Escribiendo una novela on-line

Bienvenidos a la cocina de una novela. Dia a dia, encontraran publicado el refinamiento del material original de mi novela "Santana". Que lo disfruten.

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Location: Las Palmas de Gran Canaria, Las Palmas, Spain

Supongo que me parezco a lo que imaginan de mi mis lectores.

Wednesday, April 27, 2005

Capitulo XXIII

Fatídica noche la del sábado. El Dos la recordaba el domingo rumbo al hospital de Ana; las siervas no aparecieron y en Yezabel no engancharon ni un abrojo. Terminaron la noche puteando su mala leche, fumando y tomando café en el bar del hotel Libertador.

Aquella tarde, en la coctelera que lo llevaba, el Dos reflexionó que no podía seguir así. Que tenía que hacer algo para pasar al frente.

Por lo pronto la primera medida era mantener la fuente de ingresos (Ana). Mirando la ventanilla pensó que no solo le echaría dos polvos en lugar de uno, sino que le infundiría esperanzas sobre un difuso futuro en común. Era un verdadero alacrán.

Pero tenía claro que, de cualquier manera, Ana representaba solo una solución coyuntural. Lo perentorio era encontrar la forma de zafar definitivamente; de elevarse un par de metros del subterráneo nivel que ocupaba. De trepar socialmente, de irse para arriba.

Su mente afiebrada, debía dejar de lado las tetas y los culos que la poblaban y dedicarse a encontrar "el ascensor". Ese "algo" que lo salvaría.


En el hospital, entretanto, Ana estaba furiosa con el Dos. Lo había visto el domingo pasado cuando el truhán fue a sacarle el dinero y a echarle un polvo de apurón con la excusa de una repentina inspiración. Pero lo que mas furiosa la ponía era la certeza de que recién en tres semanas volvería a verlo. Si hasta había cambiado la guardia para no deprimirse en su casa.

Mascullando su odio, la noche anterior se había echo el rollo de que lo echaría al carajo. Lo había decidido como se deciden tantas pavadas que luego se olvidan; en caliente. Se decía que solo quería verlo una última vez más, para como dice el tango, “echarle en cara todo ese desprecio, que inunda mi vida de rabia y dolor”.


Aquella tarde de domingo estaba recién entrada a la guardia, esperando en la cocina el ronroneo de la pava y eructando todavía los maravillosos fideos facturados por "la dejada", cuando mirando por la ventana pestañeó como viendo una aparición; allí entrando al hospital, había un tipo igualito al Dos.

Salió urgente al corredor desierto del nosocomio y apenas el supuesto clon dobló el pasillo y quedó frente a ella, vió que si, que realmente, era el Dos. Olvidando instantáneamente su tanguito reprochador, lo abrazó con tanto ímpetu que casi lo quiebra.

- ¡Mi amor! -exclamó eufórica la tetona enamorada.

- Hola, mi amor -respondió el falso. Casi asfixiado por la efusividad.

- Mi amorcito, viniste... -insistió ella mirándolo incrédula y feliz. Y agregó irónica:

- ¿Qué pasa que viniste?... si el sueldo lo cobramos la semana pasada.

- Pero ché, ¿quién soy yo? ¿tu novio o un acreedor? -contestó el Dos casi indignado.

- Eso quisiera saber.

Ayudado por su cara de granito el remintió:

- Tu novio, ¿quien voy a ser?

Su cara falsa no convencía a nadie, pero ella se quería convencer. Contenta lo besó en la mejilla.

- ¿Que, me venís a buscar para salir entonces?

El asintió con un gesto.

Ella golpeó con el puño de una mano la palma de la otra y exclamó:

- Puta madre... estoy de guardia... -lo miró y dijo- me imaginé que no venías y cambié la guardia con Cristina

- Y bueno, ¿que le vamos a hacer? dame el teléfono de Cristina...

- ¡Mira que te lo doy! -risueña ella.

- ¡Ah, cierto! Es la vieja esa que se cae a pedazos... y bueno ché... si estás de guardia... -se encogió de hombros como diciendo “¿qué le voy a hacer?”.

- ¡No! -casi gritó ella. Y señalando una silla de la cocina agregó:

- Sentáte ahí y esperá un minuto.

Luego con paso rápido, Ana se perdió por los laberínticos pasillos del nosocomio.


Su compañera de turno saliente, Ema, tenía a primera vista dos características sobresalientes; era delgada y nerviosa.

Ana recorrió los pasillos para encontrarla pero no abrigaba demasiadas esperanzas con ella; si bien tenían una buena relación, Ema jamás cambiaba sus guardias. Sucedía que tenía afuera un curro misterioso que nunca quería develar y que le impedía alterar sus horarios.

Después de recorrer la mitad de ese infierno no previsto por Dante, la encontró haciendo mear a un viejo que tenia un choto triste pero insólitamente largo. Ema lo empuñaba como a una manguera de combustible cargando un papagayo.

- ¡Ema hacéme un favor! -gritó Ana irrumpiendo en la pieza- ¡cubrime la guardia, por lo que más quieras!.

Ema sintió tal susto que un sacudón sinusoidal le recorrió el espinazo para terminar azotándole la mano que sostenía el pene. Y provocando así la salida de éste del papagayo que terminó salpicando con meada la cara de la propia Ema y del titular del choto.

- ¡Ah, loca! ¡me querés matar!... ¿no sabés que sufro del bobo? -le recriminó largando la poronga y apretándose el pecho. La poronga siguió meando en el piso.

- Hay, perdoname. Es cierto... es que te estuve buscando como loca... -se excusó Ana agitada por las escaleras.

Ya semireestablecida Ema vio el charco formándose en el piso y volvió a meter la manguera en el tanque.

- ¿Que necesitás?

- Que me cambiés la guardia.

Ema, viendo el papagayo al borde del rebalse le contestó:

- Para un minuto Anita... -y dirigiéndose el viejo: Don Fermín, corte el chorro. Corte porque está por rebalsar.

- No puedo, no puedo... -respondió el vejestorio con tono apocalíptico.

- Ché Ana, apretale la poronga, hacéme el favor.

Ana le empuñó el fideo y lo acogotó con sus poderosos dedos.

- ¡Ay, me duele! -gritó el Viejo, con el ganso estrangulado.

- Un minuto, Don Fermín -lo tranquilizó Ema, yendo al baño para vaciar los dos litros de meada- ¿que más quiere, cuanto hace que una chica no le agarra el pajarito?

El viejo, desesperado de dolor, no dejaba de protestar, intentando zafarse. Pero Ana lo tenía bién agarrado y cuando el viejo hacía algún movimiento lo frenaba retorciéndole el pito.

Ema retornó con el papagayo vacío.

- Flor de pedazo -comentó guiñándole un ojo a Ana. Y embocándole el pene en el aparato, le hizo señas de que soltara.

- Sabés lo que habrá sido esto, parado -comentó Ana entusiasmada.

Ema se relamió burlona y retomó la conversación original preguntándole:

- Bueno, ché, ¿que es lo que te pasa?

- Llegó mi novio y como yo no lo esperaba cambié ayer el turno con Cristina... hacéme la gauchada, hacéme la guardia y cobrátela vos. Total no va a pasar nada. Hace de cuenta que te pagan por dormir la siesta acá.

El papagayo ya se estaba llenando nuevamente.

- Increíble, van casi cuatro litros de meada, ¡este viejo es una vejiga con ojos!

- ¿Otro papagayo? -preguntó Ana sorprendida.

- Si, para colmo no retiene... -y dirigiéndose colérica al viejo- mire Don Fermín, yo no me voy a pasar la tarde haciéndolo mear, ¿que carajo se cree? -y dirigiéndose a Ana- alcanzame la goma de tomar la presión.

Ana tomó la manguera de goma que estaba junto al tensiómetro y se la alcanzó.

- ¿Que van a hacer? -preguntó intranquilo el meador.

Ema la rechazó con un gesto, lo sujeto al viejo de los brazos y le ordenó a Ana:

- No, ponésela en la poronga.

- ¡Están locas! ¡Yeguas! ¡asesinas, hijas de puta!... ¡arpías!... !ahhhhhh! -gritaba el viejo desesperado.

Ana rápidamente le hizo un nudo estrangulándole el pene, mientras el viejo proseguía con su letanía de quejas desgarradoras.

- Tenélo vos, ahora -dijo Ema.

Ana se hizo cargo del viejo. Y Ema, ya con el chorro cortado, dejó el papagayo en el piso y llevó los brazos del viejo hasta el respaldar de la cama.

- No les da vergüenza hacerle esto a un pobre viejo como yo... -les recriminó el septuagenario a los gritos.

- Ahora con aquellas gasas atámelo a los barrotes... que sino este guacho se va a querer quitar la goma.

- ¿Que?... ¿atarme a la cama?...-preguntó el viejo incrédulo y vociferó indignado- ¡¿Pero no tienen alma, hijas de puta?!

- ¡Callate meón! -le ordenó Ema.

- Las voy a denunciar, asesinas...

El viejo seguía meta gritar mientras Ana lo ataba rápidamente.

Cuando terminó los nudos y comprobaron que estaban bien firmes, se levantaron y encararon para la puerta.

Como el viejo seguía alborotando con sus reproches, Ema pegó media vuelta, le abrió la boca y le sacó la dentadura postiza.

- Dale, ¡gritá ahora! -lo desafió tirando la prótesis sobre la cama de al lado.

El viejo, horrorizado y sin poder creer lo que veía, intentó seguir con sus reproches pero al ver que solo le salían gritos guturales e inentendibles puso un gesto de atroz resignación y lentamente volcó la cabeza de lado sobre el pecho.

Finalmente las dos enfermeras salieron de la habitación dejando al viejo como un Jesucristo decrépito, crucificado en la cama.

