Escribiendo una novela on-line

Bienvenidos a la cocina de una novela. Dia a dia, encontraran publicado el refinamiento del material original de mi novela "Santana". Que lo disfruten.

Name:
Location: Las Palmas de Gran Canaria, Las Palmas, Spain

Supongo que me parezco a lo que imaginan de mi mis lectores.

Tuesday, July 12, 2005

Capitulo LXI




Pero la obra le mostró a Ana, demasiado pronto, un costado insoportablemente doloroso: el costado de la muerte.

El primero de todos en partir, fue Rubencito: Un día no lo llevaron ni tampoco al siguiente. Al tercer día Ana, con el corazón en la boca llamó, a su casa y se enteró de que había muerto. Simplemente lo habían encontrado por la mañana, tieso en su canastita. Había palmado, tal vez, sin enterarse de que moría.

A Ana la tomo tan desprevenida que creyó que moriría de la pena. Y aquella misma tarde, cuando reunió a sus monstruos y les avisó, se desató una pequeña pero conmovedora tragedia: porque todos comprendieron, brutalmente, que amaban a ese pobre ser, monstruoso e indefenso, con el que habían compartido tantas cosas.

Y curiosamente el más afectado resultó ser el macrocéfalo. Andaba sin consuelo, de un lado para el otro y verlo llorar así, tomándose la enorme cabeza con sus manos diminutas, partía el alma.

A media lengua y con sus ojos pequeños y enrojecidos le reprochó a Ana:

- ¿Podqué no se apudadon dos madcianos? ¿Eh, podqué?

- ¿Y en qué hubiera cambiado? -le preguntó Ana, dolorida.

- Que si los madcianos me venían a buscad, yo me do iba a llevad conmigo... ¡me do iba a llevad conmigo! -Gritó angustiado.

Y su tristeza era tan conmovedora, que Ana entonces le dijo la verdad.

- Herberto...

- ¿Que?

- Es mentira que Rubencito murió...

- ¿Cómo que es mentida? ¿Cómo que es mentida? ¿No se mudió, entondces? -preguntó sorprendido bajando las manos.

Ana negó con un gesto y dijo, muy bajito:

- No. No se murió... -y mirando a todos lados le recomendó- no digas nada, pero me contó la mama que cuando estaban durmiendo, escucharon un zumbido muy fuerte, muy fuerte. Se asomaron, entonces a la ventana y... ¿a que no sabés que vieron en la terraza del vecino?

Herberto, fascinado con la historia, movió la cabeza negativamente. Ana abrió muy grandes los ojos para exclamar:

- ¡Un enorme plato volador!... Todo lleno de lucecitas de colores que giraban y giraban...

- Ohhhh -exclamó asombrado Herberto, secándose las lagrimas.

- Si. Y entonces se abrió la puerta de la nave y se bajaron dos marcianos; cabezones como vos y vestidos con un traje rojo brillante...

- ¿Si? ¿Si? -preguntó con los ojos dilatados y la boca en o.

- Si y luego gritaron con una voz bien fuerte: “¡Somos madcianos y venimos a buscad a Dubencito y a Hedbedto!”

- ¿A mi también? ¿En sedio, que pdeguntadon pod mi? -preguntó eufórico, Herberto.

- Pero si. Te digo que si. Me lo dijo la mamá -justificó.

- ¿Y entonces? -ansioso.

- Y bueno, entonces entraron a la casa y se lo llevaron a Rubencito. Con canastita y todo. Lo subieron al plato volador y despegaron y el plato se perdioooooo, giraaaaando en el cielo... -hizo un silencio y con un nudo en la garganta Ana agregó- Me contó la mamá que estaba dormido cuando se fue.

- !Con dazon no me vino a buscad a mi! -dedujo felíz Herberto. Ana se apuró a darle la razón.

- ¡Pero claro!... Pero cuando se despierte seguro que les dice y te vienen todos a buscar...

- ¿En sedio, Ana? -dijo Herberto sonriendo y agarrándose la cabezota con sus diminutas manos.

- En sedio...-lo imitó ella, sonriendo tristemente-... ¿yo te mentiría?

- No clado...-y, como si fuera obvio, exclamó feliz- ¡se fue! ¡se fue a Madte!... ¡que atodante ese Dubencito! ¡ya lo voy a agadad aya entondces!

- Pero claro... ¡claro que si!... -le aseguró Ana e inesperadamente se levantó gritando- ¡tengo que ir al baño!

Corrió al baño, cerró bien la puerta y se largó a llorar.

Si bien era indudable que esa terapia de amor correspondido había estirado más de la cuenta los días de muchos, todos estaban condenados. Sus precarios organismos, como globitos de carnaval puestos al sol, estallaban en el momento menos pensado.

Y aquella muerte, la de Rubencito, fue la inaugural de una desgarradora sucesión de muertes entre los monstruos. Y fue también la que marco el inicio de un fenómeno insólito y preocupante; el envejecimiento prematuro y vertiginoso de Ana.

Aquella misma tarde (cuando oculto su llanto de Herberto), Ana vio en el espejo gastado de su baño como, ante sus ojos enrojecidos y asombrados, una mechón de sus cabellos se volvía instantáneamente blanco.

1 Comments:

Anonymous Anonymous said...

Wonderful and informative web site. I used information from that site its great. » » »

9:41 AM  

Post a Comment

<< Home

Licencia de Creative Commons
Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons.