Escribiendo una novela on-line

Bienvenidos a la cocina de una novela. Dia a dia, encontraran publicado el refinamiento del material original de mi novela "Santana". Que lo disfruten.

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Location: Las Palmas de Gran Canaria, Las Palmas, Spain

Supongo que me parezco a lo que imaginan de mi mis lectores.

Tuesday, June 07, 2005

Capitulo XLVI



Al otro día, Ana pasó la mañana sentada tranquilamente en el jardín. Tomando mate y leyendo algunas de las revistas del corazón que encontró en la cocina, abajo de la mesa del televisor.

Hasta la tarde no habría ningún monstruo y habían acordado, con Ema, que ella no atendería la puerta. Que se quedaría dentro de la sala de masajes para ir conociéndolos de a uno.

Eran casi las dos de la tarde, cuando entró a la cocina a cocinarse un bife. Ema llegaría a las tres y cuarto más o menos. En su sobremesa solitaria se prendió un faso y siguió leyendo una extensa nota que le habían hecho a María Marta. María Marta sonreía, inmensa como un elefante, en alguna calle de Miami y algunos transeúntes miraban la escena con curiosidad. Uno de ellos, de perfil y algo borroso, le llamo la atención.

- Es igualito a Manuel, este guacho... -murmuró exhalando el humo y desestimando con una sonrisa.

A partir de las tres comenzó a sentir ruidos, gritos y golpes en la puerta. Y tal como habían acordado se fue para la última pieza de la galería. Sentada sobre la robusta mesa se dedicó a esperar. En pocos minutos sintió la voz de Ema y la llave en la puerta y luego el tropel entrando como vacas al corral.

- ¡Chicos, cuidado! -gritó autoritaria Ema. De acuerdo al ruido, los mogólicos estaban arrasando con todo.

Ana, vió la puerta de la sala entreabierta y temiendo que alguno se le metiera fue a cerrarla. La estaba poniendo llave cuando escuchó:

- ¡Herberto! ¡Animal, que me haces ca....! -y luego un fenomenal porrazo.

Instintivamente, Ana abrió la puerta y se encontró con Ema tirada en el piso, caída sobre el monstruo de la canastita y rodeada de cuatro mogólicos, un renguito y un enjuto. Un poco más alejados estaban el autista, el parapléjico y el macrocéfalo.

Este último, reía y se agarraba la exagerada cabeza con dos manos, que apenas si le tapaban las orejas.

- Me va a matad, me va matad... -gritaba riendo locamente.

Cuando Ana apareció en la galería se produjo un silencio instantáneo y denso. Lo rompió el enjuto, gritando, con la cara deformada de admiración:

- ¡Que tetas, mami!

Y al instante todos los monstruos se le fueron al humo rodeándola y gritando guturalmente.

Solo se quedaron en sus lugares el parapléjico y el de la canastita, que se retorcían desesperados por no poder llegar. Y obviamente el autista, pero este porque nunca se enteraba de nada.

- ¡Chicos! -gritaba Ema desde el piso, pero ninguno le dió la menor pelota.

- !Teeetaaaa!!Teeeetaaaa! -gritaban todos, estirando hacia Ana sus manos peludas. Con una mano la tocaban y con la otra se refregaban nerviosamente los bultos.

Como en la pesadilla de la noche anterior, Ana los apartaba enérgicamente. Abriéndose paso hasta donde estaba Ema tirada. Los monstruos se desplazaban con ella como centro geométrico. Empujándose unos a otros para manosearla mejor. Cuando se agachó para ayudar a Ema, una cantidad de dedos múltiplo de cinco, se le incrustó en el culo.

- Hay, hijos de puta...¡suelten! -se desquició.

- ¡Vamos, mierda!... ¡parecen perros alzados! -gritó Ema desde el piso, pateándolos.

- Dale, apurate que me culean -la urgió Ana.

- Todo culpa de este cabezón hijo de puta. Es obsesión que tiene con Rubencito. Por meterle el dedo en la oreja me hizo caer -protestó Ema, mientras se ponía de pié con la canasta entre los brazos.

- ¿Cómo estás? - preguntó mirando dentro de la canasta.

