Escribiendo una novela on-line

Bienvenidos a la cocina de una novela. Dia a dia, encontraran publicado el refinamiento del material original de mi novela "Santana". Que lo disfruten.

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Location: Las Palmas de Gran Canaria, Las Palmas, Spain

Supongo que me parezco a lo que imaginan de mi mis lectores.

Saturday, May 14, 2005

Capítulo XXXIII


A las dos y media de la madrugada del lunes Manuel y María dormían. María descansaba de costado y Manuel, en la misma posición, se la apoyaba por atrás.

Era pleno Junio y la noches eran frías. Pero como estaban tapados de frazadas, María, soñaba que vendía libros en un caluroso desierto y Manuel que ya era millonario y estaba garchándose a dos mulatas impresionantes en las playas del caribe. Una de ellas, en el sueño, le agarraba la poronga (que en el sueño era larguísima) y jugueteaba con ella infantilmente (si cabe la expresión) cuando de repente, de atrás de una palmera, aparecía María echa una furia.

A las dos y media de la noche, Manuel, quebró el silencio de la madrugada con un aullido de dolor y se sentó en la cama como un resorte, con los ojos alucinadamente abiertos. Le pegó una brutal trompada a su mujer en la espalda (que retumbó en la habitación) y le espetó:

- ¡Bruta, hija de puta! ¡¿como me vas a retorcer la poronga así?!

María se despertó a medias y negó todo con voz dormida.

Esta hija de puta me controla hasta los sueños”, refunfuñó Manuel frotándose el miembro dolorido. Y dando por terminado el asunto se dió vuelta hacia el otro lado, de espaldas a ella.

María semidespierta por la trompada, sintió un cosquilleo en el culo. Ronroneó su protesta, por pereza de hablar, y pensó “este siempre el mismo sádico; primero me pega una trompada y después se calienta y me toca el culo”. Pero el cosquilleo le resultaba grato, así que dejó de quejarse para sumergirse nuevamente en los vapores del sueño. Ya volvía a su desierto cuando de repente un dedo brutal se le clavó en el ojete, como una saeta. Saltó en la cama y manoteó la perilla del velador vociferándole:

- ¡Pero que hacés, che! ¡me lastimaste el culo con la uña! ¡dejáme dormir, querés!

Manuel ni le contestó. Ella encontró la perilla de la luz y la trató de encender, totalmente al pedo: si llevaban tres meses sin electricidad.

- Puta madre, con la luz... -masculló y tanteó los fósforos.

Los encontró y prendió una vela anémica que descansaba sobre la mesa de noche. Se volvió hacia su marido y noto, extrañada, que roncaba. Sintió, entonces, súbitas ganas de mear y se levantó; inmensa y pesada como un tanque de guerra. Con la vela en la mano, fue al baño. Puso la vela sobre la pileta, se volvió para sentarse en el inodoro, levantó la falda y se vio en el espejo:

- ¡Ahhhh! -gritó desaforada. Manuel saltó en la cama del grito.

- ¡¿Qué pasa?! -gritó desde la pieza.

María controlando apenas el horror que sentía, gritó espantada:

- ¡¡Me creció una pija!!

Manuel corrió hasta el baño y la vió a su mujer vuelta hacia la pared con los ojos cerrados de espanto. Bajó la vista hasta sus piernas y vió, agitándose en el aire, un bracito con cinco, nítidos e inquietos, dedos en la punta.

- ¡Estas pariendo, boluda! -Bramó.

Recién entonces María se miró directamente entre las piernas y comprobó que no era una pija sino el brazo de su hijo.

- ¡Andá a llamar a Ana! ¡volá! -le ordenó y Manuel vistiéndose de apuro, corrió calle afuera, a buscar un teléfono en la madrugada.

Ese lunes por la noche, Ana estaba de guardia. Como de costumbre fumaba, insomne y preocupada por lo que pasaría con “su pareja” en caso de triunfar la máquina de parir. Su preocupación nacía del futuro de cuernos y desplantes que, sin ser un gurú, cualquiera (ella misma) le podía augurar.

Pensando en eso, deseó con todas sus fuerzas que La Máquina fracasara. Total a ella no le importaba el éxito, solo quería tener al Dos para ella. Y sin el éxito (suponía) tal vez tuviera alguna chance de lograrlo. Porque si bien es cierto que el guacho aportaba poco y nada, que la vivía, que la engañaba y que la usaba de forra; no era menos cierto que siempre caía al pie: si el pobre no enganchaba nada mejor.

