Escribiendo una novela on-line

Bienvenidos a la cocina de una novela. Dia a dia, encontraran publicado el refinamiento del material original de mi novela "Santana". Que lo disfruten.

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Location: Las Palmas de Gran Canaria, Las Palmas, Spain

Supongo que me parezco a lo que imaginan de mi mis lectores.

Friday, May 27, 2005

Capitulo XL



Desde el momento en que se fue del parque, Ana, tuvo tiempo como para regalar. Sin trabajo, sin pareja, sin amigos. Volver al hospital era imposible dado que había renunciado en vez de pedir licencia. Y reconciliarse con el Dos o tan siquiera con María, impensable, por lo menos por el momento.

Esa circunstancia de haber roto con todo la tenía sumamente deprimida. Y dado que ni siquiera tenía un trabajo para distraerse, pasaba el día durmiendo. Consecuentemente, por la noche no lograba pegar ojo. Fue este último hábito el que, contra todo pronóstico, terminó por acercarla a su primo Esteban.

Desde aquella vez en que sintió lástima por él, su relación se había hecho, paulatinamente, más fluida. Esteban desconocía el rencor y Ana, a raíz de aquél incidente, se había vuelto más condescendiente.

Pero si bien en un principio, fue el cargo de conciencia, lo que la motivó a responder (con buena voluntad) a los intentos de diálogo de Esteban. Luego, y en forma totalmente natural, la relación encauzó por un carril de "armoniosa tolerancia". Y al final perdió, lo que al principio tuvo de forzada.

Tal vez es que Ana, volvía destruída de valores como la “inteligencia” y la “normalidad”, que comenzó a valorar la candidez espontánea de su primo. Asi fue que empezó a entenderlo y en consecuencia a aceptarlo como era, sin cambiar la opinión que tenía de él. Sabía que su primo calificaba como boludo, pajero, baboso y parásito. Pero también que tenía un alma esencialmente buena. Y que no había cálculo previo en sus actitudes. Era solamente un ser en carne viva. Vulnerable, por la falta de disfraces.

Y así, al cabo de muchas y prolongadas noches de común insomnio, se terminó consolidando entre ellos una relación de amistad borgeana. Una unión ante el espanto.



Como a Ana le seguía molestando la televisión, para no irritarse con Esteban se iba sola al patio.

Era primavera y las noches eran fragantes y templadas. Ana se sentaba entre macetas y penumbras y allí fumaba de más, pensaba de más y lloraba de más.


Aquella noche, sentada en el cono de sombra de la luz de la cocina, Ana fumaba y mirába el cielo permanentemente estrellado. Recordaba, analizaba, se daba manija y por supuesto lloraba. La noche estaba estrellada y tiritaban azules los astros a lo lejos. Su alma no se contentaba con haberlo perdido...

A las doce, cuando terminó el horario de transmision televisiva apareció Esteban con la radio, la pava y el mate.

- Hola Anita, ¿tomando el fresco? -todas las noches la saludaba igual.

- Así es -le contesto ella con la misma respuesta de todas las noches.

- ¡Que linda luna!, ¿eh?. Se está lindo aca... ¿nocierto? -comentó el pueril Esteban.

Ana asintió con un gesto encendiendo su enésimo faso. Exhaló el humo con placer y agarro el mate que le alargaba Esteban. Bajó la vista al piso mientras chupaba y sintió sobre sus tetas el mazazo caliente de la mirada de su primo. Pero no levantó la cabeza, lo dejo mirar. Se dijo “y que puede hacer más que mirar. Pobre tipo”. Y en ese momento entendió que tenían algo en común; a ambos la felicidad en el amor les había sido negada. A Esteban por su visible condición de deforme y a Ana por alguna deformidad invisible. Penso todavía, que tal vez para Esteban la felicidad fuera más accesible que para ella. Si total, con solo recibir un conchazo, el rengo tocaría el cielo con las manos. Pero ella ya estaba harta de cojidas. Ella quería amor de verdad y el amor, se sabe, es una droga escasa.

Terminaba el mate cuando en la radio sonó la voz aterciopelada de María Marta.

- ¡Subí el volumen! -le gritó ella sin agresividad, devolviéndole el mate.

¿Qué es lo que tiene él?” se preguntaba la gorda como aquella noche lejana en que conoció al Dos en el Boching Club. Ana pitó intensamente el faso, fijó la vista en un malvón e instantes después este se empezó a borronear. “¿Será mi piel cansada, que no le dice nada... o me lo quita alguna amante?”, se flagelaba la obesa, flagelando a Ana que ya para esa estrofa lloraba a moco tendido.

