Escribiendo una novela on-line

Bienvenidos a la cocina de una novela. Dia a dia, encontraran publicado el refinamiento del material original de mi novela "Santana". Que lo disfruten.

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Location: Las Palmas de Gran Canaria, Las Palmas, Spain

Supongo que me parezco a lo que imaginan de mi mis lectores.

Wednesday, June 01, 2005

Capitulo XLIV



La casa de Ema resultó mejor de lo que esperaba. Tenía un espacio verde delante y sobre la puerta de entrada a la casa y hacia un costado, en galería, lucía un prolijo entramado de maderas. Maderas que alguna vez habían estado pintadas de verde, pero que ahora estaban enhebradas por una laboriosa madreselva.

El jardín delantero estaba dividido, por un caminito de baldozones que conectaba la vereda con la puerta de entrada. A los lados del camino había sendos espacios de césped con canteros florecidos pero calamitosos, que se prolongaban en todo lo largo de las paredes.

Le llamó la atención a Ana el aspecto arrasado que ostentaba este jardín delantero. Como si una tropilla de mongólicos le hubiera pasado por encima.

Ya traspasando la puerta se accedía a una galería de techo de cinc que, por derecha, daba a otro jardín interior que se hallaba en el mismo estado que el de la entrada. Y por izquierda presentaba una sucesión de 5 puertas . Era una típica case de chorizo.

Ana comprobó que la primera correspondía a la cocina, que la segunda daba a un baño, que la tercera (a juzgar por la cama matrimonial y la ropa de mujer acomodada en una silla) era la que usaba Ema, que la cuarta probablemente sería la suya (había una cama de una plaza y una cómoda) y que la quinta sería la de los masajes dado que solo había una mesa robusta de madera en el medio y una repisa contra la pared del fondo.

El final de la galería daba a un tercer jardín plagado de arboles frutales y (estos si) prolijos canteros con flores. Ana observó impresionada el alambrado de púas de dos metros de altura que separaba los dos jardines y la pequeña puerta cerrada con candado por donde se accedía.

Le gustó la casa. Cansada, se metió en la cuarta pieza. Dejó la cartera sobre la cómoda y se tiró vestida sobre la cama, quedándose instantáneamente dormida.


La despertó la propia Ema, precedida de un ruido de tropel, como si una manada de caballos salvajes recorriera la casa. Se asomó abriendo apenas la puerta de la pieza donde Ana dormía y el griterío entró antes que ella. Al verla acostada, intentó cerrar e irse, pero Ana le dijo “pasá”, incorporándose en la cama y refregándose los ojos.

- Pasá, que estoy despierta... ¿que es todo ese quilombo?

Ema sonrió.

- No te dije que los guachos me caen todos juntos. Debe hacer media hora que están esperando en la puerta.

- Que raro que no los sentí -dijo Ana estirándose y estirando la voz.

- No. Está pieza para apoliyar es barbara, no escuchás un carajo... -hizo un silencio, sonrió y dijo- bueno, seguí durmiendo nomás, yo me voy a masajear al primero... si te animás asomate y Mirá...

Le guiñó un ojo y salió. Ana intrigada saltó de la cama y corrió apenitas (tratando de no ser vista) la cortina de la puerta.

Lo que vio fue un espectáculo dantesco: por toda la galería corrían o se arrastraban seres de pesadilla, que se perseguían, gritaban y samarreaban. A un costado un mogólico le sacudía la cabeza a un macrocéfalo, mientras un rengo a los saltos le pedía a un enjuto que le devolviera la prótesis; dos mogólicos se fajaban dándose mazazos en la cabeza, mientras otro se masturbaba frenético en un rincón. En otro rincón un autista se balanceaba y un retardado parapléjico, de buen tamaño, se retorcía con el rostro desencajado dentro de un cochecito de donde le colgaban las piernas y los brazos. En una canastita al lado del autista había un morboso cuerpo de bebé con una cabeza de adulto que repetía con ojos alucinados “¡no corran animales! ¡que me pueden tumbar! ¡Cuidado!”. Y eso era solo lo que podía ver desde la ventana.

