Escribiendo una novela on-line

Bienvenidos a la cocina de una novela. Dia a dia, encontraran publicado el refinamiento del material original de mi novela "Santana". Que lo disfruten.

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Location: Las Palmas de Gran Canaria, Las Palmas, Spain

Supongo que me parezco a lo que imaginan de mi mis lectores.

Saturday, April 09, 2005

Capitulo XIII

Sobre las ocho de la noche, Ana se daba aún los últimos retoques. Llevaba puesto el mismo vestido que usó en el civil de María. Y ayudada por su ego, miraba contenta su imagen en el espejo. Se veía imponente, seductora: una auténtica guacha divina. Eso la puso de excelente humor. Miró su relojito pulsera y decidió asomarse para ver si su pretendiente había llegado. Espiando con cuidado de no ser vista, comprobó que todavía el candidato no aportaba. Así las cosas camino hasta la esquina para ver si venía, aunque fuera a lo lejos. Pero nadie como él se desplazaba por las innumerables intersecciones de su barrio saturado de diagonales.

- ¿Quién mierda se cree que és este, para hacerme esperar? -se dijo, largando un eructo ácido que le recordó los fideos del mediodía.

Ya volvía a entrar cuando, como una aparición, después de un pestañeo lo vió venir. Sonrió y levantó la mano para contestar a la mano que ya agitaba el aire para saludarla. Y poniendo el índice de una mano perpendicular a la palma de la otra, lo detuvo pidiéndole un minuto. El quedó entonces en la esquina de la avenida y ella haciéndose la mariposa se metió raudamente en la cueva de sus viejos.

En la cocina, vacío por la ausencia de fútbol en el televisor, su padre escuchaba lánguidamente un tanguito amargado. Mientras mirando el vacío succionaba uno de esos mates endulzados con sacarina que su mujer le cebaba en la media luz difusa del atardecer.

Entrando como una tromba, Ana le quitó a su padre el mate que tenía a flor de labios y se lo tomó de una sola succión.

- ¿Donde vas? -inquirió su madre.

- A dar una vuelta, mami -contestó con un dejo de fastidio, al tiempo que manoteaba apurada la carterita de plástico negro que descansaba sobre la mugrienta heladera.

Balanceando las ubres, Ana fue al encuentro de Manuel Dos (a quién de ahora en más y por economía de palabras, llamaremos simplemente "Dos") sabiéndose filmada. Ya frente a frente sonrieron y besándose en las mejillas, comenzaron a caminar por la avenida.

- ¿Adonde vamos? -preguntó Ana, armada con una sonrisa que de ahí en más luciría con carácter permanente.

El Dos que andaba cortado, se hizo el sensible y dijo.

- ¿No te parecería adorable a esta hora charlar frente al río y las islas?

- Si, amo el río al atardecer -consintió Ana, que entusiasmada lo miraba y se decía que estaba mejor que en su recuerdo.

Cruzaron el Boulevard Rondeau y por Nansen le dieron hasta J.C. Paz, donde doblaron hasta Olivé para entrar al parque por el Hospital de Niños. La noche se descolgaba, mientras ellos caminaban y charlaban de boludeces propias de los que no se conocen y tratan de impresionarse. Se pasaban el mismo cigarrillo y se reían de cualquier pavada, como fumando un porro. Tenían buena onda y la sentían; él era Humprey Bogart y ella Marilyn Monroe.

Sin darse cuenta llegaron hasta los barandales que dan al arroyito de la vieja Estexa. El Dos sabiendo que la noche pega más fuerte por ahí, descartó rápidamente el río y propuso quedarse para fumar acodados en la baranda. Como se quedaron sin fasos levantaron un par de colillas largas del piso y las prendieron riendo, con complicidad. Como en las telenovelas.

Luego de un rato de charla animada, se les hizo un silencio espeso. Llegaba la vertiginosa hora del beso y las palabras salían rebuscadas y falsas, a taparlo.

- Que bien se está acá -decían y con el olor a muerte del agua se estaba para el culo.

- Que lindo es el río -aseveraban mirando el agua turbia y espumosa del arroyito que día tras día contaminaba la empresa empleadora de las obreras mas imponentes del mundo.