- Anita, no llorés -la consoló Esteban estirando una de sus manos hasta ella. Ana sintió entonces las cosquillas que los pelos de las palmas de Esteban le producían a sus manos.

- Esta bién. Gracias. Ya está. Ya se pasa... -dijo Ana, limpiándose la cara.

- Tomá. Tomate otro mate -recomendó Esteban alargándole otra lavativa.

Ana prendió otro faso con la colilla del anterior y se tomó el mate.

- No tenés que llorar. ¿No ves que ese tipo es un tonto? ¿Como va a dejar a una chica como vos? -se preguntó Esteban, con un tono estúpido y asombrado.

- Una chica como yo... -repitio ella con tristeza e ironia.

- Claro, ¿sabés cuantos quisieran tener una novia como vos? -aseveró el rengo.

- No serán tantos -rió Ana.

- Pero si, ¡seguro! -insistió él con vehemencia.

- Pero además eso no es todo. Se tienen que querer los dos... -dijo ya haciendo pucheros, para concluir-... sino, pasa esto que me pasa ahora a mi.

Y empezó a llorar de nuevo. Las palmás peludas de Esteban volvieron a posarse sobre sus manos en silencio. Ella lloró todavía unos instantes más. Luego levantó la mirada enrojecida y le preguntó:

- Decime Esteban. En serio, ¿tuviste novia, alguna vez?

Esta vez no había burla ni maldad en la pregunta. Pero igualmente Esteban se puso levemente colorado, levemente incómodo.

- No -dijo.

Y Ana vió en sus ojos y en su expresión, algo que la conmovió. Y que volvería a conmoverla en otras caras; la más absoluta desesperanza. La desgarrante aceptación de su condena a una vida desgraciada, a una vida sin amor.

- ¿Y nunca diste un beso siquiera? -preguntó Ana apenada.

Esteban negó con la cara. Los ojos le brillaban. Estuvieron unos instantes en silencio y finalmente él dijo con una sonrisa triste:

- No. Cuando era chico veía en las películas que los personajes se besaban. Y que después el actor le decia a la chica que era muy dulce. Y yo siempre pensé que realmente los labios de las chicas tendrían gusto dulce. Una vez hasta soñe que besaba a una chica y que le sentía en la boca sabor a caramelo -se rió con ganas. Luego la sonrisa vovió a entristecerse y confesó-... pero no sé lo que es besar, porque nunca besé a una chica.

Ella sacó sus manos de debajo de las de él, pero para ponérselas encima. El consuelo se invertía.

- ¿Y nunca fuiste con una puta, siquiera? -preguntó Ana y notó que Esteban se estremeció. Asintió con un gesto y angustiado empezó entonces a contarle.

- En el pueblo había una... una noche le robé plata a la mami y fuí. Fuí solo porque nunca tuve amigos. No te imaginás lo que me costó ir. La vergüenza que sentía de que me vieran. Dos veces me pegué la vuelta. Pero bueno, al final fuí. La forma de saber si estaba libre o acompañada era con la cortina de la ventana. Si estaba corrida era que estaba libre y sinó que estaba ocupada. Ya desde que pude ver la casa me empezé a poner nervioso, porque tenía la cortina corrida. Pero al final junté coraje y le fuí a golpear la puerta...

- ¿Y? -preguntó Ana con ansiedad.

La voz de Esteban empezó a fallar desde ese momento.

- Se abrió la puerta y salió la mujer. Llevaba una bata media abierta y abajo se le veían la bombacha y el corpiño. Era muy linda. Yo me quedé duro, sin poder decir ni mú. Me miró de arriba abajo durante un ratito y al final, ¿sabés que me dijo?

Ana negó con un gesto

- Me dijo “hoy no trabajo”.

Ana sintió que se le estrujaba el alma. Esteban continuó con voz de asficciado. Por momentos haciendo pucheros:

- Me acuerdo que me temblaba la pera como si tuviera frío... como ahora ¿ves?... Me acuerdo y me pasa lo mismo... entonces le pregunté, “¿puedo venir mañana?”... “mañana tampoco trabajo” se apuró a decirme y ya iba yo a preguntarle que cuando podría ir, cuando ella de mal modo me dijo, “no te molestes más ché, buscate otra” y cerró la puerta.

Y entonces ya no aguantó más. Sacó las manos de debajo de las de Ana, se tapó la cara y se largó a llorar angustiadamente.

