Como quién no quiere la cosa, comenzó a hurgar en los cajones plagados de polillas prehistóricas, para ver si entretanto encontraba las palabras despedidoras que había previsto, ensayado y (lamentablemente) olvidado. Ana, que lo miraba intrigada, lo reclamó cariñosa:

- Veni acá, mi amor, que vas a agarrar frío en las pelotas.

Y en el preciso instante en que esas palabras cruzaban la habitación, Jorge encontraba, en el fondo del penúltimo cajón, una carta ajada y amarillenta. La sacó, la puso frente a sí, la desplegó y le sopló el polvo.

- ¿Qué dice? -preguntó Ana con curiosidad y un nefasto presentimiento se apoderó de ella y se transformó al instante en un pedo impetuoso que pugnaba por liberarse. Ana se prometió aguantárselo, así falleciera reventada en el intento.

Jorge forzando la vista y acercándose a la desnuda lamparita que pendulaba en el centro mismo de la habitación, comenzó a leer pasando ya, desde las primeras palabras, de la curiosidad al asombro.

- "Rosario, martes 7 de Enero de 1883..."

Volviéndose a Ana con los ojos desmesuradamente abiertos acotó:

- Pero, ¿como puede ser?. Hoy es 7 de Enero de 1983... ¿cien años guardada en este cajón?

Ana se sentó súbitamente en la cama y, presionada por el formidable pedo, comenzó a morderse los dedos para no tirárselo.

Urgida le dijo:

- !Lee! -Con voz de levantador de pesas batiendo un record.

Jorge volvió la vista al papel y continuó leyendo:

- "Querida Ana:"

Fuera de sí de asombro intentó exclamar algo. Pero Ana, con la mirada, lo conminó a seguir leyendo.

- "Hace tiempo que siento que tengo ganas de fletarte y hace tiempo que vengo buscando la forma de decírtelo. En estos días en que crepó la puta de tu abuela y en los que vos preferiste que no nos veamos, conocí una que está mucho más mejor que vos así que ya es el momento de decírtelo. Y que te enterés acá y no en la pulperia es producto de la irresistible atracción que siento por tus tetas y que ha jugado mucho en favor de nuestra relación. Pero finalmente decidí dejarte, porque realmente, nadie se casa con un par de tetas. Adios."

Y volviéndose a Ana exclamó:

- ¡No puede ser!

A lo que Ana cortó con un imperativo:

- !Seguí, leé la firma! -demostrando que evidentemente hay una conexión entre el esfínter y los labios, porque las palabras apenas sí salieron (sus labios estaban tan apretados como su culo).

Y Jorge, sin mirar el papel y abrumado como si hubiera confesado un crimen dijo:

- "Jorge". -Extendiéndole la carta a Ana que la tomó con avidez y la leyó en un instante. Después del cual la colocó sobre la mesita de luz y comenzó a vestirse en silencio y con urgencia, retorciéndose de vez en cuando como si le removieran un cuchillo entre las tripas. Su ojo izquierdo comenzó a llorar intermitentemente.

Jorge intentó agregar algo dos veces, pero las dos veces calló. Finalmente decidió imitarla y vestirse en silencio él también. Ana intentó inútilmente ponerse sola el corpiño, que habitualmente le calzaban entre sus dos padres. Y ante el temor al fracaso y por no pedirle ayuda a Jorge, desistió de ponérselo y lo guardó en la cartera.

Cuando terminaron de vestirse, Jorge cerró la ventana y luego abrió la cerradura. Entonces escucharon dos cosas nuevamente; los ecos infinitos del cerrojo y un aleteo intenso en el pasillo.

Cuando salieron del cuarto vieron dos ángeles enormes y celestes que corrían, acoplados como perros, hacia el fondo brumoso del pasillo. Apagaron la luz y se sumergieron en la vorágine de los escalones, donde como cristales helados iba quedando el interminable reguero de lágrimas de Ana. Un tropel de angeles corrió al rellano de la escalera para verlos bajar.

- ¡Guacho! ¡Cagador! ¡Sorete! -le gritaban a Jorge distintas voces que venían desde arriba y Ana, sintiéndose víctima, incrementó su llanto.

Pero, apenas apoyado su pié izquierdo en la planta baja, decidió no llorarlo más. Y ya en la puerta de calle y sin siquiera decir adiós, salieron él hacia la derecha y ella hacia la izquierda. Apurados ambos pero por distintas urgencias.

Jorge ya llegaba a la esquina cuando escuchó una explosión sorda. Como un pequeño trueno a lo lejos. Desorientado miró hacia arriba, pero el cielo lucía totalmente estrellado. Se encogió de hombros y miró la hora; eran las diez menos cuarto de la noche.

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