El tal Rubencito tenía los ojos desmesuradamente abiertos y no los apartaba de los limones de Ana.

- Bien... bien... -exclamó, relamiéndose con admiración.

Ana (que al borde del ataque de histeria esquivaba manotones), cuando vio ese engendro, mirándola así, sintió náuseas. “Parece una cabeza decapitada que habla”, pensó y la idea le revolvió las tripas. En la cara, la repugnancia le estiró los labios para abajo.

- ¡Chicos, chicos! -le gritó Ema a los manoseadores. Pero ninguno de los pavotes le dio pelota.

Dejó entonces la canasta en el piso y descolgó de la pared un cinturón viejo de hebilla herrumbrada. Eligió al azar un mogólico cualquiera, gritó “¡mierda!” y con el lado de la hebilla le encajó un soberano cintazo por el lomo. El mogólico largó las tetas con un aullido. Y al instante, los otros se apartaron también.

- ¡Atención, carajo!... -gritó Ema blandiendo el cinto.

Finalmente se hizo un silencio atemorizado. Todavía con el ceño fruncido les presentó a Ana.

- Esta chica tan linda se llama Ana. Y desde hoy va a vivir con nosotros... ¡pórtense bien y no la hagan renegar!

- ¡Viiivaaa! ¡vivaaaa! ¡tetaaa! ¡teettaaa! -se escuchó.

Pero los únicos que parecieron entender fueron el renguito, el cabezón, el enjuto y el de la canastita, que festejaron con desbordante alegría.

Los demás monstruos no dieron señales de enterarse de nada. Y los cuatro mogólicos se dedicaron, codo con codo, a pajearse frenéticamente, babeándose y mirándole las gomas.

- ¡Que arrastre negra! -le dijo Ema sonriente señalando al cuarteto.

- Te los regalo -suspiró Ana.

A todo esto el macrocéfalo se había acercado subrepticiamente por detrás de Ema y en un descuido de esta, le tiró un manotazo al de la canastita. La cachetada estalló ruidosamente en la mejilla del tal Rubencito, que empezó a llorar al instante. Ema, como una saeta, se dio vuelta y le cruzó, al cabezón, la cara de un bife. El macrocéfalo salió gritando guturalmente.

- Mada, mada, mada.

- ¡Seguí jodiendo y te cuelgo para abajo, hijo de puta!... -lo amenazó- ¡se te va a reventar la cabeza!

Y volviéndose a Ana le dijo:

- ¡Vení!... Vamos a empezar con Rubencito ya que estamos... -Y se metió en la pieza de masajes con la canastita.

Desaparecida Ema, un mogólico se le fue encima a Ana y la agarró brutalmente de las tetas. Otro, que también quería apretar, lo empujó al primero haciéndolo caer pesadamente al piso. Hecho una furia, el mogólico caído, se levantó y le pegó un violento derechazo al usurpador, empujándolo contra la pared. Comenzaron, entonces, a fajarse con tremendos mamporros en las respectivas cabezas, como dos trogloditas. Se pegaban ininterrumpidamente, con furia criminal, pero al parecer sin sentir dolor.

- ¡Che, Ema vení, que estos dos se van a matar!... -le gritó Ana, impresionada.

Ema, tranquila, desde la pieza le dijo:

- Vení, dejálos que no les hace nada. Más tarados seguro que no van a quedar... a lo sumo se nos arregla alguno.

Sorprendida y horrorizada simultáneamente, Ana, entró a la pieza.

- Cerrá la puerta -pidió Ema mientras le quitaba la ranita que llevaba puesta, al monstruo de la canastita.

Ana se acercó de a poco como para acostumbrarse a lo que veía.

- Ayudáme, vení -dijo Ema.

Ana se acercó. El monstruo estaba desnudo y su cuerpito morboso parecía el de un bebé viejo (si cabe el adjetivo), con unas carnes fláccidas y estriadas. Entre las piernas reposaba un miembro pequeño, pero más grande de lo que correspondería a un recién nacido.

- Teneme la canasta... No, mejor tenémelo a Rubencito -le pidió Ema.

