Escribiendo una novela on-line

Bienvenidos a la cocina de una novela. Dia a dia, encontraran publicado el refinamiento del material original de mi novela "Santana". Que lo disfruten.

Name:
Location: Las Palmas de Gran Canaria, Las Palmas, Spain

Supongo que me parezco a lo que imaginan de mi mis lectores.

Saturday, July 23, 2005

Capitulo LXIV



El día del cumpleaños numero veintisiete de Oscarcito (tres años después del inicio de la obra), Ana reunió a todos los monstruos que le quedaban.

Alrededor de la torta, con bonetes y pitos no había más de seis engendros. De los cuales, solo dos eran de la primera época; el propio Oscarcito y Joaquin, (el renguito que le había recomendado a la tecno-bruja). El resto eran dos paralíticos y dos retrasados "nuevos". Uno de los retrasados tenia una cabeza que parecía haber sido estirada, hacia arriba, cuando aún estaba fresca. Y el otro era un mongui común y silvestre con la particularidad de que estaba siempre sonriendo. De ahí que los paralíticos lo apodaran “el boludo alegre”.

Tanto Joaquin como los dos “nuevos” habían ido por el expreso llamado telefónico de Ana. Que, aparte de que quería que hubiera gente en el cumpleaños, les tenia especial cariño. Pero hacía ya mucho tiempo que habían dejado de ir. Dado que cuando comenzó el deterioro, los mas inteligentes se borraron primero.

Así los tres se impresionaron vivamente cuando la vieron. Joaquin por ejemplo, que llevaba casi un año sin verla, imaginó de primera que, la sexagenaria que le habría la puerta, debía ser la madre de Ana. Por eso cuando vió que se equivocaba y que era la propia Ana, se quedó alelado. Y no logro disimularlo lo suficiente.

- ¿Viste como estoy, Joaquin? -le dijo ella.

- ¡Pero si estás bien! Lo que si, se te ve un poco cansada, tenés que aflojar un poco -mintió Joaquin.

Ana negó con una sonrisa resignada.

- Chst, envejezco tan rápido que ya deberían festejarme los cumplemeses.

Joaquin rió con la humorada pero pensó con tristeza que era totalmente cierto. Y por no saber que decirle decidió meterse rápidamente en la cocina. Abrió la puerta y lo recibió la imagen de Oscarcito riendo y babeándose. Y luego y rápidamente la de todos los demás.

Ana le había querido hacer una linda torta en forma de patito. Pero, durante la cocción, la masa se deformó y según uno de los paralíticos había terminado pareciendo un ganso. Este ligero percance, bastó para que los tres paralíticos se destornillaran de risa a costillas de Oscarcito.

Pero lo mejor llegó cuando prendieron la vela y le cantaron, alegremente, el happy birthday: Oscarcito se dispuso a extinguirla y para ello aspiró una exagerada cantidad de aire. Luego hizo fuerza como para largarlo, pero sin abrir la boca. Daba espasmos de risa, verlo colorado y al borde del estallido, mirando la vela con ojos desorbitados. Fue tan hercúleo el esfuerzo que finalmente, y ante las carcajadas de todos, termino rajándose un ruidoso pedo.

Finalmente Joaquín, ubicándose detrás, le sopló la simbólica vela (de sus veintisiete años perdidos) y se la apagó. Entonces todos aplaudieron. Oscarcito incluído. Y uno de los paralíticos congeló la imagen con una Polaroid. El bobo, contento por ser el centro de la atención, quiso expresar su alegría y decidió hacer ruido. Agarró un pito y empezó a soplar con alma y vida. Pero la baba lo traiciono; en vez de sonido salieron ráfagas de saliva vaporizada que mojaron a todo el mundo. Y todos aplaudieron muertos de risa.

Como todos los viejos, Ana lloraba de nada. Cuando lo miró a Oscarcito y lo vió reír felíz con su carita de bobo, el pito en la boca y un bonete colorido y puntiagudo en la cabeza, sintió absurdamente que se le partía el alma.

Para no aguar la fiesta, se fue de la cocina. Se metió en la piecita de los masajes, se derrumbó sobre la mesa y recién entonces se permitió llorar. Estuvo así unos minutos y luego levantó la cabeza. Con la mirada enrojecida, asintió con un gesto silencioso a un interlocutor invisible, y tomó papel y lápiz para redactar una carta que dirigió al "Señor Michelletti:". El padre de Oscarcito.


Wednesday, July 20, 2005

Capitulo LXIII



Las colas afuera de la casa, paulatina pero firmemente, comenzaron a acortarse. La primera causa, como ya referimos, fueron los fallecimientos. Pero con el correr del tiempo, la fundamental y no menos dolorosa, fue la deserción.

Hay que imaginar un refrescante vaso de cualquier bebida en el medio de un caluroso desierto. Y luego un horda de sedientos que se abalanzan sobre él. Esa era la metáfora de Ana y sus monstruos. Ella fue como un vaso donde se introdujeron cientos de popotitos ansiosos y deformados: necesariamente debía gastarse con rapidez.



A finales del segundo año, Ana era francamente un esperpento; tenia las tetas caídas hasta la cintura, la espalda doblada, hablaba con una ligera afonía que la hacia parecer siempre al borde del llanto y había agudizado aquella mirada desolada.

Así fue como aquel prodigo vaso comenzó a quitar la sed pero ya no por saciedad sino por inhibición del deseo. Verla quitaba las ganas de todo. Ana podía inspirar, a lo sumo, deseos solidarios de ayudarla a cruzar la calle. Pero jamas de cogerla. Y no hacia falta ser normal para darse cuenta; porque para eso corría el instinto y no la mente.

Así es que en breve debió comprobar con dolor, como monstruos que, antes de ella, había vivido a las pajas limpias. Ahora, habiendo mordido la carne del deseo, no lograban, frente a su cuerpo fláccido, una miserable erección. Y preferían volver a sus prácticas solitarias para coger con su pasado y no con su presente. De esta manera, Ana, competía y perdía contra su propio recuerdo. Y un chorro de esperma festejaba así, en la soledad del baño, el retorno de sus tetas exhultantes, encuadrado en la dudosa pureza de un azulejo blanco.


Llegaba el fin de su multitudinario amor: Pronto ya ni los mas monstruosos seres consentirían en compartir su cama. Y si algunos seguirían yendo, sería simplemente para visitarla como se visita a una abuela. Por un cariño casi filial.


Al tercer año de su obra, solo Oscarcito y algunos de los mas deformes y tarados continuaban firmes. Pero de todos ellos, el único que seguía como el primer día, amante y enamorado, era el pobre Oscarcito. Y era por su amor, desinteresado y desmesurado, que Ana encontraba todavía una razón para vivir. Pero la tarea llegaba a su fin.

Licencia de Creative Commons
Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons.