Escribiendo una novela on-line

Bienvenidos a la cocina de una novela. Dia a dia, encontraran publicado el refinamiento del material original de mi novela "Santana". Que lo disfruten.

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Location: Las Palmas de Gran Canaria, Las Palmas, Spain

Supongo que me parezco a lo que imaginan de mi mis lectores.

Friday, April 15, 2005

Capitulo XVIII


Como todos los desahuciados, Ana se acordó de Dios y de todos los santos. Se dijo que ya que lo terrenal no surtía efecto, tal vez un rayo divino iluminara a ese poeta hijo de puta y lo transformara en un buen novio. Comenzó entonces, a frecuentar una iglesia que le quedaba de paso, a la salida del hospital. Día por medio iba la tetona enamorada a postrarse devotamente frente al altar y a manguearle a Dios y a todos los santos "el rayo divino". El cura de la iglesia, bastante joven, comenzó a mirarla con atención.

Cierta tarde estaba Ana de rodillas, dándole al padrenuestro, cuando sintió un toquecito en el hombro y escuchó una voz que le decía:

- Hija.

Se dió vuelta y se encontró con la cara del cura que con una sonrisa enigmática le preguntó:

- ¿Cuánto hace que no te confiesas?

- Bastante padre...

- ¿Cuánto?

- Desde la primera comunión.

- Me lo suponía. Te he observado orando devotamente, e intuyo que estás pidiéndole importantes favores al Señor... -dijo el cura interrumpiéndose para que ella lo confirmara.

- Si, así es padre.

- Pero hija... tienes que estar perdonada para poder renovar tu crédito con el Altísimo. Vamos, ven a confesarte conmigo. Vamos -la instó el cura dirigiéndose a un confesionario de madera oscura que había en un rincón.

Ana hizo la señal de la cruz, se puso de pié y lo siguió. El cura se metió dentro de la cabina y Ana se arrodilló en el reclinatorio del confesionario.

- Bien hija, cuéntame...

- Si, padre, vea... yo tengo un novio... -dijo con un nudo en la garganta-...yo lo quiero mucho... -se interrumpió- pero él me hace sufrir como una loca... -y terminó largándose a llorar.

- Tranquilízate hija, tranquilízate -susurró el cura.

- Está bien, padre, disculpe...-dijo ella enjugándose los mocos en los dorsos de las manos- bueno... por eso vengo... a solicitar ayuda para que él cambie y me trate mejor.

- Bueno, bueno, bueno... vamos por partes hija... me dices que tienes un novio, muy bien... ¿cuánto hace que lo conoces?

- Van a hacer cuatro meses este sábado que viene...

- Muy bien y dime... ¿han hecho algo que pueda haber molestado al Señor?

- Usted se refiere a...

- Si, hija. A eso.

- Si, padre -confesó Ana (que razonó que solo con la verdad conseguiría el crédito divino).

- Me lo temía... ¿y cuándo fue la primera vez? -preguntó el cura con una voz levemente temblorosa.

- Al día siguiente de conocernos, padre.

- ¡Al día siguiente! -exclamó casi agresivo- ¿no pudiste aguantar un poco, hija?

- No, padre -dijo ella bajando la cabeza.

Ana permaneció en silencio y el cura retomó la palabra.

- Bueno esta bien, pero no nos apresuremos. Cuéntame como fue eso hija, cuéntame. Los detalles quiero decir... -pidió el cura con un tono urgente, casi ávido, en la voz.

- ¿Que le cuente?...

- Si, por supuesto. Para perdonar debo saber exactamente que estoy perdonando. Por favor hija, puedes sincerarte conmigo... ¡soy un sacerdote! -concluyó casi indignado.

- Está bien, discúlpeme. La primera vez como le dije fue al día siguiente... pasamos de casualidad por la puerta de un hotel y nos metimos... -inmediatamente después de la palabra “casualidad”, dentro del confesionario sonó una risita contenida. Ana entonces se cortó-...y bueno, como le dije, entramos a una pieza y pecamos.

- No hija. Así no vamos a ningún lado. Eso no es confesar. Debes contarme todo con lujo de detalles. A ver... entraron al hotel, digo a la pieza... luego se desnudaron...

- No, primero, nos acostamos en la cama y comenzamos a besarnos y a tocarnos con la ropa puesta...

- Sigue hija, sigue que vas bien. No te interrumpas... sigue... -la alentó el cura con una voz entrecortada y febril.

- Bueno... después nos desnudamos mutuamente y... ¡pecamos! -abrevió.

- Si, pero no... antes de la penetración digo... ¿tu le besaste el miembro?

- Si -abrumada Ana.

- Y él, ¿te hizo lo propio? -ansiosamente el cura.

- Si.

- ¿Y a ti te gustaba?

- Y... si, padre.

- ¿Y luego que pasó? ¿el eyaculó en tu boca?

- No...

- ¡Te penetró!

- Si.

- Y mientras te penetraba... ¿te metió algún dedo en el culo?

- Padre...

- Es importante hija, contesta... contesta -la urgió una voz sofocada dentro de la cabina.

- Y.. si, pero padre... ¿hace falta esto?

- ¡Pero claro que si! ¡claro que si! -el tono ya era definitivamente pervertido. Dentro del confesionario se escuchaba un rechinar de madera en movimiento de vaivén.

- Bueno... -exclamó Ana como para cortar la confesión.

- ¿Y estabas muy mojada cuando te penetró? -se apresuró el cura.

- Si.

- ¿Y el te pegó cachetadas en las nalgas, mientras eyaculaba?

- Si -contestó Ana, ya en el colmo del asombro.

- ¿Y eyaculó mucho semen?

Ana se impacientó.

- Si, padre, bueno, ¿me va a absolver, o no?... dígame cuántos Ave Marías tengo que rezar...

La puertita metálica del confesionario se abrió entonces súbitamente y una mano salió veloz a apretarle una teta.

- Ningún Ave María. Si querés que te perdone, me la tenés que chupar a mi...

- Hijo de puta, me parecía. -gritó indignada desprendiéndose de la mano y saliendo apresuradamente.

- ¡Pero cómo puedo perdonar la fornicación si no sé lo que se siente al hacerlo! -gritó el cura saliendo del confesionario. Pero Ana ya había ganado la calle.



Desahuciada hasta del "rayo divino" y tanto como para matar el tiempo libre que le dejaban las prolongadas ausencias del Dos, Ana comenzó nuevamente a tratar de ubicar a María. Abrigaba, entre otras cosas, la esperanza de que Manuel intercediera a su favor delante del Dos. La irracional tetona se aferraba a cualquier cosa. Hasta a imaginar que se pudiera amar por hacerle un favor a un amigo.

Comenzó entonces la segunda búsqueda de María.

Thursday, April 14, 2005

Capitulo XVII

Frente a semejante entrega, y tanto como para ver hasta adónde llegaba, el Dos decidió estirar al máximo la soga. Saliendo así del sopor de la indiferencia para pasar a una maldad juguetona. Y bien pronto habría de comprobar que la soga parecía irrompible.

Comenzó entonces a disfrutar humillándola, con un trato cada vez mas insoportable. Si al principio empezó leyéndole poesías dedicadas a otro culos o prohibiéndole formalmente besarlo en la boca. Muy pronto se dedicó a escarnecerla sin eufemismos. Diciéndole "deformada", "desproporcionada", "puta" y cualquier otro adjetivo hiriente que le venía a los labios y que le largaba por el solo placer de ver cómo lo tomaba. Para estudiarla con la misma frialdad con que un científico enferma a una rata.

Así los desplantes, en breve, comenzaron a tornarse inauditos. A veces estando en la cama, súbitamente le ordenaba:

- Besáme el culo.

Y cuando ella se agachaba sumisa a cumplir la orden, él, muerto de risa le rajaba un hediondo pedo en la cara.

O sino, creaba una rápida y ficticia atmósfera de ternura y cuando ella intentaba con sus labios ávidos, besarlo en la boca, le azotaba la cara con un violento eructo.

Y así como estos, otros miles de pequeños y creativos desprecios, que lo afianzaban cada vez más en su rol de macho dominante.

Pero estos desplantes casi lúdicos, no eran los que más mortificaban a Ana. Otros le resultaban más crueles. Por ejemplo, una tarde él estaba algo nervioso (por una mina que lo había dejado de seña la noche anterior) mientras que Ana en cambio, lucía eufórica. El dijo algo que la hizo reír y ella entonces comenzó a besarlo repetidamente en la zona que tenía habilitada (la mejilla). El le ordenó que parara, pero ella juguetona prosiguió. Molesto, él intentó correrla, pero ella siguió besándolo. Fuera de sí, entonces él la apartó de un violento empujón.

- ¡Salí de acá! ¡dejá de babosearme, pelotuda! -le gritó.

Después de escenas como ésta, ella pasaba la tarde llorando, mientras él dormía, fumaba y/o leía alguno de los libros que siempre llevaba encima. Como si ella no existiera.


Lo cierto es que Ana andaba echa una piltrafa. En algún momento de lucidez llegó a pensar que, ya que la dulzura y la abnegación no daban su fruto, tal vez debiera apelar a alguna medida de fuerza. Y lo intentó levemente, pero cuando ya era tarde.

Un domingo, por ejemplo, ella atendió el teléfono decidida a decirle que no saldrían. Lo que había ensayado originalmente como una aseveración tajante, terminó siendo una postura tan débil y culposa que no hubiera resistido la menor insistencia por parte de él. Pero lejos de eso, él eligió un tono de sorna para decirle:

- Pero no hay problema... ¿que te creés, boluda? ¿que me muero si no te veo?

Cortaron y ella se pasó la tarde llorando en el nosocomio.

Otro domingo, en el telo, después de haber sido relajada repetidas veces y ver coronada la humillante tarde con una poesía que él le dedicó a otra mina (que no le daba bola), Ana llorando, se animó a sugerir que si él no cambiaba su actitud hacia ella dejarían de verse. La pobre había imaginado que frente a una intimación semejante, él tal vez esbozara algún síntoma de preocupación. Lejos de eso, se le rió en la cara, y le dijo que no pensaba cambiar un carajo y que si lo quería de verdad debía aceptarlo y quererlo tal y cómo era. Que así era el verdadero amor. Que otra cosa era solo egoísmo. Y que si quería un novio de martes, jueves y zaguán, que se buscara un empleado de banco, no un poeta. Derrotada por enésima vez, ella arrugó.

Lógicamente, el motivo por el cual todas sus absurdas estrategias fallaron y fallarían fue que partían de una base errónea (que él tenía algún interés amoroso en la pareja). Así las cosas, sus débiles intentos la hundían más de lo que la ayudaban. Dado que como como consecuencia de sus fracasos, el efecto era el contrario al deseado; él salía más fortificado y ella más dependiente.

Tanto llegó a ser así que luego de una de sus últimas pruebas de fuerza tuvo que empezar a mantenerlo tiempo completo.

Fue una tarde en que recién llegaban al telo. El le dijo algo que la hirió y ella le contestó espontáneamente de mala manera.

- ¿Que hablamos la vez pasada? ¡Se acabó! Ya estoy podrido de tus reproches -dijo él poniéndose de pié-. Me voy y no me ves más. ¡se acabó carajo! Si no me aceptás como soy y no te bancás mi forma de ser, al carajo. No nos vemos más y listo -terminó comenzando a vestirse con aire contrariado.

Ana lo dejó hacer unos instantes, pero viendo que la cosa venía en serio, con un hilo de voz le pidió que se quede. El se negó con un gesto agrio y continuó vistiéndose. Ella le dijo que nunca más le iba a decir nada. El siguió sin contestarle. Ella comenzó a llorar. Cuando él terminó de vestirse ella se abalanzó sobre él para detenerlo:

- Por favor... perdoname -le suplicó ella.

El la apartó y le ordenó tajante:

- Si querés que te perdone ponete de rodillas.

- No... ¿estás loco?

- Ponete de rodillas.

- Pero pichi... dejate de pavadas, vení -le dijo ella tratando de llevarlo hacia la cama.

- Ponete de rodillas. -Insistió él quitándose la mano de ella de encima.

- No...

- Entonces, chau -dijo él manoteando el picaporte.

Antes de que abriera la puerta, Ana ya estaba de rodillas.

El sonrió, soltó el picaporte y sacó la pija afuera. Ana, siempre arrodillada, se la empezó a mamar. Excitado por esa actitud servil, la montó por atrás y le echó un bestial polvo por el culo (que la hizo gritar más que nunca).

Esa misma tarde viendo que tenía poder como para pedirle que se tire al río, decidió hacerse mantener. Para lograrlo, le bastó con deslizar que si no lo hacía, se vería obligado a aceptar una changa que le habían ofrecido, para atender una boletería del hipódromo los domingos a la tarde. “Así es que vamos a dejar de vernos”, dictaminó él sin pestañear. “Yo no puedo seguir así, sin un peso”.

Desesperada y quebrada, totalmente en la lona, ella consintió en pasarle una mensualidad (“la mitad es lo justo, ¿no te parece?, ninguno gana más que él otro”, propuso justiciero él). El poeta consiguió así, finalmente, el primer trabajo de su vida; trabajaba de novio.

Gracias a eso, Ana ganó una tranquilizadora certeza: podría faltarle cualquier día, pero el domingo siguiente al quinto día hábil no habría nervios, allí lo tendría, seguro.


Tuesday, April 12, 2005

Capitulo XVI

¡Ay de las regaladas y regalados! Derrochan un amor empalagoso que no interesa a nadie. Ofrecen por nada, sofocadoras cataratas de cariño que son inexorablemente despreciadas por los amados de ocasión. Pobres seres, que trastornados por la dependencia, ponen un valor nulo a sus propias personas. Y ese valor nulo es justamente lo que sus amados terminan pagando por ellos.



Ana había sentido esa espantosa dependencia muchas veces, pero no había capitalizado sus experiencias. Ocurría en realidad, que tantos fracasos sentimentales habían terminado por convencerla de que, en la vidriera del amor, ella lucía un cartelito de $ 9.99. Y el correr de los años, acentuaba entonces su condición de regalada-perdedora.

Se sentía predeterminada de antemano por el destino. Comenzaba sus relaciones pensando que, más tarde o más temprano, sería abandonada y despreciada. Y maravillosamente se le cumplía.

Apenas sentía algo parecido al amor, disparaba en forma inconsciente el angustiante e infalible mecanismo del abandono. Mecanismo que consistía en dejar de ser ella misma para asumir roles que la transformaban en su propia caricatura. Se volvía cargosa, artificial, obsecuente e indigna. Adjetivos estos, que sumados, provocaban en sus parejas soberbias ganas de tomarla de forra.

Ana siempre había pensado (a la luz de su frustrante experiencia) que si ella hubiera logrado comportarse con sus machos como lo hacía con los tipos que no le interesaban, sin duda, otro habría sido su destino. Pero ella no manejaba el mecanismo del abandono. Era algo que le surgía de adentro y era más fuerte que ella. Para no admitir su propio fracaso, ella prefería pensar que no tenía suerte. Que tanto ella como el amado de turno, eran meros títeres en manos del destino; ese hijo de puta que la quería soltera.


Más que como de costumbre, con el Dos todo comenzó de maravilla. Comenzaron a verse día por medio y a instaurar una rutina que consistía en tomar un café en cualquier boliche del centro, caminar un poco y luego ir a retozar a la cueva de vampiros de la calle San Lorenzo.

Pero desde el primer momento en que comprendió que el Dos le gustaba y mucho, Ana comenzó a sentirse dependiente y estúpida. A sentir vergüenza hasta de cagar, a demostrar demasiado; a comprarle regalos porque sí y a atosigarlo con un comportamiento de enamorada cargosa. Era la máquina que había echado a andar. Se sentía tan boluda que no podía entender cómo él no la abandonaba. Y así empezó tempranamente, a vivir con el corazón en la boca. Temiendo en cada cita, que fuera la última.

En realidad no tenia demasiado motivo para preocuparse, por el momento. No porque el Dos la amara, o estuviera mínimamente entusiasmado. Sinó por su típica "filosofía" de pibe de barrio. Filosofía que podía resumirse en una de sus frases de cabecera:

- Siempre hay que tener aunque sea un kilo de bofe colgado del gancho -decía ante la aprobación de sus amigos.

Y a partir de que era poco probable que en el corto plazo consiguiera un bofe mejor, Ana podía estar medianamente tranquila. Además ella no era solo un kilo de bofe, lo calentaba y mucho. Tenía ese par de tetas divino y en la cama era desinhibida y experta. Y por si eso fuera poco, ese metejón que ella le demostraba, lo hacía sentir como que la tenía a su entera disposición. Totalmente entregada. Y esa idea de la entrega sin concesiones le calentaba, más aún, su sádica croqueta.

Muy pronto entonces, se definieron los roles (tácitamente sugeridos por Ana). Ella eligió "boluda" y a él le tocó "hijo de puta".

Pero la cosa bien podría haber sido al revés. Porque en realidad, ambos se parecían. Fueron esos primeras actitudes suyas de regalada las que definieron el juego. Una vez echados a andar, los sentimientos de ambos formaron un sistema perfecto de retroalimentación: Por un lado él, por falta de autoestima, no podía querer a nadie que lo amara tan desmesuradamente. El amor de Ana entonces, le generaba rechazo y ese rechazo, a su vez, ocasionaba en Ana locas ganas de amarlo (dado que ella tampoco tenía autoestima y consideraba lógico que él la despreciara). Así las cosas, cuanto él más la despreciaba, ella más lo amaba y consecuentemente él más la despreciaba y ella más lo amaba y así hasta el infinito.

Prontamente se instaló así en su trato cotidiano, una aburrida indiferencia por parte de él y una humillante obsecuencia, por parte de ella. El no le daba la menor pelota y ella vivía pendiente de él.


Abusador, al mes nomás de salir le dijo con un tono taciturno:

- Mirá Ana, tengo que decirte algo.

Estaban en el telo. Aquella tarde él había estado especialmente frío y distante. "Me larga", pensó ella horrorizada. Y casi sin aliento pronunció un desfalleciente y expectante:

- ¿Que, mi amor?

- En realidad son dos cosas. Una derivada de la otra.

- Si... -con un hilo de voz.

- Ya te dije que voy a crepar antes de los treinta anos y...

Ana lo interrumpió al borde de las lágrimas.

- ¿Pero seguís con eso?¿Cómo que te vás a morir?

- Si, ya te lo expliqué -dijo con desgano. Y viendo que se largaba a llorar, le gritó encolerizado

- ¡Y no llorés, pelotuda!

- Pero que querés... -intentó explicarse ella.

- No me interrumpás cuando te hablo -la cortó- como te dije, tengo ese presentimiento. Y por ende tengo, en el poco tiempo que me queda, que ocuparme de dos cosas fundamentales...

- ¿Dé qué? -sollozó Ana desesperada.

- De mi obra poética y de vivir intensamente el resto de mi vida.

"Vivir intensamente" significaba literalmente que quería ocuparse de otras minas. Ana así lo entendió y se quedó muda. Le hubiera gustado decirle que se fuera al exacto carajo, pero se sentía tan dependiente que se quedó callada. Llorando con cara de teledramón. De amadora sufriente. De regalada al fin.

Viéndola totalmente en la lona, él la remató.

- Así que...

"Ahora si que me larga", insistió mentalmente ella e incrementó la intensidad del llanto en varios mocos por segundo.

- ¿Así que, qué? -balbuceó.

- Que no vamos a poder vernos tan seguido.

- ¿Y?

- Que de ahora en más solamente nos vamos a ver los domingos a la tarde.

Cuando escuchó esto, Ana, súbitamente dejó de llorar. Lo miró para ver si no mentía y luego suspiró aliviada. Ella esperaba lo peor y casi se sorprendió contenta frente a su propuesta. Después de todo, que quisiera verla los domingos implicaba todavía algún interés en ella.

El por su parte razonaba que de esa manera, tendría absoluta libertad para buscarse otras minas. Y los domingos a la tarde, habitualmente tan aburridos, podría pasarlos garchando gratarola (ella pagaba el telo) y alimentando su ego con las adulaciones de Ana. Eso siempre y cuando no tuviera otro fato, en cuyo caso siempre podría dejarla de seña. Era pícaro, el guacho.



Pese a la charla del telo, al principio él continuó con la rutina de visitarla tres veces por semana. E inclusive no volvió a hablar más del asunto. Tanto es así que durante unos días, Ana tuvo la ilusión de que hubiera sido una "pavadita" que se le había ocurrido a su febril mente de artista. Pero, para su mal, se equivocaba. Lo que sucedía, en realidad, era que en esos días el abusador cumplía años y temía que si ejercía inmediatamente su condición de liberado el monto del regalo menguaría.

Razonó correctamente. La pobre enamorada, pensando que con un buen regalo se le terminarían de ir esas "ideítas", invirtió no solo su sueldo, sino la mitad del que cobraría al mes siguiente.


La noche del cumpleaños, como nunca, el pasó puntual por el hospital. Durante la cena (pagada por ella) Ana extrajo de su carterita de plástico negro un estuche de reloj.

- Chatito y con maya de cuero. Como me dijiste que te gustaba.

El se puso tan contento que hasta le dió las gracias y un beso en la frente.

Luego y ya en el telo, le dijo misteriosa:

- Y tengo otra sorpresa.

- ¿Qué? -preguntó él con la mirada iluminada de codicia.

Ella se estiró hasta la carterita que descansaba en la mesa de luz y extrajo una bolsita de cuero con membrete de una joyería.

- Cerrá los ojos -le ordenó.

El obedeció sonriendo. Ella volcó sobre su palma abierta dos cadenitas de oro con sendas medias-medallas del mismo vil metal.

- Abrí ahora.

El abrió los ojos y cuando vió que eran dos medias-medallas, su cara varió del enojo a la alegría. La razón de la variación fue que primero pensó con fastidio "esta boluda me quiere cazar", pero al instante sopesó las medallas y calculando rápidamente su valor, sonrió y dijo:

- ¡Que lindo gesto!¡que buena idea!

Melosa, ella aclaró.

- Faltan grabar nuestros nombres. El muchacho que me las vendió me dijo que tardaban una semana. Pero como yo quería que las tengamos hoy, le dije que me las diera así.

- No te preocupés, vida. Y dame la tuya también. Dejá por lo menos que yo me ocupe de grabarlas -propuso el traidor.

- Bueno pichi -dijo ella feliz, buscándole la boca para besarlo. Pero él, que siempre le sentía gusto a semen, corrió la cara y le ofreció la mejilla.



Después de aquella noche, comenzó, tal y como lo había anunciado, a aportar solamente los domingos. Inclusive y para no tener que varearla ni perder tiempo, el desalmado la citaba directamente en la entrada de la cueva de vampiros de la calle San Lorenzo. Y ella, entregada, iba.

Por supuesto que las medias-medallas no aparecieron jamás. El cretino primero adujo "me las dan la semana que viene" y al cabo de varias semanas, débilmente acorralado por Ana, aseveró con fingida indignación que "el amigo" lo había cagado. La infeliz tetona intuyó lo que había pasado con el símbolo de su amor, pero prefirió creerle. No le importaban en realidad las medias-medallas. Estaba en otra. Era una adicta que toleraba cualquier cosa con tal de recibir su dosis de mal-amor.

Ya restringida a los domingos se afirmó patéticamente en su rol de desgraciada. En sus noches insomnes, de guardia en el hospital, ponía una mirada dolorida en el infinito y cantaba llorando a moco tendido; "que es lo que tiene él, que no me mima ni me quiere como antes...".

Comenzó, entonces, no ya a sufrir por amor, sino (lo que es mucho peor) a regodearse en su papel de víctima. El destino, ese hijo de puta, sonreía.


Capitulo XV

Ya alta la noche, llegaron a las puertas de la casa de Ana, caminando por calles vacías e iluminadas apenas por la luna,.

- Qué raro, hay luces prendidas -se extrañó ella, mirando adentro a través del visillo de la puerta de calle.

Siendo que el mirador de fútbol y la dejada acostumbraban horizontalizarse a más tardar a la medianoche (y venían siendo las dos y media de la madrugada), la extrañeza tenía su razón de ser.

La incipiente pareja se abocó sin más a la ceremonia de la despedida. Contra la puerta de chapa, Ana intentaba lenguetearlo, pero él la esquivaba con diplomacia debido al insufrible gusto a semen que le sentía. Para zafar rápido, el adujo estar reventado y con un beso en la mejilla y otro en cada goma, intentó dar por terminada la velada. Pero ella en tren de retenerlo, le bajó el cierre para restregarle la desfallecida poronga. Era inútil, ni una grúa la hubiera levantado. Casi forcejeando, el poeta logró finalmente liberarse y pudo por fin escapar hacia la parada de bondis (donde apenas una hora y media después pasó el colectivo que lo depositó, vencido, en la casita de su viejo)

- ¡Llamáme!¡no te olvides! -gritó Ana regalada. Y él, sin darse vuelta dijo que sí, pensando por primera vez; "es cargosa la tetona".

Feliz, Ana entró en su casa. Mientras cerraba la puerta de chapa, sintió voces en la cocina. Intrigada apuró el paso y a través de la ventana vió las caras de las visitas.

- ¡Reputa madre! -exclamó sin poder contenerse.

- ¡Eh, nena! ¿que te pasa? -gritó su madre desde adentro, reconociéndola.

- Nada, nada. Me tropecé con una maceta -mintió abriendo la puerta de la cocina.

- ¡Hola Anita! -saludaron al unísono su tía Lucía y su primo Esteban. Sus caras decían "que alegría verte".


Para ubicarnos, la tía Lucía era viuda, sesentona y madre de su primo Esteban. Ambos vivían en un pueblito oxidado de la provincia de Córdoba y casi nunca venían a la ciudad.

Esteban era deformadamente rengo. Como consecuencia de un accidente sufrido en su infancia (y de un periodo nebuloso de curación en una clínica, de donde salió peor de lo que entró), quedó tullido de por vida. Para esa fecha, rozaba ya los cuarenta años y su aspecto era entre lastimoso y revulsivo. Debido a su prolongada renguera, además, había desarrollado una notoria joroba. Y como a raíz de ese período en la clínica (que nunca accedió a contar) le tomó una fobia visceral a los médicos y al arte de curar en general, ostentaba una dentadura ennegrecida y devastada. Completaba, para peor, el patético cuadro con una mugre proverbial. Su olor a sobacos, por ejemplo, era legendario no ya en su pueblo sin en toda la región suroeste de su provincia.

Para colmo de males sus hábitos de vida despertaban malvadas suspicacias. Las conjeturas de algunas lenguas viperinas iban, desde cierta adicción al onanismo, hasta una relación enfermiza e incestuosa con su madre. Hay que decir en favor de la primer conjetura que una fotografía de la cara de Esteban, poblada de granos delatores, podría haber ilustrado la tapa de cualquier manual sobre onanismo. Era un icono de masturbador empedernido.

