Escribiendo una novela on-line

Bienvenidos a la cocina de una novela. Dia a dia, encontraran publicado el refinamiento del material original de mi novela "Santana". Que lo disfruten.

Name:
Location: Las Palmas de Gran Canaria, Las Palmas, Spain

Supongo que me parezco a lo que imaginan de mi mis lectores.

Saturday, April 02, 2005

Capitulo IV

Ring. El timbre sonó, pero el colectivero prefirió cruzar el semáforo de Corrientes y San Luis, que del amarillo viraba al rojo.

- Reputa madre, me pasé dos cuadras. -Masculló Ana al descender del colectivo vacío.

Retrocedió por San Luis hasta Roca y bajó por Roca hasta el boliche en cuestión.

Cuando llegó al bar, quince minutos más tarde de la hora prefijada, vió que Jorge ya fumaba su aburrimiento frente a un pocillo de cafe. Antes de entrar se controló rápidamente en el reflejo de la vidriera. Sonrió. Estaba mas tetona que nunca.

Como se sabe, Jorge pensaba terminar rápidamente con el asunto. A tal efecto había ensayado algunas caras, gestos despectivos y un breve discurso que le permitirían cerrar drásticamente aquel capítulo de su poco envidiable biografía. En sus perversos cálculos había llegado al extremo de planificar una airada retirada que le permitiría irse sin abonar el sandwich, el whisky y el café que adeudaba hasta el momento. Pero empezó mal. Desde que Ana entró al bar y hasta que, beso de por medio, se sentó frente a él, no logró apartar la vista ni un solo instante del fabuloso par de glándulas mamarias que ahora reposaba sobre la mesa. Y así fué que, contra todo cálculo previo, decidió fulminantemente que aplazaría la despedida el exacto tiempo que tardara en eyacularla por (esta vez sí) última vez.

Ana lo miraba expectante, como conminándolo a hablar. Y mirándolo a los ojos se contemplaba indirectamente sus propias gomas.

Luego de intercambiar algunas frases intrascendentes, Jorge interrumpió la voz de Ana llamando al mozo para susurrarle, con la mirada vidriosa la voz engolada y una sonrisa perversa, que en vez de un café ahí mejor se tomara una "leche caliente" en el telo. Ana sintiéndose vencedora del primer round, sonrió pasándose la lengua por el labio inferior. Gesto qué, combinado con la visión de sus descomunales gomas, colocaba al joven obrero en un estado de calentura febril.

Con un gesto rápido Jorge llamó al mozo y abonó la cuenta con la guita justa. Ni un peso de más. El mozo viendo que no venía propina dijo "gracias" secamente y pensó con furor "¡amarrete hijo de mil putas!". Se pusieron de pie y puerta de por medio salieron rumbo al telo.

El telo en cuestión era una cueva de vampiros que quedaba sobre San Lorenzo, entre Corrientes y Entre Ríos. Y donde, en sus altillos lindantes con el paraíso, solían echarse los polvos más desaforados, con la alegría de saber que ocupaban la pieza más barata del universo.

Mientras caminaban rumbo al telo, Jorge, para auyentar posibles e inoportunas preguntas relativas a la conversación pendiente, decidió ocupar el silencio en el pedido de precisiones relativas a la agonía y posterior fallecimiento de la mujer que nombraba, labios afuera, como "la abuelita" y, labios adentro, como "la vieja puta". Ansioso por mantenerla mentalmente ocupada le formulaba descolocadas preguntas del tipo:

- ¿Estaba muy perdida?

- ¿Fue larga la agonía?

- ¿Sufrió mucho?

- ¿Gritaba?

- ¿Fue desgarrador el fallecimiento?

Ana las contestaba con un brillo creciente en los ojos. Al percatarse de esto, Jorge decidió (por miedo a quitarle furia sexual) cambiar de tema. Así es que, en tren de decir algo que durara cuatro cuadras, se mandó un sentido monólogo relativo a un compañero de trabajo que días atrás había sufrido una amputación de pene en uno de los balancínes de la fábrica.

Sucedía que el amputado solía alardear del tamaño de su miembro frente a sus compañeros. A tal efecto se concentraba hasta erectarlo y una vez erguido lo utilizaba para acomodar las piezas bajo el balancín (confiando siempre en el sistema de seguridad, que detenía la guillotina si algo se interponía fuera de la pieza). Los peritos en seguridad industrial de la compañía aseguradora, que revisaron el balancín, no lograron determinar porqué aquella mañana falló el sistema. Lo cierto es que, ante lo inusual del accidente y obligados a ponerle un precio, se decidió de común acuerdo entre las partes homologarlo en valor a cualquier otro miembro de las mismas dimensiones. Y este fue el motivo de las interminables discusiones entre la aseguradora y el sindicato. Dado que la aseguradora insistía en pagarlo por el tamaño correspondiente al estado de flaccidez, con lo cual cotizaría el equivalente de dos dedos. Mientras que el perjudicado, ya con voz aflautada, solicitaba el equivalente al estado de erección y en consecuencia su homologación en valor con un antebrazo. Su razonamiento, no carente de fundamento, se basaba en que en ese estado estaba al momento de sufrir la horrible amputación. Por su parte la aseguradora le objetó el hecho de que nadie podía haberle mandado meter el pene en el balancín. A lo que el castrado respondió aduciendo que, con la cantidad de piezas que le exigían por minuto, no le bastaba operar con las dos manos. Con lo cual la patronal, hasta entonces desinteresada, comenzó a tomar cartas en el asunto. Como la cosa no se solucionaba por arreglo, los delegados amenazaron con ir a juicio y en vistas de eso el jefe de personal aprovechando una asamblea improvisada hurtó el pene siniestrado. Ya, sin el miembro de por medio, para probar lo contrario, la empresa confió en sacarla barata alegando que el amputado en realidad poseía un ñoqui como cualquier hijo de vecino. El perjudicado trató de conseguir testigos. Pero ninguno de sus compañeros se animó a presentarse ante el juez y prestar testimonio por miedo a que se cuestionase su virilidad. La patronal entonces, arteramente, coimeó a una de las administrativas, (que habia sido penetrada hasta por el portero, pero no por el siniestrado) para que atestiguara en falso, alegando una fellatio que nunca ocurrió. "Fue como chuparle el capuchón a una virome, señor juez", exageró la perjura. Y así fué que, fallo mediante, se le terminó pagando el equivalente a un miserable dedo meñique.

Debatiendo lo injusto del fallo y lo artero del accionar patronal se encontraron traspasando la sórdida puerta del hotel donde Jorge alquiló en $500 (una bicoca en moneda de la época) una llave encadenada a un chapón de medio kilo de peso, al pelado de siempre, que como siempre le guiñó un ojo y al que respondió como siempre haciéndole los cuernos a espaldas de Ana, para escuchar (solapada con el rechinar de los escalones de madera) la carcajada de siempre, mientras contemplaba, mirando hacia arriba, los espirales interminables de las escaleras, que se ensortijaban hacia las alturas, como una representación surrealista del infinito.

Capitulo III

En rigor, Jorge le habia prometido casamiento. Pero (como las confesiones arrancadas bajo tortura) su promesa difusa carecía de validez, dado que Ana se la habia arrancado en una noche afiebrada; cuando el falsario metalúrgico estaba a milímetros de penetrarla por vez primera. Y en tales circunstancias más de uno hemos prometido cualquier cosa.

Pero la promesa existió. Y no era tanto por amor que Ana gustaba de aferrarse a la idea de su poco probable casamiento. Sino mas bién porque intuía que en breve (tenia veintiocho años y en dos meses cumpliría veintinueve) comenzaría la inevitable y galopante devaluación que, en realidad, hacía años había comenzado.

Así las cosas y despues de haber recorrido miriámetros de penes esquivos a la hora de formalizar, Ana gustaba imaginarse llegando al altar con el joven obrero metalúrgico, entre músicas de órgano y miradas de envidia. Aunque solo fuera para terminar con su odiada soltería y con las insidiosas preguntas de las viejas del barrio ("¿para cuando los confites, nena?¿no te vas a quedar a vestir santos Anita, no?). Pero era intuitiva y en su interior algo le avisaba que no se hiciera demasiadas ilusiones.