Y temía la tetona enamorada, con razón, que el éxito se lo quitara. Porque con el éxito si que caerían esas yeguas que jamás le dieron pelota. Como aves de rapiña se abalanzarían sobre él con sus hermosos culos, sus discretas tetas y sus malas artes. Con sus rostros modelados en la abundancia, con su clase, con su tonada Jockey Club, con sus palabras de onda y sus pilchas de Nina Ricci. Y se lo quitarían. ¿Porque como podría ella competir? Ella solo tenía su amor. Su amor cargoso y regalado. Su amor de liquidación a 9 con 90. Su amor de calle San Luis.

Ella (lo sabía ya), era una mina de esas a la que cualquiera le echaría un polvo, pero con la que nadie se casaría. Era una mina para hacer tiempo hasta algo mejor y para convertirla, luego, en un lejano recuerdo de la mocedad. Para recordarla mil años después, alguna tarde de otoño. Para decir en rueda de amigos “yo de pibe me culiaba una mina que tenia unas tetas así... ¿Como era que se llamaba?... Claudia... Liliana... Antonietta. Bueno, no me acuerdo, pero, ¡que tetas, tenia! ¡madre mía! ¡que tetas! ¡no se podían creer!” y preguntarse con un dejo de melancolía (por el pasado, no por Ana): “¿qué habrá sido de ella?”.

Eso era. Un pecado de la juventud. Una mujer objeto. Dos tetas unidas a un ser humano. Una tetona enamorada con cartelito de 9.90 en la vidriera del amor. Carne de olvido. Nada importante.

Y un tipo como el Dos no dudaría, cuando viniera la buena (con infinidad de terneritas colgadas del gancho), le diría adiós a su viejo y servicial kilo de bofe. Así, a quemarropa, sin piedad ni anestesia. A la francesa, como dicen.

Ojalá le vaya para el culo.”, deseó muerta de celos a futuro y el estallido del teléfono le hizo pegar un respingo eléctrico:

RRRIIINNNGGGGG”

Era Manuel con la noticia.

- Tomen un taxi y vengan volando. Yo preparo la sala y le aviso al partero.

El partero no era otro que el radiólogo y la sala no era otra que la de rayos. Sobre cuya sólida mesa fornicaban todavía, pero muy de vez en cuando y ya casi desganadamente.

Ana lo despertó de un grito y mientras el amodorrado radiólogo se desperezaba, hizo un crestón verde con papel higiénico y lo colgó en la puerta.

Quince minutos después frenaba, chillón, un auto en la madrugada. Ana fue corriendo hasta la puerta y se encontró con María tapada con una frazada, ojerosa y pálida, colgando del brazo de Manuel. Con una manito asomada sacudiendo el desavillé.

La llevaron entre los dos hasta la sala, donde el radiólogo sonriente y dormido, indicó como ponerla. Una vez acomodada, Manuel rajó para el pasillo, desoyendo los vanos pedidos de Ana y de María, para que se quede a presenciar el parto. Muerto de miedo eligió fumar su ansiedad en el pasillo sórdido del hospital.

Con la música de fondo de los quejidos de María se fumó varios fasos hasta que escuchó el berrido amargo de su vástago. Sintió entonces el aluvión de la responsabilidad, eso que nunca había sentido. Se dijo “soy padre” y se puso solemne. Casi como un hombre golpeó la puerta para verlo.

Ana le gritó que pase, pero el cagón solo entorno la puerta vaivén, descubriendo apenas la escena semitrágica del parto. Todavía no había salido. Entre sangre y gritos, Ana con suavidad tiraba al matambre de los brazos. Observada con curiosidad por el radiólogo, que tenía todo el aspecto de un convidado de piedra. El recién nacido gritaba a todo pulmón. Tenía los ojos muy abiertos y en su berrido potente sonaban como palabras mal pronunciadas.

- ¡Brrra! ¡aputa! ¡brrraaaa! ¡aputa! -gritaba el energúmeno.

- Parece como si puteara... ¡y tiene los ojos abiertos! -comento risueño y admirado el radiólogo.

- Es que es precoz... -explicó Ana y volviéndose a María la arengó- ¡dale! ¡otro puje fuerte y lo largás!.

María pujó con fuerza, agarrándose con las manos de los bordes de la mesa y terminó de expulsar ese muñeco sucio y movedizo que gritaba a todo pulmón con el rostro congestionado y los ojos rutilantes. Ana lo tomó con la punta de los dedos y lo colocó sobre el pecho agitado de María. Recién entonces Manuel se animó a entrar. Se paró al lado de la mesa y miró esa prolongación de si mismo, que suponía, heredaría sus pocas virtudes y sus muchos defectos. Lo miró con atención, fijamente, ignorando a María que se lo enseñaba sonriente.

- Soy padre -dijo con voz de “no lo puedo creer”.

- ¿Y vos que sabés? -preguntó Ana sonriente.

Un rato después cayó el Dos (que había sido llamado por teléfono por Manuel) y entre los tres acompañaron a María que amamantaba felíz y demacrada a su primer hijo. Manuel lo miraba orgulloso y Ana lo encontraba parecido al radiólogo.

- ¿Dónde está el pan que trajo abajo del brazo? -preguntó el Dos.

- ¿Adónde va a estar, salame? ¡en el parque! -respondió Manuel.

- Cierto, por supuesto. A propósito María... (dijo dirigiéndose a María), no le des mucho la teta al nene, reservala para los clientes. Ahora con leche de madre podemos cobrar más caro.

El bebe dejó de mamar y se dió vuelta hacia el Dos.

- Parece que me mirara -comentó.

- Y con odio -agregó Manuel orgulloso y todos rieron. Pero era cierto.

Entonces el bebé eructó y todos festejaron. Luego volvió a la teta y los cuatro siguieron charlando, eufóricos. Discutiendo lo que había pasado el domingo con el psicólogo y las nuevas posibilidades que se abrían. Ana hasta se olvidó de sus deseos de fracaso. Los cuatro se entusiasmaron con el proyecto y las expectativas y se dedicaron a la grata y peligrosa tarea de dibujar el futuro. Aquella noche, pese a los dispares e incompatibles intereses que tenían los dos varones por un lado y las dos mujeres por el otro, se sintieron unidos y felices.

Pero la felicidad era una vela que se apagaba. El destino tejía.

Thursday, May 12, 2005

Capitulo XXXII


El domingo siguiente también llovió, aunque con una llovizna finita, incomparable con el diluvio del día anterior.

Justamente esto era lo que señalaba, optimista, Manuel.

- Me cago en la diferencia -dijo el Dos contemplando el húmedo y desolado parque. Los cuatro estaban apretados, tomando mate bajo la boletería.

- Ché, ¿ese no es el pelado de ayer? -exclamó María señalando un grupo de cuatro tipos que se dirigían inequívocamente hacia ellos.

Efectivamente uno era el pelado. Dos de los otros no revestían ninguna característica particular, como no ser un común rostro de torturados. Y el cuarto tipo era bastante alto y delgado. Y la frondosa barba que lucía y sus lentes de miope le dispensaban un inequívoco aspecto de psicoanalista.

- Hola amigos -saludó el pelado y agregó a modo de presentación- Aquí traje a unos compañeros de terapia y a nuestro terapeuta el licenciado Del Molino.

Se intercambiaron los saludos de ocasión y estaban sosteniendo una trivial charla de ocasión, cuando el pelado, con una indisimulable ansiedad, interrumpió la charla diciendo:

- Bueno, porqué no me dan un boletito, así voy pasando... -y como vió las miradas converger sobre él, musitó-. Por favor.

- Controle su ansiedad, Molina -recomendó el licenciado.

- Bueno, pero quiero mi boleto. Charlen ustedes, si quieren. Yo no vine para hablar al pedo -se justifico, nervioso el pelado.

- Le repito, controle su ansiedad -repitió el terapeuta mordiendo las palabras. Luego, volviéndose al Dos, explicó-. Tiene una personalidad adictiva de mierda.

- ¡Esta bien, tengo una personalidad de mierda, pero denme los boletos!

- ¡Molina! ¡tarado de mierda, basta! -vociferó el profesional, fuera de si-. ¡Controle su asquerosa ansiedad porque le voy a dar con el electroshock! ¡Y si le digo que le voy a dar, le voy a dar!

Ante la amenaza, temblando y con ojos aterrados, el pelado Molina, se quedo en el molde.

Finalmente les vendieron cuatro boletos. Pero se suscitó todavía otro altercado cuando el terapeuta insistió en pasar primero. El pelado, angustiado, rompió en un llanto de niño caprichoso y el terapeuta mirándolo duramente, le dijo:

- El martes dos golpes de electroshock y duplicación de honorarios, Molina.

Como un chico llorón al que le pegan para que pare, el pelado lloró mas todavía. El psicoanalista, entonces, con un brillo criminal en la mirada, lo tomó de las solapas y con una engañosa calma lo amenazó:

- Mire Molina, termínela. Basta. Basta porque cuando tenga ganas de suicidarse por haber matado a su madre y me llame desesperado, no le voy a dar ni cinco de pelota. ¿me entendió?¿me entendió? -inquirió samarreándolo.

