Escribiendo una novela on-line

Bienvenidos a la cocina de una novela. Dia a dia, encontraran publicado el refinamiento del material original de mi novela "Santana". Que lo disfruten.

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Location: Las Palmas de Gran Canaria, Las Palmas, Spain

Supongo que me parezco a lo que imaginan de mi mis lectores.

Thursday, April 28, 2005

Capitulo XXV



Cosa curiosa. Cuando el Dos llegó a la casa de Manuel, Manuel no estaba. Pero si estaba María, que recién terminaba de bañarse y se asomó a la puerta envuelta en una toalla. Cuando lo reconoció, sonrió y le abrió la puerta. El Dos entró y sintió el contemplarla envuelta en la toalla, que una sensación de calentura lo atacaba.

- Hola, pasá. Tu amigo no está. Pero esperalo que no debe tardar.

- Hola... si... lo espero... -contestó viéndola volver al baño.

Como todo pibe de barrio, el Dos tenía ciertos parámetros relativos a la amistad, pero también, como todo pibe de barrio jamás rechazaba invitaciones a coger. Mentalmente el Dos se propuso no tomar ninguna iniciativa, en eso quedaba demostrada su fidelidad al amigo, pero guay de que ella insinuara nada; porque se la colocaría sin más trámite.

- Pongo la pava... -avisó el Dos.

María desde el baño le contestó.

- Dale, aprovechá que hay yerba nueva.

- ¡Mierda que hay guita acá!

- ¡Si, pero no la trae tu amigo!

- Bueno che, que querés... ya va a aportar. Esperálo, no seas impaciente.

A María le gustaba el Dos. Pero le gustaba de una manera casi inimputable de infidelidad; le gustaba porque lo encontraba parecido a su marido. Desde el baño, mientras se secaba las tetas hinchadas por el embarazo, frente al espejo, fantaseó con la idea de cogérselo.

En su película, la puerta se abrió y apareció el Dos con el mate extendido y una mirada lasciva y desorbitada.


11111


- Hay, me agarraste desnuda... -Dijo María pero sin ademán de agarrar la toalla.

El Dos la contempló; tenía la panza prominente y movediza, por ese lado andaba floja, pero las tetas estaban redondas e hinchadas, bien paradas. La pija le apretó tanto la bragueta que el cierre se abrió solo, como no usaba calzoncillos, la cabeza colorada del choto quedó balconeando afuera del pantalón.

- Nena, que lindas tenés las tetas... -elogió con una voz cavernosa.

- Huy, que és eso... ¡tenés la pija afuera!... -exclamó María mirándole la bragueta.

- Salió a saludarte.

María se rió con ganas, pero un dejo de formal fidelidad le hizo exclamar.

- Que estamos haciendo... Manuel...

- Tu marido se coge una gallina, si se le cruza... -interrumpió el Dos, depositando el mate en la pileta y tomándole las tetas.

- Jurame que no se va a enterar -exigió María, furiosa porque sabía que lo que le había dicho era cierto.

- !Te juro que no se va a enterar! -Replicó el Dos.


22222


Y ahí, con final a todo garche terminaba la película. María frente al espejo se recorrió los labios con la lengua.

En la cocina, atento a la pava, el Dos, pensó en la cara de lascivo que ponía Manuel hablando de Ana. “Ese hijo de puta si tiene oportunidad se la recontracoge”, pensó acertadamente. “Y yo haciéndome el bueno...¡Ma’si, si esta me tira media onda yo se la repongo!".

María frente al espejo pensó; “La verdad es que me gustaría que pase algo, pero lo que pase, será porque tiene que pasar. Yo no voy a hacer nada para que ocurra”. Y se miró decir casi sonriendo.

- ¿Y?... ¿no hay ningún mate todavía?

- Ya falta poquito.

- Cuando tengas uno traémelo -propuso María.

Cuando el Dos escuchó esto sintió que la pija le rompía el pantalón. Con los ojos puestos en la pava se hizo la película: en su versión abría la puerta y su mirada desorbitada y lasciva, la encontraba desnuda.


[Como lo imaginado por el Dos coincide en un todo con lo imaginado por María, para abreviar texto sugerimos ir a 11111 y leer hasta 22222. Luego continuar con el párrafo siguiente a éste (no con el que sigue al texto citado porque el relato entraría en loop)]


Incentivado por su propia imaginación, se apresuró. Puso el fuego al máximo. Armo rápidamente el mate e impaciente levantó la pava y le echó un chorro de agua todavía tibia. Con el mate como excusa fue hacia el baño.

Desde el baño, María escuchó los pasos y se quitó la toalla. La puerta del baño se abrió y apareció el Dos con la mano extendida apretando el mate. Una mirada lasciva y desorbitada, le brillaba en los ojos.


[Como la realidad coincidió totalmente con lo imaginado por ambos puede volver a 11111 y leer hasta 22222 . Luego debe retomar con el párrafo que sigue a este]


Ciertamente lo que mas excitaba al Dos no era María en si misma, ni sus ahora apetitosas tetas, sino el entorno. Su mente retorcida se calentaba con lo inmoral de la situación; no solo era una mina casada, sino que estaba embarazada y para colmo de su mejor amigo. Casi al borde de la eyaculación precoz, la agachó contra la pileta y sin decir agua va se la encajó de prepo, quedando los dos de cara al espejo del baño. María se veía y veía detrás el rostro acalorado del Dos resoplando detrás de ella. Ya estaban en la cornisa enloquecida del orgasmo cuando María vió virar el rostro del Dos hacia una expresión desesperada de dolor.

- ¡Hayyyy! -gritó sacándola y acabando afuera.

- ¿Qué? -preguntó María, también desesperada porque se la sacaba justo cuando le estaba tocando a ella.

Millones de espermatozoides cayeron gritando de horror al piso frío y sucio del baño.

- Tu hijo, debe haber sido tu hijo...¡me retorció la poronga! -respondió sacudiendo el miembro frenéticamente.

En ese momento sintieron una llave introduciéndose en la cerradura de la puerta de calle.

- ¡Mi marido! -exclamó María parafraseando a todas las turras pescadas in fraganti en la historia de la humanidad.

El Dos guardó al instante la retorcida poronga, tomó el mate y cerrando la puerta del baño, rajó para la cocina. María abrió la ducha para disimular. En el hall de entrada retumbaban ya los pasos de Manuel.

- Dale che, no te voy a esperar toda la tarde -gritó el traicionero, desde la cocina, cebando otro mate.

Manuel apareció en la cocina.

- ¿Que haces acá? -preguntó con una expresión entre cordial y sorprendida.

- ¿Que voy a estar haciendo?... ¡vine a colocársela a tu mujer! -le contestó extendiéndole una infusión.

Manuel soltó una carcajada y agarró el mate.

- ¿Y la yegua traidora ésa? -preguntó.

- Se está bañando... -contestó el Dos y en tono misterioso dijo-...ché, ¿a que no sabés porqué vine?

- No, ¿que?, de visita -preguntó Manuel con la bombilla en la boca.

El Dos lo miró con una mirada iluminada. Y pronunció las siguientes tres frases con creciente sonoridad:

- Vine porque tengo el curro del siglo... tengo la idea que nos va a sacar de perdedores... ¡la salvación final! -terminó gritando.

- ¡Hola, mi amor! -interrumpió María, apareciendo ya vestida y con su valija de libros, en la cocina.

- Shhhhh... -Le dijo Manuel, levantando la mano y sin volverse para verla.

- Si no me van a dar pelota, me voy... -amenazó María.

- Shhhhh... -reiteró Manuel molesto.

- Chau, vuelvo tarde, cielo... -saludó y aprovechando que su marido no miraba le guiñó un ojo al Dos.

- ¡Trae plata, che! -reaccionó Manuel cuando ya sonaba la puerta de calle. Y volviéndose al Dos lo urgió: Dale, che... ¿de que se trata?...¿a quién hay que matar?

El Dos se puso de pié, se le acercó, le puso una mano en el hombro, lo miró fijamente a los ojos y le dijo:

- Una maquina de parir, hermano... ¡vamos a fabricar una máquina de parir!