Ana que naturalmente hubiera dicho que no, presionada por la situación estiró los brazos y lo agarró por el cuerpito. Asqueada, lo suspendió en el aire, con los brazos estirados al máximo y la mirada puesta en otro lado.

- ¡La cabeza! ¡la cabeza! -gritó el monstruo y Ana se volvió de costado para verlo: tenía la cabeza colgando y parecía que podía quebrársele el cuello.

- Sostenéle la cabeza levantada. No tiene fuerza en el cuellito y se puede ahogar... -dijo Ema que en el piso le cambiaba las sábanas a la canasta.

Ana, sin poder ocultar la repugnancia le tomó la cabeza con una mano y se la alineó con respecto al cuerpo, siempre con los brazos estirados al máximo.

El monstruo la miró con una expresión nefasta y le dijo:

- Gracias, pero... ¿sería mucho pedirle que me ponga como me pone Ema?

Ana la miró a Ema.

- Ponételo contra el pecho, como a un bebé -dijo guiñándole un ojo.

Ana, puteando por dentro, respiró hondo y acercó los brazos hasta si, pero sin apoyarlo contra su pecho. No hizo falta, apenas estuvo lo suficientemente cerca, el engendro aprovechó y le pego un súbito chupón entre la tetas. Ana horrorizada lo revoleó por el aire.

Fue la reacción rápida de Ema lo que impidió que cayera de cabeza enchastrando las baldosas.

Lo abarajó a medio metro del piso reprochándole.

- ¡Rubencito!... ¡mirá lo que conseguiste!... ¡te podrías haber matado, calentón!

El monstruo estaba pálido del susto y Ana, aterrada en un rincón, no podía ni abrir la boca. Ema lo puso sobre la mesa y recién entonces quedó en evidencia la pijita erecta del engendro.

- Ves lo que te digo... -dijo Ema sonriente, volviéndose hacia Ana.

Volvió otra vez la mirada hacia Ruben y le dijo:

- Dale Rubencito, hacétela tranquilo que nosotras salimos un minuto.

Y mirando nuevamente a Ana propuso:

- ¿Tomamos unos mates?

Salieron al quilombo de la galería y abriéndose paso a los empujones, lograron llegar a la cocina. Ema cerró la puerta tras de si, apagando el ruido del quilombo.

- Ema perdonáme, pero no quiero saber más nada. Es demasiado para mi.

Ema puso la pava en el fuego y sonrió.

- No tenés nada peor que conocer. Lo peor es la primera impresión.

- Me dan asco y no lo puedo disimular...

- Eso es ahora... te juego lo que quieras que la semana que viene ya te acostumbraste...

- No me voy a acostumbrar más.

- Pero boluda...¿cómo que no te vas a acostumbrar? ¡si son solamente tres!

- ¿Como tres?

- Claro, masajes solo les hacemos a Ruben, al macrocéfalo y al mogólico cuadrapléjico. Los demás están en guardería.

- ¿Solo esos tres? -repitió Ana.

- Claro. Y dejáme que te diga que lo peor ya pasó. Porque de los tres el más impresionante es Rubencito.

- Que sé yo... -Suspiró Ana lánguidamente, viéndola hechar agua al mate.

- Mirá -dijo Ema chupando el primero- si para la semana que viene todavía te impresionás y querés dejar, dejás. No hay problema...

Cebó otro mate y se lo alargó. Ana agarró el mate pero negó con un gesto. Ema insistió.

- Dale, hace la prueba... una semana, nomás.

Ana chupó el mate pensativa, mirando el piso. Finalmente levantó la vista y dijo:

- Bueno, dale. Hagamos la prueba... una semana.

Ema sonrió feliz.

Fumaron todavía un par de cigarrillos y se tomaron unos mates más. Hasta que Ema se puso de pie.

- Bueno, vamos, que aquel ya debe haber terminado -dijo caminando hacia la puerta.

- No, por hoy basta para mí. Andá sola.

Ema la miro divertida.

- ¡Sos desatenta, che!, ¡no ves que la paja, se la hizo pensando en vos!

Le reprochó saliendo de la cocina a las carcajadas.

Ana sonrió con una mueca, luego se mordió el labio inferior, levantó las cejas y se cebó otro mate.

Ema, por supuesto, no se equivocaba.

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