Escribiendo una novela on-line

Bienvenidos a la cocina de una novela. Dia a dia, encontraran publicado el refinamiento del material original de mi novela "Santana". Que lo disfruten.

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Location: Las Palmas de Gran Canaria, Las Palmas, Spain

Supongo que me parezco a lo que imaginan de mi mis lectores.

Monday, May 30, 2005

Capitulo XLII


Histérica, sucia, muerta de sueño y sin tener adonde ir, Ana no encontró mejor sitio que el hospital. Por suerte, estaba Ema de guardia.

- ¿Qué hacés, nena, tanto tiempo? -la saludó Ema de buen humor y oliendo el aire agregó- ¡No me digás nada, desayunaste con jugo de naranjas!

Ana la miró con fingido odio.

- ¡Que cara, mamita!

- ¿Vos también querés que te mande a la concha de tu madre? -preguntó con un dejo de ironía, derrumbándose sobre una silla.

- Si te hace felíz... -sonrió Ema poniendo la pava.

- En menos de una semana me pelié con todo el mundo... y la rematé hoy. Mi vieja, me acaba de echar de casa... -confesó extenuada, observando los innumerables dibujos de pijas que había en virome sobre el nerolite. "ANA PUTA", decía un cartelito con la letra del radiólogo. Sonrió.

- ¿Te echó tu vieja? -preguntó Ema incrédula.

Ana afirmó con la cara.

- ¿Por?

Ansiosa por descargarse Ana le contó desde la pelea con el Dos hasta el polvo con Esteban. Ema escuchó todo con atención, pero fue la historia con el rengo la que más le interesó. Ana lo notó en la cantidad de precisiones que pedía. Cuando terminó el relato, Ema le extendió un mate y dijo:

- Mierda, ¡que racha, nena! ¿Y ahora, que pensás hacer?

Ana rechazó el mate con cara de asco.

- Puajjj, dejame. Estoy verde de mates...-y retomando la pregunta-. Mirá no sé. Maldita la hora que renuncié al hospital. Por ahora, si puedo, me tiro a dormir un rato acá y después no sé. Tampoco tengo mucha plata.

- No, yo te digo para después... ¿que planes tenés? ¿adónde vas a ir a vivir?

- No sé. No tengo nada pensado. No hace ni media hora que me echó mi vieja. No sé, buscaré laburo de cualquier cosa y me iré a alguna pensión.

Ema encendió un faso y se lo pasó. Luego prendió otro para ella misma. Carraspeó, pitó, exhaló el humo y le dijo:

- ¿Porqué no te venís a casa?

Ana la miró sin contestár. Ema insistió.

- Si, sonsa. Venite a casa...

Ana sonrió y se encogió de hombros.

- Y bueno, gracias. Dale -aceptó.

Ema no ocultó su alegría.

- Total a mi me sobra una pieza. Y después, si querés, a lo mejor hasta me podes ayudar con mi curro...

- ¿Qué curro?...-preguntó Ana y enseguida se acordó- ¡ah, ya sé!... ¿es ese secreto que tenías?

Ema asintió en silencio.

- ¿De que se trata?

La flaca pegó un vistazo a la puerta de la cocina para ver si venía alguien y luego le dijo bajito, como en una confesión.

- Hago guardería y masajes para tarados y deformes.

Ana estuvo unos instantes en silencio, anonadada, y luego estalló en una carcajada.

- ¡Tenés una casa de masajes para deformados! -exclamó muerta de risa.

- Ché, pará... ¿qué te pensás?... son masajes en serio... ¿o te creés que les tiro de la goma?

Ana paró de reír y repitió entre incrédula y sorprendida.

- ¡Masajes a deformados!

- Claro... -explicó Ema- a la mayoría de las masajistas les dan asco o impresión. Así que me los mandan a mí. No sabés la clientela que tengo... ¡tengo los guachos más deformados de Rosario y sus alrededores!

Ana no logro reprimir la carcajada.

- ¿Y como fué que te quedaste soltera, entonces?.

Ema también rió.

- La puta que te parió. Vos no sabés lo que son. Son terribles. Tanto a los mongólicos como los deformados, parece que lo único que les funciona bien es el choto... ¡y tienen cada manguera! -exclamó con énfasís.

- ¿Entonces es cierto lo que dicen?

- Ufff, -exclamó Ema sacudiendo una mano- ... apenas los tocás ya se ponen así... -dijo poniendo la mano derecha en la articulación del brazo izquierdo y levantando el puño con gesto enérgico.

Ana estalló en una carcajada y preguntó malintencionada:

- ¿Y que hacés cuando se les para?

- ¡Estás loca!, los mando de paseo... a pajearse y a otra cosa... ¡nooo, querida!, ¡masajes y nada más!

Ana recordó a Esteban y dijo:

- Pobres tipos, seguramente las putas tampoco les dan pelota.

Ema frunció el ceño.

- ¿Qué?...a los renguitos todavía. Pero a los otros... ¿qué puta les va dar bola?... ¡noooo!... Vos no sabés lo que son... ¡son monstruos! ¿qué puta se va a encamar con un macrocéfalo o con un parapléjico o con uno de crecimiento retardado?... ¡¿Te imaginás si quedás preñada de un guacho de esos?!... ¡Imposible, así que viven a las pajas limpias, pobrecitos! ¡son todos de palma peluda!

- Ché, ¿y tan repugnantes son?

- Y mirá... yo ya estoy acostumbrada. Es como todo, ¿viste?, cuando te acostumbrás no es nada. Pero de primera, te la voglio dire -gesticuló sacudiendo una mano.

- Mierda, ¡lo que deben ser! -exclamo Ana intrigada.

- El museo de cera es un poroto al lado de mi casa.... Parece un club de monstruos, parece...

- ¿Y los tenés todo el día?

- No, solo de tarde. Todo el día te morís. Para las cuatro ya están todos en la puerta. Y vos vieras como les gusta estar en casa... ¿qué queres?, se sienten en familia... se sienten normales. Si ahí en casa, para ellos la única anormal soy yo... -y llevándose las manos a la cabeza- ¡Pero me arman cada quilombo!

- Estoy intrigadísima -dijo Ana apagando el faso.

- Hoy los vas a ver... -y apagando su faso también, sacó una llave del bolsillo del guardapolvo.

- Tomá. Esta es la llave de casa. Andá a tirarte un rato que yo después voy para alla.

Ana la miró burlona.

- ¿Será mucho pedir que me digas donde queda?

Ema sonrió.

- Puta, tenés razón. Te tenés que tomar el trole para ir. Anotá.

Ana sacó una virome y su libretita de teléfonos. Ema se puso a su lado y controlando lo que Ana escribía, le dictó:

- Damas Mendocinas... mil... setecientos... ochenta... y... nueve.


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