A veces sonreían de nada o se chocaban los comentarios en el apuro por romper el turbador silencio.

Ana apoyaba las tetas sobre el cemento pelado de la baranda y él se hacía el que contemplaba el arroyo, pero miraba otra cosa. Ella estaba en pendeja virginal; hacía mohines y largaba boludeces caprichosas, con tono de nena mimada. Mientras él para la ocasión elegía, como ya dijimos, un rol de tipo de duro al estilo Bogart y largaba frases de tipo que está de vuelta. Aspiraba con eso a impresionar a la virginal tetona. Curiosidad de los roles y costumbres: él, que había cogido bastante menos de lo que hubiera querido, se hacía el cogedor y ella que tenía kilómetros de pijas encima la iba de 0 Km. Pero en fin; les gustaba la novela y querían creérsela. Y es sabido que no se necesita la verdad para creer.

En el arroyo, los peces agitaban el agua con movimientos súbitos, revoloteando cerca de ellos como perros pidiendo comida.

Y la noche transcurría entre mentiras e impostaciones:

- Para mi el amor es la meta -declamaba ella, ante la mirada falsamente atenta del Dos, que por su parte aportaba su cuota de cursilería y lugar común:

- Y yo ya estoy cansado de relaciones de utilería... -y para impresionar más aún-...estoy como cansado del amor sin amor, ¿no sé si me entendés?

Ella, montada sobre la ola romántica posó la mirada en el infinito y sin que se le mueva un pelo, largó:

- No concibo como puede haber gente que haga el amor solo por hacerlo. Sin sentir nada por el otro. ¡Es espantoso! -y como buena falsa lo dijo con convicción.

- Si, es como tomar agua sin sed -coincidió él en una patética metáfora.

Los peces asomaban la cabeza de la superficie negra y abrían la boca. Sus ojos redondos lucían asombrados contemplando las gomas de Ana.

El, para tapar su estúpida comparación, se apresuró a decir:

- Es espantoso... la sensación de vacío que viene después es insoportable. Mirá, dan ganas de tirarse por la ventana...

- Me imagino -otorgó ella en el colmo de la falsedad.

El pareció a punto de agregar alguna boludez adicional, pero se interrumpió súbitamente. Estaba por aplicar uno de sus remanidos trucos besuqueadores. Mirando el cielo por sobre la cabeza de Ana, dijo con ojos sorprendidos:

- ¡Mirá! -señalando con el dedo un dudoso punto en el espacio.

Ana se volvió rápidamente.

- ¿Dónde? -preguntó mirando inútilmente en todas direcciones.

- Pucha, te la perdiste -dijo él, con falso pesar.

- ¿Que cosa?

- Una estrella fugaz.

- ¡Hay, que hermoso! -exclamó Ana, siempre en su rol de romanticona.

- Tenemos que pedir tres deseos, ¿no te parece? -preguntó él.

- No, vos que la viste tenés que pedirlos -corrigió Ana.

- Bueno, pero yo no necesito tres, con uno solo me alcanza. Así que permitime que te obsequie dos -explicó, mirándola intensamente. Como preparando el terreno.

Ana, que sabía muy bien lo que seguía puso cara de circunstancia, agradeció los dos deseos y preguntó colaborando con la farsa:

- ¿Se puede saber qué es eso que tanto deseás?

Algunos pececillos saltaban sobre el agua.

- Lo que yo deseo es algo extraño...

- ¿Porqué extraño? -preguntó ella realmente intrigada.

- Porque solo si cerrás los ojos lo vas a poder ver -explicó él intrigante.

Ella cerró los ojos, le acercó la cara hasta casi tocar la suya y preguntó de nuevo:

- ¿Qué es?

- ¡Esto! -dijo él encajándole un repentino y apasionado chupón.

Ella se dejó abrazar y abrió la boca para recibir esa lengua que maratónicamente le recorrió encías, espacios intermolares, arreglos, extracciones y amígdalas. Para finalmente terminar anudándose en moño con su propia, áspera y enorme lengua.