Ana, entonces, se acercó a él y lo abrazó. Estuvieron así unos instantes y luego ella le corrió las manos de la cara y lo miró: Tenia las mejillas mojadas y los ojos enrojecidos. Por la boca entreabierta, se asomaban dos hileras incompletas de dientes manchados y desparejos. Ana sintió asco, pero lentamente acercó su boca y lo besó. Esteban entonces, la abrazó como un náufrago. Pero no trató de meterle la lengua, simplemente porque no sabía besar. Estuvieron unos instantes con los labios unidos y luego Ana, suavemente, se apartó. Una lagrimita le brillaba en los ojos. Sonrió y le dijo:

- Esto es un beso, nada más. Ahora ya sabés.

Esteban se quedó viéndola, deslumbrado. Pensando que tenía que decir algo, pero sin saber que. Estuvieron unos instantes en silencio y finalmente encontró las palabra:

- Era cierto lo que decían en las peliculas. Son dulces los besos de las chicas.

Ella sonrió. Y él entusiasmado le preguntó:

- ¿Querés que caliente el agua y le cambie la yerba al mate?

Ella negó con un gesto. Después del beso le parecía más acertado irse a dormir.

- No, gracias. Me voy a dormir. Estoy cansada, -dijo poniéndose de pie- ¿vos te quedás?

- Si Anita, no tengo nada de sueño -y se apuró a insistir-. ¿Estás segura que no queres más mate?

- No, gracias Esteban. Te agradezco pero prefiero irme a dormir. Chau, hasta mañana.

- Chau Anita... -por la entonación pareció que iba a agregar algo pero se cortó.


Ana soñaba con el Dos. Era un sueño complicado, porque si bien en el sueño le gritaba y el se mantenía alejado, simultáneamente ella estaba cogiendo y sabía, con certeza onirica, que era con él. Soñaba entonces con un Dos desdoblado.

Mientras soñaba sintió un ruido fuerte en la habitación. Era Esteban que había ido a mirarla dormir. Dormida profundamente, sin abrir los ojos preguntó

- ¿Eh, qué pasa?

La voz del rengo salió ahogada a pedir disculpas:

- Nada, perdoname Anita. Ya me voy, perdoname -insistió.

Ella musitó.

- No, mi amor. Quedate. Vení...

Esteban incrédulo se arrodilló junto al colchón y Ana entonces lo atrajo hacia si. Se besaron con avidez. Ella le metía la lengua con desesperacion, pero el Dos casi no movía la suya. Las manos de Ana buscaron la bragueta. La refregaron con ansiedad. Las manos de él ya se aferraban a sus tetas.

- Cogeme... cogeme... -musitó ella abriéndose de piernas.

El entonces se paró y se bajó apresuradamente pantalones y calzoncillos. Al aire quedó oscilando un pene erecto y largo, recortado contra la claridad de la ventana alumbrada por la luna. Sobre el colchón, ella se estremecía, con las manos entre las piernas.

Cuando sintió que la penetraban, se espabiló un poco más. Abrió los ojos y vió a Esteban en la penumbra, subiendo y bajando sobre ella. Se dejó estar y volvió a cerrar los ojos.

Laxamente movía las caderas contra él y con esa ausencia de tensiones que tiene los polvos adormilados, Ana, tuvo uno de los orgasmos más maravillosos de su vida. Gritó y gimió debajo de su primo y cuando Esteban finalmente se le salió de encima, sin mediar palabra, se volvió de costado y se quedo nueva e instantáneamente dormida.

A su lado, con los ojos rutilantes en la oscuridad, Esteban tocaba el cielo con las manos.



Por la mañana los despertaron los gritos. La primera que los vió fue “la dejada esa”. Se levantó a mear a las seis y pico de la manana y creyó estar en plena pesadilla, cuando vió a Esteban con el culo al aire, dormido y abrazado a su hija. Se acerco a la cama y se agachó, incredula, para confirmar.

- ¡Animales hijos de puta! -gritó enloquecida después de la confirmación.

Y esa fue la primera de diez mil puteadas que les tiró encima. Ana tardaba en entender lo que pasaba.

- Eh... ¿qué pasa? -preguntó con los ojos heridos por la luz. Esteban a su lado, se arrastraba desencajado de la cama.

- ¡Todavía lo preguntás, puta de mierda! -le gritó su madre pateándola frenéticamente. Ana se cubrió con la almohada de los golpes. Intentó pararla gritándole inútilmente.

- ¡Pará, pará!

- ¡Fuiste vos hija de puta, estoy segura de que fuiste vos! ¡No tenés vergüenza... puta asquerosa!

Los gritos levantaron también a la madre de Esteban y entonces le tocaron también al rengo las puteadas y los reproches.

Ana, atajando las trompadas, alcanzó a manotear el vestido y los zapatos y corrió cocina adentro. La puerta no tenía cerradura. Así es que resistiendo con el cuerpo lo embates de “la dejada” contra la puerta, consiguió ponerse algo de ropa.

Sin destrabar la puerta, estiró la mano hacia la heladera y tomó la cartera que reposaba arriba. Y ya en medio de un verdadero pandemonium, destrabó la puerta para correr calle afuera.

Cuando ya ganaba la vereda, su madre, desesperada por hacerle mal, agarró lo primero que encontró (que fue una naranja mohosa) y se la arrojó con furia y precisión.

Ana, enmarcada en la puerta de calle, recibió alelada el certero naranjazo en la cabeza. La fruta reventó con una explosion líquida. Llenándola de semillas y jugo que chorreaba por sus cabellos y espalda. Furiosa, se volvió entonces hacia su madre y le gritó enardecida:

- ¡Me voy a la mierda!... ¡Y no me vés más! ¿me entendiste, bruta de mierda?

Contenida por su hermana, que la sujetaba de los hombros. Con los pelos de punta y la cara desencajada, “la dejada esa”, le vociferó:

- ¡Si llegás a volver te mato yo!, ¡yegua mal parida! ¡te mato yo!


Tuesday, May 24, 2005

Capitulo XXXIX

Tres días después del accidente y luego de notar que llevaba dos noches sin caer a dormir, Manuel comenzó a buscar al Dos.

A tal efecto llamó por teléfono a un cana nuevo-amigo para pedirle que averiguara algo. Diez minutos después le sonaba el teléfono.

- ¿Manuel?

- Si.

- Agarrate.

- ¿Qué?

- Afirmativo, lo hizo pelota un auto. Lo lamento ché, pero parece que hay boleta a la vista. Si es que para está hora no crepó ya.

- ¿Qué?

- Si hermano, lo que oiste, tu socio cagó. Me confirmaron el ingreso en un hospital. Entró hace tres días en estado desesperante.

- ¿Qué el Dos crépa? ¿En qué hospital está? -preguntó aturdido.

Manuel era una amigo. Apenas colgó el teléfono sintió el cerebro en blanco. Fijó la mirada en la pared y muy lentamente el vacío se le fue llenando de recuerdos con la cara del Dos. Alrededor de los recuerdos, zumbona, volaba la palabra; “crepa”.

- Se muere... -dijo sin poder creerlo y volvió a sumergirse en la pared. El timbre del teléfono lo arrancó bruscamente del estupor y la melancolía.

- ¿Manuel?

- Si -contestó con voz apenas audible Manuel.

- Soy yo, ché -era uno de los contadores que les manejaban la guita- hace tres días que espero a alguno de ustedes para los ganchos y no me caen. El Dos me dijo “voy para allá” hace como tres o cuatro días. Hoy voy y le pregunto a mi secretaria y me dice que no aportó.

- Lo agarró un auto -lo interrumpió Manuel.

- ¿Cómo?

- Lo que oíste. Yo tampoco lo puedo creer. Recién me entero, estoy saliendo para el hospital.

- Pero, ¿qué se sabe? -dijo el tipo como para saber que pronóstico tenía.

- Crepa, me dijeron que crepa...

- ¿Crepa? Pero ché, es increible. ¡Me dejas helado!

- ¿Viste?

- Estaba pendiente el tema de la tranformacion de la sociedad a ese-a, pero ahora no sé como vamos a hacer. Porque el Dos ya no...

Y recién con esa última frase inconclusa Manuel vislumbró el lado bueno de la tragedia: “cierto, ahora soy el único”, pensó. Y la idea actuó como un fabuloso equilibrante de la angustia por el amigo muerto.

- No te preocupes, después del hospital paso por ahí y vemos como hacemos -propuso ya casi repuesto.


Soy el único... ¡ahora soy el único!”, saboreaba rumbo al hospital.

Doce minutos después estaba frente al médico de piso.

- ¿Y, doctor? -preguntó.

- ¿Usted es familiar? -lo interrogo el médico.

- Algo así, vivía conmigo. No se preocupe, diga lo que tenga que decir. Ya estoy sobre aviso. -aclaró Manuel.

- Bueno, el pronóstico es desolador.

Manuel asíntió.

- Se muere, pobre.

El médico lo miró con las cejas levantadas.

- No. ¿Quién le dijo eso? Estuvo muy comprometido, pero ya está fuera de peligro.

Para Manuel, que ya estaba hecho a la idea de ser “el único”, la frase del médico fue un directo a la mandíbula. No pudo ocultar la conmoción. Titubeó, arrugó la frente, tragó saliva y pregunto con agresividad creciente:

- ¿Qué?, ¿cómo que está fuera de peligro? ¿qué me dice? ¿si me acaba de decir que el pronostico es desolador?

- Si, que sea desolador es una cosa, pero que se vaya a morir es otra. No se muere, pero va a quedar parapléjico -aclaró el profesional preguntándole- ¿no le parece bastante desolador?

- ¡La puta madre que lo reparió! ¡puta madre, carajo! -exclamó Manuel, golpeando con ira la pared.

- Bueno, piense que podría haber muerto.

- Por eso puteo -dijo Manuel ambiguamente.

Luego permaneció unos instantes en silencio y apretando los dientes preguntó:

- ¿Para cuánto tiene?

- Para rato. Mínimo cuatro meses. Internado quiero decir.

- ¡Cuatro meses internado! -repitió y en ese momento concibió “la idea”. Súbitamente el rostro se le iluminó y empezó a hablar con urgencia.

- Escúcheme Doctor; ¿cuánto va a costar esto?

- Nada. Es provincial este hospital.

- ¡Bien! -dijo pensando en voz alta y agregó- Entonces me lo llevo. Lo voy a trasladar hoy mismo.

El médico lo miró sorprendido.

- Le van a sacar la plata al divino botón. Para este tipo de lesiones el tratamiento es el mismo acá que en Nueva York -dijo encogiéndose de hombros.

- No importa. ¿puedo llevármelo hoy mismo?

- No hay ningún problema. Hoy termina el período de observación. Ya está estáble. Firme el formulario de pase y se lo lleva.

- Si, eso quiero hacer.

- Venga entonces, vamos a la administración -dijo el médico echando a andar.


Manuel firmó y lo hizo trasladar. La ambulancia del hospital lo depositó en el sanatorio más caro de la ciudad. Una cueva de ladrones diplomados donde atendían como el culo pero con televisión color y reproducciones de Van Gogh en las paredes. El dueño era un gangster nuevo-amigo también.

- Che tordo, te lo dejo. Hacé lo que tengas que hacer. La empresa corre con todos los gastos.

- No te preocupes, ché. Te haremos alguna atención. Con los amigos la plata es lo de menos -mintió el tipo.

- ¿Estás loco?, si por eso te lo traigo. Vos cobrá y cobrá bien, pero haceme todas las facturas bien infladas. Que sea caro. Carísimo. Pero por derecha.

- Caro no, lo justo para la atención que brindamos. La salud no tiene precio -Sonrió el médico.

- Si, si. -rió Manuel, despidiéndose-. Ah, yo vuelvo dentro de un rato. Te voy a necesitar para unas firmitas.

- No problem -lo tranquilizo y agrego con sorna- ya me imagino.

Una hora más tarde caía con un gordo, pelado y risueño que se presentó ante la enfermera como el Escribano Magadán. El tal escribano era socio y testáferro del mayorista de favores comunales.

- ¿Está despierto? -preguntó Manuel.

- No, todavía está bajo sedantes.

- Muy bien. Nos podría dejar a solas con el paciente. TENEMOS QUE HABLAR CON EL -sonrió remarcando las últimás palabras.

- Si, por supuesto -dijo la enfermera, que ya había sido avisada, saliendo discretamente.

Apenas salió, el escribano le advirtió a Manuel.

- Che, vamos a necesitar la firma de algún médico. Tiene que aparecer certificando en el acta que este fiambre está consciente y en la plenitud de sus facultades -terminó con una risotada.

- No hay problema, lo firma después el propio dueño de casa. Eso ya está arreglado.

El escribano se sentó entonces al lado de la cama y sacó un cúmulo de papeles en blanco. Mientras Manuel le sostenía una carpeta abajo para apoyar, el escribano le ensuciaba al Dos uno de los pulgares con una tinta negra y pegajosa. Luego, guiándole el dedo, estámpó al pie de cada hoja una impresión digital. Diez hojas después le dijo a Manuel.

- Ya está bien, con esto basta.

- Perfecto.

- Me imagino que ahora te pagarás un buen whisky -sugirió el escribano.

- Ché, ¿pero como? No es que ustedes los de la liga de la decencia no beben, no se drogan, no fuman, ni cojen.

El escribano negó con un gesto saliendo de la pieza.

- No es así, nosotros hacemos de todo pero discretamente. La decencia no es la falta de vicios, es el practicarlos con discrecion -definió para diferenciar a continuacion-. Porque que vos y yo tomemos un buen whisky en un buen bar, no es lo mismo que dos negros le den a un tubo de tinto tirados en la vereda.

- Eso es totalmente cierto -admitió Manuel, recordando una vieja charla, mientras caminaban por el pasíllo.


Frente a dos rubios vasos de whisky, Manuel y el escribano departieron primeramente de trivialidades, hasta que el escribano se puso serio y le dijo:

- Mirá Manuel, te dije de tomar un whisky por que quería hablar con vos. Antes de venir para acá me llamo el presidente (de la liga de la decencia). Me llamó desde el Aeropuerto, para que le iniciemos una demanda a Aerolíneas por las minifaldas de las azafatas.

