Escribiendo una novela on-line

Bienvenidos a la cocina de una novela. Dia a dia, encontraran publicado el refinamiento del material original de mi novela "Santana". Que lo disfruten.

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Location: Las Palmas de Gran Canaria, Las Palmas, Spain

Supongo que me parezco a lo que imaginan de mi mis lectores.

Wednesday, April 06, 2005

Capitulo VII

El martes de la semana siguiente, Ana salió de su guardia a las dos menos veinticinco de la madrugada. Casi a la misma hora, María salía de venderles revistas pornos y novelas eróticas a los empleados del turno, de la bomba C, de Obras Sanitarias.

Ambas estaban, por distintos motivos, ansiosas por el reencuentro. Ana porque anhelaba que Manuel, el novio de Maria, le presentara algun macho que resultara viable para terminar de una buena vez con su pegajosa soltería. Y María para contarle su "gran novedad" que descontaba pondría verde a Ana. Y ambas también y después de todo porque a su manera se querían.

Mientras viajaba en el bondi, María, se lamentaba de que las tetas de Ana enloquecieran tanto a su pervertido novio, porque a veces realmente la extrañaba. Y decidió que iba a intentar retomar la antigua relación, pero por supuesto que manteniendo los ojos bien abiertos. Y, tan siquiera para compartir la vigilancia, le diría a Manuel que le presentara a Ana a alguno de esos vagos hijos de puta amigos de él.

A las dos y veinte el bondi de Ana la depositó en la esquina de su casa. El de María llegó apenas diez minutos después y la dejó a una cuadra.

En el momento en que María tamborileó sobre la puerta de chapa para hacerse escuchar sin despertar a nadie, Ana sacaba la pava del fuego con el agua arañando los 93 grados centígrados.

- ¿Quien gopea a peta? -Preguntó juguetona Ana.

- Madía, a nena de enfedente. -Contestó María con voz nasal.

Querían parecer dos nenas pero parecían dos oligofrénicas.

Ana abrió la puerta y lo primero que pensó cuando la vió fué "está más gorda". María, por su parte, se dijo "Dios mío, que tetas desproporcionadas. Le siguen creciendo." Pero como los pensamientos no se ven se abrazaron exageradamente.

- Pasá, recién saco la pava del fuego -sonrió Ana cerrando la puerta.

- Ah... que bien me van a venir unos mates... -dijo María ya entrando en la cocina. Rápidamente oteó el interior y pensó "siempre el mismo quilombo, que dejadas que son esta y la vieja" y comentó.

- ¡Que lindo!...está todo como antes... como cuando tomábamos la leche y veíamos a Payasin por el 7, ¿te acordás?

- ¿Como me voy a olvidar? ¡si, vos arrasabas con todo! -festejó Ana entrando detrás y adelantándose a la mesada.

- Y que querés, si no me apuraba, vos me comías todo -replicó jocosa María.

- Es cierto, así quedamos -consintió Ana. Y mientras preparaba el mate la miró sonriente y exclamó:

- ¡Estás igual, guacha! -mientras interiormente completaba "de fea".

- Vos también. -Coincidió María sentándose.

Puso la cartera repleta de revistas pornográficas y de casos policiales sobre la mesa y tomó el mate amargo y espumoso que Ana le ofrecía.

Entre mate y mate caretearon y se pusieron al día con sus respectivas vidas. Intercambiando nimiedades primero en un tono de tanteada franqueza que, paulatina y tal vez involuntariamente, fue derivando en una tácita pugna por demostrar que a una le iba mejor que a la otra.

Subida en ese tren María se sintió molesta por el comentario de Ana referido a que la veía un poquitín más gorda y a sabiendas de que a Ana los machos no le duraban, preguntó con visible curiosidad e invisible malicia:

- ¿Que tal tu noviazgo con...?, ¡pucha, me olvidé el nombre!, ¿Palmiro era el correntino?

- Si, pero hace siglos que me pelié.

- Pero, ¿cuanto hace que no nos vemos?

- Y... -dijo Ana levantando la vista y calculando- si es desde la epoca de Palmiro, hace cuatro años... no cinco... no, cuatro años hace.

- Si cuatro años debe hacer... ¡cuanto tiempo!

- Cierto...-coincidió Ana y retomó enseguida con el tal Palmiro- no, hace un montón ya que lo dejé. Me cansó -mentira, el correntino se habia borrado a la francesa- últimamente salía con un tal Jorge.

- ¿Salías? -Se regodeó María.

Ana percibió el regodeo.

- Si, lo largué -mintió Ana- iba para largo y... ¿qué querés que te diga?... me parecen de pelotuda esos noviazgos de años donde vivís esperando que el hijo de puta se decida a poner la fecha -opinó con malicia.

La alusión era tácita, María llevaba casi una década de novia. Apretó los dientes y decidió que era el momento de pelar el ancho de espadas con que reventaría a su amiga y la dejaría hecha una piltrafa: envenenada de envidia. Eran las tres y cuarto de la madrugada cuando dijo con una plástica sonrisa bonachona:

- Justamente ... ¿A que no sabés que es lo que tengo para contarte?

A Ana se le sacudió el espinazo con el presentimiento que instantes después confirmaría como una humillante realidad.

- No, ¿qué?... ni me imagino... -mintió Ana esbozando una tenue y falsa sonrisa.

- ¡Me caso! -gritó María estirando los labios en una auténtica sonrisa de oreja a oreja.

Ana sintió una puñalada entre los limones. Se quedó muda, con la sonrisa congelada. Imposibilitada de disimular titubeó unos instantes antes de recomponerse mínimamente y soltar un descolorido:

- ¿Ah, sí?, qué bueno.

María gozando su victoria y sonriendo más aún le preguntó sádicamente:

- ¡Pero ché!... parece que te hubiera caido mal... ¿no te alegrás?

Ana rearmándose un poco más instaló en su cara una sonrisa falsa como un Stradivarius de nerolite.

- Estás loca. Claro que me alegro -mientras por dentro pensaba "reputa madre que la reparió, hasta esta yegua tiene mas suerte que yo".

María en el clímax de su papel de ganadora, radiante, la abrazó. Ana aprovechó el abrazo para desarmar la sonrisa y poner la cara de culo que realmente le reflejaba el alma y que duró los escasos segundos que María tardó en desabrazarla.

- Que suerte... -dijo Ana con el mismo entusiasmo con que hubiera leído en voz alta un cartel de propaganda de amortiguadores.

- Es la perseverancia, querida -corrigió María- vés la importancia de mezquinar ésta... -graficó juntando los dedos índice y pulgar de su mano derecha.

Ana chasqueó la lengua y en tono jocoso le recriminó:

- No te hagas la virga conmigo, si yo te ví tirándole el fideo a Manuel en el zaguán.

- Sí, claro que sí -admitió María- le tiré el fideo, le hice pajas y hasta me dejé hacer el culo, pero por acá no pasó nunca -completó señalando su entrepierna- no querida, algún misterio tenés que guardar. No podes entregar todo...

Buscó las palabras unos instantes y se despachó con una cuestionable metáfora literaria.

- Es como contar de entrada el final del libro, ¿quién te lo va a querer comprar, después? Ya llevo diez años dándole al dedo, pero ahora recojo los frutos.

Ana se quedó pensando en su seguidilla de fracasos sentimentales y en la rapidéz con que había ido al catre con todos. "Algo de razón debe tener", se dijo.

Y María sin desarmar su sonrisa triunfal y considerando que ya la visita no tenía mayor sentido miró la hora y dijo:

- Bueno, tengo que irme a retirar unos libros al turno del correo, pero hablame asi nos encontramos de nuevo. En lo posible antes del casamiento.

- Si, claro... te llamo... -dijo pensativa Ana.

María se quedó espectante, viéndola con ojos rutilantes.

- Ché -la sacudió del hombro- ¿no me preguntás cuando me caso?

Ana la miró como si la hubieran despertado de improvisto. Mecánicamente dijo:

- Ah, cierto... ¿cuando te casás?

- El sábado doce de enero de mil novecientos ochenta y cuatro. Es decir, éste sábado.

Ana sintió que el puñal se revolvía entre sus limones.

- ¡Este sábado! ¡pero ché, tengo que prepararme la ropa para ir a verte a la iglesia! -Protestó.

- No solo a la iglesia. Quiero que vengas a la fiesta también -puso una sonrisa cómplice y comentó:

- No sabés los amigos que tiene Manuel... quién te dice que no te enganchás alguno y zafás de quedarte a vestir santos.

Ana le hubiera tirado cross de derecha pero obvia y falsamente sonrió como restándole importancia al asunto.

- Pero ché, que te creés... ¿que estoy de liquidación?

María sonrió con la boca cerrada he hizo un gesto como diciendo "¿y qué te parece?".

Ya en la puerta acordaron volver a llamarse antes de la boda y Ana solo desarmó su sonrisa de careta para besarla ruidosamente. Hasta que cerrando la puerta detrás de María tiró la sonrisa al carajo y repitió la frase que había pensado diecisiete minutos antes. Pero ahora en vos alta.

- ¡Reputa madre que la reparió, hasta esta yegua tiene mas suerte que yo!

Y se sintió tan desgraciada que, apoyándose contra la puerta, comenzó a llorar amargamente (desde su ojo izquierdo) la terrible mala leche de su destino ingrato.

Después de unos instantes miró la hora (borrosa) en su reloj y viendo que eran las cuatro menos cuarto de la madrugada decidió tres cosas (por orden de inmediatez): dejar de llorar, irse a dormir y casarse.

Podría decirse que cumplió con las tres enseguida porque dejó de llorar, se fué a dormir y soñó que se casaba:

Entre nubes, ella llegaba en cámara lenta al altar del brazo de su padre. El cura le preguntaba con una voz deformada si quería casarse y ella gritaba que sí con desesperación. El cura entonces, repetía la pregunta con el novio y cuando Ana escuchaba el "sí" se volvía radiante a mirarlo y se encontraba con su propio rostro.


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