¿Donde mierda me metí?", se dijo horrorizada con la visión. Sin animarse a salir, prendió un faso y viendo que la puerta tenía llave, fue y la cerró. Luego se sentó sobre la cama a fumar, inquieta por el espectáculo. Terminado el faso se recostó de nuevo, con la idea de esperar despierta a Ema, pero el cansancio pudo más y volvió a quedarse dormida.

En su sueño la puerta estallaba y una horda de monstruos se metía en su pieza. Con risas sádicas y desencajadas le arrancaban la ropa y se le tiraban encima. Miles de brazos la agarraban, miles de labios la besaban. Los rostros aparecían deformados como si los viera tras una lente esférica. Ella trataba de escapar, pero sus piernas eran de plomo. Un tumulto de miembros deformados la cubría como una masa palpitante. Hasta que el grupo de monstruos se abrió y de entre ellos surgió uno más monstruoso y repugnante que todos los demás. Se movía con gestos violentos y hablaba con una permanente furia. A boca de jarro le preguntó:

- ¿Nos querés?

Ella desesperada quiso hablar, pero sus palabras pesadas y deformes, se derramaron sobre el piso sin ser escuchadas.

- ¿Nos querés? ¿nos querés? ¿nos querés? -Insistió el horrible ser.

Entonces ella logro soltar un brazo y en cámara lenta, le azotó brutalmente la cara, mientras gritaba desencajada un estirado:

- Nooooooooo...

Y desde dentro del sueño, comprendió que no era una pesadilla cuando el monstruo, sin ademán de defenderse y con aquella mirada desesperanzada de Esteban, tristemente susurró:

- Esta bién... nosotros podemos entender.

Y después de eso, todos salieron todos cabizbajos de la habitación.

Capitulo XLIII



Al día siguiente, el sol entraba por la ventana de la habitación del Dos y tal vez fueron sus rayos los responsables de que se despertara embotado, pero optimista.

Ya es hora de que lo llame a Manuel. Debe estar preocupado. Le voy a decir que la rehabilitacion la voy a hacer en Europa o en Norteamérica. Allá arreglan cualquier cosa”, pensó iluso, mientras tocaba el timbre para llamar a la enfermera.

- Señorita necesito hablar por teléfono... -le dijo apenas llegó.

- Ahí tiene señor. Tiene línea directa -dijo la enfermera señalando la mesa de luz y más precisamente, el teléfono gris perla.

El Dos, que no podía moverse le pidió de mal humor:

- Dísqueme, por favor. No ve que no puedo moverme...

- Oh, disculpe. Lo olvidé -sonrió la enfermera caminando hacia el teléfono.

El Dos le dijo el número y la chica discó. Un teléfono sonó, inútilmente, en Barrio Martin. Nadie atendió.

- A ver, pruebe con este -dijo el Dos y le recitó los números de sus administradores.

Instantes después, la enfermera decía con voz impersonal.

- Un momento que le van a hablar...

El Dos tomó el teléfono, pero la mina del otro lado no le entendía y se la pasaba preguntando “¿quién habla?”. Pocas cosas sublevan más que no ser entendido. El Dos tiró fastidiado el teléfono al piso. La enfermera se apresuró a levantar el tubo.

- Un momentito... -contestó en el teléfono y volviéndose al Dos-... ¿con quién quiere hablar?

- Dígale que le comunique con cualquiera de los titulares.

La tipa repitió la frase y se volvió al Dos.

- ¿Qué le digo?

- Digale que quiero saber como está todo.

Luego de un instante de espera, la enfermera transmitió el mensaje y del otro lado comenzó la contestación. El Dos se dedicó entonces a desentrañar, inquieto, el significado de las caras que la enfermera puso durante los diez minutos que tardaron en contestarle. Cuando finalmente colgó le preguntó ansioso.

