Escribiendo una novela on-line

Bienvenidos a la cocina de una novela. Dia a dia, encontraran publicado el refinamiento del material original de mi novela "Santana". Que lo disfruten.

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Location: Las Palmas de Gran Canaria, Las Palmas, Spain

Supongo que me parezco a lo que imaginan de mi mis lectores.

Friday, May 20, 2005

Capitulo XXXVI


Todo tiene su límite. Y finalmente aquella soga, que el Dos gustaba tanto estirar, empezó a mostrar el suyo.

La cuestión no se manifestó de entrada, dado que durante el primer mes de éxito, todavía los veían. Aunque fuera solo al final del día y para descolgarse como buitres (dejando el auto en marcha), sobre la recaudación. Y aunque rajaran enseguida con la excusa de importantísimas reuniones. Pero los veían.

Pero ya, al segundo mes, ni siquiera fueron más. En su lugar mandaron un contador trucho, un tal Mirqueletti. El tipo las lleno rápidamente de controles y planillas a llenar, según explico, “por orden de arriba”. Y esa fue la gota que rebalso el descomunal vaso de Ana.

- Hijos de mil putas -los catalogó ojerosa una mañana rumbo al parque.

- Y bueno ché. Hacía falta un contador -explicó también ojerosa, la boluda de María. Mientras hablaba le daba palmaditas suaves en la cola a su morboso hijo. El monstruito dormía.

Con tono fingido, de que no le importaba nada, María agregó:

- Mirá, mientras no me falte nada, por mi que haga lo que quiera.

- ¡Boluda! -estalló Ana-. Te hace laburar como a una negra, encima le criás el hijo, no aparece nunca y todavía decís que haga lo que quiera. ¿Pero que es, tu patrón o tu marido?

- ¡Ché, que nos pasamos! ¡en la esquina chofer! -dijo María, levantándose del asiento del bondi. Ya en la vereda le dijo:

- Desde que está ese contador de mierda que no lo veo.

- Yo también hace el mismo tiempo que no lo veo al Dos -coincidió Ana.

- Pensar que fuí la única que le dio bola cuando era un seco. ¡Que boluda!, Me hubiera casado con cualquier otro… -se reprochó enfurecida. Como si de soltera le hubieran sobrado los machos.

Para... ¿que te hacés?”, pensó Ana. Pero el odio pudo más.

- Hijos de mil putas -insistió envenenada- eso es lo que son. Nosotras laburando como putas para ellos y ellos por ahí haciéndose los bacanes. ¡Mirá la cola que hay! ¡mira! -dijo señalando la cola que se enroscaba alrededor del parque dos veces.

- No nos vamos mas.

- ¿Ves?, y ellos... ¿quién sabe que estarán haciendo ahora?

(Y ellos en ese momento dormían la resaca de la noche anterior compartiendo cama con una rubia platino que juraba amarlos a los dos).

- Bueno, pero tranquilas. Hoy hacemos mellizos nomás -propuso María ante el consentimiento de Ana.


Media hora después, María le daba la goma izquierda a su hijo y la derecha a un sesentón calvo y berreador. Mientras Ana, enfrente de ella, hacía lo propio con un cliente que acababa de descolgar.

Estaban charlando de “los hijos de puta esos”, cuando el bebé de María levantó la cabeza de la teta y miró a Ana con una mirada pérfida y pervertida. Distraídas ninguna le presto atención. Recién cuando el extraño pendejo se deslizó como un reptil hacia la goma libre de Ana, las dos se miraron sonrientes y sorprendidas.

- Es un insaciable… -comentó Ana. Y acomodándolo sobre la teta le dijo- ponete si querés, pero te vas a cagar de hambre.

María lo miraba embobada, con un rostro felíz y baboso de madre. Y Ana le acariciaba tiernamente la cabeza. Hasta que se dieron cuenta de que el precoz degeneradito no chupaba como hace cualquier bebé, sino que lamía la teta mientras sus morbosos deditos la apretaban como garras.

Ana lo desprendió sorprendida y lo puso boca arriba, poniendo en evidencia una carpita que levantaba los pañales descartables. El engendro lejos de llorar, frunció el ceño con una expresión de furia y estiró las manitos desesperadamente para agarrar la goma.