- ¿Lo qué? -preguntó Manuel.

Capitulo XXIV

Cierto mediodía de la semana siguiente, el Dos, debió abandonar raudamente la mesa de la cocina.

Sucedió que su padre (con quién vivían solos desde que su madre había crepado), trastornado por la falta de guita (propia de su estado de pasivo), no encontró mejor descarga que reputearlo y reprocharle las casi tres décadas de vagancia que llevaba cumplidas.

Es oportuno aclarar que si bién la acusación de vagancia era totalmente justificable, para el viejo putearlo era en realidad un deporte donde encontraba alivio para su torturada existencia.

De hecho, muchas veces, descargaba en él broncas que le eran totalmente ajenas. Bastaba, por ejemplo, que se golpeara un dedo con el martillo para que corriera a buscarlo por toda la casa y le gritara “hijo de puta” sin más ni más. O que comiendo se mordiera la lengua, para que le escupiera un “hijo de mil putas” como quién dijera “pasame la sal”.

Una de sus puteadas preferidas consistía en gritarle a voz de cuello, con los ojos casi saliendo de las órbitas: “¡mal polvo, hijo de puta!”, como escupiendo las palabras.


Aquel mediodía el Dos lo dejó hablando solo y con la costeleta a medio digerir se encerró de un portazo en su habitación.

Se sentó en la cama, prendió un cigarrillo y se quedó mirando la pared.

- Me tiene los huevos llenos este viejo puto... ¡puta que lo parió!... -estalló- ¡no se puede vivir con este hijo de puta! ¡como me iría!... -le confió indignado a la pared.

La pared, de más esta decirlo, no respondió.

El Dos siguió fumando y pensando en como hacer para mandarse a mudar.

Entre pitada y pitada enfocó el problema desde todos los ángulos posibles. Pero no hubo caso; todas las respuestas llevaban implícitas la necesidad de trabajar.

- Puta... ¡que país de mierda!... -se quejó con la pared.

Hierático, el muro se mantuvo sobre los cimientos.

El tema, razonaba, no era hacerse millonario, sino zafar medianamente. Poder rajar de la casa, vivir solo, y tener tiempo libre para construir mundos imaginarios. Extraños edificios, bellos e inhabitables, hechos con prolijas hileras de palabras apiladas.

Una alternativa para el raje era irse a vivir con Ana. Pero el Dos sabía que con el tiempo le resultaría más insoportable que vivir con su propio padre.

La cosa pasaba por otro lado. Era imprescindible la presencia de moneda corriente propia y en cantidades, cuanto más generosas mejor.

Tal vez haya sido la aparición a nivel subliminal de la imagen, casi maternal de Ana. Tal vez fue un súbito deseo de irse a la concha de su finada madre. O tal vez ocurrió una eclosión de arraigados traumas de su primer edad. La respuesta, al cómo se le ocurrió lo que se le ocurrió, no tiene explicación concluyente, ni tal vez demasiada importancia.

Simplemente en un momento dado, abrió muy grandes los ojos, se quedó rígido un instante, llevo luego el cigarrillo lentamente a los labios y respondió como sigue a una pregunta que no se oyó:

- Si... si... -dijo quedamente.

Pensó en silencio unos instantes más y finalmente levantó eufórico los brazos.

- ¡Si!, ¡claro que puede andar! -gritó a voz de cuello.

Frenéticamente, apagó el faso contra la pared, saltó de la cama y salió raudamente de la habitación.

En la escalera, casi se lo lleva por delante a su padre, que atragantado de odio iba hacia su pieza para continuar puteándolo.

Cuando vio que su odiado hijo se le escapaba, se quedó parado y viéndolo irse, impotente, condensó su furia abreviando a su puteada favorita:

- ¡Mal polvo, hijo de puta!

Sin darle bola, el Dos salió pegando un segundo portazo.

En la esquina tomó un bondi que pasaba justo y que lo dejó, minutos después, en la casa de Manuel.