- ¿Y? ¿qué le dijo?

Desesperado, intuyó la respuesta cuando vió que la mina preparaba una inyección.

- Bueno, -dijo chupando con la jeringa el contenido de una ampolla- me dijo que su socio fue con un poder y... -lavando la aguja con un algodón- retiró todos sus bienes para pagar por adelantado sus gastos de internación, -haciendo asomar una gota por la punta- también me dijo que su socio no está, -clavando la aguja en el brazo- que cree que está en Miami y que supone que no vuelve más... me dijo también que sacó un crédito de un palo verde y que -desclavando la jeringa- puso todo como garantia... dice que La máquina de parir fue clausurada por la liga de la decencia y que el que más se clavo fue el banco... -frotando un algodon en el pinchazo-... y dice que lo lamenta... -y mirándolo a los ojos- ah, y que le manda saludos y le desea una pronta recuperación.

El Dos que venía repitiendo “no puede ser” con un hilo de voz, envenenado de odio y de impotencia, terminó gritando gangosa y desesperadamente:

- ¡Hiiijo de puuutaaa!...

Y mientras bramaba su terrible “hijo de puta” se le apareció la última imagen de Ana. Aquella del retrovisor; llorando de rodillas en el parque, abrazada a sus mamadores.

Luego todo desapareció; la enfermera primero y el mundo después.

Monday, May 30, 2005

Capitulo XLII


Histérica, sucia, muerta de sueño y sin tener adonde ir, Ana no encontró mejor sitio que el hospital. Por suerte, estaba Ema de guardia.

- ¿Qué hacés, nena, tanto tiempo? -la saludó Ema de buen humor y oliendo el aire agregó- ¡No me digás nada, desayunaste con jugo de naranjas!

Ana la miró con fingido odio.

- ¡Que cara, mamita!

- ¿Vos también querés que te mande a la concha de tu madre? -preguntó con un dejo de ironía, derrumbándose sobre una silla.

- Si te hace felíz... -sonrió Ema poniendo la pava.

- En menos de una semana me pelié con todo el mundo... y la rematé hoy. Mi vieja, me acaba de echar de casa... -confesó extenuada, observando los innumerables dibujos de pijas que había en virome sobre el nerolite. "ANA PUTA", decía un cartelito con la letra del radiólogo. Sonrió.

- ¿Te echó tu vieja? -preguntó Ema incrédula.

Ana afirmó con la cara.

- ¿Por?

Ansiosa por descargarse Ana le contó desde la pelea con el Dos hasta el polvo con Esteban. Ema escuchó todo con atención, pero fue la historia con el rengo la que más le interesó. Ana lo notó en la cantidad de precisiones que pedía. Cuando terminó el relato, Ema le extendió un mate y dijo:

- Mierda, ¡que racha, nena! ¿Y ahora, que pensás hacer?

Ana rechazó el mate con cara de asco.

- Puajjj, dejame. Estoy verde de mates...-y retomando la pregunta-. Mirá no sé. Maldita la hora que renuncié al hospital. Por ahora, si puedo, me tiro a dormir un rato acá y después no sé. Tampoco tengo mucha plata.

- No, yo te digo para después... ¿que planes tenés? ¿adónde vas a ir a vivir?

- No sé. No tengo nada pensado. No hace ni media hora que me echó mi vieja. No sé, buscaré laburo de cualquier cosa y me iré a alguna pensión.

Ema encendió un faso y se lo pasó. Luego prendió otro para ella misma. Carraspeó, pitó, exhaló el humo y le dijo:

- ¿Porqué no te venís a casa?

Ana la miró sin contestár. Ema insistió.

- Si, sonsa. Venite a casa...

Ana sonrió y se encogió de hombros.

- Y bueno, gracias. Dale -aceptó.

