Capitulo XLIII
Al día siguiente, el sol entraba por la ventana de la habitación del Dos y tal vez fueron sus rayos los responsables de que se despertara embotado, pero optimista.
“Ya es hora de que lo llame a Manuel. Debe estar preocupado. Le voy a decir que la rehabilitacion la voy a hacer en Europa o en Norteamérica. Allá arreglan cualquier cosa”, pensó iluso, mientras tocaba el timbre para llamar a la enfermera.
- Señorita necesito hablar por teléfono... -le dijo apenas llegó.
- Ahí tiene señor. Tiene línea directa -dijo la enfermera señalando la mesa de luz y más precisamente, el teléfono gris perla.
El Dos, que no podía moverse le pidió de mal humor:
- Dísqueme, por favor. No ve que no puedo moverme...
- Oh, disculpe. Lo olvidé -sonrió la enfermera caminando hacia el teléfono.
El Dos le dijo el número y la chica discó. Un teléfono sonó, inútilmente, en Barrio Martin. Nadie atendió.
- A ver, pruebe con este -dijo el Dos y le recitó los números de sus administradores.
Instantes después, la enfermera decía con voz impersonal.
- Un momento que le van a hablar...
El Dos tomó el teléfono, pero la mina del otro lado no le entendía y se la pasaba preguntando “¿quién habla?”. Pocas cosas sublevan más que no ser entendido. El Dos tiró fastidiado el teléfono al piso. La enfermera se apresuró a levantar el tubo.
- Un momentito... -contestó en el teléfono y volviéndose al Dos-... ¿con quién quiere hablar?
- Dígale que le comunique con cualquiera de los titulares.
La tipa repitió la frase y se volvió al Dos.
- ¿Qué le digo?
- Digale que quiero saber como está todo.
Luego de un instante de espera, la enfermera transmitió el mensaje y del otro lado comenzó la contestación. El Dos se dedicó entonces a desentrañar, inquieto, el significado de las caras que la enfermera puso durante los diez minutos que tardaron en contestarle. Cuando finalmente colgó le preguntó ansioso.
- ¿Y? ¿qué le dijo?
Desesperado, intuyó la respuesta cuando vió que la mina preparaba una inyección.
- Bueno, -dijo chupando con la jeringa el contenido de una ampolla- me dijo que su socio fue con un poder y... -lavando la aguja con un algodón- retiró todos sus bienes para pagar por adelantado sus gastos de internación, -haciendo asomar una gota por la punta- también me dijo que su socio no está, -clavando la aguja en el brazo- que cree que está en Miami y que supone que no vuelve más... me dijo también que sacó un crédito de un palo verde y que -desclavando la jeringa- puso todo como garantia... dice que La máquina de parir fue clausurada por la liga de la decencia y que el que más se clavo fue el banco... -frotando un algodon en el pinchazo-... y dice que lo lamenta... -y mirándolo a los ojos- ah, y que le manda saludos y le desea una pronta recuperación.
El Dos que venía repitiendo “no puede ser” con un hilo de voz, envenenado de odio y de impotencia, terminó gritando gangosa y desesperadamente:
- ¡Hiiijo de puuutaaa!...
Y mientras bramaba su terrible “hijo de puta” se le apareció la última imagen de Ana. Aquella del retrovisor; llorando de rodillas en el parque, abrazada a sus mamadores.
Luego todo desapareció; la enfermera primero y el mundo después.
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