Escribiendo una novela on-line

Bienvenidos a la cocina de una novela. Dia a dia, encontraran publicado el refinamiento del material original de mi novela "Santana". Que lo disfruten.

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Location: Las Palmas de Gran Canaria, Las Palmas, Spain

Supongo que me parezco a lo que imaginan de mi mis lectores.

Saturday, May 14, 2005

Capítulo XXXIII


A las dos y media de la madrugada del lunes Manuel y María dormían. María descansaba de costado y Manuel, en la misma posición, se la apoyaba por atrás.

Era pleno Junio y la noches eran frías. Pero como estaban tapados de frazadas, María, soñaba que vendía libros en un caluroso desierto y Manuel que ya era millonario y estaba garchándose a dos mulatas impresionantes en las playas del caribe. Una de ellas, en el sueño, le agarraba la poronga (que en el sueño era larguísima) y jugueteaba con ella infantilmente (si cabe la expresión) cuando de repente, de atrás de una palmera, aparecía María echa una furia.

A las dos y media de la noche, Manuel, quebró el silencio de la madrugada con un aullido de dolor y se sentó en la cama como un resorte, con los ojos alucinadamente abiertos. Le pegó una brutal trompada a su mujer en la espalda (que retumbó en la habitación) y le espetó:

- ¡Bruta, hija de puta! ¡¿como me vas a retorcer la poronga así?!

María se despertó a medias y negó todo con voz dormida.

Esta hija de puta me controla hasta los sueños”, refunfuñó Manuel frotándose el miembro dolorido. Y dando por terminado el asunto se dió vuelta hacia el otro lado, de espaldas a ella.

María semidespierta por la trompada, sintió un cosquilleo en el culo. Ronroneó su protesta, por pereza de hablar, y pensó “este siempre el mismo sádico; primero me pega una trompada y después se calienta y me toca el culo”. Pero el cosquilleo le resultaba grato, así que dejó de quejarse para sumergirse nuevamente en los vapores del sueño. Ya volvía a su desierto cuando de repente un dedo brutal se le clavó en el ojete, como una saeta. Saltó en la cama y manoteó la perilla del velador vociferándole:

- ¡Pero que hacés, che! ¡me lastimaste el culo con la uña! ¡dejáme dormir, querés!

Manuel ni le contestó. Ella encontró la perilla de la luz y la trató de encender, totalmente al pedo: si llevaban tres meses sin electricidad.

- Puta madre, con la luz... -masculló y tanteó los fósforos.

Los encontró y prendió una vela anémica que descansaba sobre la mesa de noche. Se volvió hacia su marido y noto, extrañada, que roncaba. Sintió, entonces, súbitas ganas de mear y se levantó; inmensa y pesada como un tanque de guerra. Con la vela en la mano, fue al baño. Puso la vela sobre la pileta, se volvió para sentarse en el inodoro, levantó la falda y se vio en el espejo:

- ¡Ahhhh! -gritó desaforada. Manuel saltó en la cama del grito.

- ¡¿Qué pasa?! -gritó desde la pieza.

María controlando apenas el horror que sentía, gritó espantada:

- ¡¡Me creció una pija!!

Manuel corrió hasta el baño y la vió a su mujer vuelta hacia la pared con los ojos cerrados de espanto. Bajó la vista hasta sus piernas y vió, agitándose en el aire, un bracito con cinco, nítidos e inquietos, dedos en la punta.

- ¡Estas pariendo, boluda! -Bramó.

Recién entonces María se miró directamente entre las piernas y comprobó que no era una pija sino el brazo de su hijo.

- ¡Andá a llamar a Ana! ¡volá! -le ordenó y Manuel vistiéndose de apuro, corrió calle afuera, a buscar un teléfono en la madrugada.

Ese lunes por la noche, Ana estaba de guardia. Como de costumbre fumaba, insomne y preocupada por lo que pasaría con “su pareja” en caso de triunfar la máquina de parir. Su preocupación nacía del futuro de cuernos y desplantes que, sin ser un gurú, cualquiera (ella misma) le podía augurar.

Pensando en eso, deseó con todas sus fuerzas que La Máquina fracasara. Total a ella no le importaba el éxito, solo quería tener al Dos para ella. Y sin el éxito (suponía) tal vez tuviera alguna chance de lograrlo. Porque si bien es cierto que el guacho aportaba poco y nada, que la vivía, que la engañaba y que la usaba de forra; no era menos cierto que siempre caía al pie: si el pobre no enganchaba nada mejor.

Y temía la tetona enamorada, con razón, que el éxito se lo quitara. Porque con el éxito si que caerían esas yeguas que jamás le dieron pelota. Como aves de rapiña se abalanzarían sobre él con sus hermosos culos, sus discretas tetas y sus malas artes. Con sus rostros modelados en la abundancia, con su clase, con su tonada Jockey Club, con sus palabras de onda y sus pilchas de Nina Ricci. Y se lo quitarían. ¿Porque como podría ella competir? Ella solo tenía su amor. Su amor cargoso y regalado. Su amor de liquidación a 9 con 90. Su amor de calle San Luis.

Ella (lo sabía ya), era una mina de esas a la que cualquiera le echaría un polvo, pero con la que nadie se casaría. Era una mina para hacer tiempo hasta algo mejor y para convertirla, luego, en un lejano recuerdo de la mocedad. Para recordarla mil años después, alguna tarde de otoño. Para decir en rueda de amigos “yo de pibe me culiaba una mina que tenia unas tetas así... ¿Como era que se llamaba?... Claudia... Liliana... Antonietta. Bueno, no me acuerdo, pero, ¡que tetas, tenia! ¡madre mía! ¡que tetas! ¡no se podían creer!” y preguntarse con un dejo de melancolía (por el pasado, no por Ana): “¿qué habrá sido de ella?”.

Eso era. Un pecado de la juventud. Una mujer objeto. Dos tetas unidas a un ser humano. Una tetona enamorada con cartelito de 9.90 en la vidriera del amor. Carne de olvido. Nada importante.

Y un tipo como el Dos no dudaría, cuando viniera la buena (con infinidad de terneritas colgadas del gancho), le diría adiós a su viejo y servicial kilo de bofe. Así, a quemarropa, sin piedad ni anestesia. A la francesa, como dicen.

Ojalá le vaya para el culo.”, deseó muerta de celos a futuro y el estallido del teléfono le hizo pegar un respingo eléctrico:

RRRIIINNNGGGGG”

Era Manuel con la noticia.

- Tomen un taxi y vengan volando. Yo preparo la sala y le aviso al partero.

El partero no era otro que el radiólogo y la sala no era otra que la de rayos. Sobre cuya sólida mesa fornicaban todavía, pero muy de vez en cuando y ya casi desganadamente.

Ana lo despertó de un grito y mientras el amodorrado radiólogo se desperezaba, hizo un crestón verde con papel higiénico y lo colgó en la puerta.

Quince minutos después frenaba, chillón, un auto en la madrugada. Ana fue corriendo hasta la puerta y se encontró con María tapada con una frazada, ojerosa y pálida, colgando del brazo de Manuel. Con una manito asomada sacudiendo el desavillé.

La llevaron entre los dos hasta la sala, donde el radiólogo sonriente y dormido, indicó como ponerla. Una vez acomodada, Manuel rajó para el pasillo, desoyendo los vanos pedidos de Ana y de María, para que se quede a presenciar el parto. Muerto de miedo eligió fumar su ansiedad en el pasillo sórdido del hospital.

Con la música de fondo de los quejidos de María se fumó varios fasos hasta que escuchó el berrido amargo de su vástago. Sintió entonces el aluvión de la responsabilidad, eso que nunca había sentido. Se dijo “soy padre” y se puso solemne. Casi como un hombre golpeó la puerta para verlo.

Ana le gritó que pase, pero el cagón solo entorno la puerta vaivén, descubriendo apenas la escena semitrágica del parto. Todavía no había salido. Entre sangre y gritos, Ana con suavidad tiraba al matambre de los brazos. Observada con curiosidad por el radiólogo, que tenía todo el aspecto de un convidado de piedra. El recién nacido gritaba a todo pulmón. Tenía los ojos muy abiertos y en su berrido potente sonaban como palabras mal pronunciadas.

- ¡Brrra! ¡aputa! ¡brrraaaa! ¡aputa! -gritaba el energúmeno.

- Parece como si puteara... ¡y tiene los ojos abiertos! -comento risueño y admirado el radiólogo.

- Es que es precoz... -explicó Ana y volviéndose a María la arengó- ¡dale! ¡otro puje fuerte y lo largás!.

María pujó con fuerza, agarrándose con las manos de los bordes de la mesa y terminó de expulsar ese muñeco sucio y movedizo que gritaba a todo pulmón con el rostro congestionado y los ojos rutilantes. Ana lo tomó con la punta de los dedos y lo colocó sobre el pecho agitado de María. Recién entonces Manuel se animó a entrar. Se paró al lado de la mesa y miró esa prolongación de si mismo, que suponía, heredaría sus pocas virtudes y sus muchos defectos. Lo miró con atención, fijamente, ignorando a María que se lo enseñaba sonriente.

- Soy padre -dijo con voz de “no lo puedo creer”.

- ¿Y vos que sabés? -preguntó Ana sonriente.

Un rato después cayó el Dos (que había sido llamado por teléfono por Manuel) y entre los tres acompañaron a María que amamantaba felíz y demacrada a su primer hijo. Manuel lo miraba orgulloso y Ana lo encontraba parecido al radiólogo.

- ¿Dónde está el pan que trajo abajo del brazo? -preguntó el Dos.

- ¿Adónde va a estar, salame? ¡en el parque! -respondió Manuel.

- Cierto, por supuesto. A propósito María... (dijo dirigiéndose a María), no le des mucho la teta al nene, reservala para los clientes. Ahora con leche de madre podemos cobrar más caro.

El bebe dejó de mamar y se dió vuelta hacia el Dos.

- Parece que me mirara -comentó.

- Y con odio -agregó Manuel orgulloso y todos rieron. Pero era cierto.

Entonces el bebé eructó y todos festejaron. Luego volvió a la teta y los cuatro siguieron charlando, eufóricos. Discutiendo lo que había pasado el domingo con el psicólogo y las nuevas posibilidades que se abrían. Ana hasta se olvidó de sus deseos de fracaso. Los cuatro se entusiasmaron con el proyecto y las expectativas y se dedicaron a la grata y peligrosa tarea de dibujar el futuro. Aquella noche, pese a los dispares e incompatibles intereses que tenían los dos varones por un lado y las dos mujeres por el otro, se sintieron unidos y felices.

Pero la felicidad era una vela que se apagaba. El destino tejía.

3 Comments:

Anonymous Anonymous said...

actualizando lo capitulo....

6:14 PM  
Blogger Roberto Iza Valdés said...

This comment has been removed by a blog administrator.

11:38 AM  
Blogger Roberto Iza Valdés said...

This comment has been removed by the author.

1:15 PM  

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