Ema no ocultó su alegría.

- Total a mi me sobra una pieza. Y después, si querés, a lo mejor hasta me podes ayudar con mi curro...

- ¿Qué curro?...-preguntó Ana y enseguida se acordó- ¡ah, ya sé!... ¿es ese secreto que tenías?

Ema asintió en silencio.

- ¿De que se trata?

La flaca pegó un vistazo a la puerta de la cocina para ver si venía alguien y luego le dijo bajito, como en una confesión.

- Hago guardería y masajes para tarados y deformes.

Ana estuvo unos instantes en silencio, anonadada, y luego estalló en una carcajada.

- ¡Tenés una casa de masajes para deformados! -exclamó muerta de risa.

- Ché, pará... ¿qué te pensás?... son masajes en serio... ¿o te creés que les tiro de la goma?

Ana paró de reír y repitió entre incrédula y sorprendida.

- ¡Masajes a deformados!

- Claro... -explicó Ema- a la mayoría de las masajistas les dan asco o impresión. Así que me los mandan a mí. No sabés la clientela que tengo... ¡tengo los guachos más deformados de Rosario y sus alrededores!

Ana no logro reprimir la carcajada.

- ¿Y como fué que te quedaste soltera, entonces?.

Ema también rió.

- La puta que te parió. Vos no sabés lo que son. Son terribles. Tanto a los mongólicos como los deformados, parece que lo único que les funciona bien es el choto... ¡y tienen cada manguera! -exclamó con énfasís.

- ¿Entonces es cierto lo que dicen?

- Ufff, -exclamó Ema sacudiendo una mano- ... apenas los tocás ya se ponen así... -dijo poniendo la mano derecha en la articulación del brazo izquierdo y levantando el puño con gesto enérgico.

Ana estalló en una carcajada y preguntó malintencionada:

- ¿Y que hacés cuando se les para?

- ¡Estás loca!, los mando de paseo... a pajearse y a otra cosa... ¡nooo, querida!, ¡masajes y nada más!

Ana recordó a Esteban y dijo:

- Pobres tipos, seguramente las putas tampoco les dan pelota.

Ema frunció el ceño.

- ¿Qué?...a los renguitos todavía. Pero a los otros... ¿qué puta les va dar bola?... ¡noooo!... Vos no sabés lo que son... ¡son monstruos! ¿qué puta se va a encamar con un macrocéfalo o con un parapléjico o con uno de crecimiento retardado?... ¡¿Te imaginás si quedás preñada de un guacho de esos?!... ¡Imposible, así que viven a las pajas limpias, pobrecitos! ¡son todos de palma peluda!

- Ché, ¿y tan repugnantes son?

- Y mirá... yo ya estoy acostumbrada. Es como todo, ¿viste?, cuando te acostumbrás no es nada. Pero de primera, te la voglio dire -gesticuló sacudiendo una mano.

- Mierda, ¡lo que deben ser! -exclamo Ana intrigada.

- El museo de cera es un poroto al lado de mi casa.... Parece un club de monstruos, parece...

- ¿Y los tenés todo el día?

- No, solo de tarde. Todo el día te morís. Para las cuatro ya están todos en la puerta. Y vos vieras como les gusta estar en casa... ¿qué queres?, se sienten en familia... se sienten normales. Si ahí en casa, para ellos la única anormal soy yo... -y llevándose las manos a la cabeza- ¡Pero me arman cada quilombo!

- Estoy intrigadísima -dijo Ana apagando el faso.

- Hoy los vas a ver... -y apagando su faso también, sacó una llave del bolsillo del guardapolvo.

- Tomá. Esta es la llave de casa. Andá a tirarte un rato que yo después voy para alla.

Ana la miró burlona.

- ¿Será mucho pedir que me digas donde queda?

Ema sonrió.

- Puta, tenés razón. Te tenés que tomar el trole para ir. Anotá.