Pero con relación al incesto, lo que fuera cierto o falso, era casi imposible de develar. De ahí que todos los parientes prefirieran darlo por hecho y consecuentemente execrarlos.

Ana en particular, odiaba a su primo. En rigor, él nada le había hecho, pero su solo aspecto la irritaba. Amén de que influida por las habladurías de su madre, adhería a considerarlo un parásito que obligaba a Lucía a mantenerlo y no la dejaba vivir tranquila.

Que su tía lo mantenía era cierto, pero era una elección suya dado que, sintiéndose responsable de la deformidad de su hijo, jamás le dejó hacer nada y se dedicó en consecuencia a sembrar el vegetal que ahora cosechaba; un inútil total.

- Hola tía, hola Esteban -saludó Ana repartiendo sus besos seminales.

La tía Lucía, totalmente desinformada de la huida del obrero preguntó:

- Y ché, ¿cuando te casás con el tal Jorge?

- No, tía. Con ese me pelié. Ahora tengo otro. Casualmente, hoy lo estrené... -y guiñando un ojo- ¡no se puede perder tiempo!

- No hace falta que aclarés lo rápida que sos -interrumpió su madre.

Lucia y Esteban sonrieron. Este último, aprovechando los cabeceos propios de la risa, observaba con ráfagas de corta duración las enloquecedoras tetas de su prima.

- Vení, sentate a tomar mate con nosotros -la invitó su tía.

Ana, que permanecía de pie, observó la bombilla entrando en la boca repodrida de su primo y con una incontenible sensación de náusea dijo:

- Gracias tía, pero no. Mañana tengo que ir al hospital y si tomo mate me desvelo.

Charlaron algunas intrascendencias más y ya se retiraba a dormir cuando observó las furtivas miradas de su primo. Dispuesta a humillarlo, se volvió hacia él súbitamente y le preguntó insidiosa.

- ¿Qué tal Esteban?

Esteban, que extasiado tenía anclada su mirada en la canaleta sagrada, fue sorprendido en plena observación con esa pregunta inesperada.

Tartamudeando. Sintiéndose descubierto, contestó de apuro:

- Bi-bien, Ana... bien.

Ana sonrió con perversidad.

- Y vos, ¿para cuando te casás?

Esa pregunta que en cualquier ser humano hubiera resultado admisible, en Esteban: jorobado, rengo, feo, sucio y medio pelotudo, tenía el efecto por su improcedencia de poner los anteriores adjetivos en evidencia.

Tanto la tía Lucía, como "la dejada" fruncieron el ceño. La madre de Ana, incluso, abrió la boca como para decir algo, pero se contuvo. Decir algo para defenderlo podía resultar un salvavidas de plomo. Probablemente lo hiciera sentir más infeliz todavía.

El pobre diablo, enrojecido de vergüenza atinó a balbucear:

- Un día de estos, Ana. Un día de estos.

- ¡Tomá! ¡chupate esa mandarina! -se apuró "la dejada esa"- ¿qué te creés?, el

Esteban no es ningún sonso... -y enardecida se extralimitó- ¡debe tener más novias éste!

Esteban tenía el color de un tomate avergonzado.

"Por lo menos dos: la mano izquierda y la derecha" pensó Ana, tentada.

Con una sonrisa burlona aclaró:

- Che, ¿quién dijo que sea sonso? ¡seguro que debe estar lleno de novias! -y agregó cambiando de tema:

- Pero bueno gente, hasta mañana, me voy a acostar.

Ya estaba entrando al pasillo que llevaba a las habitaciones cuando volviéndose a su tía exclamó:

- ¡Ah, tía!

- ¿Qué, nena?

- ¿Hasta cuando se quedan?

- Ay, querida... ¿quién sabe?, depende...

- ¿Por?

- Vine a hacer los trámites para la pensión agradable.

- ¿Lo qué? -preguntó Ana sorprendida.

- Estoy tramitando una pensión agradable, nena...

- ¿? -Ana con la cara.

- Pero, ché... una de esas que da el gobierno a los que no tienen plata -se impacientó Lucía.

Ana chasqueó la lengua y se golpeó la frente.

- ¡Graciable querrás decir!

- ¡Tenés razón, nena! -admitió Lucía entre risas- ¡graciable! ¡¿Podés creer que siempre me confundo?!

- Pero la verdad, bién podría llamarse así... ¿o no es agradable cobrar de arriba? -Bromeó Ana, a punto de salir de la cocina.

Todos rieron y la dejada se apuró a decirle:

- Ah, ché, andá a acostarte al living. Ya te puse el colchón. La tía y el Esteban duermen en tu cama.

Ana se dió vuelta. Los músculos de la cara le temblaban. Estaba al borde de la carcajada insidiosa (por lo del incesto). Su madre la miró con destellos amenazantes.

- Pero mami... van a dormir incómodos los dos juntos en mi cama -dijo mirando a su tía que a su vez intercambiaba miradas con su hijo. Luego volviéndose a su madre preguntó:

- ¿Porqué no le pediste otro colchón a Doña Irma?

- Pero no, nena. ¿Para que tanto lío? -saltó, inocente, la tía Lucía- si nosotros siempre dormimos juntos.

"¡Es cierto!¡Estos dos degenerados se cogen!" pensó Ana dibujando una sonrisa burlona que no pasó desapercibida por su tía.

Incómoda, Lucía intentó explicar, como para despejar dudas:

- Desde que murió tu tío, que dormimos juntos. Para ese entonces la camita a él ya le estaba quedando chica y no íbamos a andar comprando otra, ¿para qué?

