Escribiendo una novela on-line

Bienvenidos a la cocina de una novela. Dia a dia, encontraran publicado el refinamiento del material original de mi novela "Santana". Que lo disfruten.

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Location: Las Palmas de Gran Canaria, Las Palmas, Spain

Supongo que me parezco a lo que imaginan de mi mis lectores.

Friday, May 20, 2005

Capitulo XXXV


Como ya vimos, la máquina fue un éxito total, prácticamente desde el arranque. La publicidad, boca a boca, entre torturados los llenó de clientes de todas las latitudes. Que, reacios a ser paridos, sacaban los tickets de a diez para reciclar en la cola. No había talonario que alcanzara. Se abría a las nueve de la mañana y se cerraba a las doce de la noche. Pero pese al éxito, la recaudación no llegaba a ser realmente importante.

El gran problema de la máquina era el tiempo de servicio; dado que solo se podía atender un parto cada quince minutos. Y de esa manera, pese a que se trabajaba quince horas por día, no se atendía a más de sesenta clientes.

Manuel y el Dos pensaron en la solución más sencilla; construir otra. Pero rápidamente debieron desecharla: el insaciable mayorista de favores comunales, a sabiendas del éxito de la primera, quería el setenta por ciento de la segunda. Así es que, desesperadamente, los socios pensaban y pensaban. Pero no pasaba nada.

Fue Ana, la que encontró la solución. Genial por lo sencilla:

- Ya lo tengo -dijo iluminada- ¡mellizos!

- ¿Mellizos? -repitieron los socios.

- Mellizos, ¿que problema hay? Que nazcan de a dos. Si total tengo dos tetas... -razonó con irrefutable lógica.

La idea resultó tan efectiva que en breve ampliaron el estanque y pasaron a tener trillizos y cuatrillizos. Definiendo este ultimo como limite máximo (para no tener que contratar más empleadas-tetas).

Un detalle, marginal pero interesante referente a esta novedosa técnica, fue el poderoso vínculo que se generaba entre aquellos desconocidos que eran paridos juntos. Era notable verlos salir abrazados o peleándose, pero tratándose como si se conocieran de toda la vida.

Pese al invento el tiempo de trabajo no disminuyó. Más bien todo lo contrario. La clientela amenazaba seriamente con no tener fin. Cuantos más clientes se atendían, más venían a reemplazarlos. Se terminaba una jornada y quedaban todavía colas de atormentados, llorosos por pasar al día siguiente.

Los del sábado se resignaban con relativa facilidad, pero los del domingo eran inconsolables dado que debían aguardar una semana para que les toque de nuevo. Como la cantidad remanente era importante, se decidió abrir los lunes también. Volvió a ocurrir lo mismo y entonces se resolvió abrir todos los días. Y para sorpresa y regocijo de los socios; todos los días la máquina trabajaba a full.

Entonces sí que comenzó la bonanza. La máquina se transformó en una máquina de parir billetes. Y como era de esperar todo cambio para los cuatro. Para Ana y María, por ejemplo la dedicación debió ser total. María, en consecuencia largó definitivamente los libros y Ana debió renunciar al nosocomio.


Hizo su última guardia una noche de martes. Y la despidieron con un mate cocido, el radiólogo y Ema en la cocina del nosocomio. Fue una cosa sencilla y emotiva. Para disfrutarla, Ana lloró a moco tendido. Y después de abrazos, promesas de encontrarse y adioses emocionados, salió compungida de su ultima guardia. Tratando de apretar por última vez en sus pupilas esas paredes descascaradas que se conocía de memoria. Alejándose de allí con esa tristeza dulce de las cosas que se van, de las etapas definitivamente cerradas. Del pasado que se va como un tren desde una estación.


Para Manuel y el Dos, en cambio, el giro fue más placentero y sustancial: Pasaron a dedicarse al ocio más absoluto y lujurioso, rentados por la miseria psicológica de esos pobres seres que solo ansiaban irse a la concha de su madre y no salir de alli nunca jamás.

Una vez establecido el ritmo de trabajo y con la información estadística de lo que se debía recaudar por día, empezaron a aportar solo al final del día para llevarse la recaudación.

Con las primeras cifras se compraron pilchas de primera, relojes fastuosos, cadenitas de oro y anillos para todos los dedos. Pero en sólo un mes de trabajo diario de la maquina, la recaudación fue tal, que compraron (con los billetes arriba de la mesa) dos lujuriosas cupés importadas. Manuel la eligió negra y el Dos roja (como la del sueño).

Y coronaron el sueño del pibe comprando un dúplex, con vista al río, en pleno Barrio Martin. Hicieron espejar una de las paredes del living y noche a noche contemplaron en su reflejo el desfile incesante de aquellas guachas que antes no les daban ni la hora. No tenía ni que ir a buscarlas, venían solas. Eran amigas de una amiga de un amigo. La guita, por supuesto, los había llenado de amigos.

Ni Ana, ni María volvieron a verles el pelo como no fuera a la hora del cierre. Los socios aducían reuniones de negocios para estudiar propuestas de exportación del invento, opciones de inversión y demás mentiras que ninguna de las dos forras quería en el fondo descubrir para no darse cuenta que ya estaban totalmente excluídas. Congeladas en el pasado, definitivamente off. Sentadas ellas también en un tren que se iba.


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