Escribiendo una novela on-line

Bienvenidos a la cocina de una novela. Dia a dia, encontraran publicado el refinamiento del material original de mi novela "Santana". Que lo disfruten.

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Location: Las Palmas de Gran Canaria, Las Palmas, Spain

Supongo que me parezco a lo que imaginan de mi mis lectores.

Wednesday, April 06, 2005

Capitulo VI

Después de algunos días, y sin saber que hacer con el tiempo que le habían liberado entre Jorge y su abuela, Ana estaba tomándose unos mates en la cocina de su casa.

Totalmente sola, mirando por mirar la punta de la bombilla recordó, como mirando una película, una tarde lejana de otoño:

Ella tenía ocho años y estaba jugando rayuela en la vereda de su casa. Cuando una chata, que tenía pintado en la puerta "Mudanzas Richard Kimmble", se detuvo a la altura de su casa, pero en la vereda de enfrente. Se abrieron las puertas y salieron; del lado del conductor un típico camionero y del otro lado una gorda con cara de bruja, un hombre pequeño y enjuto y una nena gorda y, salvo pequeños detalles, bastante parecida a ella.

El enjuto le preguntó al camionero cuanto le cobraba por ayudarlo a entrar los muebles. El camionero rascándose un sobaco dijo una cifra y la gorda, acentuando hasta el límite su natural cara de bruja, le gritó al marido:

- ¿Para entrar cuatro muebles locos necesitás ayuda, pedazo de infelíz?

Y agregó furiosamente, sin dejar margen a otra alternativa:

- ¡Los entrás solo! -metiéndose dentro de la casa con una escoba en una mano y un secador de piso en la otra.

El enjuto sumisamente se dirigió a la parte trasera del camión y se cargó como pudo una cómoda de estilo Kitch que debía pesar sus buenos kilos. Trastabillando por el esfuerzo se metió dentro de la casa mientras el camionero mercenario se sentaba al volante y encendía la radio, donde Carlitos Gardel cantaba una furibunda versión de Popotitos. Ana interrumpió su solitaria rayuela y dirigiéndose a la nena le dijo, más como una orden que como una invitación:

- ¡Vení a jugar!

- Esperá que le pregunto a mi mamá. -Contestó entusiasmada.

- Andá, no más mirá bien antes de cruzar. -Autorizó su padre que ya había vuelto y ahora pugnaba por cargarse entre sus diminutos hombros un ropero del mismo estilo de la cómoda.

- No papi, mejor le pregunto a mami que manda más que vos.

El enjuto no pudo encogerse de hombros porque ya tenía el ropero encima y zigzagueando y con innumerables venas inflamadas surcándole el rostro, el cuello y los brazos, se metió en la casa seguido por la nena. Enseguida se escuchó un estruendo similar al que hace un ropero al caer al piso y un grito, como de bruja, que reprochaba:

- ¡Infelíz! ¡Mirá lo que hiciste! -seguido por una seguidilla de sonidos similares a una seguidilla de cachetadas.

Minutos despues salía la nena con un rostro radiante de alegría.

- Y dale... ¡cruzá! -la apuró Ana.

- No. Mi mamá no me dejó. -contestó sonriente.

- ¿Y de que te reís, paparula?

- Mi abuela me dijo que como en la vida son más los momentos malos que los buenos hay que invertir las caras. Asi uno se la pasa riendo.

Ana le dedicó una mirada intensa y sin dejar de mirarla le preguntó a su padre de un grito si podía cruzar la calle. Su padre, como de costumbre, miraba el partido en el TV blanco y negro de la época y como era previsible no le contestó. Ana entonces atravesó el patio delantero y se metió en la cocina. Justo cuando se estaba definiendo un gol lo tomó del brazo y sacudiéndolo le dijo:

-!Papi, papi, papi!

- ¡¿Que?! -gritó el padre desesperado por la interrupción y sin apartar la mirada de la pantalla.

- ¿Me dejás cruzar para jugar con la nena de enfrente?

A su padre le hubiera dado lo mismo que le pidiera permiso para ir a fornicar con un dinosaurio.