Wednesday, April 27, 2005

Capitulo XXIII

Fatídica noche la del sábado. El Dos la recordaba el domingo rumbo al hospital de Ana; las siervas no aparecieron y en Yezabel no engancharon ni un abrojo. Terminaron la noche puteando su mala leche, fumando y tomando café en el bar del hotel Libertador.

Aquella tarde, en la coctelera que lo llevaba, el Dos reflexionó que no podía seguir así. Que tenía que hacer algo para pasar al frente.

Por lo pronto la primera medida era mantener la fuente de ingresos (Ana). Mirando la ventanilla pensó que no solo le echaría dos polvos en lugar de uno, sino que le infundiría esperanzas sobre un difuso futuro en común. Era un verdadero alacrán.

Pero tenía claro que, de cualquier manera, Ana representaba solo una solución coyuntural. Lo perentorio era encontrar la forma de zafar definitivamente; de elevarse un par de metros del subterráneo nivel que ocupaba. De trepar socialmente, de irse para arriba.

Su mente afiebrada, debía dejar de lado las tetas y los culos que la poblaban y dedicarse a encontrar "el ascensor". Ese "algo" que lo salvaría.


En el hospital, entretanto, Ana estaba furiosa con el Dos. Lo había visto el domingo pasado cuando el truhán fue a sacarle el dinero y a echarle un polvo de apurón con la excusa de una repentina inspiración. Pero lo que mas furiosa la ponía era la certeza de que recién en tres semanas volvería a verlo. Si hasta había cambiado la guardia para no deprimirse en su casa.

Mascullando su odio, la noche anterior se había echo el rollo de que lo echaría al carajo. Lo había decidido como se deciden tantas pavadas que luego se olvidan; en caliente. Se decía que solo quería verlo una última vez más, para como dice el tango, “echarle en cara todo ese desprecio, que inunda mi vida de rabia y dolor”.


Aquella tarde de domingo estaba recién entrada a la guardia, esperando en la cocina el ronroneo de la pava y eructando todavía los maravillosos fideos facturados por "la dejada", cuando mirando por la ventana pestañeó como viendo una aparición; allí entrando al hospital, había un tipo igualito al Dos.

Salió urgente al corredor desierto del nosocomio y apenas el supuesto clon dobló el pasillo y quedó frente a ella, vió que si, que realmente, era el Dos. Olvidando instantáneamente su tanguito reprochador, lo abrazó con tanto ímpetu que casi lo quiebra.

- ¡Mi amor! -exclamó eufórica la tetona enamorada.

- Hola, mi amor -respondió el falso. Casi asfixiado por la efusividad.

- Mi amorcito, viniste... -insistió ella mirándolo incrédula y feliz. Y agregó irónica:

- ¿Qué pasa que viniste?... si el sueldo lo cobramos la semana pasada.

- Pero ché, ¿quién soy yo? ¿tu novio o un acreedor? -contestó el Dos casi indignado.

- Eso quisiera saber.

Ayudado por su cara de granito el remintió:

- Tu novio, ¿quien voy a ser?

Su cara falsa no convencía a nadie, pero ella se quería convencer. Contenta lo besó en la mejilla.

- ¿Que, me venís a buscar para salir entonces?

El asintió con un gesto.

Ella golpeó con el puño de una mano la palma de la otra y exclamó:

- Puta madre... estoy de guardia... -lo miró y dijo- me imaginé que no venías y cambié la guardia con Cristina

- Y bueno, ¿que le vamos a hacer? dame el teléfono de Cristina...

- ¡Mira que te lo doy! -risueña ella.

- ¡Ah, cierto! Es la vieja esa que se cae a pedazos... y bueno ché... si estás de guardia... -se encogió de hombros como diciendo “¿qué le voy a hacer?”.

- ¡No! -casi gritó ella. Y señalando una silla de la cocina agregó:

- Sentáte ahí y esperá un minuto.

Luego con paso rápido, Ana se perdió por los laberínticos pasillos del nosocomio.


Su compañera de turno saliente, Ema, tenía a primera vista dos características sobresalientes; era delgada y nerviosa.

Ana recorrió los pasillos para encontrarla pero no abrigaba demasiadas esperanzas con ella; si bien tenían una buena relación, Ema jamás cambiaba sus guardias. Sucedía que tenía afuera un curro misterioso que nunca quería develar y que le impedía alterar sus horarios.

Después de recorrer la mitad de ese infierno no previsto por Dante, la encontró haciendo mear a un viejo que tenia un choto triste pero insólitamente largo. Ema lo empuñaba como a una manguera de combustible cargando un papagayo.

- ¡Ema hacéme un favor! -gritó Ana irrumpiendo en la pieza- ¡cubrime la guardia, por lo que más quieras!.

Ema sintió tal susto que un sacudón sinusoidal le recorrió el espinazo para terminar azotándole la mano que sostenía el pene. Y provocando así la salida de éste del papagayo que terminó salpicando con meada la cara de la propia Ema y del titular del choto.

- ¡Ah, loca! ¡me querés matar!... ¿no sabés que sufro del bobo? -le recriminó largando la poronga y apretándose el pecho. La poronga siguió meando en el piso.

- Hay, perdoname. Es cierto... es que te estuve buscando como loca... -se excusó Ana agitada por las escaleras.

Ya semireestablecida Ema vio el charco formándose en el piso y volvió a meter la manguera en el tanque.

- ¿Que necesitás?

- Que me cambiés la guardia.

Ema, viendo el papagayo al borde del rebalse le contestó:

- Para un minuto Anita... -y dirigiéndose el viejo: Don Fermín, corte el chorro. Corte porque está por rebalsar.

- No puedo, no puedo... -respondió el vejestorio con tono apocalíptico.

- Ché Ana, apretale la poronga, hacéme el favor.

Ana le empuñó el fideo y lo acogotó con sus poderosos dedos.

- ¡Ay, me duele! -gritó el Viejo, con el ganso estrangulado.

- Un minuto, Don Fermín -lo tranquilizó Ema, yendo al baño para vaciar los dos litros de meada- ¿que más quiere, cuanto hace que una chica no le agarra el pajarito?

El viejo, desesperado de dolor, no dejaba de protestar, intentando zafarse. Pero Ana lo tenía bién agarrado y cuando el viejo hacía algún movimiento lo frenaba retorciéndole el pito.

Ema retornó con el papagayo vacío.

- Flor de pedazo -comentó guiñándole un ojo a Ana. Y embocándole el pene en el aparato, le hizo señas de que soltara.

- Sabés lo que habrá sido esto, parado -comentó Ana entusiasmada.

Ema se relamió burlona y retomó la conversación original preguntándole:

- Bueno, ché, ¿que es lo que te pasa?

- Llegó mi novio y como yo no lo esperaba cambié ayer el turno con Cristina... hacéme la gauchada, hacéme la guardia y cobrátela vos. Total no va a pasar nada. Hace de cuenta que te pagan por dormir la siesta acá.

El papagayo ya se estaba llenando nuevamente.

- Increíble, van casi cuatro litros de meada, ¡este viejo es una vejiga con ojos!

- ¿Otro papagayo? -preguntó Ana sorprendida.

- Si, para colmo no retiene... -y dirigiéndose colérica al viejo- mire Don Fermín, yo no me voy a pasar la tarde haciéndolo mear, ¿que carajo se cree? -y dirigiéndose a Ana- alcanzame la goma de tomar la presión.

Ana tomó la manguera de goma que estaba junto al tensiómetro y se la alcanzó.

- ¿Que van a hacer? -preguntó intranquilo el meador.

Ema la rechazó con un gesto, lo sujeto al viejo de los brazos y le ordenó a Ana:

- No, ponésela en la poronga.

- ¡Están locas! ¡Yeguas! ¡asesinas, hijas de puta!... ¡arpías!... !ahhhhhh! -gritaba el viejo desesperado.

Ana rápidamente le hizo un nudo estrangulándole el pene, mientras el viejo proseguía con su letanía de quejas desgarradoras.

- Tenélo vos, ahora -dijo Ema.

Ana se hizo cargo del viejo. Y Ema, ya con el chorro cortado, dejó el papagayo en el piso y llevó los brazos del viejo hasta el respaldar de la cama.

- No les da vergüenza hacerle esto a un pobre viejo como yo... -les recriminó el septuagenario a los gritos.

- Ahora con aquellas gasas atámelo a los barrotes... que sino este guacho se va a querer quitar la goma.

- ¿Que?... ¿atarme a la cama?...-preguntó el viejo incrédulo y vociferó indignado- ¡¿Pero no tienen alma, hijas de puta?!

- ¡Callate meón! -le ordenó Ema.

- Las voy a denunciar, asesinas...

El viejo seguía meta gritar mientras Ana lo ataba rápidamente.

Cuando terminó los nudos y comprobaron que estaban bien firmes, se levantaron y encararon para la puerta.

Como el viejo seguía alborotando con sus reproches, Ema pegó media vuelta, le abrió la boca y le sacó la dentadura postiza.

- Dale, ¡gritá ahora! -lo desafió tirando la prótesis sobre la cama de al lado.

El viejo, horrorizado y sin poder creer lo que veía, intentó seguir con sus reproches pero al ver que solo le salían gritos guturales e inentendibles puso un gesto de atroz resignación y lentamente volcó la cabeza de lado sobre el pecho.

Finalmente las dos enfermeras salieron de la habitación dejando al viejo como un Jesucristo decrépito, crucificado en la cama.

Mientras caminaban por el pasillo, Ema le dijo que se fuera nomás que ella la cubría.

- Los domingos no tengo problema... anda nomás -autorizó.

- ¡Grande Ema! ¡Valés lo que pesas! -la ponderó Ana eufórica.

- ¡Que piropo, la concha de tu madre! -contestó Ema, que era más flaca que una escoba. Pero Ana ya corría escaleras abajo, cantando a los gritos. Mientras cientos de viejos consternados, se tapaban los oídos.

- ¡¿Que mierda estabas haciendo!? -le reprochó inquieto el Dos mientras Ana llegaba quitándose el guardapolvo a la carrera.

- Estábamos ayudando a mear a un abuelito -contestó tomando felíz su cartera.


Como era previsible, terminaron en el indestructible telo de la calle San Lorenzo. Donde el pelado libidinoso, dejando de mirar la revista porno que tenía sobre el mostrador, sonrió taimadamente, ofreciéndoles “las llaves de su casa”.

- Este en la primera de cambio me pega un garrotazo y te culea -dijo el Dos subiendo los infinitos escalones.

Arriba en el último rellano, una voz angelical gritó “ahí vienen”.

Llegaron y como siempre escucharon la estampida de los ángeles que corrían a ocultarse en el fondo brumoso del pasillo.

Entraron en la cueva y el Dos iba a abrir la ventana cuando Ana desde el baño lo detuvo con un grito.

- ¿Porqué mierda no querés que abra? -dijo el desabotonándose el pantalón.

Ana se encogió de hombros.

- Siento como que nos miran -agregó después de unos instantes.

El Dos miró hacia el baño como diciendo "forra".


En el pasillo los ángeles se peleaban por espiar por la cerradura. Pero la llave puesta del lado de adentro les impedía ver nada. Pegando los oídos contra la puerta comenzaron a escuchar el fragor de la batalla.

Ruidos de diversa índole se escucharon como preludio: cierres, breteles, broches, crujidos, pasos, resortes, zapatos que caían al piso, ropas rozando pieles. Luego se hizo un significativo silencio y después de unos instantes se escucho nítidamente.

- Slurp, slurp, slurp...

Al cabo de un rato empezó él a jadear.

- Ah, ah.... ah.

- Slurp, slurp, slurp... slurp... -continuó ella- avisame cuando estés por acabar... no me acabés en la boca, ya que después te da asco que te bese....

- Si, dale, vos seguí...

- Slurp, slurp, slurp...

- Ah... dale un poco mas, así, así... ¡salí! -imperativo él.

- Metémela toda, papá.

- Dale, abrite los cachetes que ni los huevos te dejo afuera.

Cuic, cuic, cuic, cuic, cuic, cuic... cuic, cuic”, los resortes de la cama.

