Escribiendo una novela on-line

Bienvenidos a la cocina de una novela. Dia a dia, encontraran publicado el refinamiento del material original de mi novela "Santana". Que lo disfruten.

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Location: Las Palmas de Gran Canaria, Las Palmas, Spain

Supongo que me parezco a lo que imaginan de mi mis lectores.

Thursday, April 21, 2005

Capitulo XXI

Parada en un colectivo atestado de gente maloliente, Ana viajaba el sábado a la tarde hacia la casa de María. Entre sacudidas y apretones y con el ocio obligado de los viajes en colectivo, cayó en la cuenta de que hacía cinco meses ya desde que María se había casado. Una idea condujo a la otra: hacía cinco meses que había sacado el anillo en la torta de la boda y por ende que debía casarse. “Pero... ¿con quién?”, se preguntó.

Su único candidato, el Dos, no parecía en absoluto dispuesto a obsequiarle el apellido. En el último tiempo solo aportaba a fin de mes para echarle un rapidísimo polvo y sacarle la escasa guita que cobraba en el nosocomio. El desalmado vate insistía ahora con que desaparecía para recluirse a escribir sus prescindibles y obscenas poesías. Pero por supuesto no era cierto. La realidad era que se dedicaba al ocio más descarado, vagueando inconcebiblemente con sujetos de baja catadura o paseando domesticas rápidas y querendonas a quienes penetraba primero e intentaba incorporar después, con variado éxito, a la telaraña de contribuyentes que financiaba su dudosa poesía.

Extraviada en sus pensamientos, Ana, logró zafar, merced a un asiento oportunamente desocupado, de un pelado cuarentón que haciéndose el empujado, le venía apoyando descaradamente el bulto y se hallaba yá al borde de la eyaculación.

Recién sentada, pero llevando ya más de una hora de viaje, Ana desplegó el papelito donde los trazos firmes del radiólogo (gran conocedor del barrio), le habían dibujado un mapita de la zona. El pelado, ahora, le apoyaba el hombro.

Después de observar con atención (mirando alternativamente la calle y el mapa) llego a la angustiante conclusión de que se había pasado nueve cuadras. Puteando interiormente, se levantó de improviso y se bajó en la siguiente parada. El pelado, que se contorsionaba ya sobre la cornisa del orgasmo, puso una expresión angustiada de desasosiego.

Ya en la calle, volvió a desplegar el mapa antes de empezar a caminar y azorada comprobó, con desesperación, que en realidad se había bajado diez cuadras antes.

"Puta madre que me reparió" se dijo con furia y, a sabiendas de que en Rosario se llega antes caminando que esperando el bondi, empezó a patear.

A medida que se acercaba a la numeración de María, notó que la calle entraba en un degradé creciente de pobreza. Tres cuadras después se terminó el pavimento y comenzó una calle salpicada de charcos. Seis cuadras después, sobrecogida, se dijo "debe ser por acá, ¿será posible?".

El barrio era calamitoso; el solo hecho de habitarlo era un certificado de pobreza y dejadez. Sin ser una villa (las casas eran de material) tampoco le andaba lejos. Charcos pestilentes. Baldíos con yuyales agitados por cardúmenes de ratas. Algún perro muerto con medio cuerpo sumergido en una zanja de agua podrida. Y una persistente y espesa nube de moscas sobrevolando veredas y calles. Atraídas por los paquetes de basura (provenientes de barrios bacanes), que despanzurraban las personas primero y los perros después.

Pero el ser humano es increíble y aún en medio de la devastación surge siempre la poesía:

- ¡Te chupo la chacón, yegua puta!

- Paaaa, ¡que teta, madre!

Ana se dió vuelta. A media cuadra venían cuatro negrazos risueños, de ojos bruñidos por el tetrabrick. Las proposiciones empeoraban:

- ¡Tira el vidé que te lavo la zanja con la pala, potra!

Pero los laureles se los llevo el penúltimo:

- ¡Te cago en el pecho y te escribo te quiero con la mierda!

Ana apuró el paso temiendo que el cuarteto se le viniera encima y la arrastrara, baldío adentro.