- ¡Sí, sí, andá! -le contestó sin apartar, ni la mirada, ni el pensamiento del partido. La boca, como un ente autónomo, había contestado sola.

Ana salió a la vereda y cruzó la calle desierta.

- ¿Como te llamas? -preguntó Ana.

- María, ¿y vos?

- Ana, ¿cuántos años tenés?

- Ocho.

- Yo también.

- ¿A que jugamos? -preguntó María.

- A la madre y a la hija, yo soy la madre -propuso Ana.

- Bueno mami. -aceptó María.

- Si, pero antes vamos a ser amigas -sugirió Ana.

- Dale -dijo Maria y se acercó para darle un beso de amigas.

Le dió el beso y luego comenzó a llorar.

- ¿Y ahora que te pasa?

- Estoy contenta porque es lindo tener una amiga.

- Ah, cierto... -Asintió Ana recordando lo de las caras invertidas. Y comenzaron a jugar mientras el padre de María, destrozado por el esfuerzo, se cargaba, en la espalda la heladera Siam de hierro con cerraduras.


Ana, estirando la mano hacia el mate, sonrió con el recuerdo y decidió llamar a María para charlar. Hacia ya demasiado tiempo que no se veían. Habían hecho juntas el final de la primaria y la secundaria hasta el tercer año, (en que abandonaron juntas). Y fueron inseparables hasta el extremo de resultar imposible ver a la una sin la otra. Cuando las veían venir, los padres y vecinos, sintetizando la amistad, decían; "ahi viene Ana María".

Luego, por esas cosas endosables al destino, comenzaron a verse menos. Fundamentalmente desde que María, a los dieciocho años, se mudó de barrio y se puso de novia con un tal Manuel.

En realidad el alejamiento lo propuso tácitamente María dado que, más de una vez, había interceptado las miradas libidinosas que el tal Manuel depositaba entre las tetas de Ana y la sonrisa de aceptación con que esta las contestaba. Así fué que, temiendo un mal fin (para su frente), decidió abrir el paraguas antes de que lloviera y paulatina pero firmemente, puso fin a tantos años compartidos. Aduciendo, para justificarse, que su trabajo como vendedora de libros no le dejaba tiempo libre. Y menos todavía para ir a visitarla, ahora que vivían tan lejos la una de la otra. Ana por su parte, merced a su trabajo de enfermera, nunca sabía cuando estaba libre, con la suficiente antelación.

Y asi fué cómo, la separación, se dió de una manera artificialmente natural.


Sin pensarlo más, Ana buscó su libreta de teléfonos y encontró el número en la A de María. De ahí en más comenzó la ardua tarea de encontrarla en la casa. Llamó dieciséis veces y las respuestas variaron entre tres posibles; "está vendiendo libros", "salió con Manuel" y "no sabemos donde está".

Finalmente y para terminar de una vez por todas con la búsqueda, Ana puso el reloj a las cuatro de la mañana y esa misma noche, a las cuatro y tres minutos de la madrugada, finalmente la encontró.

En medio de la somnolencia, María no reconocía a Ana y sonámbulamente intentaba enchufarle una colección de fascículos, muy en boga en aquel entonces, sobre masturbación de perros y gatos. Que llevaba el título de: "Como calmar la ansiedad sexual de su mascota" y cuyos dos primeros fascículos (al precio de uno) estaban dedicados a mascotas del sexo fuerte y llenos de fotos a todo color de perras y gatas, alzadas y en actitud provocativa.

Luego de varios gritos de Ana, María terminó de despertar y comprendió de quién se trataba. Felíz con el reencuentro telefónico (momentáneamente olvidada de los motivos de su alejamiento) le comentó que ella también tenía muchas ganas de verla y que tenía para contarle una gran sorpresa. Trataron de combinarse un horario pero eran tan incompatibles que, solo lograron coincidir el lunes de la semana siguiente, a partir de las dos y media de la mañana. Hora en que se encontrarían en la casa de Ana para cambiarse las descoloridas figuritas con que iban llenando el álbum de sus existencias.

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