El pelado derrotado y lloroso asintió. El terapeuta entonces sonrío complacido y entró en la sala de ambientación. Recién cuando el locólogo pasó al estanque, lo hicieron entrar al pelado para ambientarlo.

A los quince minutos lo parieron al psicoanalista y salió llorando de la bolsa como cualquier hijo de vecino. Después de la sesión de teta que mamó ávidamente, fue volviendo en si y finalmente se puso de pie.

Reasumiendo su rol profesional, comenzó con una perorata interminable donde cada dos por tres introducía algunas de las siguientes palabras; regresión, complejo de Edipo, inconsciente, territorio de la infancia, superyo, lactancia y shock emocional. Finalmente terminó el discurso con una calurosa felicitación hacia el Dos y una proposición, para hacer dos cosas:

- Primero le derivaré, por una pequeña participación se entiende, no solo la totalidad de mis pacientes sino también los de la clínica donde tengo el consultorio... y segundo vamos a organizar una exposición ante colegas y autoridades de la carrera, con un debate posterior. Amén que me comprometo a iniciar ya mismo un trabajo de tésis para el próximo congreso internacional donde gestionaré su invitación en calidad de expositor.

El Dos no podía creer lo que oía. Con una sonrisa de oreja a oreja le estrecho muy fuerte la mano y le dijo:

- Licenciado...-y titubeando, agregó-... ¿diez por ciento?.

Jocoso el analista le recriminó.

- Parece que me cambió el nombre, mi amigo. ¿Qué es eso de “licenciado Diez Por Ciento”?

- Es cierto, perdóneme -se apresuró el Dos.

- Nada que disculpar, amigazo. Era una broma. Pero si me tengo que cambiar el nombre preferiría llamarme Quince. Los apellidos están muy bien -contestó el codicioso profesional.

No solo gastaron sus cuatro boletos sino que reciclaron en la máquina toda la tarde.

En una de aquellas recicladas se suscitó un incidente. Dado que uno de los otros dos torturados no podía ser calmado, después del parto.

María le daba la teta, le acariciaba la cabeza, lo abrazaba, lo arrullaba, le daba palmaditas en la espalda. Pero no había caso. Después de un rato, recién volvió en si, pero aún sin dejar de llorar. Se puso de pie, esnifó los mocos y se acomodó la ropa.

- Bueno, ya esta...ya pasó. No es para tanto -lo consoló Manuel.

- No lloro por el parto -dijo logrando controlar el llanto.

- ¿Y entonces? -preguntó María.

Secándose las lagrimas con la manga el tipo confesó:

- Lloro por otra cosa...

- ¿Que cosa, señor Molinari? -inquirió el licenciado.

- No, nada licenciado... nada.

- ¿Que cosa, señor Molinari? -insistió Del Molino duramente.

El llorón, lo miró entonces sumisamente con sus ojos enrojecidos.

- Esta bien, -concedió y empezó a relatar- lloro porque recordé una mañana soleada de otoño. Estábamos en la cocina yo y mi mamá solos. Mi mamá me daba la teta... -dijo haciendo una pausa por el nudo en la garganta.

- ¿Y? -preguntó el Dos.

Con esfuerzo, el tipo continuó:

- Entonces tocaron el timbre y... era mi abuelo...-dijo interrumpiéndose ahogado en llanto.

- ¿Pero que tiene? ¡Era el abuelito! -lo animo María, sonriendo.

- Es que mi abuelo... -el llanto no le permitía continuar-... mi abuelo me... me sacó de los brazos de mi mamá... y... y... -patinó sin poder decirlo.

- ¿Y que? -preguntó Ana que estaba mordiéndose los dedos.

- Y... -repitió aún trabado por la angustia.

- Si, ¿que tiene?, seguro que lo habrá alzado para jugar... -opinó María.

- ¡¿Qué pasó, Molinari?! -insistió el terapeuta colérico.

Y el tipo, soltándose, exclamó en un grito visceral:

- ¡Que se puso a chupar él!

Todos se quedaron mudos y boquiabiertos. Solo se oía el llanto y como telón de fondo la llovizna sobre el techo de lata. El primero en tratar de calmarlo fue el Dos, pero falló. Luego lo intentó Ana, con igual suerte. Finalmente y como el llanto amenazaba no terminar más, intervino el Licenciado Del Molino. Que logró calmarlo con la amenaza de develar, delante de todos, ciertas tendencias sexuales aparentemente cuestionables, que le había confiado el llorón en la terapia.

Wednesday, May 11, 2005

Capitulo XXXI

Ya desde las dos de la tarde comenzó la lluvia diluvial. Ráfagas de vientos enfurecidos y mojados azotaban el parque Independencia.

El primero en llegar, corriendo bajo las olas, fue el Dos. Casi en seguida cayó Ana y quince minutos después Manuel y María.

- Linda inauguración -exclamó irónico Manuel, por sobre el estruendo de la lluvia sobre el techo de lata.

- ¡Te dije pelotudo! ¡Qué mierda tenías que empezar a hacerte el héroe del laburo justo hoy! ¡La puta que te parió! -lo reprendió, exaltado, el Dos.

- Bueno, che... que vamos a hacer, ¡mala leche! -terció Ana encogiéndose de hombros.

- Yo cebo mate -propuso María yendo para la carpa donde acondicionarían a los futuros clientes.

- Por lo menos acá no nos mojamos... -comentó Ana apoyada en el mostrador, frotándose los brazos y mirando las ráfagas de agua que se abatían sobre el parque.

- Si, se esta bien acá abajo -coincidió Manuel.

- ¡María!... ¡¿se llueve en la carpa?! -preguntó el Dos a los gritos.

- ¡Nooo! -Respondió María.

- Bueno, por lo menos lo armamos bien -exclamó orgulloso Manuel.

El Dos lo miró con un destello de furia.

- Che, ¿porqué no probamos la máquina? -propuso Ana.

- ¡No! -tajante el Dos- la vamos a probar con uno que no tenga nada que ver.

- ¿Porque? ¿qué pasa? ¿es por cábala? -Ana de nuevo.

- No, pero primero quiero ver que efecto causa. No sea cosa que cree hábito y después nos pasemos el día jugando nosotros.

Manuel la miró a Ana con un gesto de aburrida incredulidad.

Al rato llegó María y comenzaron a succionar unos verdes, apretados para darse calor. Apretados también se contagiaron el malhumor.

Estaban todavía mateando y con sendas caras de culos cuando, corriendo bajo la lluvia apareció un pelado cuarentón, que como un pájaro fue a refugiarse de la lluvia bajo el techo de "La Máquina de parir".

- ¡Tiempo loco! -exclamó el pelado que era un rey del lugar común.

Los cuatro lo miraron, pero no abrieron la boca.

- Oia, ¿qué es esto? ¿un juego nuevo?

- Si -exclamó lacónico el Dos.

- ¿De que se trata? -preguntó el locuaz calvo.

Manuel, pensando que era un potencial cliente se explayó sobre el juego, con lujo de detalles.

- Ahá -exclamó el pelado al final de la explicación, sin mayor interés.

Con un dejo de preocupación, por la respuesta, intervino el Dos:

- ¿No quiere probarlo?

- No, gracias -declinó el calvo.

Los cuatro se miraron con inocultable desolación. El Dos tomó la iniciativa.

- Vea, por ser el primer cliente no le vamos a cobrar...

- Le agradezco pero no -Agradeció el pelado sin el menor interés.

- Pero pase hombre. Si total igual tiene que esperar que a pare la lluvia -se impacientó Manuel.

- No, estoy apurado... apenas pare me voy.

- Mire, está bién. No solo no le cobraríamos, sino que hasta le daríamos unos pesos por su opinión -insistió el Dos, desesperado.

El pelado, que era corto de carácter, consintió más que nada por no saber decir que no ante tanta insistencia.

- Póngase esto -le dijo María extendiéndole una de las bolsas de plástico herméticas.

El tipo se la calzó y María lo metió en la carpa. Lo sentó en la silla de ruedas (robada por Ana en el nosocomio), puso la música de ablande y apagó la luz.

Cuando volvió con los otros, los encontró comentando angustiados lo que ella también había observado; el desesperante desinterés que había demostrado este primer cliente y que tal vez seria norma con el resto de la humanidad.

Se enfrascaron en un arduo debate donde, al instante, ya se insinuaban agudas críticas al Dos y a ellos mismos. Al Dos por habérsele ocurrido esa idea pelotuda y a ellos mismos -entre gestos ampulosos- por haberle llevado el apunte con semejante pelotudez. Solo Ana mantenía una postura moderada. Pero era resultado de otra cosa que no tenia que ver, precisamente, con el raciocinio. A los veinte minutos de recibir palazos, recaliente, el Dos le gritó a María:

- ¿Por que no te dejas de hablar al pedo y te vas a sacar al forro ese?, ¿no vés que ya lleva veinte minutos de ablande?... ¡y llevalo despacio! -Agregó.

María entro en la carpa. El tipo tenia los ojos semicerrados, como en un estado de sopor profundo. Tomó la silla por las manijas y suavemente lo condujo hasta la tarima de descargue, al borde del estanque. Le cerró la bolsa con el cierre hermético, prendió el interruptor que accionaba la luz roja sumergida y el sonido intrauterino y deslizó por un tablón en pendiente la silla

adentro del agua. El tipo se soltó de la silla adentro. Sacó la silla, colocó la manguera de la respiración colgando afuera del estanque y cuidando de no hacer ruido, salió.

Afuera la discusión se encarnizaba. Manuel y el Dos discutían ya agriamente. Eran infelices. Se sentían en el camino hacia el fracaso absoluto. Y es sabido que la verdadera infelicidad está camino al pozo y no en el fondo del mismo.

María volvió para sumarse a los reproches prodigados por su marido y así, discutiendo, pasaron otra media hora. Hasta que Ana miró su relojito y exclamó:

- Che, otra vez nos olvidamos del pelado. Voy a sacarlo.

Y así diciendo se dirigió al estanque. Se asomó y lo vió al tipo encogido y moviéndose suavemente. “A ver si le pasa algo al boludo este y lo tenemos que pagar por bueno” pensó controlando la manguera del aire. La puso contra su oído y se tranquilizó con la respiración pausada pero firme del cuarentón feto. Apretó luego el botón del vibrador y el agua del estanque empezó a moverse como un lavarropas. En la manguera la respiración tomó instantáneamente un ritmo frenético y el embrión comenzó a moverse con movimientos convulsivos.

Ana tomó la cadena con el gancho, que colgaba entrando por la vagina (desde un armazón en el exterior), y lo enganchó como a un pescado por la argolla de la bolsa. Luego salió para ir del otro lado y levantarlo.

- ¡Che María!, ¡vení a ayudarme! -gritó. Y María fue.

- Ponéte ahí y recibilo -dijo señalando el lugar donde bajaría la bolsa.

El Dos había instalado un sistema de poleas que reducía el esfuerzo a la octava parte, así es que Ana sola pudo levantarlo sin mayor problema. Era notable ver como el tipo se contorsionaba al salir por entre los labios de caucho de la vagina.

Ya lo estaban bajando, cuando escucharon gritos y golpes en la casilla. El Dos y Manuel se estaban agarrando a trompadas. Ana soltó la cadena y María con la vista puesta en la peléa dejó caer la bolsa pesadamente sobre el césped. Ya iban las dos a separarlos, cuando sonó el primer grito del pelado. Fue tan impresionante que Manuel y el Dos dejaron de trompearse y corrieron hasta donde estaba el feto.

- ¿Qué le pasa al coso este? -dijo Manuel, agitado y agarrándose la mandíbula.

- La caída no fue para tanto... -exclamó Ana, resoplando.

- Abrile la bolsa, che -indicó el Dos a María, enérgicamente.

María la abrió y se encontraron con un rostro congestionado de llanto. El pelado, con los ojos apretados, lloraba conmovedora y guturalmente.

El gigantesco bebé se arrastró fuera de la bolsa, tanteando el espacio con sus dos temblorosas manos. María era la que estaba más cerca. El pelado la detectó y se le abrazó espasmódicamente. Siempre por tanteo buscó una teta. Cuando manoteó la primera la apretó con las dos manos y la empezó a chupar. Sin atinar siquiera a bajar la camisa. Recién entonces, prendido del pecho, dejó de llorar. María automática y maternalmente se abrió la camisa, bajó el corpiño y le dió la teta como Dios manda.

- Mirá eso -exclamó asombrado el Dos.

- ¡Fenómeno!, ¡mi mujer dejándose chupar las tetas por un desconocido! -Se quejó Manuel.

Estuvieron así un buen rato. Mirando al pelado mamar. Hasta que finalmente éste empezó a volver en sí. Con un mirada extrañada. Como volviendo de un sueño muy profundo.

Cuando tomó conciencia de la escena, miró la teta, la miró a María, los miró a todos y como avergonzado se puso súbitamente de pie.

- ¿Que le pareció? -preguntó el Dos ansioso.

El tipo bajó la vista y no contestó.

- Eh, ¿que le pareció? - insistió.

Recién entonces el tipo susurró:

- Increíble... increíble...

- ¿Pero le gustó o no?

El tipo levantó entonces la vista y lo miró con los ojos enrojecidos.

- Si... pero... es fuerte... es increíble -reiteró.

El Dos lo animó con impaciencia.

- ¡Vamos hombre, opine! ¿Que sintió?

- He visto cosas increíbles. De mi pasado... pero increíbles -confió, volviendo a quedar en un silencio recogido.

Todos lo miraban expectantes. Ya estaba Manuel por preguntarle algo cuando el tipo exclamó lastimeramente.

- Mi mamá por ejemplo.

- Si, ¿que?... -lo animó Manuel.

- ¡Que linda era, por Dios! -exclamó acongojado.

- ¿Su madre? -preguntó Ana, confusa.

El tipo tratando de sobreponerse explicó:

- Si, yo no la conocí. Ella murió cuando me tuvo...

- ¿Y que pasó ahora con su madre? -preguntó asombrada María.

- Que la vi -afirmó afligido.

- ¿La vio acá? -incrédulo el Dos.

El tipo asintió en silencio, con la barbilla temblorosa y una mueca de tristeza.

- ¡Diga algo más, hombre! ¡No se!... ¿le pareció bien? ¿tiene alguna sugerencia? -pregunto Manuel, ávido y feliz. Y el tipo negó con la cara.

- Que les puedo decir, la única mejora que se me ocurre es imposible de hacer.

- ¿Cuál es? -Dijeron al unísono Manuel y el Dos.

- Es la salida, el parto...

- ¿Que?

- Tendrían que eliminarlo.

Tuesday, May 10, 2005

Capitulo XXX

El sábado a las seis de la mañana, el Dos y Manuel caminaban por el Parque Independencia. La niebla era espesa y le daba al paisaje, lleno de árboles, un aspecto fantasmagórico pero bello.

María se había quedado en la casa porque sentía demasiados movimientos en la panza y Ana había entrado de guardia a las cuatro de la mañana. Así es que los socios debían terminar la obra solos.

En rigor no faltaba demasiado, dado que los turros habían dejado para ayer los trabajos pesados y les quedaban solo algunos ajustes generales y las instalaciones eléctricas y de audio.


Para hacer algo que no interesa se necesita incentivo (algo como guita). Pero para lo que apasiona no hay pereza. Manuel y el Dos, dos vagos confesos vinieron a sorprenderse comprobando que en realidad habían sido terribles laburantes, solo que en potencia, (por la falta de proyectos que lograran interesarles).

Mientras tomaban unos mates antes de empezar, hablaban de eso.

- Loco, parece mentira. ¡Quién nos viera y quién nos ve!, ¡mirá como terminamos laburando con este invento!

Prendido de la bombilla, el Dos chupó apurado su mate y se apresuró a largar una reflexión que supuso medular.

- La vagancia, como la honestidad, es un concepto relativo. Una persona siempre parece mas o menos de lo que en realidad es, pero la verdad solo se vislumbra frente a condiciones bien determinadas.

Se detuvo para acabar de chupar el mate y Manuel dijo:

- Y claro, loco -pero no había entendido un pedo.

El Dos, gratificado continuó.

- Yo creo que el trabajo es antinatural. Que nacemos para estar al pedo y para jugar. Como los animales.

Manuel meneó la cabeza, mientras se cebaba un verde.

- Si loco, pero entonces no existirían los laburantes.

- Lo que pasa es que cuando un tipo toma lo que tiene que hacer como un juego, se convierte en laburante.

- Anda a cagar... y los que destapan pozos ciegos o cargan bolsas en el puerto, ¿que hacen? ¿juegan acaso?

- Es otra cara de la misma moneda... -saltó el Dos-. Con guita hacés lo que querés. Y ese tipo que destapa pozos ciegos cobra y si quiere se gasta la guita en putas. Es decir que laburó para poder jugar -sintetizó.

- Claro y si tenés familia, en vez de darles de comer los llevas a todos a culear al quilombo.

- Bueno, ¿y que querés?, esa gente no tiene opción. Pero contestame esta pregunta: ¿es laburante el que disfruta con lo que hace? o ¿es laburante el que odia su laburo pero lo hace porque lo tiene que hacer?.

- El que lo hace por deber -titubeó Manuel.

- ¿Vés como es? Nueve de cada diez boludos deben contestar lo mismo. Desde pendejo te cagan la vida con “la responsabilidad”. Con palabras como deber, obligaciones, etcétera. Con frases pelotudas como; “el trabajo dignifica al hombre”. Decime, ¿quién se llena la boca diciendo que es basurero?

- Nadie -opinó Manuel.

-¡Exacto! -coincidió el Dos-. ¿Ves?, ¡son todas boludeces! Frases inventadas por tipos que nunca se van a ensuciar las manos para hacerle el coco a los tipos que nacieron para llevarles la basura. Porque sino al señor lo traga la mierda.

Manuel ya indignado concluyo.

- Y los que no se prenden a su discurso son “los vagos”.

- No solamente los que no lo hacen sino también los que lo hacen a cara de perro.

- Si, cierto.

- ¡Hijos puta! -exclamó el Dos con una carcajada de admiración- fijate vos que no solo quieren que uno destape el pozo ciego sino que disfrute haciéndolo. ¡Que se sienta un elegido!