Mientras caminaban por el pasillo, Ema le dijo que se fuera nomás que ella la cubría.

- Los domingos no tengo problema... anda nomás -autorizó.

- ¡Grande Ema! ¡Valés lo que pesas! -la ponderó Ana eufórica.

- ¡Que piropo, la concha de tu madre! -contestó Ema, que era más flaca que una escoba. Pero Ana ya corría escaleras abajo, cantando a los gritos. Mientras cientos de viejos consternados, se tapaban los oídos.

- ¡¿Que mierda estabas haciendo!? -le reprochó inquieto el Dos mientras Ana llegaba quitándose el guardapolvo a la carrera.

- Estábamos ayudando a mear a un abuelito -contestó tomando felíz su cartera.


Como era previsible, terminaron en el indestructible telo de la calle San Lorenzo. Donde el pelado libidinoso, dejando de mirar la revista porno que tenía sobre el mostrador, sonrió taimadamente, ofreciéndoles “las llaves de su casa”.

- Este en la primera de cambio me pega un garrotazo y te culea -dijo el Dos subiendo los infinitos escalones.

Arriba en el último rellano, una voz angelical gritó “ahí vienen”.

Llegaron y como siempre escucharon la estampida de los ángeles que corrían a ocultarse en el fondo brumoso del pasillo.

Entraron en la cueva y el Dos iba a abrir la ventana cuando Ana desde el baño lo detuvo con un grito.

- ¿Porqué mierda no querés que abra? -dijo el desabotonándose el pantalón.

Ana se encogió de hombros.

- Siento como que nos miran -agregó después de unos instantes.

El Dos miró hacia el baño como diciendo "forra".


En el pasillo los ángeles se peleaban por espiar por la cerradura. Pero la llave puesta del lado de adentro les impedía ver nada. Pegando los oídos contra la puerta comenzaron a escuchar el fragor de la batalla.

Ruidos de diversa índole se escucharon como preludio: cierres, breteles, broches, crujidos, pasos, resortes, zapatos que caían al piso, ropas rozando pieles. Luego se hizo un significativo silencio y después de unos instantes se escucho nítidamente.

- Slurp, slurp, slurp...

Al cabo de un rato empezó él a jadear.

- Ah, ah.... ah.

- Slurp, slurp, slurp... slurp... -continuó ella- avisame cuando estés por acabar... no me acabés en la boca, ya que después te da asco que te bese....

- Si, dale, vos seguí...

- Slurp, slurp, slurp...

- Ah... dale un poco mas, así, así... ¡salí! -imperativo él.

- Metémela toda, papá.

- Dale, abrite los cachetes que ni los huevos te dejo afuera.

Cuic, cuic, cuic, cuic, cuic, cuic... cuic, cuic”, los resortes de la cama.

Los ángeles, hirviendo, empezaron a franelearse detrás de la puerta, en un todos contra todos.

- Ah, ah, ah, ah, ah, ah.... -ahora las dos voces entrelazadas.

- ¡Me acabo, puta, me acabo!... ¡ahhhhhhhhh!..... -él.

- Si, ahhhhhhhh.... dame más, dame más...-ella.

Un golpeteo sordo de carne contra carne se superponía con los gritos.

Finalmente los gritos mutaron en jadeos y los golpeteos continuaron todavía un poco más. Hasta que finalmente se escuchó el derrumbe de los cuerpos sobre la cama.

Mientras adentro renacía la paz. Afuera ocurría una angelical orgía: un conglomerado celestial de miembros y órganos, se agitaba en el pasillo.

Fellatios, sesenta y nueves, piculinas y cunnilingus, mantenían ocupados a los traslúcidos ángeles que la hipocresía medieval pintó sin sexo. Como si hubieran subido al cielo arrojando pijas, tetas, culos y cajetas.

Adentro, Ana encendió un faso y se lo pasó al Dos. Luego encendió otro para ella y se recostó en el espaldar de la cama. El Dos se acomodó para fumar, apoyando la cabeza entre las mullidas tetas de Ana.

Como le ocurría a veces después de coger, el Dos se puso melancólico. Fumaba mirando el techo y sintiendo que una sensación de vacío, de nadidad lo invadía. La sensación lo mantenía callado.

Ana, feliz, le acariciaba silenciosamente la cabeza. En un momento dado estuvo por preguntarle si la quería pero, tal vez presintiendo que la verdad acechaba, se calló la boca y fumaron en silencio.

Cuando terminó el cigarrillo el Dos se incorporó en la cama, le abrió las piernas, puso la cabeza sobre su sexo y súbitamente serio, dijo:

- Sería feliz si pudiera volver a entrar por acá. Meterme y no salir más... si pudiera parirme al revés.

Los ángeles, de meta y ponga detrás de la puerta, se cagaron de la risa.


2 Comments:

Blogger Roberto Iza Valdés said...

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11:48 AM  
Blogger Roberto Iza Valdés said...

This comment has been removed by the author.

1:15 PM  

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