Los ángeles, hirviendo, empezaron a franelearse detrás de la puerta, en un todos contra todos.

- Ah, ah, ah, ah, ah, ah.... -ahora las dos voces entrelazadas.

- ¡Me acabo, puta, me acabo!... ¡ahhhhhhhhh!..... -él.

- Si, ahhhhhhhh.... dame más, dame más...-ella.

Un golpeteo sordo de carne contra carne se superponía con los gritos.

Finalmente los gritos mutaron en jadeos y los golpeteos continuaron todavía un poco más. Hasta que finalmente se escuchó el derrumbe de los cuerpos sobre la cama.

Mientras adentro renacía la paz. Afuera ocurría una angelical orgía: un conglomerado celestial de miembros y órganos, se agitaba en el pasillo.

Fellatios, sesenta y nueves, piculinas y cunnilingus, mantenían ocupados a los traslúcidos ángeles que la hipocresía medieval pintó sin sexo. Como si hubieran subido al cielo arrojando pijas, tetas, culos y cajetas.

Adentro, Ana encendió un faso y se lo pasó al Dos. Luego encendió otro para ella y se recostó en el espaldar de la cama. El Dos se acomodó para fumar, apoyando la cabeza entre las mullidas tetas de Ana.

Como le ocurría a veces después de coger, el Dos se puso melancólico. Fumaba mirando el techo y sintiendo que una sensación de vacío, de nadidad lo invadía. La sensación lo mantenía callado.

Ana, feliz, le acariciaba silenciosamente la cabeza. En un momento dado estuvo por preguntarle si la quería pero, tal vez presintiendo que la verdad acechaba, se calló la boca y fumaron en silencio.

Cuando terminó el cigarrillo el Dos se incorporó en la cama, le abrió las piernas, puso la cabeza sobre su sexo y súbitamente serio, dijo:

- Sería feliz si pudiera volver a entrar por acá. Meterme y no salir más... si pudiera parirme al revés.

Los ángeles, de meta y ponga detrás de la puerta, se cagaron de la risa.


Monday, April 25, 2005

Capitulo XXII

Peinado a la lambida, Manuel arribó al centro con su impecable traje gris recién planchado.

El amigo que tenia que encontrar en aquella noche de sábado no era otro que el Dos. Que lo esperaba en un café de la plaza Pinasco con una expresión atormentada en su rostro de rufián.

Manuel entró, le pidió al de la barra que le remita un cortado a la mesa y depositó el trasero frente a su amigo.

- Eh, loco, ¡que caripela! -exclamo contento.

- ¿Y de que querés que me ría, boludo? -le respondió el Dos ágriamente.

- ¡Eh, que mala onda! ¡alegrate, querido! ¡hoy es sábado!

- ¿Y?

- Y nada... ¿que más querés?

El Dos frunció la boca y arqueó las cejas.

- ¿Le sacaste algo a la forra?

- Así es...

- No me digas nada, -lo interrumpió el Dos- la plata es para ir a cenar con un tipo que te prometió laburo.

- Exactamente -rió el guacho.

- ¡Pero que boluda! ¿todos los sábados el mismo verso y todavía te cree?, ¡que fiolo hijo de puta que sos! -exclamó asombrado.

- ¿Y vos que hablás? ¿o acaso no laburás de novio? -burlón Manuel.

El Dos sonrió con su mejor sonrisa de cafishio.

- Bueno che, dejemos de hablar al pedo... ¿a donde vamos?

- ¿Adonde vamos a ir? a Yezabel, a tomar unos drinks.

- Yezabel -interrumpió el Dos con desgano- si es como el Buen Pastor (1), pero bailable. ¡Está lleno de pardas!

- ¿Y que te pasa, loco? ¿desde cuándo te molestan las gronchas? ¡si toda la vida te la pasaste vareando pardas!

El Dos se sinceró con vehemencia.

- ¡Justamente! ¿Sabés porqué estaba con cara de culo cuando llegaste?

Manuel negó con la cara.

- ¡Porque estoy podrido de pardas! ¡tengo los huevos llenos de fifarme siervas o guachas de nueve con noventa como Ana!

