Capitulo XXXVI
Todo tiene su límite. Y finalmente aquella soga, que el Dos gustaba tanto estirar, empezó a mostrar el suyo.
La cuestión no se manifestó de entrada, dado que durante el primer mes de éxito, todavía los veían. Aunque fuera solo al final del día y para descolgarse como buitres (dejando el auto en marcha), sobre la recaudación. Y aunque rajaran enseguida con la excusa de importantísimas reuniones. Pero los veían.
Pero ya, al segundo mes, ni siquiera fueron más. En su lugar mandaron un contador trucho, un tal Mirqueletti. El tipo las lleno rápidamente de controles y planillas a llenar, según explico, “por orden de arriba”. Y esa fue la gota que rebalso el descomunal vaso de Ana.
- Hijos de mil putas -los catalogó ojerosa una mañana rumbo al parque.
- Y bueno ché. Hacía falta un contador -explicó también ojerosa, la boluda de María. Mientras hablaba le daba palmaditas suaves en la cola a su morboso hijo. El monstruito dormía.
Con tono fingido, de que no le importaba nada, María agregó:
- Mirá, mientras no me falte nada, por mi que haga lo que quiera.
- ¡Boluda! -estalló Ana-. Te hace laburar como a una negra, encima le criás el hijo, no aparece nunca y todavía decís que haga lo que quiera. ¿Pero que es, tu patrón o tu marido?
- ¡Ché, que nos pasamos! ¡en la esquina chofer! -dijo María, levantándose del asiento del bondi. Ya en la vereda le dijo:
- Desde que está ese contador de mierda que no lo veo.
- Yo también hace el mismo tiempo que no lo veo al Dos -coincidió Ana.
- Pensar que fuí la única que le dio bola cuando era un seco. ¡Que boluda!, Me hubiera casado con cualquier otro… -se reprochó enfurecida. Como si de soltera le hubieran sobrado los machos.
“Para... ¿que te hacés?”, pensó Ana. Pero el odio pudo más.
- Hijos de mil putas -insistió envenenada- eso es lo que son. Nosotras laburando como putas para ellos y ellos por ahí haciéndose los bacanes. ¡Mirá la cola que hay! ¡mira! -dijo señalando la cola que se enroscaba alrededor del parque dos veces.
- No nos vamos mas.
- ¿Ves?, y ellos... ¿quién sabe que estarán haciendo ahora?
(Y ellos en ese momento dormían la resaca de la noche anterior compartiendo cama con una rubia platino que juraba amarlos a los dos).
- Bueno, pero tranquilas. Hoy hacemos mellizos nomás -propuso María ante el consentimiento de Ana.
Media hora después, María le daba la goma izquierda a su hijo y la derecha a un sesentón calvo y berreador. Mientras Ana, enfrente de ella, hacía lo propio con un cliente que acababa de descolgar.
Estaban charlando de “los hijos de puta esos”, cuando el bebé de María levantó la cabeza de la teta y miró a Ana con una mirada pérfida y pervertida. Distraídas ninguna le presto atención. Recién cuando el extraño pendejo se deslizó como un reptil hacia la goma libre de Ana, las dos se miraron sonrientes y sorprendidas.
- Es un insaciable… -comentó Ana. Y acomodándolo sobre la teta le dijo- ponete si querés, pero te vas a cagar de hambre.
María lo miraba embobada, con un rostro felíz y baboso de madre. Y Ana le acariciaba tiernamente la cabeza. Hasta que se dieron cuenta de que el precoz degeneradito no chupaba como hace cualquier bebé, sino que lamía la teta mientras sus morbosos deditos la apretaban como garras.
Ana lo desprendió sorprendida y lo puso boca arriba, poniendo en evidencia una carpita que levantaba los pañales descartables. El engendro lejos de llorar, frunció el ceño con una expresión de furia y estiró las manitos desesperadamente para agarrar la goma.
- Este si que es machito -exclamó María orgullosa.
- ¿Machito? ¡Es un marciano! -exclamó Ana.
- Pobrecito, ¡dejalo chupar! ¿no ves como se desespera?
Ana lo volvió a colocar sobre la goma y el pendejo se abrazó como una rana a una pelota de fútbol. Siempre lamiendo y frotándose el bultito.
- Yo te digo una cosa...
- ¿Qué? -preguntó María.
- Yo no voy a permitirle al Dos que me haga esto. Cuando lo vea, ¡mirá!, tengo tanto odio atravesado que no sé si le voy a poder decir nada. Lo voy a mandar directamente a la concha de su finada madre.
- No seas boluda. ¿Ahora que tiene plata lo vas a largar?
- Que mierda me importa... -dijo Ana temblando de furia- antes era otra cosa. Pero ahora tengo tanto odio atravesado que no sé, mirá.
- Si, che, pero acá ganamos bien.
- ¿¡Ganamos bien?! Yo gano el triple que en el hospital, es cierto, pero laburo trescientas veces más... ¡mirá que negocio!
María se encogió de hombros.
Todavía siguieron quejándose un buen rato hasta que Ana interrumpió la charla volviendo la vista hacia el matambre. Levantando las cejas con asombro la miró luego a María y entre las dos se quedaron boquiabiertas cuando vieron el movimiento frenético de la bestezuela, que se sacudía como bombeando, entrecerrando los ojitos y con quejiditos de orgasmo.
Ana lo arrancó espantada y se lo tiró a María, que lo abarajó en el aire. El pervertido bebé la miró con una mirada cargada de furia durante un segundo intenso y luego rompió a gritar enloquecido. Recién cuando María, maternalmente, comenzó a frotarle la carpita, dejó de gritar.
En el dúplex de Barrio Martin, los socios recién se despertaban. Manuel se vistió para salir y el Dos, que amaneció duro, empezó a franelear con la gata platinada. Ya se la estaba montando cuando Manuel, riendo, salió de la pieza recomendando inútilmente:
- Ché, no ensucien las sábanas, que son de raso.
El Dos y la rubia se echaron un demorado polvo frente a la isla y se quedaron entrelazados, mirando en silencio la mañana en el río. Después de unos minutos el Dos la miró y dijo:
- Que sol hermoso, salió esta mañana.
- Cierto.
- Que decís, si vos no podés verlo.
- ¿Porqué no puedo?
- Porque el sol sos vos -aclaró cursi.
- Que poético... -dijo la rubia riendo y sacudiendo con la risa sus redondos pechos.
El Dos sonrío melancólico.
- Antes era poeta.
- Andá.
- En serio.
- Chst, ¿cuándo?
- Cuando era infelíz.
- ¿Y ahora? ¿no hacés mas poesías?
El Dos negó sonriendo.
- No, ahora hago de mi vida un poema. -contestó. Luego se la volvió a sentar encima, le abrio con los dedos de una mano los labios de la vulva, le metió la verga y le agarró una teta.
La rubia, como en el sueño, sonrió.