Escribiendo una novela on-line

Bienvenidos a la cocina de una novela. Dia a dia, encontraran publicado el refinamiento del material original de mi novela "Santana". Que lo disfruten.

Name:
Location: Las Palmas de Gran Canaria, Las Palmas, Spain

Supongo que me parezco a lo que imaginan de mi mis lectores.

Saturday, May 07, 2005

Capitulo XXIX

Veintiséis días después de empezar, la mayor parte de los trabajos previos estaban listos. Faltaba la entrega de la gigantesca parturienta y de la cinta con la grabación.

La muñeca, por sus dimensiones, venía demorada. Y la cinta ya había sido grabada, pero era necesario quitarle ciertas interferencias. Se suponía que era un trabajo rápido, pero el ingeniero (que había quedado en llamarlos) no daba señales de vida.

Todo lo demás ya lo poseían y gracias a haberse hecho amigos del propietario del tren fantasma, lo tenían guardado en el mismo parque.


A las once de la mañana de un día viernes, el Dos descansaba en su habitación contemplando la pared inspiradora. En la calma chicha de los conquistadores solo le quedaba esperar a que pasara el tiempo. Y el tiempo pasó.

- ¡Teléfono para el vago hijo de puta! -le gritó su progenitor. El Dos saltó del catre y bajó atolondradamente las escaleras, arrebatándole el fono de las manos. Su padre le largó una andanada de epítetos. El Dos, tapándose la oreja que daba al viejo, escuchó del otro lado la voz del constructor de la muñeca.

- ¡Hijo de puta! ¡Hijo de puta! ¡Vago hijo de mil putas! -le espetó el viejo rojo de furia.

- ¡No! -sonrió el Dos- no es para vos. Es el forro de mi viejo que me putea a mi. ¿Y que noticia puedo estar esperando?

- ¡Hijo de puta! ¡caradura, hijo de puta!...¡me hubiera hecho una paja! -insistió el viejo, hecho un manojo de nervios.

El Dos, con el teléfono en la oreja, sonrió feliz.

- ¡Y todavía te reís! ¡Caradura! ¡Malpolvo, hijo de puta! -dijo el viejo pegando mediavuelta y saliendo al borde del ataque de locura criminal.

- Mándela maestro. No acá, no, directamente al parque. Si, nosotros la vamos a esperar. Pero si, claro que vas a cobrar, dame unos días. Grande maestro, un abrazo. Salgo para allá -exclamó el Dos cortando.

- ¡Aleluya! -exclamó luego pletórico, levantando los brazos.

En ese mismo instante sonó el teléfono nuevamente. Era el ingeniero.

- Mierda viejo, parece que se hubieran puesto de acuerdo. Recién me avisan que terminaron la parturienta. ¿Limpiaste la cinta? -escuchó lo que le decía levantando las cejas y finalmente respondió-. Habrá sido el pendejo de María. El médico dice que va a ser superdotado.
Allí se enteró que en medio de los ruidos propios del organismo, aparecía nítidamente una vocecita que decía “ico uta”, “ico uta”. Como la cinta ya había sido limpiada de las misteriosas puteaditas quedó en pasar al día siguiente y cortó sin apoyar el tubo. Sobre el pucho llamá a Ana, intimándola a salir “ya” de la guardia y a pasar por lo de María para avisarles que en una hora y media tenían que estar en el parque para instalar el mamotreto.



Se reunieron los cuatro en el plazo previsto y esperaron que llegara el transporte con la parturienta.

- ¡Allá! -dijo María señalando una camioneta que venía por Oroño, cargada a destajo.

- Si, tiene que ser -coincidió Ana.

Era. Bajaron entusiasmados los cuatro módulos que la componían y los colocaron sobre el césped, detrás de la pista de kartings.

El chofer de la chata no atinó a mover un huevo. Ana y María recordaron sin comentárselo a aquel lejano chofer del primer día que se vieron.

Cuando terminaron la descarga, el chofer, puteando por la inexistencia de propina, salió picando con la chata. Los cuatro miraron el montón de bultos que tenían para armar, se miraron luego entre ellos y el Dos dijo:

- Y bueno, ché, vamos. ¡Manos a la obra!

Y comenzaron.

La instalaron ahí mismo. Era el sitio que les había conseguido el mayorista de favores comunales. No era ninguna maravilla, pero el mayorista dijo que entre la casa de los padres de María y la de los padres de Manuel no juntaban media garantía decente. Así que debían conformarse. Aparte si bien estaban en la parte trasera y no eran visibles desde el Boulevar, como contrapartida tenían acceso directo desde una calle lateral.



La instalación fue un trabajo duro, que tuvieron que hacer entre tres, dado que María no podía moverse mucho porque ya estaba en su cuarto mes y días, es decir; al borde del parto.

Trabajaron como locos hasta bien entrada la noche y dejaron armadas la recepción (con mostrador de nerolite, techo de chapa y tabique de aglomerado ocultando el interior), la carpa de ambientación y la muñeca con la pileta ya instalada en su interior, pero junto a la vagina. A diferencia del proyecto original, debieron dejar fija la pileta, dado que era un verdadero parto mover semejante peso desde el ombligo hasta la salida.



María terminó de pintar un cartel de chapa, donde escribió con la mejor letra que pudo;

LA MAQUINA DE PARIR - PASEN Y NAZCAN”.

Y fue lo último que colocaron aquel extenuante día. Lo pusieron entre las piernas abiertas (donde se veía la vagina, con labios de caucho y esparadrapo negro simulando los pendejos) y la boletería. Iluminada, esta última, con una potente lámpara de doscientos vatios.

Felices y reventados, los cuatro se alejaron para mirar en panorámica su obra.

- Quedó bárbaro -coincidieron todos.

- Huy, estoy reventada... -suspiró Ana sentándose en el césped.

- Yo también -coincidió Manuel imitándola y agregó dirigiéndose a María- ¡vieja, cebate unos matienzos!

María bamboleándose fue hasta la boletería y sacó de debajo del mostrador un termo verde y el mate.

- No hay más yerba...

- Cebá con la que está en el mate -sugirió el Dos.

- ¿Que irá a pasar? -preguntó Manuel recibiendo la primera lavativa.

- ¿Y que puede pasar? -respondió el Dos- ¡que nos llenemos de guita! ¡Mirá que hermoso quedó todo! ¿Decime si no te dan ganas de entrar?

- Si. Se pasó el que la hizo, ché. Parece en serio una mina gigante. Mirá las tetas que le hizo -acotó Ana, señalando las dos montañas de la eterna embarazada.

- Y vos que decís, si las tenés mas grandes -exclamó el Dos agarrándole una.

- Salí, largá -lo espantó Ana, felíz.

- Bueno. Mañana lo sabremos -razonó Manuel.

- Mañana a las seis de la mañana tenemos que venir a terminar lo que nos quedó de hoy -recordó el Dos.

Manuel asintió con un gesto, terminando el mate. Luego estuvieron unos instantes en silencio contemplando la obra y finalmente Ana volvió la vista al Dos y le dijo:

- Que negocio extraño se te ocurrió, mi amor.

- ¿Extraño? Bueno, es un juego… -simplificó María.

- Claro, la gente va a pagar para jugar al feto -coincidió Manuel. Y todos rieron.

Pero fue el Dos quién, instantes después, contemplando el mamotreto definió exactamente la cuestión.

- No, no es un juego. Acá van a pagar para irse todos a la concha de su madre.



Capitulo XXVIII

Al día siguiente, los socios, comenzaron el primero de quince días de febril actividad. Encontrándose a las ocho en el bar de la plaza Pinasco para planificar las actividades del día.

Sentados frente a dos cafés humeantes escribieron en un cuaderno la lista de cosas que necesitaban en dos columnas; las que había que hacer hacer y las que había que comprar. Y al lado de cada una de ellas, pusieron los nombres de amigos o conocidos que tal vez las vendieran, para sacárselas al fiado.

En una hora ya tenían definido todo, solo necesitaban salir a buscar precios. Con buen criterio decidieron empezar por las cosas que tuvieran que ser fabricadas bajo pedido, dado que serían las que más podían tardar. Se repartieron salomónicamente los posibles proveedores y salieron del bar quedando en reencontrarse al mediodía.



El primero en desocuparse fue el Dos. Un café y un faso después de llegar, lo vió a Manuel viniendo hacia él por San Martin. Manuel venía de buen humor. Frente a frente en la mesa se dijeron al unísono.

- ¿Cómo te fue?

Riendo se contaron sus gestiones individuales. El Dos había arreglado lo concerniente a la gigantesca muñeca de fibra de vidrio y a la grabación del ruido del feto. Manuel por su parte había conseguido quién les fiara todos los caños y chapas necesarios para armar el boliche y el andamio donde colgarían la roldana para levantar a los fetos. Solo tenían que adelantar una cantidad mínima para materiales.

- Tomá... -dijo el Dos alargándole un grabador de mano y un micrófono pequeño, enroscado en un cable- decile a tu jermu que se lo meta en la concha, pero antes que se la lave. Porque si arruina el micrófono lo tenemos que garpar. Y es carísimo.

- Menos mal que me avisaste por que hace casi una semana que no tenemos agua. ¿Sabés lo que debe ser ese pozo? ...una cueva de dinosaurios... -Comentó Manuel.

- Salí, que se me revuelven las tripas... -Exclamó el Dos con cara de asco.

- Bueno ché, no nos podemos quejar... ¡venimos viento en popa!... fue un día superfructífero.

- Si, según mis cálculos en tres semanas estamos en el parque.

Manuel asintió contento y de repente, como cayendo en la cuenta de algo, exclamó:

- ¡Che!...¿Cómo entramos al parque? ¿no necesitamos permiso?

El Dos se golpeó la frente.

- Puta, cierto... me olvidé... la concha de su madre... mirá si nos lo niegan ahora que encargamos todo... ¡que boludos!

- ¿Y ahora? -preguntó Manuel desanimado.

El Dos no contestó. Frunció el ceño, encendió un faso y miró la vereda pensativo. Un instante después exclamaba:

- ¡Ya se! ¡me acordé! ¡Conozco un tipo que es mayorista de favores comunales! No tenemos que perder tiempo, lo vamos a ir a ver mañana -consultó la hora y rectificó- No, vamos a ir ahora. Capaz que está todavía.

Tiró la guita del café sobre la mesa y salieron con urgencia.



Luego de una hora de espera viendo el incesante desfile de empresarios de transporte, mantenedores de parques y paseos, constructores y proveedores de cualquier cosa, la secretaria les dijo:

- Pasen.

Los dos socios entraron entonces en una amplia y luminosa oficina. Una de las paredes era toda ventana y la de enfrente estaba llena de fotos de gente abrazada. Uno de los abrazados era común a todas y se trataba por supuesto del mismo tipo que estaba detrás del escritorio.

En contra de cualquier expectativa, el mayorista tenía todo el aspecto de un verdulero: una barba de tres días, los pelos pegoteados de grasa y un palillo en la boca. Hablaba con una voz rústica de voceador de diarios y se rascaba los sobacos cada dos palabras.

- Hola muchachos... disculpen pero no tengo mucho tiempo -los atajó señalando su Rolex de oro.

A un costado del escritorio, sobre un pedestal, burbujeaba una enorme pecera llena de peces de todo tipo. Lo notable es que en su interior los pescados se hallaban fornicando.

- Buenas tardes, señor -saludaron tímidamente los socios.

- Ustedes dirán -dijo rascándose el sobaco izquierdo con una lapicera de oro.

- Bueno... -dudó el Dos, buscando las palabras-...tenemos un proyecto interesante y necesitamos el apoyo de la municipalidad.

- Muy bién... acá ayudamos mucho -sonrió el tipo- cuente nomás.

Buscando las palabras el Dos depositó la vista en la pecera y descubrió a los peces fornicando. Frunció el ceño asombrado y sin poder contenerse exclamó:

- Oia... -una carcajada lo dominó-... ¡están todos culeando!

Los tres sonrieron y el tipo explicó.

- Si, es un invento de mi pibe. Estudió de químico y siempre le gustaron los pescados. Quería hacer un alimento que los hiciera crecer, pero le salió un afrodisíaco. Igualmente fue una idea genial. La municipalidad le compra toneladas, todos los meses, para incrementar nuestro caudal ictícola...

- Claro, deben estar todas la pescadas preñadas -infirió Manuel.

Entre gestos de asentimiento el mayorista, amplió:

- Si, pero el caudal aumenta partida doble, porque por un lado, como usted bien dice, están los pescaditos nuevos. Pero por el otro, como las pescadas andan recalientes, llegan pescados de todos lados pa' culiárselas.

- Con razón... -dijo el Dos como recordando algo.

- Genial, lo felicito por su hijo -exclamó Manuel, admirado y obsecuente.

- Cuando hay de esto... -dijo el tipo golpeándose suavemente la grasosa cabeza- ¡y en este país sobra!

- ¡Por supuesto, la proverbial inteligencia argentina! -exclamó el Dos contemplando un pez que apretaba, entre sus aletas, a otro más pequeño y se lo fifaba.

- Así es. Y yo me imagino que lo de ustedes anda por ahí. ¿No?

- Exactamente... -sonrió distendido el Dos- ¿como se dió cuenta?

- ¡Porque lo último que tiene ustedes es pinta de laburantes! -explicó riendo con una risa áspera. Los socios festejaron la ocurrencia y enseguida el Dos tomó la palabra.

Con precisión le explicó en que consistía la cuestión y que necesitaban. Manipulando el escarbadientes con los labios el mayorista sonrió.

- Han venido al lugar exacto, yo puedo solucionarles el problema.

- ¿Si? -preguntaron entusiasmados los socios.

- Así es... gracias a Dios, tenemos en esta ciudad concejales decididos a terminar con la burocracia... -comentó el gángster rascándose ahora el sobaco derecho con el escarbadientes-. Ahí tienen sino el caso del circo brasilero al que le conseguimos que ponga la carpa en una plaza pública. ¿Qué mejor ejemplo de antiburocracia? -ejemplificó con una risotada.

- ¡Bárbaro! ¿Y de que partido son los favores?

- Ustedes eligen, tenemos de casi todas la banderías. Por supuesto que les aconsejo las marcas líderes, son un poco más caras. Pero posta, posta -les aclaró con una sonrisa.

- Bueno...- carraspeó el Dos-...el problema es que hacer la máquina nos insumió todo el efectivo.

- ¿Que pasa? ¿No hay vento? ¿Quieren crédito? No es ningún problema, me traen dos garantías propietarias, hacemos el contrato y listo... -exclamó encogiéndose de hombros.

- ¿Contrato? -preguntaron los socios al unísono.

- ¡Así es caballeros! Los tiempos han cambiado, hoy se impone el pragmatismo. Permítanme hacerles una pregunta. ¿Hay corrupción en las instituciones públicas?

Manuel y el Dos se miraron nerviosos, como diciendo ¿que contestamos?

- ¡Digan que sí! Si es sí. Sin miedo, vamos. Claro que hay corrupción. ¿Y porqué hay corrupción?

Los socios volvieron a mirarse dubitativos.

- ¿Y porque va a haber? Porque están manejadas por seres humanos comunes y silvestres. .Por pobres tipos que a lo mejor se pasaron la vida militando y ahora agarraron un puestito de algo y tienen que llenarse los bolsillos porque, ¿quién sabe? Hoy estamos, pero mañana no sé. Así razona la mayoría y así están las cosas. Y porque además, aunque no coimee, ¿quién se lo va a creer? Tenemos décadas de corrupción, ¿o nó? -Preguntó.

- Cierto -dijo el Dos. Y el tipo continuó con su apología de la cometa.

- Lo sabe todo el mundo, el incentivo, la chispa, el cohecho está completamente incorporado a la vida nacional. Negarlo sería una estupidez. ¿entonces que hacemos? ¿nos hacemos los distraídos y decimos que no existe? ¿o buscamos la manera de solucionarlo?

Manuel y el Dos se miraron nuevamente desconcertados, sin saber que decir. El truchón exclamó increíblemente:

- ¡Hay que so-lu-cio-nar-lo!

Los miró escrutadoramente y preguntó:

- ¿Les parece bien terminar con el cohecho?

- Y... -balbuceó el Dos.

- Pero si, mi amigo. Claro que si. ¿Y quieren que les diga algo?

Los socios asintieron con un gesto.

- ¡En Rosario, ya se solucionó! Esto es una primicia mundial. Todavía no salió en los diarios. Escuchen esto; un grupo de concejales realistas ha decidido legislar la cometa para evitar abusos. ¿Por que quién es el eterno perjudicado?

- El pueblo... -dudó el Dos.

- Exacto, porque, tomemos el caso del banco hipotecario. Los funcionarios tenían operadores, a su vez los operadores tenían minoristas y estos todavía tenían laderos. En resumidas cuentas como todos tenían que currar la cometa resultaba enorme. ¿Y quién pagaba?. El pobre tipo que quería una casita, el pueblo -se contestó-. Y ojo que conseguía el crédito en el mejor de los casos, porque como para eso no había chapa por ahí te caía un punto que decía que era operador de fulanito, te sacaba la guita y si te he visto no me acuerdo...

- Cierto... -murmuró Manuel, que para quedar bien usó un tono casi indignado.