- Este si que es machito -exclamó María orgullosa.

- ¿Machito? ¡Es un marciano! -exclamó Ana.

- Pobrecito, ¡dejalo chupar! ¿no ves como se desespera?

Ana lo volvió a colocar sobre la goma y el pendejo se abrazó como una rana a una pelota de fútbol. Siempre lamiendo y frotándose el bultito.

- Yo te digo una cosa...

- ¿Qué? -preguntó María.

- Yo no voy a permitirle al Dos que me haga esto. Cuando lo vea, ¡mirá!, tengo tanto odio atravesado que no sé si le voy a poder decir nada. Lo voy a mandar directamente a la concha de su finada madre.

- No seas boluda. ¿Ahora que tiene plata lo vas a largar?

- Que mierda me importa... -dijo Ana temblando de furia- antes era otra cosa. Pero ahora tengo tanto odio atravesado que no sé, mirá.

- Si, che, pero acá ganamos bien.

- ¿¡Ganamos bien?! Yo gano el triple que en el hospital, es cierto, pero laburo trescientas veces más... ¡mirá que negocio!

María se encogió de hombros.

Todavía siguieron quejándose un buen rato hasta que Ana interrumpió la charla volviendo la vista hacia el matambre. Levantando las cejas con asombro la miró luego a María y entre las dos se quedaron boquiabiertas cuando vieron el movimiento frenético de la bestezuela, que se sacudía como bombeando, entrecerrando los ojitos y con quejiditos de orgasmo.

Ana lo arrancó espantada y se lo tiró a María, que lo abarajó en el aire. El pervertido bebé la miró con una mirada cargada de furia durante un segundo intenso y luego rompió a gritar enloquecido. Recién cuando María, maternalmente, comenzó a frotarle la carpita, dejó de gritar.

En el dúplex de Barrio Martin, los socios recién se despertaban. Manuel se vistió para salir y el Dos, que amaneció duro, empezó a franelear con la gata platinada. Ya se la estaba montando cuando Manuel, riendo, salió de la pieza recomendando inútilmente:

- Ché, no ensucien las sábanas, que son de raso.

El Dos y la rubia se echaron un demorado polvo frente a la isla y se quedaron entrelazados, mirando en silencio la mañana en el río. Después de unos minutos el Dos la miró y dijo:

- Que sol hermoso, salió esta mañana.

- Cierto.

- Que decís, si vos no podés verlo.

- ¿Porqué no puedo?

- Porque el sol sos vos -aclaró cursi.

- Que poético... -dijo la rubia riendo y sacudiendo con la risa sus redondos pechos.

El Dos sonrío melancólico.

- Antes era poeta.

- Andá.

- En serio.

- Chst, ¿cuándo?

- Cuando era infelíz.

- ¿Y ahora? ¿no hacés mas poesías?

El Dos negó sonriendo.

- No, ahora hago de mi vida un poema. -contestó. Luego se la volvió a sentar encima, le abrio con los dedos de una mano los labios de la vulva, le metió la verga y le agarró una teta.

La rubia, como en el sueño, sonrió.

Capitulo XXXV


Como ya vimos, la máquina fue un éxito total, prácticamente desde el arranque. La publicidad, boca a boca, entre torturados los llenó de clientes de todas las latitudes. Que, reacios a ser paridos, sacaban los tickets de a diez para reciclar en la cola. No había talonario que alcanzara. Se abría a las nueve de la mañana y se cerraba a las doce de la noche. Pero pese al éxito, la recaudación no llegaba a ser realmente importante.

El gran problema de la máquina era el tiempo de servicio; dado que solo se podía atender un parto cada quince minutos. Y de esa manera, pese a que se trabajaba quince horas por día, no se atendía a más de sesenta clientes.

Manuel y el Dos pensaron en la solución más sencilla; construir otra. Pero rápidamente debieron desecharla: el insaciable mayorista de favores comunales, a sabiendas del éxito de la primera, quería el setenta por ciento de la segunda. Así es que, desesperadamente, los socios pensaban y pensaban. Pero no pasaba nada.

Fue Ana, la que encontró la solución. Genial por lo sencilla:

- Ya lo tengo -dijo iluminada- ¡mellizos!