Se chuponeaban con avidez. Desesperadamente. Con chupones afiebrados. Delatores de la calentura descomunal que cargaban. Se despegaban solo para lamerse la cara y chuparse las orejas o los cuellos: eran dos babosos del órdago.

Y mientras la parejita romántica y soñadora hervía contra el barandal, los peces saltaban cada vez mas altos. Un moncholo de regular tamaño, por ejemplo, saltó hasta rozar la mano de Ana, que interrumpió un chupón para decir:

- ¡¿Viste qué hermoso?! -pero enseguida fue callada por la hiperactiva lengua del Dos. Que mientras la chuponeaba deslizaba el brazo como un reptil hasta su gigantesca teta derecha. Ella, con los ojos cerrados en éxtasis romántico, hacía la que no se daba cuenta. La mano de él se posó sobre la teta, primero suavemente (como tanteando la reacción) y cuando vió que no pasaba nada comenzó a acariciarla con ansiedad, recorriéndola y apretándola.

Para cuando el Dos comenzó a bajarle la blusa, ella ya estaba en otro mundo. Su promesa de no entregarse de primera moría irremediablemente, ahogada en un caliente mar de adrenalina. Tanto es así que llegó al extremo de guiarle la otra mano bajo la blusa para quedar agarrada de las dos tetas (así se calentaba parejo). El entonces dejó de chuponearla para sacarle una de las gomas afuera y abalanzarse desenfrenadamente sobre la glándula, como un frenético lactante.

En el preciso instante en que aplicaba su boca sobre el pezón de Ana, un pez más grande que todos los anteriores, saltó del agua y como una flecha (con la boca abierta en forma de "o" y las agallas abiertas) se prendió también del generoso pecho. Ana horrorizada, lo desprendió y lo arrojó al agua, pero ya otros dos peces saltaban y se prendían también de la goma y luego otro y otro y eran cada vez mas grandes los que salían a chupar.

En pocos instantes el agua fue un hervidero. Y mientras Ana se arrancaba los pescados, el Dos indiferente a todo chupaba, lamía, mordisqueaba y trataba absurdamente (como todos sus predecesores) de meterse la totalidad de la teta en la boca. Apartando mecánicamente a los pescados, como si fueran mosquitos. Sin conciencia de lo que ocurría. Dopado de calentura.

Recién reaccionó cuando un surubí de unos veinticinco kilos saltó sobre la goma y le pegó en la cabeza.

- ¿Eh, qué carajo pasa? - preguntó con voz ronca, volviéndose hacia el riacho. En la superficie negra del agua, unas burbujas gigantescas emergían salpicando todo el barandal e inundando la vereda.

Los dos entonces dejaron de apretar para, premonitoriamente, retroceder unos pasos sin quitar la vista del riacho. Las burbujas en la superficie eran cada vez más enormes y sus ojos miraban el agua dilatados de horror. Hasta que un temblor de terremoto sacudió el piso y un silencio espeso e insoportable dió paso al estallido de las aguas, que se abrieron súbitamente entre gigantescas olas, dejando emerger la brutal cabeza oscura de un cachalote del tamaño de un colectivo de ruta, que como un delfín saltó por el aire cayendo pesadamente y destrozando en su caída el barandal y la vereda. Para quedar con medio cuerpo afuera del agua, sobre la vereda.

Con una mirada torva en sus ojos laterales y entre mugidos ensordecedores, la colosal criatura, hacía fuerza con su gigantesca cola, tratando de trepar sobre la calle para apretar entre sus mandíbulas incrustadas de plancton y musgos de las profundidades los pechos más enloquecedores de la creación.

Ana y el Dos corrieron como locos por las calles vacías, en cualquier dirección. Hasta que el cansancio venció al horror seis cuadras después. Curiosamente sobre la puerta del único telo de la zona.

Se miraron inquisidoramente entre jadeos y se metieron un instante después, sin mediar palabra. El no tenía un mango, pero le pareció prudente hacerse cargo de la situación sin preguntar como andaba ella de efectivo. Como siempre en esos casos se desprendió el reloj pulsera y fue hasta el conserje. El tipo miró bien el reloj y metiéndolo en un cajón, dijo que si.

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