- Ah, claro -dijo Ana con falsa credulidad y dió vuelta la cara para que no vieran su incontenible tentación burlona.

- Cháu... hasta... mañana... -se despidió de espaldas y con la voz entrecortada por la risa.

Cerró la puerta tras de sí y largó una carcajada contenida que retumbó en toda la casa.

Yendo para el baño escuchó los interminables ronquidos de serrucho que emergían de la pieza de su padre. Entró al baño, se miró al espejo y sonrió. Luego se sentó a mear, se tiró un pedo quejumbroso y finalmente se lavó la cotorra en el bidet.

Disfrutando del chorro de agua reflexionó en voz alta:

- Puta con estos dos pelotudos. Quién sabe hasta cuando van a andar rompiendo las pelotas por acá.

Luego fue hasta el living. Se puso en pelotas y se derrumbó sobre la improvisada cama.

Pensando en el Dos y en su poética poronga se quedó rápidamente dormida. Soñó con él. Entre nubes difusas lo besaba apasionadamente. Las lenguas se anudaban dentro de las ardientes bocas. Los labios se chupeteaban con fruición. Pero cuando en el sueño se apartaba de él para contemplarlo llena de amor, se encontraba la cara de su asqueroso primo Esteban.

Monday, April 11, 2005

Capitulo XIV

Después del primer polvo yacían, exhaustos y saciados, de cara al techo. Ana encendió un cigarrillo. Lo pitó y se lo puso en la boca al Dos. El lo dejó colgando entre los labios, sin pitarlo. Casi adormilado, con los ojos cerrados, disfrutaba la caricia que el dedo de Ana le obsequiaba ahora, a la húmeda y enrojecida cabeza de su pija. Al cabo de un rato dió una primer pitada y susurro.

- Polvos como este deberían ser filmados... registrados de alguna manera. Es una pena que se pierdan así, sin dejar huella.

- Acá está la huella -dijo Ana levantando un grumo de engrudo.

El rió y se sentó en la cama. Luego de un rato dijo:

- ¿Vés?, algunas cosas son como un holograma, donde un pedacito contiene al todo.

Ana lo miró perpleja.

- ¿Qué?

- Claro, mirá los polvos. En el polvo, que es el origen del ser, tiene el ser su metáfora más perfecta. El proceso que da origen a la vida contiene una metáfora de como debe ser la vida. Fijate sino: empiezan más o menos, después se ponen cada vez mejor hasta el apogeo. Y después del clímax se acaban sin más trámite. Sin decadencia... ¿entendés?... terminan en lo mejor, en la cúspide. Así debería ser nuestra vida.

- Bueno, para salvarte de la decadencia tendrías que crepar antes de los sesenta.

El asintió.

- Claro que si. Y antes todavía. Vivir intensamente y morir joven. Como un icono del rock´n roll.

La miró de soslayo y aseguró:

- Yo, por ejemplo, voy a morir antes de los treinta.

Ana lo miró con una sonrisa burlona, imaginando que la cargaba. El insistió.

- En serio. No me preguntes cómo, pero lo sé.

- ¿Te salió en el horóscopo?

- No me creás, pero lo sé. Yo no paso de los treinta. ¿Y querés que te diga más?

- ¿Qué? -Preguntó Ana.

- Sé como va a ser y todo.

Ana se empezó a reír y dijo:

- A ver, no me digás nada... te vas a agarrar la pija con el cierre y vas a morir desangrado.

El se río también y encogiéndose de hombros dijo:

- No me creás.

- Dale... dejá de joder, nadie tiene comprada ni la vida ni la muerte. Además no me gusta hablar de esas pavadas... estoy segura de que si uno piensa mucho en la muerte se termina muriendo.

- Podrías escribir un ensayo: "La teoría de la construcción del destino" dé y por Ana Santana -tituló burlón.

Ana sintió un estremecimiento, como si le hubiera descubierto un secreto terrible. Se apuró a decir:

- Yo te lo digo porque sé. En el hospital donde yo trabajo, los viejos que te dicen que están jodidos se mueren -se interrumpió- oia ché, y hablando de trabajo, ¿vos adónde trabajás?

El la miró con molestia y extrañeza.

- ¿Trabajar?

- Si, trabajar.

- Aunque quisiera me resultaría imposible, ¿de donde sacaría tiempo para mi obra?

- ¿Qué obra?

- Mi obra poética, nena. Yo soy poeta -aseguró sin ruborizarse.

Ana levantó las cejas y frunció la frente.

- ¿Poeta?

- Si, ¿qué tiene? unos son carpinteros, otros analistas de sistemas, otros son magos... y bueno, yo soy poeta.

Ana se quedó mirándolo. De pronto dijo:

- Poeta de qué. A ver, decime alguna poesía -y poniendo las manos en la nuca, sacó pecho y preguntó- ¿no te inspiro nada?

- A ver, a ver -dijo el Dos clavando sus pupilas en los pezones de Ana. Luego tomó las dos tetas entre sus manos y ceremonioso, como en trance dijo:


"Tus ojos son marrones,

tu concha es bien grandota,

no me pidas poesías, amada mía

¿No vés como me crecen las pelotas?

¿Poesía quiéres?¿Poesía? -preguntó con gesto ampuloso.

¡Aquí la tienes!, ¡poesía son tus limones!"


Ana largó una carcajada que sacudió la cama como un terremoto. Entre risotadas le dijo:

- No ché... ¡decime una en serio!¡dale!