- ¿Mellizos? -repitieron los socios.

- Mellizos, ¿que problema hay? Que nazcan de a dos. Si total tengo dos tetas... -razonó con irrefutable lógica.

La idea resultó tan efectiva que en breve ampliaron el estanque y pasaron a tener trillizos y cuatrillizos. Definiendo este ultimo como limite máximo (para no tener que contratar más empleadas-tetas).

Un detalle, marginal pero interesante referente a esta novedosa técnica, fue el poderoso vínculo que se generaba entre aquellos desconocidos que eran paridos juntos. Era notable verlos salir abrazados o peleándose, pero tratándose como si se conocieran de toda la vida.

Pese al invento el tiempo de trabajo no disminuyó. Más bien todo lo contrario. La clientela amenazaba seriamente con no tener fin. Cuantos más clientes se atendían, más venían a reemplazarlos. Se terminaba una jornada y quedaban todavía colas de atormentados, llorosos por pasar al día siguiente.

Los del sábado se resignaban con relativa facilidad, pero los del domingo eran inconsolables dado que debían aguardar una semana para que les toque de nuevo. Como la cantidad remanente era importante, se decidió abrir los lunes también. Volvió a ocurrir lo mismo y entonces se resolvió abrir todos los días. Y para sorpresa y regocijo de los socios; todos los días la máquina trabajaba a full.

Entonces sí que comenzó la bonanza. La máquina se transformó en una máquina de parir billetes. Y como era de esperar todo cambio para los cuatro. Para Ana y María, por ejemplo la dedicación debió ser total. María, en consecuencia largó definitivamente los libros y Ana debió renunciar al nosocomio.


Hizo su última guardia una noche de martes. Y la despidieron con un mate cocido, el radiólogo y Ema en la cocina del nosocomio. Fue una cosa sencilla y emotiva. Para disfrutarla, Ana lloró a moco tendido. Y después de abrazos, promesas de encontrarse y adioses emocionados, salió compungida de su ultima guardia. Tratando de apretar por última vez en sus pupilas esas paredes descascaradas que se conocía de memoria. Alejándose de allí con esa tristeza dulce de las cosas que se van, de las etapas definitivamente cerradas. Del pasado que se va como un tren desde una estación.


Para Manuel y el Dos, en cambio, el giro fue más placentero y sustancial: Pasaron a dedicarse al ocio más absoluto y lujurioso, rentados por la miseria psicológica de esos pobres seres que solo ansiaban irse a la concha de su madre y no salir de alli nunca jamás.

Una vez establecido el ritmo de trabajo y con la información estadística de lo que se debía recaudar por día, empezaron a aportar solo al final del día para llevarse la recaudación.

Con las primeras cifras se compraron pilchas de primera, relojes fastuosos, cadenitas de oro y anillos para todos los dedos. Pero en sólo un mes de trabajo diario de la maquina, la recaudación fue tal, que compraron (con los billetes arriba de la mesa) dos lujuriosas cupés importadas. Manuel la eligió negra y el Dos roja (como la del sueño).

Y coronaron el sueño del pibe comprando un dúplex, con vista al río, en pleno Barrio Martin. Hicieron espejar una de las paredes del living y noche a noche contemplaron en su reflejo el desfile incesante de aquellas guachas que antes no les daban ni la hora. No tenía ni que ir a buscarlas, venían solas. Eran amigas de una amiga de un amigo. La guita, por supuesto, los había llenado de amigos.

Ni Ana, ni María volvieron a verles el pelo como no fuera a la hora del cierre. Los socios aducían reuniones de negocios para estudiar propuestas de exportación del invento, opciones de inversión y demás mentiras que ninguna de las dos forras quería en el fondo descubrir para no darse cuenta que ya estaban totalmente excluídas. Congeladas en el pasado, definitivamente off. Sentadas ellas también en un tren que se iba.


Wednesday, May 18, 2005

Capitulo XXXIV

El factor detonante del éxito fue la demostración. O más precisamente, el éxito de la demostración.

El Lic. Del Molino la realizó un día de semana (para mayor tranquilidad). Disponiendo, frente a la máquina, un improvisado auditorio de sillas comunes, donde se ubico un conglomerado de barbudos inmutables y potras de jeans apretados.