Ana sacó una virome y su libretita de teléfonos. Ema se puso a su lado y controlando lo que Ana escribía, le dictó:

- Damas Mendocinas... mil... setecientos... ochenta... y... nueve.


Sunday, May 29, 2005

Capitulo XLI

Cuando la enfermera le acercó el espejo, el Dos, reconociéndose en el vidrio, se dijo; “no estoy tan mal”.

Tenía la cabeza vendada y la frente ligeramente hundida. Y en el medio de ésta, un pocito en forma de hexágono (que le fue inferido por una de las tuercas del diferencial del taxi). Completaban el cuadro multitud de rasguños ya cicatrizados.

- ¿Cuánto hace que estoy en cama?

Notó que la voz le salía extraña, como gangosa y muy forzada. Parecía que los labios y la lengua estuvieran anestesiados. Eso lo desesperó.

- Ya hace más de un mes y medio que ...

- ¿Porqué hablo así? -pregunto interrumpiendo a la enfermera, que acomodaba las puntas de la cama.

- Nada, debe ser por la anestesia -mintió la mujer, viéndolo tan excitado.

- ¿Y cuando me dan el alta? -preguntó confusamente.

- ¿Como dijo? -preguntó frunciendo el seño-. Tranquilícese y trate de hablar más despacio.

- ¿Qué cuando me voy? -repitió, más pausado.

- Ah... uh, le falta mucho todavía.

- ¿Porqué?

- Tuvo 13 fracturas. Cráneo, clavícula... pelvis... ¡Que se yó!, ¡no le quedó un hueso sano!

- ¿13?, ¡la yeta! -exclamó más preocupado por superstición que por lo que la cantidad representaba-. ¿Tengo para mucho, entonces?

- Mucho. Y después viene la rehabilitacion. Pero ahora no hable, que se cansa -dijo la enfermera sacando una cajita metálica del cajón de una mesa que había en la habitación.

- ¿Pero cuando me voy a poder ir? ¡Deme una idea por favor! -ya exasperado el Dos.

- No antes de tres o cuatro meses -respondió ella como al descuido, controlando el interior de la cajita. Luego la cerró y encaró para la puerta.

Temió la respuesta, cuando pensó la pregunta, pero igual la hizo:

- Señorita...

- ¿Qué? -respondió la enfermera ya saliendo.

- ¿Cómo voy a quedar?

- Hable con el médico.

- No me diga eso, por favor, contésteme.

- Bien... -“BIEN RENGO” completó en su mente la enfermera, quedando al borde de la carcajada. Logró reducirla a una sonrisa tentada y en un tono que quiso ser tranquilizador alcanzó a decirle- ...no se preocupe... -y salió apurada al pasillo.

- Después vengo...

- Por favor llámelo al médico... -le rogó preocupado el Dos, cuando la puerta ya se cerraba.

Pobre tipo, todavía no le dijeron nada”, pensó la enfermera mientras soltaba carcajadas ahogadas en el pasíllo.

El Dos tenía la vista fija en la puerta cuando está se abrió. Apareció un tipo de blanco con un estetoscopio al cuello.

- ¿Cómo se encuentra?

- Eso quería que me diga.

- Bueno...

- Me dijeron que tengo para tres meses -lo interrumpio-. ¿Es cierto?

- Si, bah, alguito más... cuatro pongamos.

- ¡Cuatro meses! -repitió angustiado y se apresuró a preguntar- ¿Pero, como voy a quedar?

Una nube oscureció súbitamente el rostro del médico. El Dos la vió y se desesperó:

- ¿Qué pasa, doctor? -titubeó- ¿Qué pasa conmigo?

- Bueno, bueno, amigo... cálmese... calmese... vamos por partes... Por el porrazo que se dió, tuvo usted, realmente, mucha suerte...

- ¿Pero voy a volver a caminar?

- Si... es casi seguro que si.

El Dos suspiro más aliviado.