- Ahá -laconico Manuel.

- Recién llega de los Estados Unidos. No sabés, ¡vino enloquecido de pureza!

- ¿Qué anduvo haciendo, por allá? -lo interrumpió.

- Lo invitó el KU-KLUX-KLAN para dar una serie de charlas sobre la Santa Inquisicion.

- Mirá vos... -Manuel con asombro.

- Si. En ese tema, está reconocido como una eminencia a nivel mundial.

Manuel frunció los labios y asintió vivamente impresionado. Luego yendo al grano preguntó:

- Ché, ¿qué me ibas a decir?

- Si, bueno. Que hasta ahora, por nuestras relaciones comerciales yo vine postergando el debate en la liga. Pero ahora ya está el Contador (el presidente) y no voy a poder hacer más nada. Ahora el capo es él.

- ¿Y qué? -Manuel casi con indiferencia.

- Que se va tratar el tema de tu máquina de parir y si lo conozco al contador, tu máquina, tiene los días contados.

Manuel empalideció.

- ¿Cómo?

- Lo que oís. Fija que te la cierra.

Manuel tragó un sorbo de whisky que le incendió la garganta.

- Pero que decís. ¿Cómo? ¡De alguna forma se podrá arreglar con el forro ese!

El escribano negó con un gesto.

- No va a haber arreglo. El contador es un fundamentalista.

- Pero, ¿qué me querés decir? -preguntó angustiado- ¿significa que me voy a quedar en la calle, entonces?

El escribano dió un sorbo a su whisky, se hizo un buche, tragó, sonrió y dijo tranquilizador:

- Animate. No si haces lo que yo te digo. Pero vamos mitad y mitad. ¿Te parece?

- Pará ché, ¿cómo que mitad y mitad? ¿de qué me estás hablando?

- Pensalo. Pero no tenes otra opción.

Manuel bajó la vista a la mesa, permaneció unos instantes reconcentrado y por fin levantó una cara que lucía como un culo (como un culo feo).

- Puta que lo reparió. Me saco a uno y me cae otro. Dale, desembuchá. ¿De de que se trata?

El escribano sonrió complacido y comenzó a explicar.

- Bien. Esa es una decisión inteligente. Te explico. Resulta que tengo un amigo en el banco provincial que nos daría un crédito y que, balance por medio, aceptaría una hipoteca sobre tu máq...


Capitulo XXXVIII

Cuando el Dos la echó a Ana ignoraba que su propia existencia tal vez solo hubiera sido concebida para desencadenar lo que vendría. Para provocar en Ana el background necesario para la tarea que tenía predestinada. El, que se creía un elegido, jamás hubiera podido aceptar que era un simple peón en el ajedrez del destino. Y menos, que el destino maquinaba un gambito de peón.


Creparé en Rosario una tardecita”


Tarde primaveral del mes de setiembre de mil novecientos ochenta y cuatro.

El Dos dejó la cupé roja en una cochera en el centro y se dispuso a pasar por la oficina de quienes le administraban sus bienes. Caminó por San Luis, yendo de Mitre para Sarmiento. Cuando, de repente, entre el gentío que fluía por la otra vereda divisó un culo impresionante. Redondo, erguido, majestuoso. Como un misil cruzó la calle, sin apartar la vista un solo instante de los fabulosos cantos.

Fue eso lo que lo perdió. Obnubilado, no vio al taxista que recaliente por la falta de laburo, venía echando putas en su misma dirección.


cruzando una calle me desvaneceré”


El impacto fue tal, que todo otro ruido en ese instante fue silencio. Como una moneda que cae en una iglesia, se escuchó nítidamente en medio de un instantáneo silencio sepulcral. Y por eso, en cuatro cuadras a la redonda, todo el gentío giró la cabeza al mismo tiempo y hacia el mismo lugar.


será entre las ruedas de un puto taxista”


El taxi lo levantó por el aire, lo dejó caer y le pasó por arriba. Por si esto fuera poco, ya debajo del auto se reventó la frente contra el diferencial del Di Tella.

Una ambulancia que pasaba por el lugar lo despegó del asfalto y lo llevó, a toda sirena, hacia el hospital más cercano.

El médico de guardia lo dió por desahuciado apenas lo vió. Si era impresionante; un guiñapo sanguinolento con los ojos desopilantemente abiertos.


por mirar un culo "que-bien-se-te-vé" ”.


- Cu... culo... -alcanzó a balbucear, con la imagen del letal pavo todavía en la mente. El médico conmovido le agarró la mano.