El Dos y Manuel las miraban relamiéndose.

El Lic. Del Molino conducía la exposición para la cual había traído, como cobayos, a tres torturados de su propia clínica. Tres “terapios”, según el argot del inescrupuloso psicólogo.

- Me traje a los más tarados, -le confió al Dos- para que el show resulte más interesante.

Y no exageró. Uno de aquellos retorcidos tuvo una regresión tan marcada que se cagó encima.

Durante la demostración, el Dos, María, Manuel y Ana se comportaron como ayudantes del psicólogo que, con soltura, condujo la muestra explicando la experiencia paso a paso en un lenguaje que no parecía castellano.

De vez en cuando era interrumpido por alguno de sus colegas y se entablaban discusiones donde parecía ganar el que hablaba más difícil.

Finalmente la muestra terminó con el traslado de la comitiva hacia el salón de actos “Monseñor Von Wernich” de la Universidad local, para la conferencia y posterior debate. Siempre con la participación del Lic. Del Molino, pero esta vez, con el testimonio del Dos en calidad de expositor.

La conferencia tuvo un éxito y una repercusión impresionantes. De resultas de lo cual todos los locólogos presentes decidieron mandar a sus terapios a recrear partos y primeros recuerdos.

Para tener una idea de lo que esto significó en metálico debe tenerse en cuenta que el sesenta y cinco por ciento de la población tenía costumbre de psicoanalizarse.

Gracias entonces, a la pléyade de tarados de la ciudad la guita amenazaba ingresar a raudales, como aquella lluvia del primer día.

Diarios, radios, revistas y hasta algunos canales de televisión hicieron notas sobre la extraña máquina de parir y a partir de allí el éxito ya fue desbordante.

En pocos días se formaron colas de atormentados, que se enroscaban alrededor del parque. La impaciencia era el sentimiento que primaba en esos terapios ansiosos por irse a la concha de su madre.

Rápidamente los socios instituyeron tres tarifas; con teta de María (la más cara por la leche de madre), con teta de Ana y con un globito de agua a medio inflar para los más carenciados.

La máquina era atendida por María y Ana. Los socios se limitaban a contar y disponer en montoncitos el dinero que ingresaba, sentados cómodamente en un lujoso bar de las inmediaciones.

En el atardecer del domingo del primer fin de semana exitoso, los socios contaban radiantes la parvita de billetes. Habían desfilado en tres días, (gracias al viernes feriado) ciento setenta clientes. Con lo producido hasta esa hora pagaban todas las deudas y les sobraba guita. Solo les restaba de por vida, el porcentaje del contrato con el mayorista de favores comunales y con el Lic. Del Molino. Y sobre eso departían.

- Al mayorista caguémoslo, total... que le remate la casa a mi viejo. Que mierda nos importa -Razonó el bonachón de Manuel, frente a un humeante café irlandés.

- No, che... ¿como vamos a hacer eso? -amonestó el Dos- paguémosle. Mirá si nos clausura la licencia. Total es el veinte por ciento, que sumado con el quince que nos saca el guacho de Del Molino se nos hace el treinticinco. Pero nos queda casi el setenta para nosotros y vivimos tranquilos... -levantó un dedo y lo agitó en el aire doctoralmente- ¡los verdaderos curradores saben repartir! -sentenció.

Y ambos miraron la parva de billetes sobre la mesa.

- Ché Manuel... -musitó el Dos, mirando emocionado la mosca y como cayendo en la cuenta de algo.

- ¿Que? -preguntó Manuel mirándolo.

El Dos levanto la vista de la parva y saboreando las palabras dijo:

- ¿Te das cuenta que camina? ¿te das cuenta que zafamos?

Manuel sonrío con una sonrisa indescriptible. Enérgico, se paró de un salto. Agitó los dos puños apretados y gritó a todo pulmón:

- ¡Siiii! ¡Zafaaaamooooos!... ¡dame un abrazo, genio!

Y los socios se abrazaron con ruidosas palmadas en la espalda, ante la mirada estupefacta y censurante de los refinados parroquianos.


En el parque las dos boludas laburaban como locas; cobrando, embolsando, transportando, sumergiendo, enganchando, levantando, descolgando, amamantando, cobrando, embolsando, transportando...

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