- Sólo que... usted tiene muy golpeada la zona del cerebro que actúa como coordinadora de las actividades motrices... -aclaró el médico.

- ¿Y eso qué?

- No, nada. Solo que tal vez tenga algunas dificultades para hablar y moverse. Pero bueno, -dijo tratando de contagiarle optimismo- realmente usted nació de nuevo.

- Con razón. Esto no es por la anestesia.. -pensó en voz alta y volviendo hacia el médico una mirada angustiada le preguntó-... ¿como voy a quedar, doctor? ¿voy a quedar rengo?...

- No precisamente.

- ¡Mierda doctor!, ¿cómo voy a quedar? -se exasperó.

Ma’si, algún día se tiene que enterar”, se dijo el médico y fue bién gráfico en la explicación.

- Bien amigo, dígame, ¿usted conoce el cha-cha-chá?

El Dos levantó apenas las cejas, dado que era el gesto que menos le dolía.

- No se haga el enigmático, doctor. ¿Qué tiene que ver el cha-cha-chá con mi futuro?

- Mucho que ver, mi amigo. Porque usted va a caminar como bailando un cha-cha-cha.

El Dos tragó saliva.

- ¿Cómo dice?

- Así, ¿ve?

Y el médico ejemplificó con unos pasos de cha-cha-chá en el medio de la habitación. Amenzaba ir para adelante, luego quebraba la cintura y retrocedía. Todo el movimiento era despatarrado, los brazos pendulaban absurdamente y la cabeza se le bamboleaba como a esos perritos de las lunetas de los autos.

- ¿Entiende?... charanchanchancharan-charanchancharan...

El Dos lo miraba azorado. El médico detuvo el baile:

- Peor es nada, mi amigo... otros quedan paralíticos... reconfórtese con la idea de que siempre habrá alguno peor que usted... -dijo sonriente.

El Dos lucía una cara de extremo y lógico desasosiego. El médicovió en su rostro atormentado la necesidad de un oportuno consuelo. Súbitamente inspirado, exclamó:

- ¡Pero fijese que en los bailes va a pasar por un tipo normal!

El consuelo no sirvió de mucho. Sobre las mejillas del Dos, las lágrimas trazaron dos caminos brillantes y simétricos.

- Voy a ser un parapléjico de mierda... -sollozó- ¡ayyyy, la puta que lo reparió al destino!

Entonces el médico viendo que el consuelo no daba resultado sacó del guardapolvo una ampolla de calmante y una jeringa descartable.

- Esto le va a hacer bien... -le dijo colocándosela de prepo en el muslo derecho.


En pocos segundos el Dos ya estaba en otro lugar. El sitio era oscuro. De repente una luz se prendía y le daba en la cara encandilándolo. Sonaban unos platillos y una voz gritaba: “Señoras y señores... con ustedes...¡el rey del cha-cha-chá!”. El Dos se volvió, buscando la voz y reconoció en la penumbra, junto al reflector, la silueta del médico que lo aplaudia. Detrás de la oscuridad una multitud aplaudía a rabiar.
El Dos, contento, levantó los brazos y una orquesta empezó a sonar. El cha-cha-chá atronaba cuando él, orgulloso, comenzó a bailar. La multitud aulló entonces enardecida. “Bravo genio”,”viva”, “humille maestro” -y otras frases del estilo sobresalían sobre el coreo de la muchedumbre: "Charanchancharancharan-charanchanchanchancharan". En un momento dado, el Dos levantó la vista de su paso de baile y vió al médico señalandolo y doblándose en dos de la risa. Descubierto en su burla, el médico, entonces, le pegó una cachetada al reflector y este giró sobre su eje haciendo un camino de luz en la tiniebla. En las gradas las caras eran horriblemente pálidas y reían con desmesuradas sonrisas sardónicas. “El infierno”, pensó el Dos, aterrado. Y supo, dentro del sueño, que de esa pesadilla no habría de despertar.



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