- Y bueno, muchachos. Eso acá se terminó. Anoche, por mayoría casi absoluta, se sancionó el denominado Régimen de Cohecho a Funcionarios Públicos.

- ¿Y eso?, ¿qué es? ¿una ley que aumenta los controles sobre los funcionarios? -preguntó inocente el Dos.

El tipo estalló en una carcajada ruidosa.

- No, mi amigo, no. Es una ley que regula la actividad y establece derechos y obligaciones de ambas partes. Por ejemplo se ha determinado como arancel máximo, ¡máximo! -recalcó- el 10 por ciento del monto involucrado en el servicio concedido.

- ¡El diez por ciento! -repitió eufórico el Dos.

- Si, el diez por ciento -reiteró el gestor.

- ¡Muy bien hecho! ¡Bravo! -exclamó Manuel.

- O sea que se acabaron los intermediarios. Uno puede ir directamente a transar con el funcionario -dedujo el Dos.

El operador entonces hizo un gesto de cansancio y dijo.

- Si, en teoría es así. Lo que pasa es que es un poco complicado acceder a los funcionarios. Hay mucha demanda y para mantener el principio de igualdad se han instituido una serie de trámites burocráticos que, ustedes saben… formularios, numeritos de cuatro cifras para la cola… La burocracia es un monstruo de mil cabezas.

- ¿Y entonces? -preguntó el Dos palpitándose la respuesta.

- Tranquilo amigo, menos la muerte, todo tiene solución -sentenció-. Ahí es donde entramos nosotros. Por otro diez por ciento lo arreglamos. Pero eso si va por izquierda. Bajo cuerda, digo... -los vió mirándolo boquiabiertos y aclaró todavía- No aparece en el contrato... ¿me entienden?

El Dos y Manuel asintieron mirando desconsolados la pecera. En el agua, el pez grande, seguía fifándose al pez chico.

Sunday, May 01, 2005

Capitulo XXVII

El Dos sonrió con suficiencia.

- Si hermano, lo que oís; ¡una máquina de parir! -y ordenó- ¡papel y lápiz!

Manuel sin abandonar su expresión estupefacta, miró arriba del aparador y sobre el polvillo encontró una virome y una boleta impaga de la DPE (Dirección Provincial de la Energía) con tres meses de atraso. Se las alcanzó.

Luego mientras el Dos dibujaba, puso la pava al fuego y cambió la yerba del mate, repartiendo su atención entre la pava y los esquemas.

Pronto el agua estuvo caliente. Manuel apagó el fuego y con la pava en la mano se sentó enfrente del Dos. Miró el papel; el Dos había dibujado una mujer, panzona y acostada boca arriba en posición ginecológica. Sobre el vientre había marcado un círculo. Pedagógico el Dos comenzó la explicación:

- Atendé... hacemos hacer una hembra de unos ocho metros de altura, en fibra de vidrio... así como esta... acostada y con las piernas abiertas y flexionadas. Acá adentro -dijo señalando el vientre del mamotreto- colocamos un estanquecito de unos tres metros de diámetro por uno y medio de hondo... este estanque lo llenamos con agua tibia coloreada de rojo, que se mantiene caliente con una estufa de inmersión y un termostato que controla y enciende cuando el agua baja de los 37 grados... al estanque se accede por acá -dijo señalando el ombligo.

- ¿Por el ombligo?

- Si. El ombligo tiene que tener un metro y medio de diámetro y desembocar sobre el estanque... que dicho sea de paso, tiene ruedas y esta montado sobre una rampa con una ligera inclinación hacia la concha y sujeto por una soga, que lo sostiene para que no se deslice. Después de un rato... quince minutos más o menos, se le suelta la soga y se lo desliza hasta acá -dijo señalando el borde interior del sexo de la plástica parturienta-... cuando llega, se acciona por contacto un vibrador que agita el estanque, simulando contracciones, y finalmente baja un gancho colgado de una roldana y lo engancha al punto de una argolla que tiene en los pies... lo saca tirándolo de las patas y... listo.

Concluyó sonriente, pegándole una chupada al mate.

- Bárbaro, che... esta muy bueno, pero decime... ¿para que carajo sirve?

Preguntó Manuel rascándose la cabeza. El Dos lo miró con una expresión burlona de fastidio. Manuel agregó:

- Que ponés esa cara, ché forro... es demasiado grande para que te entre en el culo...

El Dos reaccionó con fingida cólera.

- ¡Boludo, otario, forro y pelotudo a la vez!... la llevamos al parque Independencia, cobramos una lucrecia per cápita (el equivalente a u$s 5,00 en moneda de la época) y nos llenamos de guita.

Manuel pareció reaccionar.

- Claro... el parque... tenés razón... ¡los pendejos!...

El Dos negó con suficiencia y estiró la mano para tomar el mate que le ofrecía Manuel.

- No, querido, los pendejos se aburrirían acá... esto es para torturados mentales, los pendejos no tienen problemas todavía, pero los papis seguro que si. Mientras los nenes están en el gusano loco, nosotros nos llenaremos de guita con los padres.

- Ma’si, ¡que mierda importa!, padres, hijos... La cuestión es que aporten.

Dijo Manuel restregándose las manos.

- Tenemos que empezar enseguida. La carcaza de fibra de vidrio, hay que encargarla lo antes posible porque va a llevar mucho tiempo, lo demás se puede comprar sin problema... el gancho, el riel para colgar la roldana, la roldana, el estanque... el estanque a lo mejor lo conseguimos usado... tenemos que comprar también la estufa de inmersión y el termostato, una lámpara sumergible... ah y tenemos que conseguir un grabador y un parlante sumergible.

- ¿Un grabador y un parlante? ¿Para qué?

- Para que los clientes escuchen en el agua el mismo sonido que escucha un feto en la panza de la madre.

- ¿Y de donde mierda sacamos el sonido?

- De tu mujer, boludo... yo tengo un amigo que es ingeniero electrónico y le voy a pedir que me haga la gauchada de meterle un micrófono en la concha... esperemos que no ande con gases...

- ¡Guacho, te lo tenés todo pensado! -Exclamó Manuel con admiración.

- Y que te cerepa, ganso.

- ¿Y como se van a meter en el estanque sin ahogarse, o tan siquiera mojarse?

- Vamos a hacer hacer unas bolsas de plástico grueso, bien grandes, con cierre hermético y una manguera larga que sale. Entonces al tipo lo metés en el agua, pero la manguera se la dejas colgando afuera.

- Así que el tipo llega, le metemos la bolsa y lo mandamos al estanque...

- No -interrumpió el Dos- los vestimos con la bolsa sin cerrar, los hacemos pasar a un cuarto oscuro, los sentamos bien cómodos en una silla de ruedas y los tenemos unos diez minutos haciéndolos relajar con música bien suave... después les cerramos la bolsa, los llevamos hasta el gancho y los metemos por el ombligo... los sumergimos, los dejamos unos quince minutos y después los sacamos con el gancho... y a la conchisumadre . ¿Qué tal?

- ¡Genial, maestro!... ¡soberbio!... ¡magistral!... -exclamó eufórico Manuel- ¡permítame un abrazo, profesor!... -propuso poniéndose de pie.

El Dos se paró sonriente y se abrazaron felices.

- Esto hay que festejarlo, esta noche vamos con las yeguas a comer una zzapi... paga la boluda de mi mujer...-generoso Manuel- tenemos que entusiasmarlas para que larguen el vento... -Dijo ante el asentimiento del Dos.

Esa noche, los cuatro fueron a devorar una calabresa a una pizzería mugrienta de la calle Rioja, en el centro. Festejaron con entusiasmo y se tomaron una jarra de tinto de la casa que, de pedo, alcanzaron a pagar los anfitriones. Entusiasmados y entonados, planificaron las tareas del día siguiente; Manuel y el Dos, cometerían la locura de levantarse a las ocho de la mañana, para empezar a contactarse con los constructores.

A la salida de la pizzería, María y Manuel rajaron para su tenebrosa casa. Y Ana y el Dos para la suya; la cueva de vampiros de la calle San Lorenzo.

Como no tenía sueño, Ana procuró por todos los medios mantenerlo despierto. Pero el inventor, rebosante de pizza, obnubilado de alcohol y destruido por el febril polvo que Ana le extrajo, se quedó dormido, antes incluso de expulsar los últimos setecientos cincuenta y tres espermas que quedaron como una gota indecisa en la cabeza de su choto.

Luego del polvo, Ana, fumaba y contemplaba filosóficamente la pared cuando sintió golpes en la ventana. Fue abrir y se encontró a su abuela.

- Mi amor, te escuché y me vine volando a verte, porque tengo grandes noticias... -exclamó eufórica la vieja.

- ¿No me va a decir que quedó preñada abuela, no? -la cargó Ana.

- No, no son sobre mi... ¡son sobre vos!

- ¿Qué? -preguntó Ana ávidamente.

- Mirá, bién no sé -aclaró la espectral vieja-, pero acá se habla mucho de vos... se corre la bolilla que sos la elegida para algo muy importante... ¡muy importante! -recalcó- ...todos hablan de vos, pero como saben que soy tu abuela cuando me acerco se callan...

- ¿Elegida por quién? ¿para qué? -la interrumpió Ana.

- Para qué no lo sabemos todavía. Pero, lo que si sé, es que ese muchacho -dijo señalando al Dos- es el que te va a ayudar...

- El Dos... ¿a qué?...y, ¿quién me eligió? -preguntó Ana con ansiedad y sin esperar respuesta exclamó- ¡no entiendo nada!

- No lo puedo nombrar... -dudó la vieja y agregó- ¡Ya sé! ¡miráme entre las piernas!

Luego se tomó las piernas por los muslos y giró sobre si misma, en una vuelta carnero. Muy lentamente y abriendo las piernas, giró, como en cámara lenta. Entonces, entre las piernas de la vieja, con el movimiento, Ana alcanzó a ver un rostro bien definido, de dulce expresión y con un ojo azul y otro rojo.

- ¿Lo viste?

- Si, ¿esa es la cara de...?

La vieja asintió nerviosamente. Parecía intranquila, como apurada.

- Si, él... pero no sabemos, ni para que, ni cuando. Si me entero de algo más te vengo a avisar... -la vieja miro para atrás y se despidió- bueno, me voy... ¡ah, me olvidaba! -Recordó.

- ¿Que, abuelita?

- ¡Tengo un pretendiente, nena!

- No me diga...

- Si, -asintió la vieja con una expresión pícara- es de buen mozo, vos vieras... me dijo que era italiano y que hacía estatuas... como las de las plazas...es simpático, ¡pero es un loco! -exclamó agitando la mano.

- ¿Y como se llama?

- Michelángelo Bunaroti o Buonarrotti... algo así...

- Me suena... ¿laburaba en Rosario?

- Puede ser... no me contó donde trabajaba, pero no importa... acá en el paraíso todos creen que uno es lo que uno quiere ser... yo por ejemplo dije que fuí actriz de cine y todos me admiran... lo único que no podés hacer es cambiarte el nombre. Bueno, ¡ahora si que me voy!, si me ven hablando con vos capaz que me hacen nacer de nuevo...

- Eh, tan rápido abuela... ¡quédese un poco mas! -se quejó Ana.

- No, no hay caso. Me voy, nena... chau... chau... -dijo desvaneciéndose en la niebla.

Ana la saludó con un gesto de resignada melancolía y se quedó todavía un rato asomada a la ventana. Miró el reloj inútilmente; seguía siendo la misma hora de la entrada. Luego volvió a la cama y se acostó al lado de su amado.

El Dos entretanto soñaba con su brillante porvenir:

Entre brumas se subía lentamente a una impresionante cupé roja. Arrancaba como en cámara lenta y de golpe aparecía al borde del camino una impresionante rubia platino, vestida con una imposible minifalda roja como el auto.

El paraba, abría lentamente la puerta del auto y cuando ella subía (con esa mágica alquimia de los sueños) ya estaba totalmente desnuda. El Dos, caliente y maravillado extendía una mano y le apretaba una de sus hermosas y redondas tetas blancas. La rubia sonreía.

En ese preciso momento Ana sintió una mano en su teta derecha. Se volvió y vio que era la mano del Dos que dormido la franeleaba.

- Me quiere... hasta dormido me acaricia... -se dijo crédula y emocionada.


Capitulo XXVI

La residencia de su tía y del pajero de su primo se tornaba, merced a los oficios de la burocracia, insoportablemente larga.

Ana estaba repodrida de dormir en el living; repodrida de su tía y fundamentalmente repodrida de ese pajero que solo sacaba la vista del televisor eternamente prendido, para relojearle cobardemente las gomas.

Pese a que Ana pasaba la mayor parte del día afuera, siempre que volvía de su guardia, así fuera de madrugada, se lo encontraba al cojo escuchando la radio o la televisión en la cocina.

En esos casos comía apurada las sobras de la cena, para rajarse a dormir al living. Dignándose a contestarle con “si” o “no” a los vanos intentos del rengo por iniciar conversación.

