Escribiendo una novela on-line

Bienvenidos a la cocina de una novela. Dia a dia, encontraran publicado el refinamiento del material original de mi novela "Santana". Que lo disfruten.

Name:
Location: Las Palmas de Gran Canaria, Las Palmas, Spain

Supongo que me parezco a lo que imaginan de mi mis lectores.

Tuesday, April 19, 2005

Capitulo XX

Cuando salió de la guardia, a la mañana siguiente, Ana fue derecho hacia su casa. Le resultó extraño al llegar, el silencio espeso que la recibió al abrir la puerta. Como de costumbre pegó un grito para llamar a su madre y escuchó, como única respuesta, movimientos apurados en el baño. Instantes después, la puerta se abrió y Ana vió asomarse la cabeza entrecana de su deforme primo Esteban.

Con la voz entrecortada y nervioso como si hubiera sido sorprendido haciéndose la paja, sonrió torpemente y explicó:

- No hay nadie, Ana. Tu mama acompañó a la mía a hacer los trámites de la pensión.

- Con razón -dijo Ana caminando hacia la cocina y sin saludarlo siquiera. El primo Esteban permaneció todavía unos instantes asomado a la puerta y luego volvió a introducirse, cerrando la puerta tras de sí, para emerger casi enseguida, sin tirar la cadena.

Ana, (cruzada de brazos y apoyada contra el mueble de la cocina) esperaba que se caliente el agua para el mate, cuando vió venir la caminata grotesca de su primo. El pobre cojeaba horriblemente, con los brazos extendidos hacia atrás para equilibrar el cuerpo tirado hacia adelante. “Parece un pájaro con las alas quebradas”, pensó Ana con desprecio, al tiempo que descruzaba los brazos para poner el fuego al máximo, tanto como por hacer algo.

Apoyándose con una mano sobre la heladera, Esteban, sacó con la mano libre una de las sillas que estaban junto a la mesa. Finalmente y cuidando de no errarle, decoló sobre el asiento.

- Hola -la saludó sonriendo con sus dientes carcomidos por el sarro.

Sin molestarse en contestarle, Ana abrió el aparador para agarrar el mate y la yerba.

- Esta hija de puta de mi vieja siempre guarda el mate sucio, ¡ni eso lava! -comentó sin mirarlo y escuchó la risa obsecuente de Esteban.

"De todo se ríe este boludo", pensó con irritación.

Lavó el mate en la pileta dejando una montaña de yerba usada que no se molestó en limpiar. La yerba agregaba un tono verde a la ya colorida y grasosa pileta de material. Cuando el agua ronroneó en la pava, Ana, con un gesto rápido apagó el fuego. Luego llenó de yerba el mate de porongo hasta la mitad. Y tomándolo con una sola mano, apretó la palma contra el orificio y lo sacudió varias veces, boca abajo. Luego le vertió un chorrito del agua caliente hasta mojar toda la yerba y finalmente clavó con mano firme la bombilla, como una puñalada. Agregó más agua hasta formar una espuma verdosa y compacta y chupó con fuerza para escupir ese primer mate en la pileta. Enseguida cebó otro y este sí se lo tomó, chupándolo lentamente, apoyada contra la mesada de grasoso mármol blanco.

Cuando levantó la vista del mate se cruzó con la mirada de su primo Esteban que ascendía, escapando vergonzosa, desde sus abultadas tetas hacia el descascarado cielo raso.

!Pajero!”, pensó con indignación y estuvo a punto de decírselo, pero una idea mas cruel todavía le iluminó su pervertido cerebro.

En silencio chupó con vehemencia la grasosa bombilla de alpaca, hasta sentir (con el "shhhh") que chupaba aire verde. Y entonces, con la excusa de cebarse otro mate, se puso de espaldas a su primo, y se desabrochó los dos primeros botones de la blusa, cuidando que este no la viera. Sus tetas inquietas se asomaron redondas y tensas, ocultando a duras penas los lunares gigantes de los pezones.

Luego se volvió malignamente a tomar el segundo mate frente a su primo. Pero en actitud falsamente reconcentrada, sin levantar siquiera la vista del orificio redondo del porongo.

Lo succionó lentamente, sintiendo la tensión que flotaba en el aire y el creciente bufido de su pajero primo. Si en esos momentos hubiera levantado la vista, lo hubiera visto en todo el esplendor de su miseria sexual; el cuello increíblemente estirado, los ojos salidos de las órbitas, la boca entreabierta y algunas gotas de saliva iniciando una cascada brillosa que acababa goteando en la barbilla.