- !Vení, vamo a culiá, guachita! -la invitaron a los gritos y Ana dobló en la primer esquina para perderlos de vista. Rodeó la manzana siguiente y volvió a salir una cuadra mas adelante.

Caminando, siempre atenta a la numeración, Ana localizó finalmente la manzana de la centena que buscaba. Pero ninguna casa de la cuadra tenía la numeración visible. “Voy a tener que tocar timbre en algúna de estas cuevas” se dijo justo cuando pasaba frente a una casa semiderruída. Ya seguía de largo cuando de casualidad observó escrito con tiza y letra de primer grado el número que buscaba. Era ahí.

- ¡Es acá! -se dijo con patética admiración y se comentó con el mismo tono:

- ¡Están de última!

Apretó el timbre tres veces y ya estaba por irse cuando una chismosa de un pasillo aledaño se asomó. Tenía la cara grasosa y el pelo lleno de ruleros. Con una voz de pito irritante le dijo:

- Golpee la puerta porque les cortaron la luz.

Ana lo hizo e instantes después se asomaba María, radiante de felicidad y enmarcando su rechoncha cara en el sucio visillo de la puerta. Abrió rápidamente.

- ¡Hola! -la saludó con una voz baja que contrastaba con la euforia de su cara.

- ¡Que hacés, Marita! -exclamó Ana, con su voz estentórea.

María se llevó un dedo a los labios en señal de silencio y le susurró al oído con la puerta todavía abierta:

- No hablés fuerte que Manuel esta durmiendo.

Ana la besó, se encogió de hombros y sonrió.

- Vení, vamos para la cocina -propuso María cerrando la puerta.

Ana recorrió, a la escasa luz del visillo, la miseria imperante, el polvillo que lo recubría todo y las lamparitas desnudas y estériles. “Que misiadura”, pensó.

María se adelantó para guiarla en el penumbroso camino hacia la cocina. A medida que se acercaban, el parpadeo mortecino de una vela encendida hacia la escena mas sórdida aún.

La cocina en cuestión era un rectángulo de dos por tres, con una mesada de granito negro gastado y grasoso, donde esperaban turno una pila de platos sucios. La cocina propiamente dicha, otrora blanca, lucía amarronada de grasa. Sobre una hornalla descansaba una abollada pavita de aluminio. En un rincón, encajada en el ángulo, esperaba una mesa desvencijada, cubierta por un hule rojo que no escapó a la grasitud. Y a su alrededor, dos sillas distintas invitaban a sentarse.

Ana aceptó la invitación y la silla elegida pegó un crujido de muerte. Pero María la tranquilizó con el irrebatible argumento de que la aguantaba a ella.

Diligente la anfitriona encendió una llamita de morondanga bajo la pava y cerró la puerta de chapa de la cocina. Luego empezaron ambas a ponerse al día.

Después de algunas trivialidades preparatorias María desenfundó el segundo y reluciente puñal que tenía para enterrarle a Ana (recordemos que el primero había sido el casamiento) y que había motivado la reciente e inesperada llamada nocturna al nosocomio.

- ¿A que no sabés una cosa? -preguntó María con una alegría indisimulable.

- ¿Que? -pregunto Ana con curiosidad y temor.

- ¡Estoy embarazada! -exclamó María estirando los brazos hacia ella.

¡Puta madre que la remil yegua parió!, ¡también va a parir antes que yo!”, pensó Ana con odio mientras la besaba.

- Que divino -dijo descoloridamente y preguntó- ¿y de cuanto tiempo estás?

- Aunque no lo creas de seis meses.

Ana levantó las cejas, se alejó para mirarla mejor y recién entonces notó la panza algo más abultada que lo normal.

- Pero... ¿como? -balbuceó calculando fechas.

- Si -radiante María- estoy de seis meses.

En la mente de Ana apareció entonces el resultado de los cálculos. La información se contrastó con cierta afirmación pasada de María y la incongruencia disparó una risotada seguida de la siguiente frase irónica:

- ¡Menos mal que lo llevaste al altar mezquinándole la concha!

- Eso es lo mejor del caso. Se la mezquiné y así y todo estoy de seis meses -comentó María con un rostro pétreo.

Ante este comentario que Ana consideró lesivo hacia su capacidad mental, decidió sacar a la superficie sus elucubraciones.

- ¡Estás de seis meses, hace cinco que estás casada y de solteros no cogían! -enumeró para exclamar burlona- ¿pero, que decís?, ¡no me tomes de boluda!

- Te lo juro, Ana -dijo María besando los dedos en cruz.

- ¡No habrás cogido con Manuel! ¡será de otro, entonces!

- ¡Estas loca! -exclamó María, casi indignada- vos sabés cuál era mi método... de solteros me daba por el culo.

- ¿Y te embarazó por el culo?

- Dejáme que te explique, ¿querés?...-exclamó María a punto de perder la paciencia- …el médico mismo está asombrado. Dice que mi hijo tiene un crecimiento desaforado. Que crece el doble que un chico normal. En realidad tengo tres meses de embarazo, pero el nene ya tiene seis de desarrollo. Fijate que el médico dijo que espera el parto para dentro de un mes y medio.

Ana escuchó con la boca abierta.

- Me dijo también que va a ser precoz en todo, ¡un verdadero superdotado! -exclamó María, con una alegría contagiosa.

Ana alzó las cejas y superpuso el labio inferior con el superior.

- ¡A la mierda!, ¡¿que me contás?! -exclamó asombrada.

- Con Manuel estamos chochos. Imagináte.

- Regio ché. Te salvás de cuatro meses y medio de panza.

- Claro, ¿que te parece?

María sacó la pava del fuego y agarró un mate de aluminio donde, sin cambiar la yerba, echo un chorro de agua caliente.

- ¡Che pijotera, cambiale la yerba! -exclamó Ana.

- No tengo. Hace una semana que tomamos mate con esta misma yerba. La pongo a secar al sol y la vuelvo a meter -contestó María con naturalidad.

Están más pobres que las arañas”, pensó Ana.

María succionó el primer mate y lo escupió en la pileta. El chorro que emergió de su boca salió límpido, transparente.

- ¿Que mierda escupís? ¿después de una semana de uso tenés miedo que la yerba siga fuerte? -preguntó Ana riendo.

María sonrió con un gesto de impotencia.

- Es la costumbre, ¿podes creer? -admitió mientras volvía a regar el mate y se lo ofrecía a Ana.

Con la bombilla a centímetros de su boca, Ana lo miró; sobre una superficie tranquila de estanque flotaban tres palitos de yerba y allá en el fondo, sumergido, se vislumbraba un lecho musgoso color verde oscuro. Controlando las arcadas, por no despreciar, lo succionó. María la observaba. Para disimular el asco pregunto innecesariamente:

- ¿Como andan las cosas?

La respuesta de María fue sorprendente.

- ¡Bárbaro!

Ana volvió a levantar las cejas con asombro. Controlando a duras penas las carcajadas, exclamó:

- ¡Menos mal!

- Si, nos va bárbaro. Y cuando empiece a trabajar Manuel ni te cuento, ¡nos va a sobrar la plata!

Ana se atragantó con el agua caliente.

- ¿Que? ¿Cómo que no trabaja? -preguntó con malicia.

- No pobre. Apenas nos casamos renunció al trabajo que tenía porque no era para él. Era un trabajo para gente de baja ralea. Se tenía que levantar muy temprano, ¿entendés? Y ahora, está buscando... pero no consigue. Pobre, no tiene suerte. ¡Y está de angustiado lo que lo tengo que mantener yo…!

- Que haga changas en el puerto si está tan angustiado -sugirió Ana casi indignada.

- ¿Changas?, ¡estás loca! El no está para eso. Está para otra cosa. Pobre, no tiene la culpa de la situación económica. Si se la pasa mirando el diario, pero no salen nunca avisos pidiendo gente para lo que él puede hacer.

- ¿Y qué sabe hacer ese?, aparte de vivirte -preguntó.

- Y, él se presenta solamente en puestos de gerentes o directores de empresa.

- ¿Que? -riendo Ana- ¿Gerente de que va a ser Manuel? ¿Alguna vez trabajó de gerente acaso? -se atosigó.

- No, ¿pero que tiene? como él dice, “el talento no se aprende, se tiene o no se tiene” y talento no le falta. El es muy capaz de manejar cualquier empresa.

María vio el rostro burlón de Ana y agregó:

- Vos sos igual que mi vieja... ella piensa lo mismo que vos.

- Ella piensa y punto -simplificó Ana y María frunció el ceño.

Viendo esto, Ana aflojó:

- Pero bueno… ya irá a conseguir -y para cambiar de tema comentó con admiración- ché, ¡qué rica estaba la comida de la fiesta!

María entonces desarmó la cara de culo y las dos, entre enema y enema, siguieron charlando un buen rato de intrascendencias por el estilo.

De pronto, en el interior de la casa se escucharon algunos ruidos; pasos, un chorro de líquido cayendo sobre líquido y un estentóreo pedo.

- ¡Es Manuel! -exclamó María radiante y agregó- siempre que se levanta se tira un pedo.

- Debe ser una deformación profesional... ¡si vive al pedo! -exclamó Ana, sin poder contenerse.

- Ché, no seas así... -protestó María risueña, extendiéndole el mate.

Con la bombilla en la boca, Ana vió aparecer detrás de la puerta de chapa, la cara congestionada de sueño de Manuel.

- Mirá quién está acá -le dijo María intrigante, señalandola a Ana.

La mirada de Manuel se iluminó.

- Ana, ¡que alegría! -exclamó acercándose para besarla.

Para que María no lo viera, el truhán se interpuso entre las dos. De espaldas a su esposa, en vez de un beso en las mejillas, le pegó un lengüetazo en los labios. Ana lo miro fulminándolo.

- ¿Cómo andás, che? -le preguntó Manuel.

- ¡Ah! ¡me olvide de preguntarte! -recordó María, golpeándose la frente- ¿todavía seguís con el tocayo de éste?

Ana miró la vela y le calculó cinco minutos de vida.

- Y si, sigo... pero qué se yo… es más loco ese... -contestó titubeante.

Dirigiéndose a Manuel le preguntó:

- ¿Vos lo viste últimamente?

- Si, lo veo todas las semanas -exclamó con naturalidad. Pero viendo en la cara de Ana que había metido la gamba, corrigió- pero poco tiempo. Está muy ocupado con su obra, ¿por? -preguntó al tiempo que tomaba la enema que le ofrecía María.

- Mirá, hacéme un favor... preguntale, cuando lo veas, como cosa tuya, que que piensa hacer con “lo nuestro”, porque te digo la verdad, -dirigiéndose a María- que no se qué hacer... un día viene, pasa tres semanas sin aparecer... ¡un día de estos me agarra la loca y te juro que lo planto!... -exclamó llevada por la indignación que le causaba su propio discurso y terminó- ¡porque yo no estoy para perder el tiempo!

Eso es cierto”, pensó María. “Huy, capaz que se suicida si lo plantás", pensó Manuel. Ana los miró y le pareció que sonreían.

Manuel, apretando los labios, la tranquilizó.

- Mirá, como te dije no tenemos mucho tiempo para charlar, pero ahora que me acuerdo la última vez que lo vi me dijo todo andaba bárbaro con vos. Pero ahora que me decis eso me preocupás. Se le voy a preguntar seriamente, te lo prometo.

- Hacéme el favor, te lo voy a agradecer -agregó Ana mirándolo con doble intensión y asomando la lengua en un rápido raid por sus labios (aprovechando que María tenía la vista ocupada en no errarle al mate con el chorro).

- Che, ¿qué hora es? -preguntó Manuel.

- Huy cierto, ¿tenés hora, Ana? -adhirió María, súbitamente preocupada.

Ana puso su reloj contra la vela agonizante.

- Ocho y cuarto, van a ser.

- Puta, la hora que es. Tengo que irme volando al turno de Somisa -exclamó María golpeándose la frente.

- ¿Hasta Villa Constitución te tenés que ir a esta hora? -exclamó Ana alarmada.

- Y si... ahí vendo mucho -contestó María con resignación.

Ana, contemplando la agonía final de la vela, preguntó:

- ¿Ché, no tendrían que ir poniendo otra vela?

- No hay más -contestó María- hoy con lo que venda voy a ver si compro otra. Ché Ana, vamos juntas. Yo me voy con vos hasta el centro a tomar el colectivo que va para Villa. De paso seguimos charlando en el bondi -propuso María.

La vela pegó un último parpadeo desfalleciente y se apagó, sumiéndolos en la más impenetrable oscuridad donde solo resaltaban los ojos brillosos y lascivos de Manuel, que comentó jocosamente.

- Bueno, se acabó la velada.

- Si -corroboró María- vamos todos para la calle.

Se pusieron de pie y María al tanteo abrió la puerta. Ana se incorporó y trato de avanzar, pero se llevó por delante las dos manos de Manuel que cayeron sobre sus tetas como garras.

- Vení por acá -la llamó inocente María-... Manuel, ayudála para que no se caiga.

- Si, eso hago. Por acá, Anita... -contestó el cretino.

Ana avanzó con las dos garras apretándole las glándulas, y así, en trencito, con Manuel caminando para atrás, llegaron los tres hasta la puerta de calle.

- Mi amor, dejame plata que esta noche tengo que ir a cenar con un amigo que me prometió trabajo -ordenó Manuel. Y sin esperar respuesta inquirió:

- ¿El traje gris, está planchado?

Ana zafó de las garras recién al salir a la vereda, boquiabierta y sin poder creer lo que escuchaba.

- Si, cielo, el traje esta recién llegado de la tintorería -respondió María hurgando a la luz del alumbrado publico su cartera. Ana no pudo contenerse.

- ¿Pero como?... no tienen ni para yerba y...

María la interrumpió sacando un manojo de billetes de la cartera.

- Relaciones públicas, nena. La única manera de conseguir un buen trabajo. -explicó cansada pero convencida.

- Claro Anita, los buenos trabajos se consiguen por relaciones. No por avisos en los diarios. Y para eso hace falta imagen ¿entendés? -amplió Manuel, sonriendo sardónicamente y asomando apenas a la puerta.

- Y esto no es nada. Estoy juntando peso sobre peso para comprarle el Rolex -suspiró María extendiéndole los billetes a Manuel, quién ávidamente se los arrancó de la mano.

Ana, asombrada, se mordió el labio inferior y levantó las cejas.

- Esperá, a ver si me queda para los cuatro colectivos... -dijo María volviendo bajo el farol.

- No amor, llevá para los dos de ida nada más. Para que querés más si a la vuelta traés plata casi seguro -propuso Manuel.

- Bueno pero no sé si tengo ni para los dos de ida siquiera -le contestó María hurgando distraída en su cartera.

Ana se acercó a Manuel.

- Chau, acordate de hacerme el favor -se despidió poniéndole la mejilla. Pero Manuel, viendo que su mujer seguía ocupada sacando jugo de las piedras, aprovechó para pegarle otro lengüetazo lujurioso.

- Claro, Anita. ¿para que están los amigos sino para hacer favores? -respondió él con malicia, apretándole las tetas.

Ana trató de apartarlo, pero él no largaba. Recién cuando María se dió vuelta cerrando la cartera, Manuel discreto la soltó.

- Si, me alcanza -exclamó contenta. Y volviendo hacia la puerta fué hasta el sátrapa e intentó besarle los labios.

- No amor, ya sabés que no me gusta que me besés los labios -dijo él apartándose y ofreciéndole la mejilla.

- Pucha que sos delicado -exclamó María sin ofenderse y se despidió diciendo- ¡Chau amor y suerte esta noche!

- Chau cielo y trae platita -dijo él, antes de meterse eufórico a bañarse por tanteo.

María y Ana se fueron juntas hasta la parada. Cotorreando.

2 Comments:

Blogger Roberto Iza Valdés said...

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11:33 AM  
Blogger Roberto Iza Valdés said...

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1:17 PM  

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