Cierta noche, Ana regresaba reventada de doce horas de guardia y cargada de un odio feroz ansioso de destinatario. Eran las doce de la noche y todos dormían, con excepción, por supuesto, del insomne Esteban que miraba la televisión en la cocina.

Como tantos pavotes Esteban tenia una natural predisposición a reírse de cualquier pavada. Disfrutando a lo loco de cualquiera de los múltiples y estúpidos programas de humor nativos.

Cualquier chiste pelotudo, imposible de festejar por un ser normal era reído hasta las lágrimas por el tontazo de Esteban. Y esta situación exasperaba a Ana; dispuesta siempre a exasperarse con él.

Aquella noche pasaban el programa de Dominguito. Un bodrio imposible de soportar; donde el actor intentaba sobrevivir becado por un supuesto amor popular hacia su personaje simple, tierno, bruto y pelotudo. Una apología, en realidad, del iletrado donde el intérprete merecía ser encarcelado por incitación a la deserción escolar.

Ana odiaba especialmente ese programa y cuando escuchó las primeras carcajadas del forro de su primo sintió que podría ahorcarlo con el mismísimo piolín del chorizo colorado que mordisqueaba.

Se sucedieron varias carcajadas entusiastas de Esteban ante frases y chistes decididamente pueriles, hasta que en un momento dado, Dominguito, con el palillo en los labios, recordó a su viejita fallecida (tal vez de vergüenza) y comenzó a derramar lagrimitas de plástico para conmover a la audiencia. El tarado de Esteban, tal vez por inercia jocosa, estalló en una carcajada y Ana no se pudo sujetar. Colérica, a boca de jarro le gritó:

- ¿De que mierda te reís?, ¡no vés, infelíz, que ahora tenés que llorar!, ¡ni mirar la televisión sabés!, ¡tarado!

Esteban se puso serio de golpe y como un perro que espera una patada, bajó fugazmente la vista.

En ese momento comenzó la tanda publicitaria, que por tipificación de la audiencia, promocionaba artículos para retardados. El primero fué un novedoso instituto que dictaba cursos acelerados para oligofrénicos (se recibían rápidamente de pelotudos). Este aviso, fue seguido por un anuncio de pañales descartables para enajenados incontinentes y ya comenzaba un comercial de esposas metálicas para retrasados onanistas, cuando Ana exasperada por el volumen (que siempre se levanta durante las tandas) le grito fuera de si:

- ¡Bajá el volumen, querés! ¡No se puede estar tranquila, con vos!

Esteban se levantó presuroso y tomándose de la mesa, fue rengueando hasta la perilla del volumen, lo bajo casi al mínimo y volvió a la mesa.

En seguida recomenzó el programa, apareciendo en la pantalla un personaje secundario (pero no menos obtuso). Su triste papel consistía simplemente en decirle; “buen día” a la estrella. Y el chiste consistía en que Dominguito se diera vuelta y lo observara pícaramente, chupeteando siempre su eterno escarbadientes. Sólo con esa mirada, la claque estallaba a carcajadas.

Y para cuando Dominguito mascullaba “Queashé tri-tri” con el palillo al costado de la boca, los mercenarios de la risa llegaban al delirio.

Esteban, tentadísimo, se tapaba la boca para reírse tratando de no hacer ruido. Pero, Ana, lo escuchó.

Hecha una víbora levantó la vista, dejó en suspenso dos ñoquis que tenía en la mano. Y moviendo la cabeza de lado a lado, con cara de asco, mordiendo las palabras, le escupió:

- ¡¿Pero de todo te reís, boludo?! ¡que pobre pelotudo, que sos! !que infelíz! ¡que nada, que sos!

Esteban se puso colorado y bajó la cabeza. Estuvo así unos instantes y luego volvió a levantarla. Ana lo miró; tenía los ojos brillosos y una expresión indignada y herida. Se levantó resoplando por la nariz como un caballo. Fue hasta el televisor, lo apagó y rengueando, encaró para la puerta del pasillo. Estaba por llegar cuando se detuvo. Con la voz estrangulada de llanto, se dio vuelta y le dijo:

- ¿Que querés que haga?... ¿no ves que yo no soy como todo el mundo? ... ¿que hago sino miro la televisión? -y salió de la cocina, con sus brazos tirados hacia atrás y su paso grotesco.

Impresionada, Ana, se quedó mirando la puerta.

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