Escribiendo una novela on-line

Bienvenidos a la cocina de una novela. Dia a dia, encontraran publicado el refinamiento del material original de mi novela "Santana". Que lo disfruten.

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Location: Las Palmas de Gran Canaria, Las Palmas, Spain

Supongo que me parezco a lo que imaginan de mi mis lectores.

Sunday, June 26, 2005

Capitulo LVI




Es insondable el destino. No sirve abundar al respecto en adjetivos que de tan citados no agregan nada nuevo. Pero la tentación existe, porque realmente cuesta no admirarse de lo complejo y voluble de sus veredictos.


Por la mañana, repitiendo todavía en un eructo ácido esos fideos que le dejaron en la boca un sabor metálico y amargo (como de orín), el Dos se desayunó con un cafecito instantáneo facturado por el augusto croto con quién compartía el puente.

La mañana lucía espléndida. Mientras bebía su café (en su lata de tomates recortada) el Dos extrajo de entre sus piltrafas el papelito con la dirección de Ana.

- Duque, ¿que puedo tomar para ir a Damas Mendocinas al mil setecientos?

- El dos -dijo moviendo los dedos índice y mayor-...si queda acá nomás... no más de nueve cuadras... salís a Sorrento, le das para la avenida y doblás a la derecha, no podés quedar muy lejos...

El Dos prendió una colilla y le pasó otra al Duque que la rechazó.

- Es un crimen fumar de mañana, y menos una mañana tan hermosa... además te puede dar una lipotimia. ¡No te torturés los alvéolos! -recomendó.

- ¿Lo que? -preguntó el Dos con gesto de no entender nada.

- Disculpá, se me escapó el médico -explicó con una sonrisa.

El Dos terminó el café.

- Uia, después de todo si vos sos médico para que tengo que ir a buscar masajista a otro lado... ¡que boludo, recién me avivo!

El Duque negó con un gesto.

- Si, pero yo hace años que no ejerzo y además los masajes son otra cosa.. hay que saber donde, como y cuando hacerlos...es otra cosa, si te los dan gratis andá... y sino vemos, probamos -consintió.

El Dos se puso de pie.

- Voy a ver que pasa, si me cobran los mando al carajo y me pongo en tus manos...-miró en derredor y dijo-... bueno me rajo, no vuelvo hasta la noche, voy a aprovechar para ir a manguear un rato al centro...

- Bien, pero acordate que estanoche estamos de fideos de nuevo. Mirá que hay que terminar la harina... -le recordó el Duque.

- Descuidá. Me tiene que volver a agarrar un auto para que me pierda tus fideos.

Y se alejó rengueando por un senderito trazado entre los yuyales. Que llegaba hasta una calle de tierra perpendicular a Sorrento.


Con el papel en la mano, el Dos fue mirando la numeración de las casas del barrio. Finalmente frente a una casa con jardín adelante y un entramado de maderas donde crecía una madreselva vió el numero 1789. Golpeó la puerta, eran las diez y cuarto de la mañana.

En el interior de la casa, y más precisamente en su pieza, Ana dormía a pata suelta. Su jornada “laboral” comenzaba siempre después del mediodía y Ana se había acostumbrado a acostarse tarde en la noche. Así es que las mañanas las usaba para dormir hasta cerca del mediodía.

Dos veces golpeó el Dos la puerta de chapa y el escándalo era monumental. Pero, por un capricho acústico, en la pieza de Ana reinaba el más absoluto silencio.

- Atienden de tarde -le gritó la vecina de enfrente.

- Conchisumadre, voy a tener que volver venir a la tarde -se dijo el Dos. Y salió rengueando hacia la parada para ir a su trabajo de manguero céntrico. Eligió el 207. Le dieron un asiento apenas subió y se quedo profundamente dormido. Se despertó puteando cuando el bondi doblaba por 3 de Febrero; se había pasado seis cuadras.

- Que día de mierda -se dijo bailando el cha-cha-chá por calle Mitre, rumbo a la peatonal.

Fue aquel sin duda un día de mierda. No logró encontrar a Ana, se quedó dormido en el bondi, lo cargaron más que nunca por su renguera y encima estuvo, toda la mañana y parte de la tarde tirado en la peatonal mangueando, para recaudar solamente tres lucas. Que le dió una sola vieja a la salida del banco.

El problema con él era que si bien era un desgraciado en todo sentido, su cara de turro neutralizaba la lástima que su renguera debía provocar. Además, la situación económica hacia de todo ciudadano un ser digno de lástima y nadie estaba para andar haciendo beneficencia. Muerto de hambre invirtió la guita en comprarse dos turcas y siguió mangueando a la espera de conseguir para el colectivo de regreso. A eso de las seis y media decidió cambiar la zona de mangueo porque en la peatonal no pasaba nada.


Crepare en Rosario una tardecita”


Subió por Mitre hasta San Luis para ir a manguear a la plaza del Bernardino Rivadavia. Ya en calle San Luis caminó desde Mitre hasta Sarmiento. En su mente comenzó a dibujarse el recuerdo de la tarde del accidente. Todo parecía igual, solo él estaba distinto.


Cruzando una calle me desvaneceré”


Fue a cruzar, para agarrar la vereda de la plaza, cuando por la otra vereda vió un maravilloso culo. Divinamente cubierto por un vaquero que lo realzaba hasta el colmo de la convexidad.


Será entre las ruedas de un puto taxista”


El taxi venía echando putas por Mitre y ya doblaba por San Luis. “Ese culo...” pensó el Dos, enloquecido, en el medio de la calle. Encontrándolo demasiado parecido al letal culo de la otra vez. Y en ese preciso momento, inquieta y rápidamente, giró la cabeza. Cuando vio el taxi lo entendió todo; era el mismo de la otra vez. Alcanzo a volver la vista al culo y se abandonó al destino.

El impacto fue tan violento que todo el mundo, en el mismo momento y en un radio de varias cuadras a la redonda, volvió la cabeza hacia el sitio donde ocurrió el accidente.

El auto lo levantó por el aire, lo volvió a agarrar en el asfalto, le pasó por arriba y le incrustó en el pozo de la frente la misma tuerca del mismo diferencial.

El taxista se bajó del auto, lo miró, lo reconoció y se agarró la cabeza con las manos:

- ¡Otra vez! -dijo.

Pero esta vez se cumplió su sino; murió definitivamente. Y tal como lo había presagiado y escrito:


Por mirar un culo "quebienseteve”.



En su casa, Ana, tuvo un sacudón premonitorio. Y bajo el puente, el Duque tuvo la misma sensación mirando la lata de dulce donde herviría fideos que más tarde no alcanzaría a terminarse solo.

Y en la calle San Luis, el camillero que lo despegó del asfalto le miró alucinadamente los ojos y exclamó: “¡mamita!”, con admiración. Porque grabado para siempre en sus retinas, el Dos se llevaba una última y formidable imagen: el impresionante y maravilloso culo de la muerte.

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