- Hace falta ser medio boludo. -Riendo Manuel.

El Dos se exaltó.

- Justamente, esa es la mejor cualidad para ser un “buen laburante”. Hacer laburos de mierda, ganar dos mangos y salir contento todas las mañanas para “el laburo”.

- Pero tuyo será el reino de los cielos, hermano -Manuel malignamente.

El Dos levantó el índice apuntando algo invisible.

- ¿Claro? ¿Para que te creés que esta el quia? - y poniendo voz y cara de boludo exclamó- Ma’sí, que los otros la pasen bomba acá, que yo me voy a ir a al cielo y ellos que se la pasan culeando, chupando y explotando gente se va a ir al infierno... jo, jo, jo.

Se revolcaron de la risa y el Dos, entusiasmado con su propia retórica, prosiguió.

- Decime una cosa, vamos del otro lado: Ese tipo que se fuma un puro desparramado en el sillón del directorio, viendo por la ventana como los otros laburan para engordarlo a él, ¿es un laburante?

- ¡Diste en la tecla!

- O el que es gerente de nos se que carajo y tiene que asumir un rol de hijo de puta porque para eso le pagan... ¿es un tipo digno?

- Si, de ser llamado hijo de puta.

- ¡Pero nadie lo condena!, porque cuando uno tiene guita se libra definitivamente de cuestionamientos de este tipo. Y aunque pase el día rascándose los huevos, cualquiera que llegó a hacer guita es un modelo a seguir...

- Exacto, y se le perdona todo.

- En definitiva y volviendo a nuestra realidad. Como acá lo que más abunda son laburos de mierda y encima mal pagados. Y como boludos no somos, resulta que somos dos tremendos govas.

- Claro, loco. ¡Vagos las pelotas!, somos gente lúcida -Concluyó Manuel, apurándose a explicar con esa endeble teoría su vergonzante pasado de ocio full-time.

Encendieron dos fasos, tomaron un par de mates más y luego, el Dos, mirando la hora, se puso de pie diciendo:

- Bueno che, hablando de la inexistencia de la vagancia, se nos está yendo la mañana sin hacer nada.

- Cierto "primero de mayo", ¡a laburar! -exclamó Manuel parándose.


Mientras trabajaban, se dedicaron con ahínco a especular sobre como les iría y en seguida, descontando el éxito, a planificar que harían con tanta guita. Autos cupé, yates, bulos espejados para hacer desfilar guachas en pelotas, roperos rebosantes de pilchas, filmadoras para filmar sus propias pornos y demás etcéteras que en ninguno de los dos casos incluían en absoluto a las dos boludas que los bancaban. Como en tantas otras parejas, en estas dos, el éxito de los unos amenazaba convertirse en el fracaso de las otras.

Con el aliciente de esa nube rosada y lujuriosa en la cabeza, los socios laburaron tan frenéticamente que en hora y media terminaron con todo y solo se cansaron las lenguas y los órganos de la imaginación.


Frente a la obra terminada el Dos sonrío con satisfacción.

- Que cosa... -comenzó a decir y se interrumpió.

- ¿Que cosa qué? -preguntó Manuel.

- Que lo que uno tuvo acá -dijo señalando su cabeza- lo vea afuera de uno. Hecho. Es increíble.

- Mirá, si lo que yo tengo acá -dijo Manuel señalando su cabeza- se viera afuera, las calles serian prohibidas para menores de veintiún años... ¡la ciudad seria un culeadero! -exclamo con una risotada y el Dos agregó.

- Mirá, yo no tengo ambiciones políticas, pero cuando la ciudad sea un culeadero... ¡me postularé a la intendencia!

Y estallaron los socios en alegres carcajadas. Se reían como locos simplemente porque eran felices. Porque se sentían en el camino a la cúspide. Y es sabido que la felicidad está en el camino y no en el final.

Siguieron todavía un buen rato contemplando la obra y riendo de cualquier cosa y finalmente el Dos miró la hora y dijo:

- Bueno, son las diez... me voy del ingeniero a buscar la cinta... nos encontramos directamente acá...

- ¿A que hora venís? -preguntó Manuel.

El Dos se rascó la cabeza.

- No sé... vengamos a eso de la una y media, tomamos unos mates y ya abrimos a las dos...

- Okey, andá, yo voy a pasarle un trapo mojado al cartel -propuso Manuel, increíblemente ansioso por laburar.

- ¡Pará con el laburo, ché! ¡a ver si hacés llover, la puta que te parió! -Chascarreó el Dos mientras se iba.

Y Manuel quedó pasando el trapo.

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