Manuel hizo un gesto de desdén y luego, como recordando algo, lo interrumpió diciendo:

- Uia, a propósito, ¿a que no sabés quién estuvo esta tarde en casa?

- ¿? -Con la cara el Dos.

Manuel ahuecó las palmas de las manos y las colocó frente a si mismo a cincuenta centímetros de distancia.

- ¡Ana! -exclamó el Dos sorprendido, en el preciso instante en que el mozo depositaba el cortado de Manuel sobre la mesa.

- Si, esa tetona divina -definió poniéndole el azúcar- ¡la tenés mortadela, hijo de puta! Yo que vos a esta hora me la estoy culeando -expuso revolviendo- y dentro de cuatro horas también -preciso probando el cortado. ¡No largo más esos dos chupetes! -confesó pegándole un sorbo, para terminar exclamando- ¡ah, Dios le da pan al que no tiene dientes!

- Si que tengo dientes, solo que estoy podrido del pan. Ya es hora de que me toque una buena torta -protestó el Dos y como al descuido, preguntó- ¿y que mierda fue a hacer por tu casa?

- Supuestamente a visitar a mi mujer, -dijo dando otro sorbo al pocillo- pero lo único que hizo fue hablar de vos. Estaba enculada. Dijo que si vos no sentabas cabeza te largaba -riendo Manuel. Boludo, dale un poco de pelota, después de todo te mantiene. Yo a mi jermu hasta me la cojo una vez por semana.

- Si, eso es cierto. Mañana voy a ir. Ultimamente estoy yendo a cobrar nada más. -Concedió el Dos.



(1) Escuela donde se prepara a niñas de condición humilde para el servicio domestico.



- Hijo de puta, ¡como la hacés sufrir! -comentó Manuel gesticulando.

Hizo un instante de silencio, se terminó de un sorbo el cortado y agregó cambiando de tema- ¡che!, ¿y las minas del jueves? ¿no habíamos quedado para hoy?

El Dos se golpeó la frente.

- Cierto, las dos siervas que nos levantamos el jueves en el parque Independencia -y como dándose cuenta agregó ofuscado- ¿ves lo que te digo? ¡gronchas! ¡siempre gronchas!

- ¡Que bueno, hoy la ponemos seguro! -se entusiasmó Manuel restregándose las manos.

- Te lo aviso, la de los granos es para vos -se atajó el Dos- yo me quedo con la renguita.

Manuel se encogió de hombros.

- ¿Que me importa? ¡Yo con tal de ponerla...!

- Si, loco, pero ponela rápido y no te hagas el novio. No hagas como siempre. Que no están para dedicarles toda la noche -protestó el Dos.

- ¡Pero no! Pinchamos rápido y después olivamos a eso de la una para Yezabel, ¿que te serepa el plan?

El Dos puso una expresión a mitad de camino entre el fastidio y la resignación y sentenció:

- A levantarnos otras dos pardas -hizo un silencio, miró hacia la ventana y preguntó con un dejo de angustia- ¿cuando me voy a coger una guacha como aquella? ¿me querés decir? -señalando una majestuosa hembra, tipo estudiante de arquitectura, que desfilaba por la vereda.

- Yo no pierdo la esperanza, con esta pilcha algún día capaz me volteo alguna -exclamó Manuel sin convicción.

- Si, ganso, ¡el día del prepucio! -dijo el Dos burlón.

- ¿Porque? -Exclamó Manuel ofendido.

- Primero que no te dan bola porque están en otra y segundo que si se diera la puta casualidad de que te la levantés, después resulta que no tenés ni coche, ni guita para el taxi, ni para el telo ¿te creés que te vas a fifar una guacha como aquella, de parados en el parque Urquiza?... “¡devolvé el traje que te robaste, la puta que te parió!”, te va a decir.

Manuel se encogió de hombros.

- Y bueno, me chupa un huevo. No queramos cagar más alto de lo que nos da el culo. Es triste pero es el destino y del destino no se puede huir -miró la hora y con un gesto de solemne resignación agregó: Son las diez, salgamos hermano, nuestras víctimas ya largaron el repasador.

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