- Si, hermano. No te voy a engañar, estás como el culo.

Sunday, May 22, 2005

Capitulo XXXVII

Es cierto que Ana estaba envenenada de odio. Pero su tuerto amor, habría pesado más en la balanza. Si tan solo él hubiera tenido la gentileza de engañarla mínimamente. Pero hasta para engañar hace falta algo de amor.

Aquel martes por la tarde, el destino sonrío torvamente, pegó dos puntadas siniestras y se asomó a mirar el parque.

María había faltado. Ana estaba completamente sola y no daba a basto con la cantidad de gente que tenía. Histérica con tanto trajín atendía a todos para el culo y eso la ponía más nerviosa todavía.

Sin un peso en el bolsillo y con una impresionante morocha en el auto el Dos se detuvo sobre el Boulevard. Dejó el motor en marcha con la mina en el auto y bajó. La idea era cajetear rápidamente y olivar.

Ana estaba dando de mamar a dos mellizos cuando lo vió venir. Ojeroso y demacrado era la encarnación del vicio. Recién terminaba una larga noche de juerga y la filtración y los excesos se le reflejaban en la cara.

Histérica como estaba, Ana sintió una furia triple. La primera por todo lo que él le hacía (la engañaba, la usaba, no la veía nunca y encima le había puesto un tipo que la controle). La segunda porque vio extinguido por el hartazgo el talento que le había forjado el rebusque. Y la tercera y tal vez la más incontenible, porque lo quería desesperadamente.

Aquella tarde finalmente la ira se le desató como un huracán. Se puso de pié dejando caer a los mamadores. Que rodaron por el suelo llorando con sus ojos cerrados de recién nacidos.

- ¡Hijo de puta!

- ¿Qué?

- ¡Hijo de puta! ¡Después de todo lo que hice por vos terminé siendo nada más que tu empleada! -le reprochó.

El Dos la miró entre sorprendido y desganado.

- ¿Y? Por lo menos terminaste siendo algo. Otro ya te hubiera echado al carajo -dijo entrando a la boletería.

Ella sintió que podría comérselo. Se adelantó dos pasos y los mamadores (llorando a moco tendido), la siguieron arrastrándose por el piso. Guiados por la voz.

- ¡Hijo de puta! -repitió.

- Bueno. ¡Basta!. No me rompás las bolas porque te rajo -la amenazó abriendo la caja registradora-. ¿No vés que si hoy pego una patada salen quince como vos?

- ¡Hijo de mil putas! -insistió ella, monotemática.

- Que te pasa, ché pelotuda. ¿no sabés otra puteada? ¡hijo-de-puta-hijo-de-puta-hijo-de-puta!... -repitió burlón, levantando apenas la vista de los billetes.

- ¡¡Hijo de puta!! -le gritó ella al borde de las lágrimas. Los de la cola, aburridos porque no los atendían empezaron también:

- ¡Dale tomátelas, che hijo de puta!

Cuando Ana le tiró el sexto hijo de puta, el Dos manoteó toda la guita, pegó media vuelta y sin decir ni mu se rajó para el auto. Ella salió de la boletería y lo persiguió con los mamadores detrás.

- ¡¿Adónde te vas hijo de puta?! -le espeto con la voz ahogada de llanto. Y recién entonces vio la cupé y dentro, la impresionante morocha.

- Me voy a echar un polvo, pelotuda -le contesto burlón y sincero, pegando un portazo a su cupé.

Ana se le fué encima y alcanzó a patearle un guardabarro cuando ya arrancaba. Totalmente loca, le gritó:

- ¡Te podés ir a la puta que te reparió! ¡hijo de mil putas! ¡reventado de mierda! ¡sorete! ¡malparido! ¡baboso!

La cupé se detuvo a unos quince metros y el Dos se asomó volviendo la cabeza.

- Estás despedida, forra. ¿Me entendiste? Desde mañana te volvés al hospital -y arrancó sacando una mano haciendo cuernos.

El último “hijo de puta” que ella le gritó, fue tan potente y tan conmovedor que, a casi mil metros, en las caballerizas del hipódromo, los caballos asustados atropellaron las gateras antes del disparo de rigor.

- ¡¡¡Hiijoo de puuutaaaa!!! -aulló. Y vencida por el esfuerzo y la impotencia, cayó llorando de rodillas en la vereda. Sus mamadores la alcanzaron y siempre con los ojos cerrados, se prendieron cada uno de una teta y dejaron de llorar.

Esa fue la última imagen que tuvo el Dos de Ana. Encuadrada en el retrovisor y llorando abrazada a sus chupadores. Haciéndose cada vez más pequeña en el espejo.

