Capitulo XVIII
Como todos los desahuciados, Ana se acordó de Dios y de todos los santos. Se dijo que ya que lo terrenal no surtía efecto, tal vez un rayo divino iluminara a ese poeta hijo de puta y lo transformara en un buen novio. Comenzó entonces, a frecuentar una iglesia que le quedaba de paso, a la salida del hospital. Día por medio iba la tetona enamorada a postrarse devotamente frente al altar y a manguearle a Dios y a todos los santos "el rayo divino". El cura de la iglesia, bastante joven, comenzó a mirarla con atención.
Cierta tarde estaba Ana de rodillas, dándole al padrenuestro, cuando sintió un toquecito en el hombro y escuchó una voz que le decía:
- Hija.
Se dió vuelta y se encontró con la cara del cura que con una sonrisa enigmática le preguntó:
- ¿Cuánto hace que no te confiesas?
- Bastante padre...
- ¿Cuánto?
- Desde la primera comunión.
- Me lo suponía. Te he observado orando devotamente, e intuyo que estás pidiéndole importantes favores al Señor... -dijo el cura interrumpiéndose para que ella lo confirmara.
- Si, así es padre.
- Pero hija... tienes que estar perdonada para poder renovar tu crédito con el Altísimo. Vamos, ven a confesarte conmigo. Vamos -la instó el cura dirigiéndose a un confesionario de madera oscura que había en un rincón.
Ana hizo la señal de la cruz, se puso de pié y lo siguió. El cura se metió dentro de la cabina y Ana se arrodilló en el reclinatorio del confesionario.
- Bien hija, cuéntame...
- Si, padre, vea... yo tengo un novio... -dijo con un nudo en la garganta-...yo lo quiero mucho... -se interrumpió- pero él me hace sufrir como una loca... -y terminó largándose a llorar.
- Tranquilízate hija, tranquilízate -susurró el cura.
- Está bien, padre, disculpe...-dijo ella enjugándose los mocos en los dorsos de las manos- bueno... por eso vengo... a solicitar ayuda para que él cambie y me trate mejor.
- Bueno, bueno, bueno... vamos por partes hija... me dices que tienes un novio, muy bien... ¿cuánto hace que lo conoces?
- Van a hacer cuatro meses este sábado que viene...
- Muy bien y dime... ¿han hecho algo que pueda haber molestado al Señor?
- Usted se refiere a...
- Si, hija. A eso.
- Si, padre -confesó Ana (que razonó que solo con la verdad conseguiría el crédito divino).
- Me lo temía... ¿y cuándo fue la primera vez? -preguntó el cura con una voz levemente temblorosa.
- Al día siguiente de conocernos, padre.
- ¡Al día siguiente! -exclamó casi agresivo- ¿no pudiste aguantar un poco, hija?
- No, padre -dijo ella bajando la cabeza.
Ana permaneció en silencio y el cura retomó la palabra.
- Bueno esta bien, pero no nos apresuremos. Cuéntame como fue eso hija, cuéntame. Los detalles quiero decir... -pidió el cura con un tono urgente, casi ávido, en la voz.
- ¿Que le cuente?...
- Si, por supuesto. Para perdonar debo saber exactamente que estoy perdonando. Por favor hija, puedes sincerarte conmigo... ¡soy un sacerdote! -concluyó casi indignado.
- Está bien, discúlpeme. La primera vez como le dije fue al día siguiente... pasamos de casualidad por la puerta de un hotel y nos metimos... -inmediatamente después de la palabra “casualidad”, dentro del confesionario sonó una risita contenida. Ana entonces se cortó-...y bueno, como le dije, entramos a una pieza y pecamos.
- No hija. Así no vamos a ningún lado. Eso no es confesar. Debes contarme todo con lujo de detalles. A ver... entraron al hotel, digo a la pieza... luego se desnudaron...
- No, primero, nos acostamos en la cama y comenzamos a besarnos y a tocarnos con la ropa puesta...
- Sigue hija, sigue que vas bien. No te interrumpas... sigue... -la alentó el cura con una voz entrecortada y febril.
- Bueno... después nos desnudamos mutuamente y... ¡pecamos! -abrevió.
- Si, pero no... antes de la penetración digo... ¿tu le besaste el miembro?
- Si -abrumada Ana.
- Y él, ¿te hizo lo propio? -ansiosamente el cura.
- Si.
- ¿Y a ti te gustaba?
- Y... si, padre.
- ¿Y luego que pasó? ¿el eyaculó en tu boca?
- No...
- ¡Te penetró!
- Si.
- Y mientras te penetraba... ¿te metió algún dedo en el culo?
- Padre...
- Es importante hija, contesta... contesta -la urgió una voz sofocada dentro de la cabina.
- Y.. si, pero padre... ¿hace falta esto?
- ¡Pero claro que si! ¡claro que si! -el tono ya era definitivamente pervertido. Dentro del confesionario se escuchaba un rechinar de madera en movimiento de vaivén.
- Bueno... -exclamó Ana como para cortar la confesión.
- ¿Y estabas muy mojada cuando te penetró? -se apresuró el cura.
- Si.
- ¿Y el te pegó cachetadas en las nalgas, mientras eyaculaba?
- Si -contestó Ana, ya en el colmo del asombro.
- ¿Y eyaculó mucho semen?
Ana se impacientó.
- Si, padre, bueno, ¿me va a absolver, o no?... dígame cuántos Ave Marías tengo que rezar...
La puertita metálica del confesionario se abrió entonces súbitamente y una mano salió veloz a apretarle una teta.
- Ningún Ave María. Si querés que te perdone, me la tenés que chupar a mi...
- Hijo de puta, me parecía. -gritó indignada desprendiéndose de la mano y saliendo apresuradamente.
- ¡Pero cómo puedo perdonar la fornicación si no sé lo que se siente al hacerlo! -gritó el cura saliendo del confesionario. Pero Ana ya había ganado la calle.
Desahuciada hasta del "rayo divino" y tanto como para matar el tiempo libre que le dejaban las prolongadas ausencias del Dos, Ana comenzó nuevamente a tratar de ubicar a María. Abrigaba, entre otras cosas, la esperanza de que Manuel intercediera a su favor delante del Dos. La irracional tetona se aferraba a cualquier cosa. Hasta a imaginar que se pudiera amar por hacerle un favor a un amigo.
Comenzó entonces la segunda búsqueda de María.