Lo que Ana no intuía todavía (antes de que sonara el teléfono) era que después de la muerte de su abuela y de cuatro días de llanto ininterrumpido, se encontraría tan abruptamente con la desoladora noticia con que se iba a encontrar. Pero de eso se enteraría mas tarde. En aquel momento recién su madre le decía:

- Ché, tenés teléfono... es el Jorge.

Ana caminó hasta el teléfono, lo tomó y dijo mirándose a los ojos en el espejo del dressuoir:

- Mi amor...

Seco, distante, preparando el terreno, Jorge le informó:

- Necesito verte. Tenemos que hablar.

Ana, como otras veces, presintió las intenciones de Jorge. Pero a diferencia de otros presentimientos este venía, como mínimo, multiplicado por diez. Desde siempre, los presentimientos nefastos le aflojaban el vientre. Frente al espejo Ana no pudo controlar el esfínter y se rajó un violento pedo. Jorge sintió el trueno.

- ¿Y eso?¿que fue eso? -Pregunto asombrado.

Ana ya aspiraba con delectación y avidéz la morbosa fragancia de su pedo. En éxtasis casi, le respondió.

- Nada... snif... es... snif... la silla que crujio.

Pero el pedo era tan morboso que su perfume a muerte penetraba en todos lados. Inclusive por las líneas del teléfono. Alejando súbitamente el auricular por donde ya emanaban también sus fétidos vapores, Jorge la acuso con dureza.

- !Yegua, que baranda morbosa!!Te recagaste la puta que te pario!

- Yo no fuí... snif, habras sido vos... snif, las chicas no nos tiramos pedos. -Contestó ella con fingida indignación, interrumpiéndose para aspirar los últimos restos de la repodrida nube con enfermiza pasión.

- Si dale para que tenés el oje...

- ¡Pensá lo que quieras!, ¡yo no fuí! -lo interrumpió ella secamente.

- Bueno. Basta. Concretemos porque me estoy intoxicando con el tubo en la mano. -Propuso él, ya de muy mal humor.

Y sin mayor intercambio de palabras quedaron en encontrarse, para tomar un café y platicar, en un bar que está sobre Pte. Roca a metros de Cordoba.

Presagiando que la batalla venía ardua, Ana se calzó un uniforme de combate que hubiera puesto al borde del paroxismo al mismo Mahatma Gandhi. Se trataba de una remera ultraescotada que apenas si contenía sus descomunales limones.

Frente al espejo, repasó su excesivo aspecto con beneplácito. Se pintó los ojos con un lápiz verde y los labios con un rouge neón. Se colocó en las orejas algunas gotas de un perfume berretón y empalagoso y ya con el picaporte en la mano vovió para echarse un chorrito adicional en la tetera. Las gotas cayeron aluvionalmente por la canaleta vertiginosa de sus gomas.

- Salió. La cita era a las nueve y media.

Capitulo III

En rigor, Jorge le habia prometido casamiento. Pero (como las confesiones arrancadas bajo tortura) su promesa difusa carecía de validez, dado que Ana se la habia arrancado en una noche afiebrada; cuando el falsario metalúrgico estaba a milímetros de penetrarla por vez primera. Y en tales circunstancias más de uno hemos prometido cualquier cosa.

Pero la promesa existió. Y no era tanto por amor que Ana gustaba de aferrarse a la idea de su poco probable casamiento. Sino mas bién porque intuía que en breve (tenia veintiocho años y en dos meses cumpliría veintinueve) comenzaría la inevitable y galopante devaluación que, en realidad, hacía años había comenzado.

Así las cosas y despues de haber recorrido miriámetros de penes esquivos a la hora de formalizar, Ana gustaba imaginarse llegando al altar con el joven obrero metalúrgico, entre músicas de órgano y miradas de envidia. Aunque solo fuera para terminar con su odiada soltería y con las insidiosas preguntas de las viejas del barrio ("¿para cuando los confites, nena?¿no te vas a quedar a vestir santos Anita, no?). Pero era intuitiva y en su interior algo le avisaba que no se hiciera demasiadas ilusiones.

Lo que Ana no intuía todavía (antes de que sonara el teléfono) era que después de la muerte de su abuela y de cuatro días de llanto ininterrumpido, se encontraría tan abruptamente con la desoladora noticia con que se iba a encontrar. Pero de eso se enteraría mas tarde. En aquel momento recién su madre le decía:

- Ché, tenés teléfono... es el Jorge.

Ana caminó hasta el teléfono, lo tomó y dijo mirándose a los ojos en el espejo del dressuoir:

- Mi amor...

Seco, distante, preparando el terreno, Jorge le informó:

- Necesito verte. Tenemos que hablar.

Ana, como otras veces, presintió las intenciones de Jorge. Pero a diferencia de otros presentimientos este venía, como mínimo, multiplicado por diez. Desde siempre, los presentimientos nefastos le aflojaban el vientre. Frente al espejo Ana no pudo controlar el esfínter y se rajó un violento pedo. Jorge sintió el trueno.

- ¿Y eso?¿que fue eso? -Pregunto asombrado.

Ana ya aspiraba con delectación y avidéz la morbosa fragancia de su pedo. En éxtasis casi, le respondió.

- Nada... snif... es... snif... la silla que crujio.

Pero el pedo era tan morboso que su perfume a muerte penetraba en todos lados. Inclusive por las líneas del teléfono. Alejando súbitamente el auricular por donde ya emanaban también sus fétidos vapores, Jorge la acuso con dureza.

- !Yegua, que baranda morbosa!!Te recagaste la puta que te pario!

- Yo no fuí... snif, habras sido vos... snif, las chicas no nos tiramos pedos. -Contestó ella con fingida indignación, interrumpiéndose para aspirar los últimos restos de la repodrida nube con enfermiza pasión.

- Si dale para que tenés el oje...

- ¡Pensá lo que quieras!, ¡yo no fuí! -lo interrumpió ella secamente.

- Bueno. Basta. Concretemos porque me estoy intoxicando con el tubo en la mano. -Propuso él, ya de muy mal humor.

Wednesday, March 30, 2005

Capitulo II

Rosario. Avenida Alberdi y Juan José Paso. A media cuadra, por mano izquierda yendo para la Iglesia Perpetuo Socorro, se encuentra Pepona. Sitio que más que un bar es un verdadero templo del mal.

Sus nefastos parroquianos se reúnen, como vampiros, al caer la noche. Para fumar en exceso, beber en abundancia, hablar de mujeres, de curros, de fútbol y rascarse las pelotas.

Les gusta exhibirse. Algunos, los mas moderados, optan por sacarse mocos que pegan religiosamente debajo de las mesitas de nerolite grasoso y rayado. O se tiran, inclinándose de costado, algún pedo estruendoso, que los demás festejan.

Ocho y pico de la noche y todavía es temprano. Paralela a la ancha vidriera que da a la avenida hay una mesa de pool. Alrededor de ella, dos hombres jóvenes sostienen un taco en una mano, un vaso de vino en la otra y un faso en los labios. De repente uno de ellos dice las siguientes cinco palabras:

- Te toca a vos, ché forro.

Provocando que el otro aparte la vista, de un generoso culo que pasa por la vereda, y la deposite en la caprichosa distribución de bolas sobre el terciopelo verde.

- A ver, a ver -susurra con aire entendido mientras deja el vaso en un borde, toma el taco con las dos manos y rodea la mesa hasta la banda opuesta.

- Por acá. Si. Tengo que rozarla apenas. Una pendejésima.

El tipo se llama Jorge y es hasta ese momento el novio oficial de Ana Santana.

Con el faso siempre en los labios y un ojo fruncido por el humo, el tal Jorge mira al ras del paño para jugar su turno en una partida que no lo favorece. Apunta y prueba deslizando el taco entre sus dedos índice y mayor. En un vaivén que termina a milímetros de la bola.

- Si. Por acá.

Su contrincante simula exasperarse y exclama:

- ¡Dale loco!, ¡jugá y dejate de hablar al pedo, ¡si en tu puta vida embocas una, vos!

- Shhh. -contesta, Jorge, con aire de concentración.

El taco ya está listo para ser disparado. Con un leve y seco golpecito le da a una bola que sale suavemente hacia otra bola a la cual no llegará a golpear por un sencillo principio de la física que puede titularse como "pérdida de energía por rozamiento".

- ¡Puta madre, carajo!¡Me quede corto de nuevo! -exclama con el ceño fruncido al tiempo que se incorpora, toma el faso entre los dedos anular y mayor, lo pita intensamente, y con la misma mano lleva el vaso a los labios y termina de un trago con el contenido.

- Te tengo de hijo -exclama satisfecho su contrincante, que se llama Luis y es a la sazón compañero de trabajo en la pujante fábrica de piñones de bicicletas donde ambos se perfuman los sobacos. La respuesta no se hace esperar.

- ¿A quién podés tener de hijo, vos?, ¡salame!

El otro, que está calculando su jugada, se vuelve rápidamente hacia su compañero y exclama con un gesto de extrañeza.

- Uia, hablando de tener de hijo, ¿qué hacés a esta hora por acá, vos?

Jorge sonríe, se encoge de hombros y contesta:

- No fuí. Hace cuatro días que no la veo. Más exactamente desde que crepó la abuela.

- ¿La viejita esa que te manoteaba el bulto? -pregunta Luis aplastando el faso en un cenicero de aluminio que esta empotrado en la mesa.

- Si, esa.

Luis se apoya sobre el paño y apunta, bola por medio, a la última bola que deberá meter para ganar el partido.

- ¿Que le pasó, pobre abuelita? ?¿Se habrá chupado una poronga envenenada?

- Si es por eso, seguro, que se la mamó a mi suegro -contesta Jorge escupiendo el faso, que cae humeando en el piso.

- Vos fuiste un boludo, esa viejita era una experta. Le hubieras sacado la dentadura postiza y te hubieras hecho tirar el fideo.

- Puaj... antes me la corto. -exclama Jorge con cara de asco.

De un golpe seco, el taco deja de amagar y golpea a la bola en el lado inferior izquierdo. La bola sale picando y golpea de refilón la otra bola, obligándola a dibujar una parábola que

termina limpiamente dentro de la tronera. Luis tira el taco sobre la mesa, levanta los brazos y grita con exagerada euforia:

- ¡Hijoooo!, ¡aprendééé!, ¡aprendééé!

El tal Jorge contempla las cuatro bolas que le quedaron afuera y por no quedarse callado, masculla:

- Esto es culo, querido. Puro culo -y, dejando el taco sobre el paño, se encamina hacia la mesa donde tomarán los vasos de vino que deberá pagar. Con los brazos en alto su vencedor lo sigue detrás.

Se sientan y exhultante, el ganador le grita al mozo:

- ¡Gallego, dos vinos aquí! -entrelazando triunfalmente las dos manos por sobre el hombro izquierdo, a lo Alfonsin.

Jorge prende un faso. El otro también. A través de la nube de humo azul, Luis le pregunta sonriendo:

- ¿Y guacho?, ¿te vas a casar al final con la tetona esa?

- Escapá de acá, demente. Que mierda me voy a casar. Si esta misma noche la echo al carajo.

- ¿No te cansás de decir siempre lo mismo?¿Cuantas veces la largaste ya?

- ¿Y que querés?, si cada vez que la quise echar, por no tener otro cacho de carne, voy debilitado. Como con miedo a terminar casado con la Manuela -confiesa sacudiendo didácticamente, el puño derecho cerrado. Como si se apuñalara frenéticamente la pelvis.

El temor esbozado tiene razón de ser a la luz de que, tanto él como Luis, habían estado internados en unos centros especiales para rehabilitación de adictos a la masturbación. Jorge continuó su relato:

- Encima parece que ella intuye y cada vez que le quiero dar el flete se me cae con unos escotes… al final pasa que le veo las gomas, se me para la pija y termino en el telo. Después, por no armar quilombo, lo dejo para otro momento y así pasan los días.

- ¿Sabés cuantos se casaron así?

- ¡Estás en pedo, vos! Te digo que esta noche la echo y te explico porqué.

- Dale, mentime. Si te hace feliz.

- Escuchá paspado, el sábado, como se quedó en la casa llorando a la vieja puta, yo me hice el gilberto y me pianté tipo doce para La Rambla. Hermano, ¡no sabés la mina que me enganché!, ¡una potra...! -los puntos suspensivos implican énfasis- ¡un animal nacido para cojer! ¿Entendés, ahora? Te digo que cagó y cagó, querido, Ana cagó. Tengo carne nueva colgada del gancho. En cuatro dias me la habré culiado unas veinticinco veces.

- Mierda, parece entonces que es en serio, ché. Se pudrió el casorio.

Jorge asiente con un gesto. Fuman unos instantes en silencio y finalmente Luis exclama con sincera admiración.

- Pero, la verdad, la verdad, ¡que linda teta tiene la Ana!

Dicho así en singular, como si tuviera una sola.

Viendo el afrecho que iluminaba los ojos de su amigo, Jorge le confió.

- No sabés lo que son esos limones. ¡No te entran en la boca, no te entran!

- Salí, hijo de puta, no me contés. Que hace como mes y medio que no la pongo. ¡Mirá!, ¡mirá como se me levanta la carpa!

- ¿Sabés lo que es tener esas dos tetas a tu disposición?

- Basta, basta que voy a tener que meterme en el baño. Yo no soy ambicioso, te juro que me conformaba con una teta sola.

Jorge continuó desesperando a su amigo, libidinosamente.

- Le pongo el balero entre los limones y me doy con la dos tetas en las orejas -graficó arracimando contra su cabeza dos enormes tetas invisibles.

- Basta guacho...

- La verdad es que nunca voy a enganchar una guacha con tanta teta y tan chupaverga.

Luis frunció súbitamente el ceño y tuvo un estremecimiento convulsivo. Sus ojos se pusieron en blanco. Sus dos manos trabajan febrilmente bajo la mesa.

- Eh, Luis, aflojá, hermano. ¿Como te vas a pajear acá?

- Ah, ah, que querés... Te dije que aflojés con contarme esas cosas, ah... ah, que alivio...-y parándose agregó:

- Aguantá que voy al baño.

- Si, mejor andá a lavarte el engrudo.

Minutos después Luis vuelve a la mesa y asevera:

- Ahora, vos perdoname, hermano, pero estás muy equivocado procediendo así.

- ¿Lo que? -Pregunta el otro pitando el faso y sonriendo cínicamente.

- Pero claro, querido, vos te levantas una guacha el sábado y hoy martes largas a tu mina... y parece que te olvidás que si no hubiera sido por ella no te daban el alta en la casita (el centro de rehabilitación al masturbodependiente)

- ¿Y con eso qué?

- ¿Como y qué? ¿por qué la largás, pobrecita?

- Porque se pone pesada, boludo. No ves que yo para culiármela le prometí casamiento.

- Pero sos un forro, sos... ¡si te podés culiar a la dos! ¿para que la hacés sufrir, pobrecita?

- No, no quiero mas quilombo. Me rompe la pelotas. Me dice que la tengo de objeto sexual, que cuando ponemos fecha. Hasta la dejada de la vieja me tira ondas para que le saque el clavo. No dá para más, loco, me tengo que borrar. Así que hoy la largo y a la chacón de su drema.

Súbitamente Jorge parece recordar algo y mira la hora con urgencia.

- Huy, ¡las ocho y media! ¿tenés un cospel?

El otro hurga en los bolsillos del pantalón y extrae, entre los dedos índice y pulgar, el símbolo en bronce de la empresa estatal argentina por excelencia: ENTEL (Recordemos que la historia transcurre inmediatamente antes de las privatizaciones).

- Justo. Traé acá. ¡La voy a llamar ya mismo! -Exclama arrebatándole el cospel y poniéndose de pie.

Luis pensó en ese momento “Tengo que presentarme en la casita en quince días y más vale que pueda demostrar que tengo novia, sino me dejan adentro de nuevo” y exclamó:

- Y yo digo, ché: ya que la vas a largar, ¿porque no la entregás?

- Cojé por la tuya. ¡Ladrón de vueltos! -Le grita Jorge yendo para el teléfono.

Ya frente al aparato, descuelga el tubo, comprueba el milagroso tono y mete el cospel por la hendija. Disca con el dedo y repite con la boca:

- Seis, siete, dos, seis, uno...

Sospechosamente da el tono normal de llamada. Atienden.

- ¿Familia Santana?

- No, ¿con qué número quiere hablar? -contesta del otro lado una voz de menopáusica.

- Con el seis, siete, dos, seis, uno.

- No, no, m´hijo. Está hablando con el cuatro, nueve, seis, siete, tres.

- ¿Cuatro, nueve, seis, siete, tres, dijo?

- Si, jovencito.

- ¡Gracias, vieja puta! -Agradece antes de cortar y correr a la barra repitiendo el número en voz alta. Compra otro cospel y vuelve corriendo al teléfono. Disca.

- Cuatro, nueve, seis, siete, tres...

El tono de llamada normal suena nueva y sospechosamente.

Atienden.

- ¿Familia Santana?

- Si, ¿quién habla?

- El Jorge, doña Dominga, ¿la Ana sigue llorando?

- No, terminó hará media hora. Esperá que te la llamo. Ah, ché Jorge, perdoná que te pregunte pero… ¿cuando pensás formalizar con la Anita?


Tuesday, March 29, 2005

Capitulo I - Ana Santana

- Edo uliá.

- .........

- Edo uliá.

- Bueno... después... -murmura, como al descuido, el pelado canoso y de cara fácil que está leyendo el diario con suma atención.

- Edo uliá, api, edo uliá.

- Después, te dije. Hace calor ahora. -Reitera y explica el calvo, sin perder la calma ni apartar la vista del periódico.

- ¡Edo ulía!, ¡edo ulia!, ¡edo ulia! -porfía el otro, esta vez a los gritos.

El hombre, entonces, hace un gesto de resignación. Deja a un costado el diario y se vuelve hacia su hijo. Lo mira. Tiene 25 años y hace 26 que es bobo, retrasado, tarado o "mongólico", como le dicen en el barrio. Tiene lentes gruesos y verdes. Su padre le mira los ojos alejados por los cristales. Hay una súplica en ellos.

- ¡Edo uliá! -Vocifera el opa, ahora con voz ronca.

El padre baja la vista al portentoso bulto que las manos del bobo no dejan de refregar y asiente comprensivo.

- Querés culear -y poniéndose de pie agrega, como para sí- más vale que te lleve, porque me vas a culear a mi.

El bobo, entonces, sonríe detrás de los lentes y grita con una risa gutural. Un chorro de baba transparente le cae por la comisura del labio.

- ¡Shhh!, ¡que vás a despertar a tu madre! -lo reprende el pelado llevándose un dedo índice a los labios, como una foto de silencio-hospital.

Sigilosamente se dirigen hacia la puerta de calle, detrás de la cual aguarda una agobiante siesta de verano rosarino. Abren, salen y cierran con cuidado y recién se despreocupan del ruido cuando sus zapatos desprenden nubecitas de polvo en la calle vacía y sin pavimento de su patético barrio.

En silencio van; el bobo delante, tironeando, y el pelado, a la rastra, detrás. La mirada alta y desorbitada del bobo le confiere a la escena un cierto toque místico; como de integrantes perdidos de una extraña procesión.

Así hacen tres cuadras por la misma calle, doblan dos a la derecha, vuelven a doblar una a la izquierda, pasan un baldío y finalmente llegan a una casa con un patio pequeño y descuidado por delante. Son dos espacios de tierra ocupados por matorrales y separados, al medio, por un sendero de baldosas resquebrajadas, entre cuyos intersticios asoman pujantes matas de yuyos. Al fondo está la puerta de ingreso a la casa. Es amarillenta y despintada y está enmarcada en un tramado de maderas por donde crece, anárquica una madreselva. Una casa como tantas otras en aquel barrio de yugadores.

"Damas Mendocinas 1789", lee el hombre en el pilar de la luz, mientras golpea las manos. El bobo sonríe. Repite el palmoteo e instantes después se entorna la puerta y aparece la figura exagerada y envejecida de Ana Santana. Tiene cara de dormida. Encandilada, se cubre con las manos los ojos de la luz.

Mientras Ana y el pelado se saludan, el bobo, de solo verla, grita y se retuerce de alegría. Afirmado a la portezuela desvencijada del patio y con el rostro congestionado por el esfuerzo aúlla palabras sueltas, apenas entendibles y aparentemente incoherentes.

- Teeetaaaa, chooocha, chochiiiita, uliááá, uliááá...

El padre sonríe y lo mira con orgullo. Por lo menos no le salió puto. Lo besa y Oscarcito (que así se llama el opa) le devuelve el beso dejándole una mejilla brillante de baba.

Luego el hombre se va, el bobo entra y la puerta se cierra. El calor retuerce el aire sobre la escena vacía. Corre el día 13 de Diciembre de 1987. Un año y dos días después, todos los pavotes, festejaremos año tras año el aniversario de la ascensión de "Santa Ana Santana", la novia eterna de los los desangelados. Y mi novia y la suya también, ¿O es que no tenemos todos algo de gilipollas?



Intro y primer capitulo

Hola. Encantado. Mucho gusto. Que alegria verlos. Por favor pasen... no se corten. Sientense. ¿Estan comodos?¿Si?. Que bueno. No, lo siento, whisky no hay. Este maravilloso Jack Daniels Ustedes no lo estan viendo, asi que no pueden codiciarlo. Y además por mas que quisiera, no va por la red. Solo puedo mandarles la foto.
Bueno, como ya les dije me alegro de verlos y los he reunido aqui para decirles, simplemente, que desde hoy podran Ustedes asomarse a esa misma pantalla que estan mirando ahora (bueno, tambien puede ser otra) , tal y como si estuvieran aqui, detras mio, soplandome su aliento calido y humedo y mirando sobre mi hombro (bronceado y musculoso) lo que escribo.
Se bien que la vida nos hace desconfiados y que mas de uno de ustedes podra pensar, "¿pero a ver si me engancho y este tarado, en lo mejor, es abandonado por la musa y deja de publicar?". Asi es que me adelanto y os digo afectuosamente:
-No temais queridos amigos. No temais.
La novela que van a leer, ya esta terminada. Al menos en eso que Vargas Llosa (un saludo desde aqui) denomina "el magma". Seran testigos Ustedes, damas y caballeros, dia a dia y en tiempo real, del laborioso refinamiento de todo ese material en bruto.

Asi que pueden confiar en mi. Y desde ya les digo que espero sus opiniones. No quiero decir con esto que soy un pusilanime al que, con solo decirle que les parece de mal gusto, que la heroina mantenga relaciones con su padre y su abuelo en forma simultanea, corra a reescribir la escena como un emotivo reencuentro familiar que transcurre en una estacion de trenes. Pero si alguno manda algo que no me parezca una burrada, a lo mejor cuela.
-¿Que de que ira la novela?
Esta bien. Tienen derecho a saberlo. Trata de gente como Usted y como yo. Y de Ana Santana, por supuesto.
-¿Que que quiere saber mas?
Basta ya. Me cansaron. Que esto es gratis, viejo. A leer y si no les gusta visiten el weblog de Shakira. Yo me voy a ponerle velitas a mi santa. Los dejo con el primer capitulo.
Ladys and gentelmans... con Ustedes, Ana Santana.

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