Los atormentados de la cola, viendo que se pudría todo, puteando se fueron desconcentrando.

Esperemos que la nueva también tenga buenas tetas” le comentaba uno a otro mientras rajaban, atormentados, por Oroño.


- Me fuí al carajo. Le dije a ese hijo de putas que no vuelvo más. Y no vuelvo más. Se acabó.

- Shhhh. -le rogó María llevándose los dedos a los labios y cerrando la puerta detrás de ella.

- Que, ¿no me digas que está Manuel? -preguntó Ana entrando a la casa en penumbras.

María hizo un gesto como diciendo “que va” y en un murmullo explicó:

- Es por el nene.

- ¿Se durmió?

- No, lo puse en la pieza a ver el televisor. Pero si te escucha se pone a gritar para que lo traiga -y agregó-. Es desesperación lo que tiene por vos.

- ¿Y a esta hora pasan dibujitos? -preguntó Ana (eran las once y veinticinco de la noche del martes).

- No, si no le gustan los dibujitos. Está mirando el Show de Moria. Vos vieras como le gusta. Lástima que ya tengo que devolver el cable -dijo tanteando tinieblas hasta la cocina.

- ¿Cómo que tenés que devolver el cable?

- Si, sigo sin luz. El cable y la luz para el tele me los alquila el vecino hasta las doce de la noche.

- ¡Seguís sin luz!

- Si -respondió con naturalidad.

- ¡Ese hijo de puta de Manuel todavía te tiene sin luz! -exclamo incrédula.

- Shhh -dijo María llevándose un dedo a los labios- No. Es decir. El me paga el sueldo. Pero yo me acostumbré a estar sin luz y me da no se qué gastarme la plata en eso. Igual que el agua, ¿para qué?, si acá nomás tengo una canilla publica -y para cambiar de tema se apuro a preguntar-. ¿Así que te peleaste?

- Si. Le dije todo lo que tenía que decirle. Y perdoname que te diga, pero vos deberías hacer lo mismo con Manuel.

María negó con un gesto y dijo:

- No, a mi dejame. Vos no tenés hijos, pero yo, ¿con qué mantengo al nene sino?

Ana sintió que le agarraba el mismo ataque de locura de la tarde.

- ¡¿Que con qué mantenés al nene?! ¡¿Sos boluda o te haces?! ¡Mirá como vivís! ¡estás en la mierda mientras él se da la gran vida! ¿y todavía decís que lo necesitás?

Por primera vez María se enfrentó, frontalmente , con Ana. Roja de la rabia que no le gritaba a su marido, se puso de pie, le señaló la puerta y le dijo:

- ¡Mirá Ana, yo no necesito que me llenen la cabeza y no soy ninguna boluda! ¡Sé muy bien lo que hago, haceme el favor y no tratés de llenarme la cabeza!

- ¿Llenarte la cabeza? ¿yo? ¡Pero no ves que te abro lo ojos!

- Ahora, porque a vos te fue mal, querés que a mi también. Tu situación es muy distinta que la mía.

- ¿Distinta en que?, si a vos también te cagan de lo lindo.

María sintió la puñalada de la verdad y reaccionó con furia y crueldad.

- ¡En que vos sos una fracasada que no supiste engancharlo al Dos!

Ana se quedó helada, en carne viva.

- ¿Y vos qué? -se defendió débilmente.

- Yo por lo menos logré que se casaran conmigo y me hicieran un hijo.

Gracias a la indignación que le produjo la estupidez de María logró recuperarse para gritarle:

- ¡Que mérito pelotuda, ahora te vas a quedar sola y con un hijo! ¡mientras tu marido se revuelca con cualquier puta!

María la miró con ojos enloquecidos. Tenía las venas del cuello al borde de la explosión.

- ¡Te vas! ¡mandate a mudar de acá! ¡andate víbora, mentirosa! ¡andate! -le repitió totalmente histérica.

- Pero si, pelotuda -exclamó poniéndose de pie y saliendo airadamente-. Claro que si. Me voy a la mierda y maldita la hora en que te llamé de nuevo. ¡Sos una pobre infelíz! -dijo pegando un violento portazo.

En ese momento enmudeció el televisor. “Son las doce” pensó María entre los borbotones de la sangre que hervía en su cabeza. Y súbita y tardíamente le gritó a Ana con la voz quebrada:

- ¡No ves que lo hago por mi hijo!

El nene, entonces, empezó a gritar. María temblorosa prendió al tanteo una vela y fue para la pieza. Lo encontró refregándose frenético contra la almohada.

- Ya esta, mi amor, ya está. Ya llegó mama. Mamá nunca te va a dejar -lo consoló llorando y tocándolo entre las piernas.

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