El Dos, prendió otro cigarrillo. Ana se lo quitó de la boca y él con gesto resignado prendió otro.

- ¡Dale! Si sos poeta decime una, pero en serio.

El la miró intrigante.

- Está bien. Te voy a recitar una inédita -todas eran inéditas- y justamente sobre lo que hablábamos antes. Sobre mi muerte.

Ana levantó las cejas.

- Y dale con eso.

- Bueno, ¿la querés oír o no?

Ella asintió con un gesto. El hizo unos segundos de silencio preparador. Finalmente carraspeó, alzó la cabeza, cerró los ojos y dijo:

"Creparé en Rosario, una tardecita,

cruzando una calle me desvaneceré,

será entre las ruedas de un puto taxista

por mirar un culo "que-bién-se-te-vé".

Creparé despacio. Sonriente. Tranquilo.

Lo haré como todos los que crepan bien.

Silbando bajito me iré para arriba

dejando en mis ojos, helados y fijos,

la foto del pavo, redondo y erguido,

que pagué al contado con mi propia vida.

¡Y mi fantasma errante recorrerá las calles!

¡y me iré, los sábados, a la peatonal!

y amparado en la nada que lleve de ropa

y en la muerte absurda y en su impunidad...

¡tocaré los culos!¡las tetas!¡las conchas!

Y seré felíz... ¡toda la eternidad!"


Ana, que ya venía apretando los dientes para no reírse, con ese final ya no pudo más y estalló. La carcajada fue tal que la pareja de la pieza de abajo dejó de coger para mirar el techo.

- ¡Sos un poeta degenerado!

- ¿Degenerado porqué?... el sexo es parte de la vida, ¿o no?

- Si, si, como quieras. Pero nunca te van a publicar los domingos en La Capital.

- ¡Dios me libre de publicar en La Capital!¡Ahí publican solamente a forros! Además a mi no me van a publicar nunca. No tengo su estilo profiláctico.

- ¿Y porqué no cambiás de estilo?, digo... ¿por que no escribís cosas más comunes y así te publ...?

El la interrumpió:

- Mirá, yo puedo ser de lo peor. Puedo asaltar bancos, reventar maricas, asaltar jubilados. Puedo hacer cualquier cosa para vivir. Pero jamás haría eso. Jamás. Y no sé porqué. No te lo puedo explicar. Solo es así. Es la única ética que tengo. Mi única honestidad. Así que me criticarán despiadadamente o me ignorarán y simplemente no lograré editar jamás. Y terminaré escribiendo para el olvido. Pero quizás un arqueólogo del siglo XXX encuentre alguno de mis papeles petrificados y descubra que mil años atrás un tipo describió su mundo y su tiempo. Tal como lo veía y con su propia voz.

- Al final sos un romántico -descomprimió Ana.

- Claro que sí -se apuró él a coincidir. Yo nací deshubicado en el tiempo. No tendría que haber nacido en este siglo. Tendría que haber nacido en el renacimiento italiano... o mejor todavía en la España del siglo diecisiete. Donde los tipos andaban con la espada al cinto, tomando jarras de tinto en las tabernas y cogiéndose esas aldeanas de vestidos apretados y tetas exuberantes. Ah -suspiró soñador- que feliz habría sido... capaz que hasta le hubiera podido echar unos polvos a la hermana puta de Cervantes, o a la Maja de Goya... -se entusiasmó-. Y además a esta altura, mi obra ya sería un clásico. Te la hubieran enseñado en la escuela.... -hizo una pausa y concluyó con fastidio, dándole una última pitada al faso- pero me tuvo que tocar este siglo de mierda. Y para peor todavía, esta época decadente.

Ana coincidió con él, mientras le ensortijaba distraídamente los pelos del pecho.

- Sabés que tenés razón... debe haber sido linda, aquella época.

El le apoyó una mano en las tetas.

- ¿Te imaginás como te quedarían esos vestidos de escote atado con cordones?

Ana puso cara de fingido disgusto y agarrándose las dos tetas con las manos, preguntó:

- ¿Que pasa, acaso no te gustan mis tetas?

- Me dan asco -gritó tirándosele encima y besándole ruidosamente las tetas. Ella muerta de risa, le metió la mano entre las piernas y empezó a refregarle la pija. Al instante estaba parada.

- Er caballero anda armao. Mirad su fermoso florete -dijo haciéndose la maja.

- ¡Bellaca, os haré probar el acero de mi espada! -gritó el mosquetero, hincándose de rodillas y poniéndole la pija en la boca. En vez de chupársela, ella la levantó para lamerle los huevos.

El Dos cerró los ojos. Luego de un rato dijo:

- Cuando esté por acabar no me la largués. Que no te dé asco. Mirá que es la canilla de la vida... de un chorro de leche salieron Marx, Sartre, Gardel, Picasso, Maradona...

Ana se la puso en la boca.

- Ah, hija de puta... ¡que bien la chupás!¡chupá!¡chupá! -fué lo último que alcanzó a decir antes de empezar a acabar.

Entre estertores y jadeos, el Dos se doblaba sobre la cama. Mientras Ana chupaba frenéticamente la canilla de la vida y parte del chorro de genios truncos se le resbalaba por las tetas y goteaba sobre una cama que ya lucía repleta de lamparones de otras canillas.


Instantes después de la colosal chupada, prendieron los dos últimos fasos. Cuando los terminaron el Dos le dijo:

- Bueno, ahora vestime.

Y Ana, maternal y feliz, puso manos a la obra.

"Me gusta este guacho", pensó mientras lo vestía.

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