Pero Ana, a sabiendas de que eso ocurría, prefirió incentivarlo más aún y, como al descuido, estiró hacia abajo su blusa, dejando al aire un pezón y medio y la canaleta sagrada de su entreteta. Justamente ese pezón visible se convirtió para Esteban en un punto de fuga en el espacio, un agujero negro adonde se sumergió sin tiempo, cayendo en los espirales de la calentura más irrefrenable. Indiferente a todo a su alrededor; en la más absoluta babia sexual.

En su cerebro obnubilado por la tentación ancestral de la carne, solo una palabra flotó difusamente y brotó irrefrenable de los labios a denunciar su angustia infinita:

- ¡TETA! -balbuceó ausente.

Ana entonces levantó súbitamente la mirada, pensando que lograría sobresaltarlo. Pero Esteban, más allá del bien y el mal, flotaba en otro mundo y no se hubiera conmovido ni con un misilazo (y muchísimo menos con una mirada humilladora e intensa).

- ¡Esteban! -gritó entonces Ana.

Esteban movió levemente la cabeza, como un sonámbulo.

- ¡Esteban! -insistió ella, fuera de si, tapándose los pechos con las manos.

Recién entonces, oculto el punto de fuga que se lo chupaba, Esteban comenzó a volver en si. Como vuelven en si los desmayados, levantó una mirada vidriosa y mirando confusamente alrededor, como para ubicarse en el lugar y en el tiempo, pronunció un desfalleciente:

- ¿Que?

- ¡¿No te da vergüenza, animal?! ¡Soy tu prima, degenerado! -gritó ella a voz de cuello, movida más por la crueldad que por la indignación.

La respuesta de Esteban fue tan sincera que si ella hubiera tenido algo de piedad la hubiera desarmado.

- Perdoname Ana... yo nunca veo mujeres como vos. Solo en la televisión.

En lugar de desarmarse, Ana, pareció violentarse más aún. Con gritos destemplados le reprochó:

¡¿Cómo carajo va a ver mujeres de verdad si vivís colgado de tu vieja!?, ¡cagándole la vida! ¡Decime… ¿no te da vergüenza?!

Y desencajada furció la siguiente frase final:

- ¡Tenés cuarenta años y lo único que hacés es mirar la paja y hacerte la televisión!

Esteban no le contestó. Clavó la vista en el piso, como un chico en falta y se desesperó por ocultar la fenomenal carpa que su órgano genocida le había armado en la bragueta.

Ana, rebosante de veneno, se quedó atragantada de cosas para humillarlo, pero (pasados esos minutos cruciales de toda discusión) prefirió cebarse otro mate, mientras se abrochaba con gesto indignado el culposo botón de la blusa.

Estuvieron un buen rato en silencio. Con el paso de los minutos, Ana, descargada por el relaje, comenzó a sentirse tranquila, casi descansada. Ya iba a bañarse, cuando sonó la voz sumisa de su primo.

- Ana, perdoname... ¿no me convidarías un mate? -mendigó tímidamente (tal vez imaginando que la ceremonia del mate recompondría las cosas).

Ana, levantó una mirada cargada de desprecio y le escupió:

- ¿Yo? -y como si no lo pudiera creer repitió- ¿Yo tomar, mate con vos? -y tirando el mate sobre la mesada se fue para el baño con gesto enfurecido.


La puerta del baño era de madera de una sola pieza. Carecía del clásico panel de vidrio granulado y estaba pintada en un tono claro de color gris mate.

Ana abrió la canilla del agua caliente para que se empiece a calentar la cañería y comenzó a desvestirse frente al gastado espejo de la repisa.

Se estaba quitando la blusa cuando, inaudible casi por la lluvia, alcanzó a escuchar en el pasillo el sonido inconfundible de la pierna rastrera de su primo. Cuando escuchó que el rastrido se apagaba detrás de la puerta del baño, no pudo menos que sonreírse en el espejo .

Con malicia y oficio, comenzó entonces un insinuante strip-tease, realizado en exclusiva para el ojo dilatado que, descontaba, se apretaba contra el agujero de la cerradura.

Lentamente, de cara a la puerta se desabrochó el tenso corpiño y lo soltó tan repentinamente, que fue a estamparse contra la puerta. Asustando al desprevenido Esteban, que desde la cerradura creyó que le pegaba en el ojo. El rengo, pestañeó de la impresión y cuando abrió los ojos, un instante después, se encontró con las maravillosas tetas de su prima, que perfectas en su desnudez, oscilaron erguidas frente a su febril ojo izquierdo (era zurdo para mirar).

Con morbosa satisfacción, Ana escuchó tras la puerta los resoplidos de toro de su primo.

Sus manos fueron luego a la pollera. No sin trabajo la desprendió y la bajó hasta la rodilla. Con un leve movimiento de piernas finalmente la dejó caer al piso. Quedando así vestida solo con una bombacha negra y medias con ligas al tono. Del otro lado de la puerta el bufido era de huracán.

Sentada en el borde de la bañera, se quitó luego medias y ligas con sensual morosidad, arrojándolas como al descuido contra la cerradura. Y ya en bombacha se puso de pié, metió los pulgares entre el elástico y las caderas y enfocando ahora con su generoso culo la cerradura, bajó lentamente la trusa agachándose y ofreciendo las nalgas a la puerta.

Detrás de esta, el bufido cesó súbitamente y Ana supo que era porque su primo, urgido de aire, había comenzado a respirar con la boca abierta, como un pescado.

Notando el vapor que inundaba el baño, Ana se volvió a la ducha y abrió el agua fría. Probó la temperatura con la mano abierta y conforme se metió en la bañera. Tomó un jabón repleto de pendejos adheridos y lascivamente comenzó a franelearse los pechos. Cubriéndolos con espuma y siguiéndoles la forma con la palma de las manos.

Ahora, del otro lado, no venía un bufido sino una respiración enronquecida, de trueno. Ana pasó luego a recorrer su cuerpo con el jabón, deteniéndose en las nalgas, que abrió para enjabonar de espaldas a la cerradura. Cuando su dedo empezó a juguetear en el ano, comenzó a sentir un golpeteo en la puerta. Se volvió, entonces, enfrentando la cámara, y comenzó a enjabonar con deleite la selva montaraz de su pubis. Flexionó una pierna apoyándola en el borde de la bañera, para abrirse bien y empezó a frotarse el clítoris con la mano izquierda, mientras con la derecha se acariciaba lascivamente los pechos. Como no era de madera, no necesitó simular la cara de placer; realmente lo sentía.

Del otro lado de la puerta su primo agonizaba, recorriendo su pene con la mano cerrada, en un movimiento clásico de vaivén. Sincronizadamente, cuando ella apuraba el ritmo de su dedo índice, Esteban apuraba el movimiento de su mano. Cuando comenzó a sentir la zozobra del orgasmo, Ana bajó la mano, desde sus pechos hacia la manija de la jabonera, por miedo a resbalarse con el clímax.

Del otro lado de la puerta, de rodillas y golpeándose la frente contra el picaporte, su primo se ahogaba en su propia saliva, mientras millones de seres truncos caían al vacío reventándose como su progenitor, contra la puerta.

Separados entonces por la madera gris de la abertura los dos primos acabaron juntos entre convulsiones desenfrenadas. Mientras la lluvia ahogaba sus jadeos.

Y extenuados por el clímax, quedaron exánimes unos instantes.

Fue Ana la primera en moverse. Apenas cerró el agua, escuchó el arrastrar de la pierna alejándose. Se sonrió acalorada en el espejo y se secó con premura, envolviéndose en la toalla. Cuando salió del baño encontró la prueba del delito: del otro lado de la puerta, un chorro más brillante que la pintura desembocaba en una mancha viscosa y blanquecina. Por todo el alrededor, gruesos gotones de la misma substancia, demostraban la asombrosa capacidad de donante que poseía su primo. Saltando como en una rayuela, Ana logró evitarlos y poner rumbo a su pieza.

Minutos después, la puerta de calle se abría precedida por las voces entrecruzadas de su madre y su tía, que puteaban a la burocracia que les había malogrado la mañana.

- Voy al baño -dijo la voz de su tía.

Ana parapetada tras la puerta de su pieza miró al pasillo. Su tía llegó hasta la puerta y se encontró con el formidable lechazo.

En silencio esbozó una sonrisa complaciente y metiéndose en el baño volvió a salir con una tira de papel higiénico. Lo hizo un bollo y comenzó a refregar la puerta y el piso, sin atender a los lastimosos gritos de dolor de los millones de espermatozoides rengos que fallecían aplastados.


3 Comments:

Blogger Roberto Iza Valdés said...

This comment has been removed by a blog administrator.

11:33 AM  
Blogger Roberto Iza Valdés said...

This comment has been removed by a blog administrator.

5:33 PM  
Blogger Roberto Iza Valdés said...

This comment has been removed by the author.

1:05 PM  

Post a Comment

<< Home

Licencia de Creative Commons
Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons.